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Tolosa (1998 version)

Visita de Jovellanos en 1791. Cerca de Tolosa, y antes de entrar, se detiene el viajero en el convento de San Francisco y, apeándose, entra en la iglesia. Como siempre que describe arte, es moroso en las descripciones de cada una de las obras que contempla, pero en esta iglesia de Tolosa descubre un retablo, el de la Piedad, que colma su capacidad de asombro. Por su descripción y por las conjeturas que hace de su posible autor, merece que lo trascribamos: «pero lo que sorprende y causa una admiración extraordinaria es el retablo de la Piedad, que está en una capilla al lado de la Epístola, frente al púlpito. En el embasamento hay una bellísima medalla que representa en medio relieve el Entierro del Salvador en figuras de la mitad del natural; no puedo ponderar bastante cuánto me agradó esta escultura, muy superior en el dibujo, en el gusto, en la expresión y en la buena y delicada ejecución, a cuanto he visto en España. Gregorio Hernández y Juan de Juni se quedan muy atrás; y si esta obra no es de Alonso Cano, no sé a quién se pueda atribuir en España, aunque sí que éste sólo pudiera competir con el autor del dicho retablo. Jovellanos se refiere sin saberlo a Ambrosio de Bengoechea, discípulo de Juan de Anchieta. «En el primer cuerpo hay una Piedad, en que Nuestra Señora, con su Hijo en los brazos, sobrepuja a lo mejor que hizo Hernández en este misterio tan repetido. La estatua del Cristo es digna de Miguel Angel, y la de la Virgen tiene una fuerza de expresión sorprendente: está sentada al pie de una cruz de gran carácter, y todo el cuadro, con bellísimo marco, es contenido en un cuerpo de arquitectura de orden corintio, de dos columnas pareadas, y su cornisamento con un romanato cortado para dar lugar a un crucifijo que no me pareció igual a lo demás, o por estar estofado (todo el resto en madera), o por ser de otra mano; pero el San Juan y la Virgen en pie que están a su lado son dos estatuas de mérito igual a las anteriores, y no les ceden San Andrés y Santa Elena, de algún mayor tamaño, que están colocados sobre el cornisamento, perpendiculares a las columnas del primer cuerpo. Si yo entiendo algo de esto, créase que todo es asombroso». Ya en Tolosa, va «a la posada nueva: buena y bien servidos». Buen observador de las diversiones populares, Jovellanos reseña que en la plaza «vimos jugar... a la pelota a algunos jugadores de chapa, entre ellos dos clérigos». Pero no se conforma con ver, indaga y pregunta, por lo que puede anotar: «nos dijeron que con ocasión de fiestas públicas había grandes partidos de pelota a que bajaban franceses, navarros y vizcaínos; que en el último las apuestas importarían 100 pesos (otros dice 200), que ganaron los franceses, aunque el penúltimo partido fuera el triunfo sobre ellos de los tolosanos». Averigua que en Tolosa «está la fábrica de bayonetas para el Ejército». Pregunta por don Félix Samaniego, pero le dicen que estaba en «la hacienda de campo de Juramendi (si no me engaño); le veré a la vuelta». Por la tarde vuelve a iniciar el viaje, con dirección a Hernani. Días más tarde vuelve a Tolosa al anochecer, alojándose «no estamos en la posada nueva: era día de arribo de la diligencia y estaba ocupada con huéspedes; la que nos aloja es limpia y bien asistida». Aquí se entrevista con don Félix Samaniego, como se lo había propuesto en su paso anterior por Tolosa el pasado lunes, día 22. Con el fabulista sostiene «graciosísima conversación» y les recita algunos versos «de su descripción del Desierto de Bilbao, dos de sus nuevos cuentos de que hace una colección, todo saladísimo». Está con él «hasta las diez dadas», encargándole Samaniego que visite a su mujer a su paso por Valladolid. A las seis de la mañana del sábado, día 27, con niebla y frío, sale de Tolosa «por buen camino a la derecha del río».