Concept

Romanización (version de 1996)

Reparto -según zonas- de las evidencias de presencia romana. Empero, cuando de constatar el hecho de la consistencia de la presencia romana en el área tomada en bloque, pasamos a abordar el tema del reparto de sus evidencias por zonas, caemos inmediatamente en la cuenta de que tal reparto dista con mucho de ser proporcional o equilibrado, y de que las desigualdades a ese nivel vienen a coincidir grosso modo con las que se observan desde el punto de vista geomorfológico, o las que se manifestarán con posterioridad en los dispares destinos culturales que cumplen las varias comunidades de asiento en la misma. Tales desigualdades, por otro lado, vienen denunciadas por el reparto prácticamente coincidente de los tres tipos de evidencias, a que nos hemos referido arriba. Cabe tener en cuenta:

a) Los mapas de dispersión de yacimientos y restos arqueológicos aislados -sobre todo, de los significativos, como los epígrafes-, referibles al complejo cultural romano.
b) Los mapas de distribución de la toponomástica cuyo punto de arranque cronológico cabe razonablemente remontar al período colonial romano, y, en general, las investigaciones lingüísticas que con más o menos acierto han tratado de determinar el grado de romanización de la onomástica personal o el de la operatividad de las estructuras gentilicias.
c) Los mismos textos literarios o la información significativamente diferenciada que de ellos resulta respecto del nivel de aculturación de las diversas zonas del área. Del examen comparado de este triple tipo de evidencias resulta lo que de tiempo atrás vienen subrayando varios autores que han hablado del tema: a saber que no cabe tratar en forma global e indiferenciada de la cuestión de la romanización del área, so pena de caer en apreciaciones simplistas y de contorno harto engañoso. Se impone, en efecto, la necesidad de distinguir-y de distinguir bien-por zonas de incidencia diversa, si es que se quiere entrar en el secreto de una de las claves más decisivas de la historia posterior del área, y no sólo de la de los días tardoimperiales, sino de la del período francovisigótico y de la altomedieval. Aun a riesgo de simplificar, se puede dibujar el siguiente cuadro.

a) Es en la vertiente meridional donde se dan los índices más altos de aculturación, a saber: en los valles abiertos del Ebro y de sus afluentes principales. Zonas privilegiadas en el área vascona al S. de Pamplona resultan la Ribera -incluida la riojana en torno de Alfaro y Calahorra-, la zona media sudoriental que se extiende de Sangüesa a Uncastillo y Sádaba, y la media occidental en torno a Los Arcos y Viana. Esta Zona privilegiada se extiende luego por el territorio berón en torno al Ebro (Varea, Logroño, Tricio...) y, traspuesto el desfiladero de Pancorbo y, si se quiere, de forma menos acusada, por el territorio autrigón en torno de Briviesca, punto de encuentro de dos importantísimas arterias de la Hispania Citerior. En Alava, además de en la zona riojana y la ribereña del Ebro arriba de las Conchas de Haro, los mayores índices de aculturación se acumulan en torno de la gran vía Asturica-Burdigala en su recorrido de la llanada a partir de Miranda. Estas zonas arrojan no sólo las mayores densidades de estaciones arqueológicas y vestigios aislados significativos, a referir al complejo cultural romano, sino también los índices más altos de toponimia actual o históricamente documentada, cuyos orígenes cabe razonablemente remontar al período colonial romano; no sólo las trazas de más acusada romanización de la onomástica personal que se documenta para el período, sino también las pruebas más copiosas y concluyentes de la consolidación -en ellas- de las formas culturales que caracterizan el legado clásico greco-romano. Una mirada atenta lleva a discernir en las mismas:
1) Una notable densidad del hecho urbano romano, que se manifiesta particularmente en la banda más meridional a lo largo de la línea del Ebro y del curso bajo de sus afluentes Arga y Aragón (Cascantum, Graccurris, Calagurris, Cara, Los Bañales, etc.), en que no faltan poblaciones que con el paso de los años acceden al estatuto municipal.
2) Una densa acumulación -centrada sobre todo en torno de los grandes ejes viarios- de evidencias de explotación agropecuaria, a referir inequívocamente al complejo cultural latino-romano.
3) Pautas de comportamiento y culturales, que se inscriben en un insoslayable contexto latino-romano (gentes que compiten en el cursus honorum, alto grado de latinización de la antroponimia documentada, boga de los dioses del panteón grecorromano, gusto por la epigrafía o por las letras y artes clásicas, etc.).
4) Una relativamente temprana presencia de la Iglesia cristiana, jerárquicamente organizada, en el límite meridional ribereño del Ebro. Este haz de consideraciones explica afirmaciones como la de J. Caro Baroja cuando escribe que «entre los vascos más meridionales la romanización fue tan intensa como la de la zona que más de la península».

