Territories

Lapurdi. Instituciones

Los bienes comunales debían de estar, en un principio, muy extendidos y es probable que cubriesen la mayor parte del territorio. Parece ser que durante la edad media, el bosque fue el principal y casi único revestimiento del País Vasco del Norte y, aun cuando todos los documentos antiguos no se pusieran de acuerdo para dar testimonio de ello, encontraríamos una prueba suplementaria en la toponimia vasca: los nombres de los pueblos, barrios y lugares son muy a menudo los de un árbol o un bosque. Estos nombres son testigos antiguos e irrecusables de la abundancia de bosques, indicándonos también cuáles eran las especies que los constituían.

Un país escasamente poblado con asentamientos no muy importantes, espaciados y aislados los unos de los otros por grandes extensiones no cultivadas y repletas de bosques, he aquí, probablemente la primera fisionomía de estas regiones. Fisionomía que atemorizaba a los peregrinos que se dirigían a Santiago y a los comerciantes que iban a España. Sin embargo, después de las invasiones bárbaras que la dejaron prácticamente despoblada, este país vio poco a poco renacer la tranquilidad y la seguridad. Las condiciones de vida mejoraron y asistimos, entonces, a la roturación y a una lucha obstinada entre el hombre y el bosque. Hasta ese momento, el bosque fue la fuente de subsistencia mediante la caza y el pastoreo. Durante varios siglos los modos de vida pastoril y agrícola no han dejado de enfrentarse, y esta lucha tuvo por consecuencia, lentamente al principio, rápidamente más tarde, el aumento de las superficies cultivadas y la continuada disminución de los bienes colectivos: pastos y bosques.

Aunque la propiedad de carácter colectivo, las ancestrales prácticas de disfrute y de libre paso y la trashumancia hayan dominado hasta épocas recientes, con la consecuencia de una utilización de prados y pastos colectivos y de bosques y landas municipales e intermunicipales, hemos asistido, al mismo tiempo, al desarrollo de propiedades privadas, sobre todo en lugares fértiles y mejor adaptados al cultivo. Sin embargo esto no nos debe hacer pensar que la lucha secular entre el agricultor y el pastor, la propiedad privada y colectiva, haya ocasionado la completa desaparición de los bienes comunales y colectivos. Siguen quedando vestigios bajo forma de bienes que pertenecen a barrios, y sobre todo a municipios y grupos de municipios.

Pero según y qué provincia, estos bienes aparecen bajo aspectos y regímenes diferentes: es así que en Zuberoa junto a los bosques municipales privados como los de Aussurucq, Saint Engrace, Ordiap o Chéraute, vemos cómo el conjunto del país con sus 43 municipios posee pro indiviso una vasta propiedad de pastos de alta montaña y de bosques administrados por un síndico elegido. Algo parecido ocurre en Baja Navarra: ésta se divide en pequeños países y «valles», donde el patrimonio común pertenecía y pertenece aún a estas colectividades: en la región de Saint-Jean- Pied-de-Port, el sindicato del País de Cize, con 20 municipios; en Saint-Palais, el del País de Mixe, con 22 municipios; el de Ostabaret, que agrupa doce campanarios del cantón de Iholdy, y finalmente el valle de Baigorry con sus ocho parroquias. Cada una de estas colectividades administra sus bienes comunes, cuyo disfrute y cuyos productos se reparten entre los municipios que la componen. En Lapurdi, al contrario, la propiedad colectiva es desde hace mucho tiempo estrictamente municipal; aquí y allá subsisten aún algunos bienes de barrios o de aldeas. Quizás haya habido aquí, también en el pasado, propiedades intermunicipales como lo atestigua, en el caso de los tres municipios de Mouguerre, Saint Pierre d'Irube y Villefranque, un documento de la primera mitad del siglo XVII, que nos muestra cómo estas tres parroquias se repartían tierras que poseían en común, en el lugar llamado Hirur Elizateak. Quizás se podría ver aquí una prueba de la existencia de una comunidad de origen entre estos tres asentamientos, en el que Mouguerre, llamado antes Saint-Jean-le-Vieux, sería el más antiguo. Podemos observar, por otro lado, cómo sólo hace tres o cuatro siglos que Ciboure y Hendaye se separaron de Urrugne, Halsou de Larressore, Jatxou de Ustaritz y finalmente Louhossoa de Mendionde y de Macaye formando localidades distintas.

