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Argentina

Los emigrantes vascos, la mayor parte, se dirigían a la Pampa, a la esquila de las ovejas. Era el tiempo en que la lana se regalaba. Más tarde la vendían a los esquiladores y éstos la llevaban a Buenos Aires. Llegaban hasta las estancias más alejadas, fronterizas con tierras de indios. Firmaban contratos con los ganaderos y éstos les daban mano libre sobre toda res que no llevara marca. Con la guerra de Crimea subieron los cueros y estos vascos buscadores de pieles sacaban buenos beneficios. La convivencia del vasco con el gaucho se realiza a base de paciencia y buen trato. El vasco se hace enseñar por él a galopar por las pampas, a manejar las boleadoras, el rebenque, el lazo, la macana, el arreador y el cuchillo. (Informe de Juan Salvador Jaca al P. Lhande). El sistema de entroncamiento en las "estancias" fue el tradicional vasco, el de entrar de pastor e iniciar su rebaño en el seno del gran rebaño del dueño. Por otra parte se buscaba a los vascos para los puestos de mayordomos o capataces.

Un gran importador de vascos de esta época fue Pedro Ordoqui, nacido en el caserío de Erreka-Txiki, "en las montañas del Ernio que gravitan sobre Tolosa, en Gipuzkoa." (C. del Esla). En Bolívar, al pie de las vías del Midlans, hay un pueblo que lleva su nombre. Hacía grandes arreos de ganado. No contaba nunca las leguas de camino, si al final del mismo venteaba un buen negocio. Tiempos de mucho ganado cimarrón, de campos sin alambrar, de excitantes aventuras. La zona del partido de Bolívar que linda con Carlos Casares fue colonizada por Pedro Ordoqui. Hizo 71 travesías del Atlántico en su empeño de vaciar Gipuzkoa. Para demostrar la riqueza de la Argentina, en uno de sus viajes llevó las bodegas llenas de ovejas. Al llegar a Pasajes las soltó en el puerto e invadieron los muelles. La noticia llegó hasta los más lejanos caseríos y con ella la promesa de inmensas riquezas al otro lado del mar. Luego aparecieron las brigadas de alambradores vascos que cerraron las grandes propiedades argentinas e hicieron posible la cría de razas seleccionadas.

En dos relatos de Pablo Ortiz, El milagroso salto del ñandú y El vasco alambrador de Malal Tuel (1935), se pinta la vida del estanciero vasco y la de un alambrador, prototipo de aquellos que recorrían miles de kilómetros cerrando las estancias. De esta masa de pastores, capataces y alambradores surgieron los grandes estancieros.

"Con frecuencia el vasco contratista de setos de alambre cobraba el importe de su trabajo en vastas extensiones de tierra. Y metía allí sus ovejas, el excedente de la reproducción del primer campo poblado. Comenzaba a formar sus grandes rebaños futuros; iniciaba la bola de nieve".

(Grandmontagne Otaegui. Los inmigrantes prósperos).

El vasco tuvo en seguida la colaboración de la vasca. Surgieron las fondas vascas allá donde había ya un núcleo de población. Los ingresos se duplicaban y todo lo empleaban en comprar tierra. La mejor tierra de las pampas, pues nadie la conocía mejor que el alambrador que, al hacer los hoyos, observaba su calidad y la existencia de agua.

El imperio vasco se extendió por inmensas extensiones, tanto como se lo permitió su enérgica actividad. Aparecieron las grandes dinastías terratenientes, los Anchorena, Unzué, Alzaga, Luro, Lezama, Zubiaurre, son cabezas visibles de este mundo fabuloso. A la vez surgió el ya legendario lechero vasco en torno a Buenos Aires. Empezaban comprando algunas vacas y estableciéndose cerca de los barrios bonaerenses, en pequeños tambos cercados de juncos entrelazados. Al amanecer, con los caballos cargados de lecheras, galopaban en animadas tropillas hacia la ciudad. Pronto el lechero vasco fue una verdadera institución y llegó un momento en que "lechero" y "vasco" fueron casi sinónimos. Como lógica consecuencia establecieron la industria de quesos y mantequillas, existiendo hoy día importantísimas firmas argentinas de este origen.

En tiempo del dictador Rosas, los lecheros vascos, armados de revólveres y makilas, sostuvieron sangrientas batallas con los gauchos azuzados contra los "lecheros gringos". Fue su época heroica y triunfante. (W. H. Koebel, L'Argentine moderne. M. Lesca, Les Basques et les Bearnais dans l'Argentine et l'Uruguay). Otros emigrantes vascos, aprovechando sus musculaturas atléticas, se hicieron cargadores (changadores) en los grandes puertos. Estos forzudos se hicieron célebres, contándose anécdotas admirativas, entre ellas la de uno que bajó en sus brazos una barrica bordelesa de 220 litros de vino, desde el puente del barco hasta su carro. Ante la escasez de piedra en Buenos Aires, muchos vascos se dedicaron a la fabricación de ladrillos. Los carlistas que emigraron después del abrazo de Vergara a la región del río de la Plata, se encontraron en la Argentina con la dictadura de Rosas, con toda su secuela de guerras locales. Y en el Uruguay con la "guerra larga" (nueve años) del general Oribe. La mayoría de ellos tuvo que enrolarse para poder subsistir. Salían de una guerra y entraban en otra.