b) Algo parecido cabe afirmar de amplias zonas de la plana novempopulana, ésa que se extiende en desahogados valles y terrazas a lo largo del Garona y del Adour y de sus afluentes principales-Save, Gers, Baise, etc., por parte del primero; Midouze y las gaves de Pau y Oloron, del segundo-. Aquí la influencia romanizadora vendrá sobre todo vehiculada por el eje Narbona-Burdigala en sus recorridos alternativos a partir de Tolosa: Lugdunum Convenarum-Beneharnum-Aquis Tarbellicis; Lactora-Aginnum; Elimberris (civitas Auscius)-Elusa-civitas Vasates. Mas no cabría olvidar otros ejes de orientación S.-N., que se entrecruzan con los anteriores: el de Asturica-Burdigala; el Lugdunum Convenarum Lactora-Aginnum, o el Caesaraugusta-Beneharnum transpirenaico. Hay zonas, sin embargo, que en este amplio horizonte de romanización parecen destacarse netamente sobre las demás por los altos índices que arrojan de evidencias referidas al complejo cultural latino-mediterráneo. Una, la más caracterizada sin duda, se centra en torno de Saint Bertrand-de-Comminges -la Lugdunun Convenarum de fundación pompeyana, pieza clave, desde la más temprana hora, en el dispositivo romano de control del istmo aquitano-. Otra se extiende a lo largo del curso medio y bajo del Gers -el eje Lugdunum Convenarum-Aginnum, importante vía de comunicación, desde los difíciles días de la conquista, entre la vieja fundación pompeyana y los pueblos aliados de Lactorates y Nitiobriges al N.-. Aparte estas zonas privilegiadas, la plana novempopulana no deja de presentar otros puntos de notable incidencia de lo cultural romano Aquis, Elusa, Beneharnum-, pero que, por las trazas, parecen inscribirse en contextos de menor presión colonizadora global y en donde, al contrario, las viejas pautas culturales de ascendencia protohistórica continúan produciéndose con mayor intensidad. Lo que sea de esto último, el área novempopulana registra durante el período colonial romano:
1) Un notable desarrollo del hecho urbano -con evidencias, asimismo, de avance del proceso municipalizador-, desarrollo que, como en el caso cispirenaico, revierte por lo general, para ampliarlo y/o transformarlo, sobre el de los primitivos asentamientos del tiempo de la independencia.
2) Una densa acumulación de evidencias de asentamientos agropecuarios, a referir al periodo colonial romano.
3) La misma operatividad que en el área cispirenaica, de pautas de comportamiento y culturales, a inscribir en un inequívoco contexto de colonización romana (parecido espectáculo de representantes de la élite dirigente local que se afanan por el cursus honorum; los mismos altos niveles de romanización de la antroponimia documentada, aunque la de ascendencia euskaroide se documenta asimismo con profusión; la misma e incluso mayor boga de la epigrafía y la misma afición por las letras y artes clásicas; el mismo nivel de implantación de los cultos importados, los que, empero, se hallarían en franca desventaja ante la competencia de los autóctonos; aparición asimismo relativamente temprana de una Iglesia jerárquicamente organizada...).

