Motivos de la expedición de Carlomagno. Era el 777, Carlomagno había reunido en Paderborn una Asamblea donde iba a recibir la sumisión de los sajones vencidos después de dura lucha. Con esta expedición a Sajonia daba cima a las dos empresas militares emprendidas por su padre Pipino: la de Sajonia y la de Italia. El rey Carlos tenía en esta ocasión un momento de respiro para escudriñar por qué lado de sus fronteras podría ensanchar su imperio en ciernes. Y en ese momento oportuno llegan a la Asamblea, como consignan los «Annales Regii», dos jefes sarracenos, Ibn al-Arabi (Suleiman), wali de Zaragoza, y el hijo de Yuseph, acompañado de su yerno. Los nuevos «Annales Regii», escritos veinte años después, hacia 805, añaden algo más: «En el mismo lugar (Paderborn) y tiempo, vino a la presencia del rey un sarraceno de Hispania llamado Ibin al-Arabi, con otros sarracenos amigos suyos, entregándose junto con las ciudades que les había encomendado el rey de los sarracenos». Pero, los «Anales Mettenses», escritos más o menos en la misma fecha que los nuevos «Annales», añaden que Suleimán ibn al-Arabi regía las ciudades de Barcelona y de Gerona. Quiere esto decir que la confabulación de jefes musulmanes abarcaba aproximadamente la cuenca del Ebro, la vieja Hispania Tarraconense de los romanos. «...Solinan quoque dux sarracenorum, qui Barchilonan Gerundamque civitatem regebat. Pippini se cum omnibus quae habebat dominationi sub ditit». Los nuevos «Annales» dan el dato interesante de que el rey Carlos se decidió a venir con la esperanza de apoderarse de algunas ciudades, indudablemente, las ofrecidas por los jefes musulmanes para sustraerse al poder absorbente de Abderramán I. Aunque todas estas fuentes se nutren de una original más antigua, no deja de ser interesante ver cómo van aflorando las verdaderas motivaciones y cómo se van elaborando las justificaciones adecuadas. El hecho se va recubriendo de una dignidad que no tiene. El Poeta Saxo, o Sajón, también deja ver los motivos imperialistas de Carlos: Tunc sarracenus quidam perveneret illuc,Nomine qui patrio dictus fuit Ibinalarbi.Hic cum non paucis sociis ac civibus, ipsumQui comitabantur, fines regiones HiberaeLinquentem, Carolo se dedidit, ac simul urbesRex Sarracenus quibus hunc praefecerat olim.Hortatu Sarraceni cum se memoratiHispanias urbes quasdam sibi subdere posseHaud frustra speraret, eo sua maxima coepitAgmina per celsos Wasconum ducere montes. (Poeta Saxonis, Annalium de Gestis Karoli Magni Imperatoris, Bouquet, «Recueil...» t. V; De. G. H. Pertz, M. G. H. S. I., Hannover, 1826, pp. 234). Entonces se allegó a donde él un cierto Sarraceno que en su idioma patrio era llamado Ibin Alarbi (Ibn al-Arabi). Este tal, con no pocos socios y ciudadanos que le acompañaban al dejar los confines de la región ibera, se entregó a Carlos y juntamente las ciudades sobre las que en lo antiguo mandaba el rey sarraceno. Esperando, por las exhortaciones del mencionado Sarraceno y no en vano- el que pudiera someter bajo su poder algunas de las ciudades hispanas. Pero Carlomagno pasaba por ser un monarca cristianísimo. Surgen públicamente los motivos religiosos hábilmente explotados. Carlomagno escribió al papa Adriano en mayo del 778, cuando la expedición se hallaba camino del Pirineo. La carta ha desaparecido pero se conserva la contestación del Papa. Dice Adriano que se conduele del caso y que rezará por su éxito y por su feliz y victorioso retorno al reino. Mucho más tarde, dieciséis años después, el cristianísimo rey va dorando su hecho de armas hasta tratar de convertirlo en una expedición para salvar a la Iglesia del dominio infiel, una especie de Cruzada. Se celebraba en 794 el Concilio de Frankfurt para tratar de las