Concept

Romanización (version de 1996)

Delimitación espacial del campo I. El área circumpirenaica occidental. Todo intento de comprensión de los procesos históricos que en lo antiguo y moderno han afectado a E. H. , tropieza indefectiblemente con una irritante dificultad: la de determinar espacialmente su campo de estudio sobre la base de definiciones geográficas que, siendo operativas o adecuándose a la más o menos compleja realidad de tales procesos, resulten a un tiempo fáciles de entender al hombre actual. Y es fácil atinar con la raíz de la dificultad. De hecho, no nace ésta de que sea epistemológicamente problemático o cuestionable concebir en teoría el P. V. o E: H. de tiempos medievales y modernos como una unidad étnico-cultural más o menos acusadamente caracterizada, en lo que los autores estarían comúnmente de acuerdo. Las dificultades arrancan justamente de ahí, de que no cabe concebirlo sino como unidad étnico-cultural, e.d., como país que, más o; menos acusadamente homogéneo bajo ese punto de vista, sé -ha mostrado, empero, históricamente incapaz de desarrollar unas estructuras político-administrativas eficaces que hayan cubierto la totalidad de su área de manifestación, la que será secularmente repartida entre formaciones políticas o instancias de poder que responderán a identidades culturales diferentes. Y ello hace cuando menos laboriosa la tarea de restituir el marco geográfico preciso que fue testigo -y determinante a un tiempo, en cierta medida- de los procesos históricos a los que nos referíamos: laboriosa, porque la conveniencia de adecuarse al marco que el desarrollo espacialmente unitario de los mismos define, puede exigir la renuncia a las cómodas recomposiciones que sobre la base de las siempre más manejables divisiones administrativas cabe en cualquier caso intentar, recomposiciones que, empero, podrían muy bien no hacer justicia a la realidad más o menos compleja de los procesos apuntados. Ahora bien, esta dificultad parece acentuarse cuando, como en nuestro caso, se aborda el estudio de los procesos más antiguos: el de los que afectan al territorio de ese P. V. o E. H. cuando éste -a la luz de la documentación hoy disponible, al menos- difícilmente puede todavía decirse configurado como en los días de su plena manifestación histórica, y no pasa presumiblemente de ser un embrión .en un mundo de contorno mucho más difuso: el euskaroide del área circumpirenaica occidental, sobre el que lo indoeuropeo invasor no ha hecho aún sentir -como en los días de Roma, Eurico, Recaredo, Carlomagno, etc.- su implacable eficacia posterior, y el área de desenvolvimiento de ese primitivo hogar étnico-cultural, a referir a lo euskaroide, puede estimarse más entera.