c) La plasmación cartográfica de las evidencias -arqueológicas, literarias, lingüísticas- más significativas de implantación romana revela que, tanto al N. como al S. de la cadena pirenaica, la presencia romana ha privilegiado determinados ejes de penetración; que la misma se ha prodigado menos en otros; y que ha habido, por último, zonas que el colonizador romano o romanizado ha rehuido o desdeñado. Centrada, para el lado ibérico, en la línea del Ebro y en tomo de la vía Asturica-Burdigala (más intensamente en torno de la primera, que de la segunda), la presencia de Roma se manifestará con mayor o menor pujanza a lo largo de los cursos bajo y medio de los principales ejes fluviales que vienen a converger en los dos anteriormente citados, para atenuarse progresivamente en los valles altos o a lo largo de los afluentes menos importantes, y escasear de forma llamativa -lo que no excluye algún que otro punto aislado de interés estratégico- en los valles que vierten al Cantábrico e incluso en las cabeceras de los de la vertiente mediterránea. La situación se reproduce en términos parecidos para el lado novempopulano, en el que, junto a los ejes de gran penetración romanizadora mentados arriba, no faltan amplios espacios de relativamente baja presión, y otros que --como las Landas o los valles altos e incluso medios de los afluentes pirenaicos de los ríos Garona y Adour- revelan índices ínfimos o nulos de presencia romana. Ahora bien, la curiosidad por definir y caracterizar esas zonas de baja presión colonizadora nos lleva a constatar que las mismas responden a rasgos bien definidos desde el punto de vista geomorfológico y de paisaje: se trataría de tierras cruzadas por valles más o menos cerrados y profundos, que, al mostrarse menos aptas para el tipo de agricultura que solía el colonizador romano, es de pensar fueran dominio del bosque y, en el mejor de los casos, del pastizal; tierras, en definitiva, incultas y hasta cierto punto montuosas, que los autores clásicos, con un término que utilizan en más de una ocasión en relación con los Vascones, califican como saltus. Este saltus, por lo demás, aparece claramente en los autores como parte y de rivación de la enorme masa boscosa -del enorme saltus que constituye el Pirineo, con sus nevadas cumbres tendidas como difícil barrera de mar a mar, con sus nevados albergues (recuérdese el ninguida hospitia de Ausonio) y sus pueblos de alta montaña; y constituye no la pequeña mancha boscosa que en las inmediaciones de las tierras de labor viene a ser con sus aportes de leña, madera de construcción, pastos, caza, etc. el complemento indispensable del ager en un ordenamiento clásico del paisaje rural, sino un espacio básicamente montuoso de más que considerable extensión, poblado de gentes diversas, de vocación al parecer esencialmente ganadera, las que, por exiguo que haya que imaginar su censo, bastan para que ante el rico propietario del área agrarizada, romanizado de forma más o menos plena, el saltus pirenaico o vascónico se configure como un mundo potencialmente peligroso, guarida de bandoleros y asiento, en todo caso, de gentes de hábitos inhumanos y bestiales. No puede ser, por otro lado, más pobre el saldo que arroja ese amplio ámbito, cuando se buscan en él las evidencias demostrativas de un sólido asiento romano. Si tomamos como punto de referencia los criterios que hemos manejado para medir el grado de romanización de las otras zonas, resulta:
1) Que es más bien decepcionante, al término del período colonial romano, el balance del proceso urbanizador en ésta.
2) Que es igualmente irrisorio -para no recurrir a términos más negativos- el número de asentamientos agropecuarios a referir con cierta seguridad a lo colonial romano.
3) Que, por lo que se deduce de cuanto antecede, en vano buscaríamos en la zona contemplada y por lo que respecta a la operatividad de las pautas de comportamiento y culturales, a inscribir en lo romano clásico, índices comparables a los que registrábamos en las otras (la rareza de los epígrafes localizados, que sirve, por un lado, para preservar el recuerdo de ciertos dirigentes locales -los mediadores sin duda entre la administración central y el paisaje menos romanizado- hace, por otro, que haya que escatimar valor representativo a los estudios que, a partir de los mismos, puedan intentarse en lo que hace a la romanización onomástica o a la incidencia comparativa de los cultos importados). 4) El cuadro de sombras -en lo que concierne a las insuficiencias de la romanización- viene a colmarse por cuanto sabemos de la tardanza y vacilaciones de la Iglesia cristiana en hacerse presente -sobre todo, de forma jerárquicamente organizada- en lo que venimos tipificando como saltus.