Sailkatu gabe

EUSKARA OBJETIVO (HABLA: HIZKETA)

Clases.-La idea de clase la expresa el euskara con la voz kide, compañero. Esta denominación es transparente e implica una serie de seres de idéntica naturaleza. La palabra kidego significa "igualdad", "paridad", "conformidad" de naturaleza o de "condición". De la raíz semántica kide nacen kidekapen, "clasificación"; kidekatu "ordenar", "clasificar"; kide, "clase, tamaño"; kideko, "semejante", "coigual". Ahora bien; estas clases, pueden ser el género, la especie o las subespecies sucesivas. Al género le llama el euskara ethorki y a la especie, mota.

"¿Gauzen ethorki eta motek zer mengoa dute guretzat?" "¿Qué necesidad tenemos de estas cuestiones acerca del género o de la especie?" (Duv. Imit. 6-16.)

Esta idea de la clase parece que en la mente vasca se le circunscribe o condiciona a la contemporaneidad. Para ser clase, los coiguales han de ser contemporáneos, simultáneamente coexistentes. Kida, es época y clase, tal como kide es coigual y contemporáneo. Esta limitación a lo sincrónico, presente o pasado, existe también en la voz etorkia a pesar de ser un derivado de etorri, "venir". Su valor exacto es "linaje" o cosas (actuales) pero de un mismo origen. Mota parece ser un calco de las anteriores pero en escala más reducida puesto que tanto mota como kide, significando ambas "retoño, renuevo", nos llevan a la idea de "origen", lo mismo que etorki. Otra acepción de mota es la de "casta", paralela a "linaje". En cambio, la voz eredu es más bien "tipo, modelo", a lo clásico. Estas ideas sobre la separación en clases reposan, pues, en la naturaleza de las cosas, en la simultaneidad y en la comunidad de origen. Atendiendo a eredu, "modelo", pasaríamos a una clasificación teniendo en cuenta rasgos o caracteres comunes. En cambio, si de ese clasificar horizontal, pasamos al vertical, ya mail, imprime la idea del escalonamiento, al separar las categorías, galga, sesta, llevan la idea de "nivel", ozka, "grado", agerralda, "fase".

El euskara como herramienta de trabajo intelectual.-No es ya ninguna novedad el empleo de las lenguas como instrumentos de investigación científica. En algunos casos vamos a emplear aquí al euskara con preferencia a otras lenguas porque ofrece ciertas ventajas en cierto modo insustituibles. Algunas veces utilizaremos el castellano como supletorio o como confirmativo. La ventaja del euskara radica en su largo pasado y su poco cultivo literario. No sólo se encuentran en él sedimentos de todas las edades, fósiles y vivos, sino un desarrollo estructural inaudito, gracias a su duración milenaria. Hay en el euskara archivo de noticias, ecos de lejanísimas edades, estructuras muy desarrolladas, grados de nivel, profundidades y superficialidades. Ahora pensemos un momento que, desde que existen los animales y el hombre, el universo entero no ha cesado ni un solo momento de bombardearles con un número prácticamente infinito de impresiones e imágenes a través de todas sus ventanas sensoriales. Estos impactos entran machaconamente y sin cesar. Pero estas sensaciones nos vienen de la superficialidad de las cosas, no caóticamente, sino en forma de unidades coherentes, árbol, hoja, manzana, piedra, rayo de luz, luna, nube, perro, agua, lluvia, nieve, cuando son visuales, o foco de calor, frío, olor, dureza, blandura, etc. Estas concreciones y difusiones, se reciben siempre en una cantidad, forma y modo determinados que los sentidos captan y transmiten a la mente. Los puntos externos de una superficie esférica, de la apariencia de una estrella, de un cubo, de algo cualquiera, implican una estructura por lo menos externa, pero que dejan vislumbrar intelectualmente otra interna: esfera, cubo, árbol, perro... La lengua etiqueta con palabras todas estas unidades sensoriales e intelectuales. Su vocabulario no es otra cosa que el inventario de las unidades percibidas, aceptadas como tales, y cada unidad es, a su vez, un conjunto de rasgos exteriores que implican un interior desconocido pero que se adivina. La mente humana recibe estas sensaciones y estructuras. El universo se va duplicando: a un lado el real, a otro lado el mental. Esta duplicación se va afinando, corrigiendo y perfeccionando a lo largo de la experiencia humana. Lo que no ve uno, lo ve otro, y así la experiencia multitudinaria converge y se incorpora a la lengua. El habla, a su vez, es una repetición del pensamiento al que sirve de vehículo, pero aquélla, hecha con otros materiales, sufre la influencia de este, y viceversa. Se plantea el problema de pensamiento y lengua, pero la lengua no deja de ser por eso un reflejo indirecto de la percepción sensorial y ésta del universo exterior. A eso, probablemente, se debe que todas las lenguas del mundo ofrezcan análogas arquitecturas, los mismos materiales y parecidas reglas de juego. La pregunta dramática es si la lengua refleja o no el sistema del universo cuyas cosas inventaría, relaciona e interpreta. Si fuera así, ¿no tendríamos a mano un pequeño cosmos en miniatura que nos ayude a conocer a aquél? La lengua, además, se ha utilizado y se utiliza en todos los menesteres de la vida humana de todas las edades, se hereda y se actualiza, identifica y da coherencia, une y hace amar a la tierra donde se habla. Siendo, pues, la lengua un instrumento tan precioso y tan a la mano, ¿cómo no utilizarlo cuando la índole de las cosas nos lo pida?