Es cosa sabida que Lapurdi, cuyo territorio coincide actualmente con el antiguo distrito legislativo de Bayona, excepto la villa misma, estaba en un principio muy poco poblado. Una serie de tradiciones orales nos informa cómo se preocupaba y se sorprendía tal o cual «etxeko jaun» o propietario de casa antigua cuando se enteraba de que alguien construía una casa a varios kilómetros de la suya y murmuraba entre dientes: Haatik, hauzoa hurbil izanen diagu, lo que quiere decir: «hum! en adelante tendremos vecinos muy cerca de nosotros». Es sin duda alguna a la escasez de población y sobre todo a la aridez de la tierra -cuya casi totalidad está constituida de arcilla que proviene de la descomposición de pizarras del cretáceo superior, extendiéndose el flysch desde Bidache hasta Saint Pée sur Nivelle- a lo que hay que atribuir el origen y la amplitud de los bienes colectivos municipales de Lapurdi.

Todos están de acuerdo en afirmar que esta región, tanto por el carácter independiente de sus habitantes, como por su situación en el extremo sur del reino, está muy poco marcada por la feudalidad, de la que se desprendió muy rápido. Los vizcondes de Lapurdi que administraban el país consideraron las grandes extensiones desiertas y sin cultivar, los llamados «herems», propiedad señorial que les pertenecía, y ello en virtud de la máxima «no hay tierra sin señor». Vemos cómo trataban de establecer nuevas aglomeraciones y es así que un acta de 1193 nos informa sobre la creación de varias localidades, y en concreto las de Urt, Bassussarry, Guétary y Serrès, antigua parroquia, actualmente una aldea de Ascain. En 1152, el país pasa a manos inglesas, en virtud de la boda entre Eléonore de Aquitania y Enrique de Plantagenet; los reyes de Inglaterra, a quienes los vizcondes de Lapurdi habían cedido sus derechos, reconocieron a los habitantes importantes derechos de utilización y de pasto en estos herems, derechos que los Lapurdinos no cesaron de extender y consolidar. Los reyes de Inglaterra temían el carácter batallador e inquieto de estas gentes y consideraron que lo que podían obtener de estas tierras sería poca cosa. Ello les llevó a otorgar los derechos antes descritos. Después de la conquista francesa de Lapurdi en 1451, los Lapurdinos mantienen sus derechos. Siguen recogiendo madera de los bosques y siguen llevando a ellos sus rebaños para pastar. El Fuero de Lapurdi, homologado en 1514 por el parlamento de Burdeos, consagra esta situación de hecho (Tít. III).

