Sailkatu gabe

EUSKARA OBJETIVO (HABLA: HIZKETA)

Dirigir la palabra. A muchas personas de las grandes ciudades de Europa les choca que al entrar en el ascensor, p. ej., se salude. En Euskalerria, al encontrarse dos desconocidos en el monte, se han saludado siempre aunque sea con un escueto ¡agur!, ¡kaixo!, ¡Egun on!, o cosa por el estilo. Toda aproximación inclina al saludo, aunque después no se siga hablando. El saludo tiene mucha más enjundia filosófica de lo que parece a primera vista, no porque en las diversas fórmulas se desee pase un "buen día", egun on; gabon, "buenas noches" o arratsalde on", buenas tardes". Es que dirigir la palabra es, en sí, abrirse hacia otro. Quienes disputan, izkatu "disputar", pueden llegar a la enemistad, que consiste precisamente, en no dirigirse más la palabra por una duración de tiempo según la ofensa y la índole temperamental de cada cual. Hay gentes que no se saludan y hay gentes que saludan siempre aunque no se les corresponda. El saludo, en principio, es bondad y propicia confianza. El saludo es el encuentro con el otro. El saludo vasco alude al bien que se desea y a Dios. Veamos la forma más habitual:

-Kaixo jauna, "¡Hola, señor!", o más familiar todavía, -¡Kaixo! que es un "¡hola!", pero afectado por esa x (ch francesa) diminutiva.
-¿Zer modu?, "¿Cómo estás?", Ongi, ta zu, "bien y tu".
-Ongi, Jainkoari eskerrak, "Bien, gracias a Dios"
-Egun on, jauna, "Buen día, señor"; Baita zuri ere, "Igualmente".
-Eskerrik asko, "Muchas gracias"; Ez orregatik, "No hay de qué".
-Jainkoak egun on digula!, "¡Que Dios nos dé buen día!".

Obsérvese que las fórmulas coinciden poco más o menos con las del castellano, pero en esta última observamos que se habla en segunda persona plural, colocándose quien saluda y el saludado como objeto de común ventura. En la despedida la fórmula vuelve a insistir en lo afectivo y en el deseo de un buen augurio y un reencuentro:
-¡Agur! Urren arte, "Adiós, hasta pronto"; ondo ibilli, "a andar bien".

