Sailkatu gabe

EUSKARA OBJETIVO (HABLA: HIZKETA)

Coloquio.

El tríptico se establece en euskara con tres palabras, bakarrizketa« elkarrizketa y solas. El monólogo químicamente puro no existe. Solamente se da el caso cuando una sola persona acapara la conversación, y en el teatro. Hay muchos monólogos en la literatura euskérica teatral de Alzaga y otros autores de su generación. Pero siempre hay otro u otros que escuchan. El monólogo es, pues, unilateral. Claro, que si el hombre se encuentra solo, como ocurría frecuentemente con nuestros pastores, el hombre "habla consigo mismo", en silencio, mediante la palabra interior, pero este dominio pertenece más a la psicología que a la lingüística. El diálogo tiene lugar entre dos interlocutores que se dirigen la palabra en forma de afirmaciones de uno y respuestas del otro, y viceversa. Predomina el afán de entenderse mutuamente alegando cada uno sus razones. En euskara pueden servir de ejemplo los diálogos de la clásica y famosa obra de Moguel, "Peru Abarka". Pero en el diálogo se corre el peligro de que exista la desigualdad de las partes, erigiéndose en dómine una de ellas hasta convertirse en casi monólogo. El diálogo entre personas del pueblo es el más correcto debido a la homogeneidad de las partes y a encontrarse más abiertas al razonamiento y a la comprensión. En cambio, cuando se suscita una entrevista entre dos políticos dogmáticos, cada uno de ellos inmerso y prisionero de su sistema, el diálogo es imposible, se hace entre verdaderos sordos de inteligencia. Cada cual se halla preso en su jaula ideológica desconociendo las verdades del otro, y esto ocurre hoy entre algunos de los militantes y líderes de ciertos partidos políticos vascos. El líder y el convencido, socialista, nacionalista, comunista, fascista, etc., no puede asomarse fuera de su sistema porque está preso en él, es su esclavo. Se constituye en incapaz de superar los muros de su prisión y de comprender que su sistema no es sino una parte de un sistema de sistemas. Su pensamiento se ha consolidado, ha perdido su flexibilidad y sus posibilidades de conversión remontando cotas más altas. Es ya un dogmático que ignora serlo y que negará serlo. Las partes, cuando creen dialogar, lo que hacen es monologar por turno. En Euskalerria la gente es más propensa al diálogo cuando se trata de una mejora técnica, la compra de una nueva máquina, p. ej., que cuando se trata de intercambiar opiniones sociales o políticas. El diálogo sólo existe cuando las partes están dispuestas a ceder si encuentran razón al contrario, es decir, cuando se hallan libres de dogmas herméticamente cerrados. En el diálogo hay siempre posibilidad de acuerdo, pero de un acuerdo por convencimiento, por mutua derrota. El don supremo del ser civilizado, el saber ponerse en el lugar de los demás, es la condición precisa. El diálogo entre vascos tiene lugar cuando las partes viven en el gizabide de nuestra vida. Quiere decir todo esto que se precisan buena fe y buena voluntad. Porque, ¿cómo se puede dialogar con el que llega a decir "yo no seré jamás tal cosa por ce o por be?". Parece que en ese caso sobra soberbia y falta humildad. Lo malo es que cada día que pasa el intercambio de palabras se convierte, más y más, en un monólogo a dos. Uno de los pasatiempos adicionales ha sido en Euskalerria la conversación, un modo de pasar el tiempo, amistoso y familiar, entre dos y más personas, desde la tertulia más íntima a la conversación más ocasional como la que se tiene entre pasajeros del ferrocarril o en encuentros casuales. Surge en los medios populares y denota sociabilidad. Aquí, también, la coexistencia de lenguas anormaliza a la conversación como tal. En la preguerra, cuando acudía la gente al "Tributo de las Tres Vacas", en Hernaz, en la cumbre del pirineo roncalés, coexistían en la conversación, euskara suletino, euskara roncalés, patois bearnés, castellano, ansotano y francés. Se convertía aquello en un batiburrilo lingüístico pintoresco y divertido. Y es que la conversación es, de por sí, entretenimiento para aquellos a quienes toca estar juntos más o menos tiempo. Claro, que según el lugar variará el tema de la conversación, el hilo de la misma, y según la heterogeneidad de los que participen, quién o quiénes llevan la "voz cantante". Así como en España y en nuestras ciudades desvasquizadas, la tertulia tenía lugar en el café, entre los vascos era la taberna, los lugares soleados para los viejos, cuando era invierno, y los de sombra, cuando era verano. No hace mucho que ciertas puertas de las casas solían ser lugar de reunión de vecinos, solamente para conversar, como pudiera hacerse en tabernas, casinos o círculos de recreo. Otras veces eran ciertos trabajos que requerían concurrencia personal o espectáculos con intermedios de descanso (hornos vecinales, lavadero, deshojado del maíz...). Las veladas del invierno tenían por pasatiempo entrañable la conversación. En la conversación puede nacer la discusión, que es más bien diálogo vivo que surge en la misma, sin dejar por eso de ser tal. Del mismo modo, puede prevalecer el hablador o el mejor dotado sin que se convierta en monólogo. Y es curioso que la conversación sirva para perfilar la personalidad de cada cual y para un conocerse mejor. Así, cada uno ensaya a ser personaje que actúa ante un público en su más mínima expresión.

