Concept

Romanización (version de 1996)

Transformaciones operadas durante el período colonial romano I.

El viejo sustrato étnico y los nuevos aportes demográficos. Apenas puede haber lugar a dudas, en una consideración del hecho a escala global, sobre que la acción secular de Roma en el área -que se traduce, como se sabe, en un formidable incremento de su capacidad productiva- no vaya a significarse también por un gran auge de población. Sólo que, rastreable a partir de múltiples indicios, tal auge parece hoy difícilmente cuantificable. Entre los factores estrictamente demográficos que inciden en esa dinámica poblacional, no cabe olvidar, entre los de incidencia positiva, la inmigración del elemento foráneo, romano o romanizado (veteranos, funcionarios, mercaderes, etc.), que hace tangible en el área la presencia tutelar de Roma y/o participa en la activación de los procesos económicos; como tampoco, entre los de incidencia más negativa, el enrolamiento de jóvenes nativos en el ejército, copiosamente documentado en los primeros tiempos del período colonial. Pero, todo sumado y supuesta la transformación del complejo económico y social por la acción de Roma, no parece sino que la historia demográfica del área durante la etapa colonial ha de ser explicada en esencia en función de factores endógenos. Por importante, en efecto, que haya podido ser el elemento foráneo como activador de los procesos de cambio que van a posibilitar el crecimiento, no parece que su incidencia -a nivel estrictamente demográfico- exceda en ningún momento la consideración de una corta élite emprendedora, más o menos aislada en medio de la gran masa autóctona. Nada de cambios profundos a este respecto: el viejo sustrato étnico prelatino -con los grados de mestizaje que se le supongan- pervive básicamente intocado durante el período colonial, y es a él a quien hay que atribuir el crecimiento, cualquiera que haya sido. Poco cabe añadir, por lo demás, a no ser a título puramente conjetural, sobre la forma en que se reparte en el espacio el crecimiento del período romano. A juzgar por la densidad relativa de los vestigios de hábitats a remontar al mismo, no cabe dudar de que tal crecimiento beneficia justamente las zonas que, según quedó consignado, privilegia la colonización romana, que son por otro lado -no lo olvidemos- las que conocen más plenamente las transformaciones de orden económico y social, que lo posibilitan en mayor grado. De tiempo atrás viene señalándose en este sentido el efecto vertebrador del poblamiento, que, según evidencian los mapas de dispersión de los referidos hábitats, cumplen los grandes ejes viarios -los de Tarraco-Virovesca, Asturica-Burdigala, Tolosa-Lugdunum Convenarum-Aquis Tarbellicis, por ej.-, y sobre todo, en aquellos tramos de su recorrido, que se presentan de mejores perspectivas desde el punto de vista del rendimiento agrícola.

Pervivencias y mutaciones en las formas de poblamiento. Desde una consideración global -a nivel de toda el área- de los procesos de ocupación y aprovechamiento del suelo, hay que hablar tanto de un legado que pervive -más o menos inalterado en sus expresiones o componentes formales y en la extensión de sus áreas de manifestación-, como de las formas nuevas -sólo relativamente nuevas, quizá- que induce el proceso colonizador, con índices harto desiguales de intensidad en las varias zonas. Pervive ciertamente el pastoreo nómada de tradición dolménica y protohistórica, aunque reducido en sus áreas de manifestación. Más problemática parece la suerte de los poblados al aire libre, de tradición dolménica, que, desarrollando formas mixtas de economía y anclados en las formas culturales del Bronce perdurante, parecen subsistir, de forma siquiera residual, en ciertas zonas del lado meridional del área junto a los poblados de cultura hallstáttica y celtibérica. Igualmente problemática la suerte de los castros u oppida de cultura celtibérica y/o hallstáttica, que en el inmediato período precolonial llegan a dominar, por las trazas, la vida de amplias zonas del lado meridional y de alguna que otra del lado aquitano. Son comprensibles los recelos de la administración romana ante tales castros y oppida, al ser éstos los que en la fase de la conquista protagonizan en general el movimiento de resistencia al invasor. Lo que sea de ello, las soluciones adoptadas por éste en cada caso parecen depender del partido o papel que juega el poblado concernido en los días de la conquista: algunos son eliminados sin más, siendo obligados sus moradores a hallar acomodo en otros asentamientos en el llano; otros son respetados, pero viendo erguirse frente a frente, en el llano, otro concebido según nuevos criterios políticos y urbanísticos, etc. Lo que de todos modos resulta más difícil, en el estado actual de las investigaciones, es precisar la solución que se aplica en cada caso y en términos percentuales. Mas, junto a lo que puede ser estimado como herencia más o menos disminuida de tiempos pasados, el área conoce el desenvolvimiento de otras formas de hábitat, que hay que inscribir de lleno en lo que entendemos como complejo cultural latinoromano. Unas se relacionan con el medio rural, y son las que nacen y se desarrollan al calor del proceso agrarizador que conoce el área durante la pax. Su expresión más caracterizada viene a ser el fundus que engloba a la villa -rustica o urbana- y eventualmente a uno o más vici. Otras formas de hábitat, a referir a lo romano, se inscriben en lo que de manera más o menos adecuada cabe caracterizar como hecho urbano, el que en sus expresiones -inspiradas por lo común en el synoikismos- puede, sin embargo, cobrar formas un tanto diferentes: hay poblados de nueva planta, aglomeraciones o barriadas que surgen a los pies o sobre el emplazamiento de los primitivos castros u oppida...

