Concepto

Carnaval (versión de 1977)

Domingo, lunes y martes. En Latasa, Imoz (Nav.), unos 25 ó 30 txatxuak hacían una cuestación. El txatxua se tapaba la cara con un trapo y un sombrero de paja y una bata de mujer, llevando en la mano un palo provisto de una vejiga inflada en su punta para pegar a los niños. Los tres días a la tarde se bailaba el ingurutxo. Había comida y cena con lo recaudado y un ternero. En Echaleku, Nav., se repetían los ceremoniosos carnavales del domingo con su ingurutxo, cuestaciones y cenas e invitaciones. El martes el amarretako o almuerzo se celebraba en la casa parroquial, incluido el cura que costeaba el vino. Se bailaba la jota-dantza. A la romería seguía el mutiko-dantza y el gizon-dantza. En Leiza, Nav., se disfrazaba también a los caballos. Los muchachos postulaban el lunes y martes, calle y caseríos respectivamente, para reunir comidas para dos días. Los atxoak o máscaras se desenmascaraban al toque de oración (amezkilla). Subsisten ahora, transformados los carnavales en Festa Txikiak, con romerías y cuestaciones pero sin máscaras. En Aleso, Nav., finalizaban con un ingurutxo. En Beruete, Nav., se hacía kalejira e ingurutxo con presentación de chicas a las que obsequiaban con azucarillos y rosquillas, hasta el toque de oración, illun-ezkille. Se repetía los tres días siguientes. El martes el párroco se sentaba a la mesa con los mozos y a la tarde estos invitaban a las chicas con un chocolate y, por su parte el Concejo preparaba izorrakapote, vino cocido con canela, higos y azúcar para todo el que quisiera. En Tolosa ha sido siempre clásica la corrida del toro embolado o sokamuturra no sin percances y vicisitudes históricas por parte de las autoridades durante los últimos siglos. Tolosa y San Sebastián llevaron fama de carnavaleras. Predominaron, sin embargo, el recorrido de bandas, los desfiles de comparsas, carrozas y máscaras de toda laya con culminación en la Plaza de Toros, con la corrida del Toro del aguardiente y en la calle, a la noche la corrida del soka-muturra y cuatro novillos embolados. Del carnaval donostiarra nos dice Arozamena que era, en su tiempo, uno de los más importantes de Europa y que superaba a los de Niza y de Venecia en cuanto a imaginación de grupos y comparsería. El poeta de estos carnavales fue Juan Vicente Echegaray quien preparaba lo que había de cantarse. Fueron famosos la comparsa de jardineros de 1816 y en conjunto los carnavales de 1814. En 1827 se incorporaron a la cabalgata las comparsas de gitanos, estudiantes de Salamanca y caldereros turcos. Los oficios, los artesanos, los panaderos franceses, los manolos y los ciegos valencianos tenían sus cantos propios. El 1828, con motivo de la visita de los reyes, Fernando y Amalia, se hizo un auténtico carnaval. En 1882 se organiza la llegada de Momo. 24 números componían la comitiva de comparsas y carrozas. Los carnavales bilbaínos corrían paralelos a los donostiarras. Los preparaban las sociedades populares tales como «La Bohemia» integrada por chirenes contertulios de «El Porrón» y la denominada «Los Cesantes» que iba en carro tirado por una caballería y vestidos de levita y copa alta, pero muy raídos. La introducción musical consistía en raspar una llave de abrir latas sobre un rallador de pan. Comparsa muy pintoresca fue «La Goleta», agrupación filarmónica-callejera pirata-agresiva hasta en sus cantos. Estas comparsas eran numerosísimas. Fueron desapareciendo a una con los carnavales. El domingo de Quincuagésima es día de comilonas y cuestaciones. La música empleada generalmente es el txistu y el acordeón y en las montañas navarras la guitarra y acordeón. El día se pasa entre comida, taberna, merienda y cena. La pobreza económica de fines y principios de siglo hacía más apreciables y codiciadas las longanizas, tocino, lomo y gallinas que en el resto del año no se veían sino en ciertos días de fiesta. Estas cuestaciones solían tener su bolsero que era quien retenía las cotizaciones y atendía los gastos.