Más sobre "hablar". El hombre está ya hablando como pudiera estar jugando a las cartas. Juega su partida a hablar, como pueda jugar su partida al mus. En ambos casos persigue una finalidad, la de "con"- vencer y la de "vencer" respectivamente. Si adoptamos el criterio de observar quiénes hablan y en qué condiciones, fácilmente llegamos a la conclusión de que existen tres categorías, según el número de individuos parlantes.

Monólogo.-Habla uno consigo mismo o habla él solamente aunque otros escuchen. En cartas también se juegan solitarios sin o en presencia de otros que observan el juego y siguen sus incidencias. En el monólogo no hay oposición; el sujeto parlante deja escapar su pensamiento sin más cortapisas que las que estime convenientes.

Diálogo y conversación.-Es la forma más normal del uso de la palabra. El hablar consigo mismo, sin auditores, roza lo demencial. El diálogo es ya una sabia confrontación con otro. Una mutua influencia nace en el diálogo que entre personas normales es de por si fecundante. Una vez entablado en igualdad de oportunidades se convierte en colaboración, se sobrentiende, entre hombres de buena fe. El diálogo tiene su técnica, mejor o peor, pero poseída por cada interlocutor. Las mutuas certezas se ponen a prueba y se llega o no a una inteligencia. El diálogo entre personas en cuyas mentes ha cristalizado ya una filosofía se convierte como ya hemos dicho en un diálogo de "sordos", en diálogo estéril, en casi dos monólogos que se entrecruzan. Se limitan en este caso a dos exposiciones de pensamientos ya consolidados. El diálogo centrado presupone mutua actitud abierta, igualmente receptiva, en la que haya cesiones y concesiones ajustadas al "con"-vencimiento. El diálogo de dos personas de idénticas convicciones, absortos mutuamente, hasta el punto de aislarse de "los demás", llega a ser una especie de "monólogo a dos" hecho de una fusión en uno solo de dos egoísmos individuales. Tener la facultad de escuchar atentamente y exponer claramente es hacer el diálogo fecundo. Se suceden en todo diálogo tres momentos esenciales:
1. pre-tu. Cuando alguien viene a hablarme por algo que nos interesa. Existe una motivación para dirigirse a mí.
2. pre-yo. Cuando advierto esa intención y adopto una actitud adecuada.Existe una motivación para atenderle o desatenderle.
3. Ambos. Estamos ya en presencia uno del otro dispuestos a hablar. Existen estos tres actos:
a) . Mi interlocutor en potencia está pensando o tiene pensado interiormente qué decir o qué responder. Quizá incluso tenga un plan elaborado previamente.
b) tú y yo. Estamos ya hablando, intercambiando mensajes, ideas, intenciones, deseos. Entrecruzamos nuestros pensamientos tratando de convencernos mutuamente en parte o en todo, quizá; no pasa de un juego de entretenimiento sin más trascendencia.
c) yo. Cuando me pongo en presencia de mi interlocutor estoy en el mismo caso que él con respecto a mi pensamien- to interno de qué decir y cómo decir. Mi motivación puede coincidir en todo o en parte con la del otro. Si observamos el habla dialogada desde el comienzo veremos que ya la sola enunciación de tú y yo, colocando en primer lugar tú y en segundo lugar yo, es un miramiento, una regla de "trato social" y tanto es así que existe un dicho que sanciona con la pena del ridículo a quien lo inflige: "el borrico del aceitero se cuenta el primero". Porque el borrico de los aceiteros ambulantes solía preceder al vendedor, cuando deambulaban por los pueblos. Las motivaciones tuyas y las mías, a pesar de ser comunes, están contextadas de prejuicios o de puntos de vista distintos que las hacen no iguales. Lo que piensas tú, lo que quieres decir y lo que realmente dices, debido a tu mejor o peor capacidad de expresión verbal, puede originar otra diferencia apreciable. Lo que pienso yo, lo que quiero decir y lo que realmente digo está en idéntico caso de fallabilidad. Y llega el diálogo y ocurre en la práctica que no oigo yo tampoco lo que "realmente dice" sino más o menos, independientemente de que le interprete correctamente y viceversa él a mí. Si yo digo:

-No te enfades; no te hablaré más de ese tema. Y me contesta:
-¿Que no me hablarás más? ¿Por qué?
En este caso el que escucha no ha oído, no ha puesto la suficiente atención o se ha ofuscado, puesto que ha omitido lo principal: de ese tema. Este caso concreto, aislado, es muy poca cosa, pero repetido por obcecación, descuido, falta de atención al escuchar, o mala voluntad, lleva a un encadenamiento de equívocos y malentendidos. No se puede dialogar. Una, o las dos partes, son incompetentes. Saber pensar con corrección, buena fe, diciendo la verdad, siendo sincero, expresándose lo más fielmente posible y sobre todo de todo, sabiendo escuchar íntegramente, sin omisiones en lo que se oye y sin adiciones, ni alteraciones, son condiciones indispensables para un cabal entendimiento. Contestar precipitadamente "suponiendo" que lo que "empieza a decir" es tal o cual cosa, es inadmisible. No se puede contestar cortando la frase, sin esperar el desenlace de la idea. La patología del diálogo es algo que debería atenderse en las escuelas de primera enseñanza, institutos y universidades a cada nivel respectivo. Es mucho más importante y de más trascendencia de lo que se supone. Es la madriguera de malentendidos que envenenan las relaciones humanas privadas y públicas.