El sistema productivo: entre la revolución y la rutina de las viejas formas residuales. Así formulado, el epígrafe reclama la atención sobre algo que hemos venido subrayando, hasta parecer quizá reiterativos, en otros puntos de este artículo: la realidad de procesos muy diferentes -por razones que saltan a la vista a estas alturas de este trabajo- en unas zonas y otras del área en estudio. El aviso debe servir para prevenir ya de entrada contra lo que en el tenor de las líneas que siguen pueda haber de cómodas generalizaciones que den pie a impresiones más o menos engañosas sobre los logros del proceso romanizador en el área en su conjunto: logros grandes, sin duda, en unas zonas, hasta justificar que pueda recurrirse al término revolución, que se ha deslizado en el enunciado del epígrafe; lo que, empero, no debe ser razón -so pena de que se condene uno a no entender nada de la posterior historia del área- para ignorar que contemporáneamente algunas comunidades del mundo circumpirenaico occidental se desenvuelven todavía en un nivel cultural a referir básicamente al Bronce perdurante y se despiden del período colonial con apenas unas leves trazas de tardía y superficial romanización. Ahora bien, al tratar de definir de forma más precisa las varias zonas de desarrollo diferenciado, un primer punto de referencia esencial viene dado por la adscripción más o menos plena de cada una de ellas a uno u otro de los dos ámbitos en que desde el punto de vista de la morfología cultural venimos dividiendo el área en estudio: el del ager o espacio agrarizado y el del saltus.

El ager, zona de elección de la presencia y colonización romana, es el que más decisivamente va a sufrir en su sistema productivo las transformaciones que induce aquélla:
a) Extraordinario florecimiento de la actividad agropecuaria, puesto en evidencia por las investigaciones arqueológicas y toponomásticas, y que se traduce en la introducción y/o generalización de muchas e importantes innovaciones tecnológicas, de tradición mediterránea. El modelo agrarizador que privilegia el colono romano alterna el cultivo extensivo del cereal con el de la vid, el olivo, los frutales y los productos de huerta, según especializaciones zonales o regionales, y, actuado a través de los fundi -de varia concreción material y definición jurídico-formal a lo largo de los siglos de dominación romana- acabará marcando de modo indeleble la fisonomía de amplias zonas del área.
b) Notable desarrollo de empresas de explotación minera y forestal, y no menor de ciertas industrias artesanales (metalurgia, cerámica, textil...).
c) Nacimiento y activación de importantes corrientes de cambios, que pueden valerse de una compacta red de comunicaciones por vía terrestre, fluvial y marítima, y de la creciente boga de la circulación monetaria.

El saltus ofrece un espectáculo sensiblemente diferente, el que, aun a fines del período colonial, se diría no diferir apenas del Bronce perdurante o del Hierro hallstáttico, que Estrabón, hablando en general de los pueblos del N. peninsular, describe hacia comienzos de nuestra Era. Se trataría de comunidades en cuyo régimen económico parece importante todavía -si no hegemónica- la parte que conjuntamente se reservan la recolección de frutos naturales, la caza y/o el marisqueo (esto en la zona litoral) y, desde luego, la ganadería. No es que desconozcan todo rudimento de agricultura; pero tampoco faltan razones que empujen a pensar en una incidencia mínima de tal actividad agricultora en el hacer económico de las mismas

