Léxico

LIBRO

La liberalización del libro: siglo XVIII. El siglo XVIII europeo supuso uno de los períodos más brillantes de la historia del libro, en contraste con la decadencia que había supuesto el siglo XVII. En primer lugar se secularizó su temática. Los libros religiosos que habían supuesto una mayoría abrumadora en los modelos iniciales de la imprenta, terminó siendo menos de la tercera parte de la producción. Un descenso todavía mayor experimentaron las obras en latín, ya que las lenguas vernáculas se abrían paso en las obras de los grandes autores de las literaturas nacionales y en las obras de pensamiento. La curiosidad científica, el interés por toda clase de conocimiento y la razón como base de la felicidad fueron los pilares sobre los que se cimentaron el auge de las enciclopedias metódicas y diccionarios enciclopédicos y de la que sería máximo exponente la Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, dirigidas por Denis Diderot y auxiliado por el matemático Jean le Rond d'Alembert, cuyo primer volumen se publicó en 1751. La obra dirigida por Diderot quedó completa con treinta y cinco volúmenes: diecisiete de texto y once de láminas, cinco suplementos --cuatro de texto y uno de láminas- y dos índices. En el siglo de las luces el libro mejoró notablemente la calidad de las impresiones, particularmente en Francia, Italia y España, donde se desarrolla un gusto por libro caro, de buen papel, bien impreso, formato grande e ilustraciones, no sólo en frontispicios, cabeceras y remates, sino también dentro del texto. Los clásicos franceses, Moliére, Racine y Corneille, son editados en lujosas ediciones sustituyendo a las pobres del siglo anterior. Inglaterra, por su parte, se preocupa por mejorar la arquitectura tipográfica del libro, una buena impresión sobre un buen papel y un buen texto, sin grabados. En el estado español mejoró también la calidad e impresión de los libros, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo. El comercio librero se vio favorecido por las medidas liberalizadoras dispuestas por Carlos III: fin de la tasación de los libros y reconocimiento exclusivo del privilegio de imprimir al autor. Todo ello contribuyó sin duda a la aparición de notables impresores y editores: Joaquín Ibarra Martín, que imprimió una edición bilingüe de La Conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta, de Cayo Salustio Crispo, impresa en cursiva, con el texto latino a pie de página en redonda de cuerpo inferior, con abundantes grabados, en opinión de algunos la mejor obra impresa en la Península, y El Quijote (1780), en cuatro volúmenes, por encargo de la Real Academia Española; Antonio Sancha, gran impresor y quizá el primer editor, entre sus obras están los nueve volúmenes de la antología del Parnaso Español; Benito Monfort, Francisco Manuel de Mena, impresor de los periódicos La Gaceta de Madrid y El Mercurio Histórico y Político, cuya imprenta se transformó a su muerte en imprenta real, etc. En el País Vasco, entre los libros más importantes que se imprimieron y de mayor significación posterior para la literatura y la cultura vasca, están las obras del padre Larramendi, De la Antigüedad y Universalidad del Bascuenze en España: de sus perfecciones y ventajas sobre otras muchas lenguas y el Diccionario Trilingüe del Castellano, Bascuenze y Latín. Dice Patxi Urkizu refiriéndose a Larramendi que «sin duda alguna la obra global del P. Larramendi es la más importante del siglo, así como su huella en escritores posteriores, rastros que han formado la llamada escuela larramendiana formada por Cardaberaz, Mendiburu, Añibarro, Moguel, Astarloa, etc.».