El primitivo hogar euskaroide. No son raros, en efecto, los autores que del análisis del material etnográfico y lingüístico documentado en el área pirenaico-cantábrica, y a la luz de ciertos textos no poco enigmáticos de los clásicos, que dejan entrever un mundo fascinante de solidaridades y afinidades culturales entre los pueblos de la misma, han llegado a barajar -siquiera como hipótesis de trabajo- la idea de una vasta unidad étnico-cultural en toda ella, que se relacionaría con oscuros remotos parentescos, a remontar a la más cerrada noche prehistórica. La hipótesis de esa vasta unidad étnico-cultural pirenaico-cantábrica se vería hoy, en fin, avalada por las sorprendentes -si no unívocas- constataciones de los estudios de Hematología y Geografía, las que cabría interpretar, en todo caso, como reflejo de situaciones de aislamiento no poco peculiares y aun como índice de una cohesión étnica considerable en la población del área.
Hacia el E. En los comienzos de la colonización romana, esa vasta unidad étnico-cultural a referir á lo primitivo euskaroide se mostraría todavía operativa en dirección E. del actual P. V. hasta más allá del valle de Arán, en los Pirineos Centrales, y, cabalgando una y otra vertiente de la cordillera, se afirmaría en las cabeceras y en los cursos medios de los afluentes pirenaicos del Ebro y, con algunas considerables oscilaciones en la franja exterior, en todo el perímetro aquitano hasta los bordes del Garona. Avalarían tales afirmaciones:
a) Una vasta red de topónimos, extendida a uno y otro lado de los Pirineos Centrales y Orientales, que, a juicio de lingüistas de prestigio, delataría la persistencia -incluso en tiempos históricos- de un insoslayable sustrato euskérico o euskaroide en esas zonas.
b) La onomástica de aspecto euskaroide, documentada en las inscripciones aquitanas del período romano.
c) La constatación -en el solar gascón- de una serie de hábitos fonéticos y sintácticos arcaizantes, así como de otros rasgos igualmente arcaicos en lo que hace al léxico y la morfología, en todo lo cual habría que ver, según los autores, el reflejo de un viejo sustrato euskérico o euskaroide.
d) La atestación de rasgos culturales en el derecho consuetudinario medieval del Sud-Ouest, rasgos que, como el derecho absoluto de primogenitura o el de troncalidad, se hallarían muy en consonancia con lo que por otro lado se cuenta sobre la cultura y organización social de los grupos humanos asentados en la vertiente cispirenaica en tiempos antiguos y no tan antiguos.
e) Los resultados de los trabajos de Hematología Geográfica, conducidos por Bernard, J. Ruffie, etc.; que han puesto de relieve el predominio absoluto -en lo que denominan «perímetro aquitano», pero con su punto de máxima incidencia en los altos valles de los Pirineos Atlánticos y Centrales- de una tipología sanguínea que es igualmente característica de las actuales poblaciones autóconas vascas, lo que delataría, según tales autores, su entronque en un stock genético común. Pero lo más llamativo son las correlaciones que los mismos han podido establecer entre los índices de frecuencia de los fenómenos lingüísticos y culturales referidos [apartados c) y d)] y las curvas isogénicas de la frecuencia del factor O en la zona estudiada, correlaciones según las cuales se densifican aquéllos a medida que se hace más consistente la dominancia del factor O.
f) Lo que venimos diciendo, habría que relacionarlo, por último, con lo que observan los clásicos tanto sobre las diferencias étnico-culturales y de idioma; que se hacían sentir entre Galos y Aquitanos, como sobre el mayor parecido de éstos con los Iberos en cuanto a costumbres, lengua y aspecto físico. Y quedaría todavía por esclarecer, en relación con todo esto, el sentido último de los episodios de solidaridad -que tales autores constatan- entre los Aquitanos en apuros en ocasión de su guerra contra Crassus, y gentes del área cispirenaica -Cántabros, según César- que acuden a socispirenaica -Cántabros, según César- que acuden a socorrerlos en el trance decisivo.
Hacia el O. y S.O. Más difícil y de resultados más problemáticos, en todo caso, se ofrecería el intento de precisar el área de expansión de esa primitiva unidad étnico-cultural de aspecto euskaroide en dirección O. y S.O. del actual P. V. Lo que suscita cierta perplejidad, ya que en tiempos de mayor transparencia histórica el reducto vasco aparece justamente más consolidado en esa dirección. ¿Será que el mundo de influencias euskaroides se agotaba ahí, o habrá que ver en ello el reflejo de una más tenaz y duradera acción de lo indoeuropeo, secularmente reincidente en esos ámbitos? Pero no faltan autores que del naufragio generalizado de ese viejo mundo bajo la avalancha indoeuropeizadora estiman poder rescatar unos mínimos restos-pervivencias culturales documentalmente atestiguadas, alguna voz del primitivo acervo lexical, topónimos... , que son los que, interpretados a la luz de ciertos testimonios muy conocidos de los clásicos sobre las afinidades culturales y las relaciones de solidaridad, que mediaban en lo antiguo entre los pueblos del área cántabropirenaica, podrían dar nueva base documental a las viejas teorías sobre la unidad étnico-cultural de los pueblos de la misma aún en vísperas de las guerras cántabras.
El límite S. del mundo vascón. El que parece fijado aún hacia fines de la República en la margen izquierda del Ebro a la altura entre Cascantum y Vareia, rebasaría luego el curso del río, para extenderse por su margen derecha -antes celtíbera y englobar Calagurris, Cascantum, Graccurris y las tierras hasta la confluencia del Jalón y el Ebro, poco más o menos. Algo así pasaría con sus fronteras orientales, las que en los días de la República parecen aún venir determinadas por los territorios de Jaccetani y Suessetani, para luego extenderse a costa de éstos, hasta lindar en el Gállego con los Ilergetes. Confinando por el N. y N.O. con Várdulos y Autrigones respectivamente -quienes, junto con los Caristios, se repartían en lo esencial el solar de la actual CAV -y por el E.NE. con los Vascones, se extendía por el alto Valle del Ebro, entre las sierras de Cameros, Cantabria y la Demanda, el solar berón, del que sabemos por Estrabón y otros indicios concordantes dio cobijo en la fase prerromana a gentes de ascendencia céltica. Ello, empero, no ha sido óbice para que algunos hayan pasado a afirmar una anterior adscripción de la zona al mundo de influencias euskaroides. v. RIOJA. Lo que sea de esto, una cosa es cierta, y es que con posterioridad y en el Alto Imperio la parte oriental de la Rioja actual se inscribe dentro del área vascona; que desde la más temprana Edad Media el solar berón y, sobre todo, el de su porción más occidental aparece íntimamente relacionado con gentes de estirpe vasca; que amplias zonas del solar histórico euskaldun van a depender eclesiásticamente -y desde los días más tempranos, según algunos- de la iglesia madre de Calagurris; y, en fin, que una parte del territorio berón -concretamente, la Rioja alavesa- acabará formando parte de uno de los territorios históricos vascos. Al O. del solar berón, el mundo de influencias euskaroides vendría representado por los Autrigones, los que, rebasando el Ebro y subiendo por los ríos Oca y Tirón, se derramaban por la Bureba hasta los pastos de la sierra de la Demanda. Es cierto que modernamente -y en atención, sobre todo, del aspecto básicamente indoeuropeo tanto de la onomástica como de otros elementos de civilización material, que las investigaciones lingüísticas y arqueológicas han venido documentando en relación con el territorio y las gentes de la primitiva Autrigonia- se han formulado fuertes reservas al hecho de que siga aún adscribiéndose lo autrigón al mundo de influencias euskaroides, del que, en verdad, se encontrarían apenas unas leves y no siempre inequívocas trazas. Pero es éste -pensamos- problema que cabe igualmente suscitar por lo que hace al territorio y las gentes de los Tarbelli, Benarnenses, Várdulos, Caristios, etc., tan celosos o más que sus vecinos de la Autrigonia en lo que mira a no dejar transparentar nada de su presunta adscripción a lo euskaroide, próximo a lo aquitano. Ahora bien, no cabe, por otro lado, ignorar que el área de poblamiento autrigón se extendía en lo antiguo a zonas que con posterioridad formarán parte de los territorios vascos históricos; que la Bardulies de la más temprana hora medieval se asentará también sobre suelo autrigón y, en fin, que desde la tarda Antigüedad, por lo que cabe presumir, toda la banda occidental del actual P. V. dependerá eclesiásticamente de la sede autrigona de Auca (Oca).