Las jerarquías sociales. La era de transformaciones que significa en lo económico el período colonial se dobla, como no puede menos de ser, de otra de reestructuración de la realidad social -en el marco familiar, de la gens, de la civitas- con arreglo a unos nuevos patrones que actúan más o menos disgregadoramente sobre las primitivas formas organizativas indígenas y activan en todo caso el proceso de diversificación social. No hará falta, sin embargo, insistir en que la situación resultante puede variar no poco de unas zonas a otras, en razón de diversos factores (distinto punto de evolución que representa en lo socioeconómico cada zona en la fase prerromana; diversa intensidad con que lo romano se hace sentir en ellas, etc.):

a) En las zonas en que se revela con mayor eficacia la impronta colonial romana (es decir, en el medio urbano y en el ager en general), no resulta difícil rastrear, a través de la fuentes, las trazas de una ordenación de la sociedad, que se ajusta con mayor o menor rigor a los esquemas clásicos vigentes en cada momento. Las fuentes, ante todo, no dejan la mínima duda en punto a la vigencia y operatividad del modelo romano de relaciones familiares, en el que, como se sabe, es el pater familias el que acumula en sí todos los derechos y prerrogativas, y en el que la institución familiar viene a ser, por otro lado, el medio ordinario a través del cual se hereda el status social individual, con sus privilegios y limitaciones. Tampoco dejan dudar las fuentes sobre la vigencia y operatividad de los criterios clásicos de ordenación de la sociedad: en la cúspide, los ciudadanos romanos de derecho pleno -reconocibles a menudo a través de los tria nomina-, entre los que, empero, ni faltan los pertenecientes a los ordines (senatores, equites, decuriones), ni los que se debaten en situaciones mucho más modestas (plebs urbana y rustica); los ingenui o libres de condición peregrina, luego, aunque es de suponer que bajo esta definición jurídica se encubren asimismo situaciones harto diversas en lo que respecta a las condiciones reales de trabajo o al nivel de rentas de los que participan de la misma; en fin, los libertos y esclavos, quienes pueden igualmente arrastrar destinos no poco diferenciados desde el punto de vista de las condiciones de vida e incluso de la consideración social, aun dentro de ese estrato ínfimo. Ahora bien, un rasgo bien señero de la historia social romana en su evolución bajoimperial (caracterizada por la implantación progresiva del régimen de colonato) viene a ser el de la progresiva devaluación -como criterio definitorio del puesto de cada cual en la escala social- de las viejas definiciones de corte y acento jurídico, que insisten en la radical diferencia entre hombres libres y no-libres, al tiempo que se perfilaría como contradicción esencial del sistema el que resulta entre honestiores -representantes de los antiguos tres ordines y los de las gentes de posición media en general-, por un lado, y humiliores -la plebs urbana y rustica, los pequeños propietarios agrícolas endeudados, los colonos, etc.-, por otro.
b) Pero, como dicho, junto a las zonas de temprana y persistente manifestación de los intereses coloniales, en las que las nuevas formas económicas y de propiedad, ligadas a los mismos, se desenvuelven con mayor pujanza (hasta constituirse en preponderantes y relegar lo indígena a la condición de forma más o menos residual), hay otras, de menor poder de atracción para el colonizador romano y, en todo caso, más alejadas de los centros donde los intereses coloniales se revelan más consistentes, en las que las primitivas formas de organización social parecen mantenerse mucho más enteras, hasta reducir las manifestaciones de lo romano a ese nivel a episodios sin mayor trascendencia.
c) Y junto a esta variable -espacial, diríamos-, habría que tener todavía en cuenta la que resulta del diverso grado de incidencia disgregadora con que dentro de una misma zona se produciría lo romano sobre los varios planos o esferas de manifestación de lo indígena preexistente, diversidad que vendría condicionada por el mayor o menor grado de tolerancia o compatibilidad que presentarían éstos frente a los grandes cuadros que velis nolis trata de imponer la administración romana. Lo que pasa es que hoy por hoy ni siquiera llegamos a formarnos una idea mínimamente precisa del hipotético punto de partida (es decir, de ese ordenamiento social prerromano, de cuyas pervivencias o mutaciones a lo largo y al cabo del proceso colonizador habríamos de tratar aquí), y sólo las genéricas referencias de los autores bajoimperiales sobre ciertos pueblos del área -referencias que, por supuesto, hay que interpretar a la luz de cuanto por lo demás se sabe sobre la suerte que corre la misma en la Antigüedad Tardía-permiten que podamos hablar in genere y con cierto margen de seguridad sobre el hecho de tales pervivencias, de cuyo contenido preciso, empero, casi nada podríamos avanzar aquí, a no ser a título meramente hipotético. Algo más se deja entrever -a la luz de testimonios epigráficos e investigaciones arqueológicas y toponomásticas- sobre el hecho de las transformaciones: referencias a la civitas de origen como elemento de identificación personal, progresiva implantación de las formas de propiedad privada y del Estado, sistema de filiación...