Pero por encima de este reconocimiento legal, el poder real trata de cambiar las cosas, sobre todo a partir de la creación de los intendentes bajo Richelieu. Estos funcionarios se esforzaban por extender los derechos del rey y por acrecentar sus prerrogativas. A las afirmaciones y pruebas aportadas por el síndico del país de Lapurdi sobre el derecho de disfrute secular y el reconocimiento de propiedad, establecido por el fuero bajo reserva para el rey, del derecho de Quinto sobre el producto del ganado extranjero, los intendentes y funcionarios se oponían afirmando que sólo se trataba de tolerancias revocables y quisieron imponer impuestos sobre el disfrute de las tiernas comunes, alegando que, de la misma manera que estas tierras pertenecían antes al rey de Inglaterra, ahora eran del rey de Francia. Después de interminables discusiones, se consiguió establecer una transacción. Primero en 1641 y más tarde en 1692. Los derechos de dominio reclamados para el rey por sus funcionarios, fueron comprados por los habitantes que se volvieron definitivamente señores de sus tierras comunales. Vemos también, a menudo, cómo los habitantes venden las tierras a aquéllos que lo solicitan. Parcelas sin cultivar para plantar manzanos y más tarde viñedos. El precio de cesión de la tierra era mínimo. En el municipio de Ustaritz fue fijado en 25 libras el arpende (unas 42 áreas), si la tierra iba a quedar abierta, y a 75 libras si se iba a cercar. Estas parcelas son las que dieron lugar a pequeñas explotaciones que encontramos en el interior de las tierras comunales de Lapurdi. Pero llegada la primera mitad del siglo XVIII, asistimos a la generalización de estas ventas o por lo menos a la tendencia a repartir las tierras entre los usuarios. En varias parroquias tiene lugar un reparto en beneficio de cada casa, de acuerdo con el baremo de contribuciones que aportaba cada una de ellas. A veces se trata sólo de un simple reparto de disfrute, que de colectivo pasa a ser en parte delimitado, pero a veces se trata de un reparto definitivo. Esto lo hemos visto no hace mucho tiempo en Macaye. De esta manera, no sorprende constatar que a comienzos del siglo XIX la superficie total de las tierras comunales de Lapurdi haya disminuido considerablemente. Sin embargo, queda aún bastante, puesto que en 1840 la superficie era de 22.000 hectáreas, es decir bastante más que la cuarta parte del país. No creemos que desde esta época haya habido grandes cambios: muchos municipios siguen teniendo grandes propiedades colectivas. Citemos entre los más ricos: Hasparren con más de 2.000 hectáreas, Saint-Pée, Urrugne, Sare, Ustaritz, Ainhoa... Tampoco pensamos que la subsistencia de estas propiedades sea algo malo: al contrario, es necesario darse cuenta que este sistema es el que ha permitido que Lapurdi conserve intacta la mayor parte de su patrimonio forestal y que facilite su restauración.

El ejemplo de los municipios que durante estos últimos doscientos años, obedeciendo a las directrices de los gobiernos y a las facilidades ofrecidas por los legisladores, han alienado o repartido entre sus habitantes la propiedad municipal, es aleccionador: si debido a este reparto se han creado algunas explotaciones y se han roturado bastantes hectáreas, no por ello hay que dejar de señalar que su principal consecuencia ha sido la desaparición de los árboles en los terrenos repartidos. Una pequeña parte de los antiguos bosques o de las landas ha sido roturada, pero, al contrario, la mayor parte de las veces, se han transformado en landas desnudas, periódicamente devastadas por el fuego, sometidas a la guadaña y al diente de los animales, donde ya no crece sino el espino, utilizándose en parte para pajaza de los animales y proporcionando en el mejor de los casos un poco de pasto. Hay que reconocer por otra parte que los bosques de Lapurdi, poblados casi exclusivamente con robles pedunculados y robles «quercus tozza», sufrieron mucho con el oidio que apareció hacia 1906, sobre todo si se tiene en cuenta que una gran parte de estos bosques estaba poblada de robles desmochados o tallados, es decir podados regularmente a una altura variable, suficiente para poner los retoños en lugar seguro, lejos de los dientes de los animales y permitir igualmente el crecimiento del helecho necesario para la paja de los animales. Los robles desmochados que se encontraban sobre todo en los bosques municipales de Urrugne, Sare, Saint-Pée y de Ainhoa y en las landas pobladas de árboles, han desaparecido en su mayor parte. Es así que nos encontramos ante la necesidad de reconstituir el bosque y no se puede sino desear que los municipios Lapurdinos, que han sabido conservar un importante patrimonio colectivo, sepan igualmente aprovechar las facilidades que ofrece el Fondo Forestal Nacional a todos aquellos, particulares o colectividades, que quieran repoblar forestalmente sus propiedades. El municipio de Hasparren dio el ejemplo y se lanzó por esta vía. El éxito parece asegurado porque nuestras landas difícilmente cultivables, se repueblan con mucha facilidad, con la condición de que se cerquen sólidamente. El ejemplo que nos ofrece la repoblación forestal de la finca de la Marfée en Jatxou es realmente significativo: treinta años han sido suficientes para transformar una gran extensión de tierras que parecían degradadas y empobrecidas para siempre y de donde había desaparecido todo tipo de arbusto, en un bosque de varios centenares de hectáreas (Ref. L. Dassance: Propiétés colletives el biens communaux dans l'ancien Labourd, G-H, 1957, n.° 3, 129-138).