doctrinas adopcionistas de la Iglesia toledana. El rey Carlos escribe una carta a Elipando, que era el metropolitano de Toledo, en la que deplora sus doctrinas y, de paso, le recuerda algo que parece relacionado con la motivación de la expedición de Roncesvalles, pero elaborada a posteriori de los hechos. Estas motivaciones encontraron rápidamente eco en los nuevos cronistas. Así, las acogen inmediatamente los «Ann. Mettenses», el «Astrónomo» y la «Vida de San Genulphe». El feo asunto militar queda ahora dorado de altas miras que justifiquen el proceder de Carlos. ¿Y en Vasconia? ¿Y en Aquitania? ¿Y en Sajonia? ¿Y en Baviera? Así se expresa, p. ej., el analista mettense: «Anno Dominicae Incarnationis DCCLXXVIII, Rex Carolus motus precibus, immo querelis Christianorum, qui erant in Hispania sub yugo severissimorum Sarracenorum, exercitum in Hispaniam duxit». (Ann, Mattens, prior, «D. Bouquet», V, p. 343). El año 778 de la Encarnación del Señor, el rey Carlos, movido por las súplicas y las lamentaciones de los cristianos que estaban en Hispania bajo el yugo de los crueles sarracenos, entró con su ejército en Hispania. Se ha olvidado ya que Carlomagno fue a Zaragoza a petición de los walis musulmanes presididos por Suleimán al-Arabi y no por los cristianos. De una parte están las verdaderas intenciones de Carlomagno, y de otra, las de los reyezuelos musulmanes sumidos en luchas de tribus y de independencias. Las fuentes musulmanas y cristianas coinciden en que Ibn al-Arabi y sus amigos deseaban ayuda para hacer frente al absorbente Abderramán I a cambio de encomendarse, ellos y sus ciudades, al amparo del rey franco. Es indudable que lo que buscaban era su independencia al amparo de uno y frente al otro. Como observa Ramón de Abadal, «prometer mucho, dar poco, y sacar el máximo». Pero las intenciones de Carlomagno podían ser completamente diferentes. Hacía mucho que la frontera franco-musulmana vivía en calma. Desde la toma por los francos de la Septimania y Narbona (año 759) no había habido incidencias armadas. Pero la pretensión franca era el Ebro por frontera. En el lado atlántico Vasconia había sido sometida y sojuzgada en 768, luego era lógico para los francos el dominio completo de la vertiente pirenaica del Ebro. En este momento Carlos había terminado -como se ha dicho ya- sus empresas militares sobre Sajonia e Italia. La oportunidad de llevar las fronteras de sus dominios al Ebro era para no perderla. Carlomagno se proponía, no solamente «apoderarse de algunas ciudades», sino asentar dicha frontera, y como hábil político que era, aprovechaba toda disidencia en Al-Andalus. «Nam antea adhuc in Saxonia positii receperat legationem sarracenorum in qua fuit Ibn el Arabi et filius de Yusefi, qui latine dicitur Jeseph». (Adon. Vienn., Chron. «D. Bouquet, Recueil», t. II). Porque ya antes, cuando se hallaba en Sajonia, había recibido una legación de los Sarracenos, en la que figuraban Ibn el Arabi y el hijo de Yusef, que equivale al latino «Joseph. En ese año Sulaiman ibn Yakzan el Quelbi indujo a Carlos, rey de Alfaranja, a ir al territorio de los musulmanes españoles». (Ibn. al. Athir). Carlos pensó y volvió a pensar en aquella proposición musulmana, tan atrayente y cautivadora, durante todo lo que faltaba del año 777, pasando tranquilamente las Navidades en Duziaco, Douzy, cerca de Sedán (Ardena al norte de Francia). Al fin se decide y se pone de acuerdo con los jeques ibéricos para ultimar los detalles de la expedición militar y de la entrega de las ciudades. El ejército no podía hallarse en mejor situación ya que se hallaba entrenadísimo en la lucha contra los sajones y engrosado notablemente con las nuevas conquistas. La expedición tendría lugar en la primavera.