Mejor suerte tendría la emigración nacionalista de la guerra del 36 que encontraría una América próspera y en paz. Un prototipo del vasco pionero de la Pampa fue el bajonavarro Pierre Luro, natural de Gamarta, que empieza trabajando en un "saladero". Con sus economías compra 200 hectáreas y un hato de ovejas. Pronto empieza a plantar árboles. Un rico estanciero vecino le propone que le plante árboles en su tierra pagándole un precio convenido por cada planta. El vasco le cubre de árboles 7.500 hectáreas. La suma que debía cobrar por su trabajo era superior al valor del terreno y el vecino le paga entregándole la tierra. Pronto se organiza rodeándose de un equipo de vascos y gauchos. Luro recorre las pampas y en una batalla campal con los indios le roban 5.000 reses, pero puede salvar su vida. Ambiciona aquellas buenas tierras que él ha visto, aún sin dueño, y espera una oportunidad. Esta se le presenta en 1879, cuando el Estado pone en venta millones de hectáreas. Luro logra comprar 500.000 hectáreas que hacen de él un gran propietario, próspero y progresista. Se cuenta que el gaucho Zubiaurre solía decir: "No hay más que dos gauchos en el país: yo y el vasco Luro". Luro crea prosperidad y riqueza y una gran familia. Un hijo suyo llegó a ser presidente de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires; otro gobernador de la Pampa y el tercero diputado presidente de la Comisión de Finanzas. (Lesca. Les Basques et les Bearnais dans la Republique Argentine. Cita del P. Lhande en L'Emigration Basque).

La industria cárnica de la Argentina, la más importante del mundo, es obra de la comunidad vasca. Hubo momento en que toda esta inmensa industria asentada en ambas orillas del río de la Plata (los "saladeros"), era totalmente vasca. El laburdino Sansinena es el primero en instalar la industria del frigorífico y sustituir la carne salada por la congelada.

"El vasco se incorpora sin condiciones, y desde el primer día, a la comunidad argentina. ¿Quién rehusaría admitir que la asimilación de esta raza noble, fuerte y sana como ninguna otra del mundo, no sea para la República una ventaja incomparable?"

(G. Daireau, El aprecio que se merece la inmigración vascongada. Buenos Aires, 1905).

El P. Lhande asegura que bajo esta aparente asimilación queda el vasco con su propia personalidad. El vasco sigue la táctica del "effacement" del pasar inadvertido, trabajando con tenacidad para asentarse firmemente en su nueva tierra. Pero cuando ya está arraigado y tiene fuerza social, sin dejar de beneficiar con sus empresas a la comunidad argentina, se agrupa en Centros Vascos o Vasco-Argentinos, para seguir cultivando sus esparcimientos favoritos, desde el folklore nativo hasta sus deportes viriles, su gastronomía, su lengua y su modo de ser. Y todas estas esencias o la mayor parte, las traspasa a sus descendientes ya argentinos.

José R. de Uriarte, en Quiénes son los baskos?, nos da una larga lista de estaciones de ferrocarril con nombres vascos, que indican el asentamiento de los vascos en aquellas tierras argentinas. Sólo daremos una muestra: "Aberastain, Acha, Agote, Aguirre, Alastuey, Alberdi, Alkaraz, Alkorta, Aldao, Allende, Almona, Alza, Alzogaray, Amenábar, Anasagasti, Anchorena, Anzoátegui, Arana. Aranguren, Arano, Arata, Arteaga, Askasubi, Arenaza, Arocena, Arraga, Atucha, Azkuénaga, Arauz, Ayerza, Baigorrita, Balsa, Basabilbaso, Basail, Basualdo, Bazán, Bedia, Bengolea, Bera, Berazategui, Bergara, Berra F. A., Berraondo, Berrotarán, Bértiz, Betbeder, Bordenabe, Bolíbar, Burzako, Carranza, Casares, Castro, Chabarría, Chilibroste, Chorroarin, Durañona, Echagüe, Echeberría, Egaña, Eguskiza, Elia, Elizalde, Elordi, Elortondo, Erezkano, Etchegoyen, Ezkurza, Euzkadi, Ezeiza, Ezpeleta...". Podríamos agregar otros nombres como línea férrea General Urquiza y línea férrea General Acha; aeropuerto de Eceiza, Parque Lezica y Parque Lezama, en Buenos Aires; Parque Iraola, en La Plata; Parque Urquiza y Base militar aérea Urquiza, en Paraná. En la lista interminable tendrían que ir: Playa y ciudad de Necochea, punta Loyola, puerto Aguirre, Olavarría, Zárate, Ordoqui, Guernica...

En 1848 no sabemos si ante el descubrimiento de oro en California o huyendo de las guerras civiles durante la dictadura de Rosas, dieciocho vascos parten de Buenos Aires hacia California. Al mando de un aldudarra apellidado Etchart atraviesan toda América a caballo. Pero en California, en lugar de dirigirse a los placeres auríferos se dedican a criar ovejas. Años más tarde Etchart regresa, rico, a Aldudes, en Baja Navarra y construye allí su hogar definitivo. A ninguno de estos vascos -nos dice Adrián Gachiteguy en Les basques dans l'Ouest Americain se le ocurrió escribir su gesta porque no le habían dado importancia. La aventura, la extravagancia, la apuesta, el alarde de fuerza, están latentes en esta raza fuerte como ninguna. El famoso "vasco de la carretilla", navarro, que dio la vuelta a la Argentina con un carro de mano hace pocos años, volvió recientemente a morir a su tierra.