Concept

Romanización (version de 1996)

Bajo el signo de la crisis en el Bajo Imperio. Durante la etapa bajoimperial son realidad los síntomas de contracción económica y la tendencia al aislamiento, que algunos ven apuntar en cierta medida desde finales del s. II y de forma más clara bajo los Severos. Pero estos procesos no son incompatibles con el desarrollo simultáneo de una poderosa estructura agraria de base latifundista, ni parecen determinar, de buenas a primeras, ningún grave quebranto del proceso productivo. En el área, de hecho -y, no obstante, los cambios que puedan ir produciéndose, así en la estructura misma productiva como en la de la repartición de rentas-, la normalidad laboral parece ser la tónica hasta el último tercio del s. III y, pasada la conmoción de las décadas finales del mismo -reflejo de las correrías alamánicas (?) o de otros procesos más internos al área misma-, a todo lo largo del s. IV. Sólo que normalidad en la actividad laboral no significa que el proceso urbanizador o el aculturador prosiga con la misma fuerza expansiva que antes; por el contrario, se hacen cada vez más evidentes los síntomas delatores del repliegue defensivo y de la contracción también en ese sentido.

El período de la anarquía militar. En el período de luchas y grave crisis política, conocido como el de la anarquía militar (235-268), es presumible llegue también al área en alguna medida el reflujo de las conmociones que sacuden en general por esos años el Imperio de Occidente. Pero no cade aducir constancia documental alguna. Otros indicios, al contrario, parecen sugerir una total normalidad en el proceso productivo y hasta una pujante actividad agricultora, aun dentro de la tendencia a la contracción y autarquía, característica de la etapa bajoimperial.

Los emperadores ilirios. La tónica de laboriosa normalidad parece quebrarse, siquiera fugazmente, en la corta etapa en que se suceden los emperadores ilirios (268-285), todos de breves reinados, menos Diocleciano (285-305), el instaurador de la Tetrarquía, y que da asimismo comienzo a un siglo de paz y prosperidad para la generalidad del Imperio. A falta de testimonios literarios más explícitos, abundan los indicios de orden arqueológico (evidencias de depósitos monetarios abandonos, incendios, destrucciones, precipitadas obras de fortificación...), que sugieren la idea de una catástrofe que, al filo del último cuarto del s. III, se habría abatido sobre el área circumpirenaica occidental. Se habría tratado -según algunos- de una invasión de Alamanes, a datar hacia el 275, y, en todo caso, de una grave conmoción social, a relacionar o no con la sicosis creada por la realidad o la amenaza más o menos próxima de una tal invasión. Es presumible que, de resultas de esa situación crítica -cuyo efecto desestabilizador puede haberse visto acrecido por el clima de inseguridad, que propician los intentos de usurpadores como Póstumo (259-281), Tétrico (272-274), Próculo (280-282) y Bonoso (281) se resienta de algún modo la organización del trabajo y toda la estructura productiva del área. Es un hecho que las fugas de esclavos se acentúan en Hispania a comienzos del s. IV, aunque de ello no parece pueda argüirse sin más una relación de causa a efecto entre el incremento de fugas y la situación a la que nos estamos refiriendo. Como reflejo de un sobresaltado sentimiento de inseguridad, que se contagia tanto a la gran masa de la población como a las altas jerarquías de la administración, viene cuando menos interpretándose el vasto programa de amurallamiento y fortificación de ciertos núcleos estratégicos (Elimberris, Elusa, Aquis Tarbellicis, Lactora, Iluro, Beneharnum, Lugdunum Convenarum, Lapurdum, Pompaelo, Calagurris, Iruña, Vareia, etc.), que bajo la iniciativa de la administración se desarrolla de modo febril desde las últimas décadas del s. III. De lo que caben menos dudas es de que tan costosas obras de fortificación van a repercutir muy desfavorablemente en el giro económico de las ciudades, pues correrán fundamentalmente a expensas de éstas y de los moradores de sus respectivos territorios.

Bajo Constantino y la dinastía constantiniana. Pero, aunque bajo el signo de la crisis estructural del Bajo Imperio -cuyo costo social se hará sentir sobre todo en el pequeño y mediano propietario rural y en el ordo curial de las ciudades- y no sin exteriorizar evidentes y sin duda costosas precauciones defensivas, la vida parece desenvolverse con normalidad en el área durante los decenios siguientes y a lo largo del s. IV, sin que lo afecten, por las trazas, ni las luchas por el poder que conmueven intermitentemente el escenario político a todo lo largo del s. IV, ni las noticias de las catástrofes que, al paso de Hunos y Godos, se ciernen desoladoramente sobre las partes orientales del Imperio. Continúan, en efecto, produciéndose todavía los testimonios epigráficos, acreditativos del interés que merecen a la administración las obras de acondicionamiento de vías; y abundan, sobre eso, los testigos-literarios, arqueológicos (villae de Liédena, Soto del Ramalete, Falces, Funes, Sádaba, Cabriana, Lalonquette, Sorde-l'Abbaye, Séviac, Saint-Michel de-Lescar, Bielle, etc.), onomásticos (abundante toponimia en-ano, -ana, -ain, -an, etc., cuyo arranque temporal cabría fijar por esos años)- que evidencian una pujante actividad en el sector agrícola, aunque condicionada por la referida tendencia a la autarquía y a la ruralización. La pujanza del sector, que canaliza de manera creciente los flujos inversores, parece traducirse, ante todo, en un nuevo avance -incontenible- del proceso roturador y agrarizador, que vendría a afectar a zonas cada vez más interiores del área, según parecen dar a entender ciertas investigaciones toponomásticas. Pero el hecho más definitorio de la historia agrícola de esos años viene a ser el de la consolidación plena de la tendencia -apuntada ya en el siglo anterior- hacia la constitución de una poderosa estructura de base latifundista, estructura que se asienta en unos fundi progresivamente ampliados con asignaciones de nuevas tierras del ager provincialis o por adquisición de las de aquéllos a los que la presión fiscal u otras razones condenan al endeudamiento y a la enajenación de las mismas. El período conoce, por otro lado, una creciente implantación de la religión cristiana -presente ya en algún punto como Calagurris desde los días de Tetrarquía-, siendo una realidad para finales del s. IV la existencia de Iglesias episcopales y de otras quizá de rango presbiteral o diaconal tanto en la línea del Ebro (Calagurris, Osca, presumiblemente Tritium y Virovesca), como en la plana novempopulana (Lugdunum Convenarum, Elusa y probablemente Boios, Aquis, Beneharnum y Atura).