Los vascos, ¿raza muda?-Ortega Gasset y Pío Baroja no son los únicos autores modernos que se hacen eco de ese lugar común totalmente infundado. Pero nos choca extraordinariamente que haya podido colarse en la mente luminosa de Ortega tal superchería y mucho más todavía en la de Baroja, no sólo por ser vasco, sino por el trato que ha tenido ocasión de sostener con sus propios paisanos. Ortega es un autor brillante. En este caso concreto se encuentra con los cuadros de los hermanos Zubiaurre, sordo-mudos de nacimiento y con pinturas que reflejan ese mismo mutismo. La relación entre el cliché literario caste- llano y el caso concreto que comentamos salta, fulgurante, a la mente fecunda del filósofo ensayista. El brillo de la coincidencia le encandila y, sin más reflexión, cosa rara en él, estampa la frase escrita, al parecer a cien por hora: "Los hermanos Zubiaurre son vascos, sordomudos y pintores. Ser vasco, es, sin duda, una renuncia nativa a la expresión verbal". Parece mentira que Ortega haya veraneado tantos años en Zumaya, donde los pescadores y, sobre todo, las pescadoras de toda la costa vasca no se distinguen, precisamente, por su mutismo ni por su silencio. Queremos suponer que habría visitado más de una vez Ondárroa y Bermeo por ejemplo. Lo que ocurre es, que el vasco, cuando no tiene nada que decir, no habla. En cambio, los meridionales, sienten necesidad de llenar todo su tiempo de emisión verbal sonora aunque no digan nada o a lo más insustancialidades. Recuerdo, que cuando fui a estudiar a Zaragoza, que no es muy meridional por cierto, me quedé desconcertado de las conversaciones que se sostenían entre estudiantes en las esperas de clase a clase y en los pasillos. No podía comprender que llenaran el tiempo de palabras sin decir nada. Otro caso a considerar es el del vasco de los siglos XVI y XVII, monolingüe, y apenas iniciado en entender y hablar castellano. Desplazado de su país, en tierras de habla exclusivamente castellana debería aparecer como corto y semimudo pero por necesidad. Y no digamos nada de las "mal trabadas razones del vizcaíno" hijas únicamente de la diversísima sintaxis, libre la vasca, y sujeta a corsé gramatical la de las lenguas latinas. Me figuro qué se podría haber dicho de Ortega trasladado al centro de China y en medio de una población dotada de una lengua radicalmente distinta a la suya. Sería, a no dudarlo, corto y semimudo como un "vizcaíno". Un leonés, Constantino de Esla, que ha convivido con los vascos hasta el punto de convertirse en un vasco más, al hablar de los bertsolaris desmiente terminantemente eso de la raza muda. Después de decir la impresión que le causó Euskalerria cuando llegó a ella por primera vez, añade estas palabras que están muy en su punto: "Esconde el vasco el amor que le cosquillea en el alma, es astuto en el diálogo, en el que ya es sabido que practica la negación de lo que escucha, como el más hábil camino para averiguar, pero no puede afirmarse que sea el mutismo el gesto que mejor define a la raza. Habla mucho el vasco en largas sobremesas, en las ferias, en las sidrerías; goza con la armonía de la palabra, recréase en la gracia rítmica que sabe darle el bertsolari al idioma vasco, abrupto y secular". Arturo Campión, que ha convivido con los medios rurales y ha intervenido durante medio siglo en todos los certámenes literarios populares nos dice el vasco: "Hablador inagotable cuando le domina una exaltación", y le califica, también de "hospitalario sin frases". En algunas de las siluetas de Mayi Elissague se recoge algún hecho sobre este último punto. Al vasco le parece que la hospitalidad, cuando la práctica, es por deber y que no debe añadirse ninguna retórica que la desvirtue. Hace algunos años se sostuvo una polémica sobre este punto del mutismo en el mensuario "Euzkadi" de Santiago de Chile. Ambos contendientes, uno en pro y otro en contra, llenaron páginas y más páginas alegando hechos y dichos. Y no decimos esto así, por el gusto de decirlo, pues una vez me contaba mi amigo Pedro Garmendia que en un pueblecito laburdino se apostaron dos aldeanos a quién hablaba más. Se constituyó en una taberna el jurado. Comenzaron el diálogo los dos hombres. Solamente se les daba unos minutos para las comidas principales. Después de dos días con sus noches se rindió uno de ellos agotado e incapaz de seguir, pero no por no tener nada que decir, sino agotado físicamente. Eso sí; el vasco cuando no tiene nada que comunicar calla y se regusta en el silencio ambiental, refinamiento a que muy pocos pueblos han podido llegar. Y creo que es precisamente el mismo Ortega, quien nos habla, en alguna parte, de las distintas clases de soledades y silencios que existen. Otras dos afirmaciones insólitas añade también Ortega. "El misterioso pueblo vascongado posee un idioma elemental que apenas sirve para nombrar las cosas materiales, y es por completo inepto para expresar la fluencia fugitiva de la vida interior." Es como para caerse muerto de repente. El euskara, ya lo sabemos desde ahora, no es sino un vocabulario de nombres de cosas materiales. Y si es así, no hace falta ya afirmar lo que sigue sobre la expresión de la vida interior, captada, además, en su fluencia fugitiva nada menos. Desde ahora ya sabemos los vascos que, con las 60.000 palabras del Diccionario Azkue, incompletísimo por otra parte, podemos enumerar otros tantos nombres de cosas materiales. ¡Un buen inventario! El verbo vasco izan, en sus tres vertientes ontológicas, ser, haber y existir; en su complicada captación del tiempo de pasados pasados, pasados presentes y pasados futuros y presentes y futuros con idénticas complejidades; en modos meramente indicativos, subjuntivos, potenciales y una serie de combinaciones entre si; en sus nombres verbales con sus distinciones semántico-formales de médula ontológica; en sus síntesis flexionales donde las indicaciones de tiempo, lugar, circunstancia, persona a quien, de quién y con quién se habla, incluido género y jerarquía; relación, objeto y posibilidad de sufijación, infijación y prefijación con nuevas vertientes semánticas; en fin, en un álgebra lingüística que lleva al famoso príncipe Luis Luciano de Bonaparte al tratamiento psiquiátrico y al genial lingüista alemán Hugo Schuchardt a decir que sus mayores gozos de los cincuenta años últimos de su vida habían sido el estudio del euskara, ¿no habrá algo más que lo que nos dice Ortega? Está todavía por escribirse una filosofía basada precisamente en el euskara mismo, en su vocabulario, en sus estructuras y en el juego del idioma mismo. Sobre el segundo punto no habría nada que decir pues bastaría echar un vistazo a nuestra literatura oral, canto y leyenda.