Concepto

Historia del Arte. Pintura (versión de 1994)

La renovación de los 60. Muy importante para todo el arte vasco por lo que supone de dinamización y modernización fue la reconstrucción de la Basílica de Arantzazu, obra de los arquitectos Luis de Laorga y Sáenz de Oiza, en la que colaboraron los escultores Jorge Oteiza y Chillida y los pintores Lucio Muñoz y Néstor Basterrechea. La audacia de sus planteamientos provocó una gran polémica con los sectores más inmovilistas -tanto política como estéticamente-, que taparon las pinturas de Basterrechea y rechazaron los proyectos de Ibarrola, además de retrasar durante años la colocación de las esculturas del Friso de los Apóstoles, de Oteiza. Esta polémica desatada en torno a Arantzazu, de marcado carácter político- religioso pero también estético, habría de tener grandes consecuencias para la renovación del arte vasco. Agustín Ibarrola, nacido en 1926, va consolidándose como uno de los pintores clave de estos años. Estudia en Madrid con Vázquez Díaz, y participa de una idea de reivindicación de la pintura vasca cuyo referente emblemático es Arteta; postura que le acercará a Oteiza. Más tarde, en París, participa con el Equipo 57 (con Duarte y Duart) en sus investigaciones sobre la «Interactividad del espacio plástico». A esta fase de investigación abstracta sigue otra más comprometida con la situación social, ya durante su estancia en el País Vasco, en la que refleja el mundo de las fábricas y de la represión política. A principios de los años 60 surge «Estampa Popular», cuyo objetivo fue promover un lenguaje de denuncia pero sin renunciar a unas mínimas exigencias de investigación estética. En Vizcaya integran el grupo Ibarrola, Mari Dapena y Dionisio Blanco. Utilizan preferentemente el grabado xilográfico, que permite la difusión de gran cantidad de obras a bajo coste. En 1963 se publica Quosque Tandem. Esta construcción mítica sobre la estética y el alma vasca tuvo gran repercusión en los años 60 y 70. La identificación del arte vasco con el vacío, a partir del cromlech prehistórico actúa como estrategia de renovación y rechazo de un arte que basaba sus señas de identidad en un iconismo ya trasnochado. La escultura vasca adquirirá el mayor protagonismo que la pintura tuvo anteriormente (fenómeno común en Europa) y un fuerte componente constructivo se hace patente en sus seguidores. A mediados de los 60, a partir de una idea del propio Oteiza y con el impulso de Ibarrola, surgen los grupos de la llamada Escuela Vasca: Gaur en Guipúzcoa, Emen en Vizcaya y Orain en Alava, que pretendían coordinar los distintos núcleos artísticos en un mismo quehacer expositivo. Aunque el objetivo no se cumplió, sirvieron para abrir un debate entre los diferentes artistas y para afianzar las corrientes informalistas. El grupo Gaur estaba formado por los escultores Mendiburu, Basterrechea y Chillida, y los pintores Ruiz Balerdi, Amable Arias, Sistiaga y Zumeta, todos ellos muy orientados hacia la abstracción. Emen fue mucho más ecléctico que el anterior, y además de artistas militantes, como Ibarrola, Dapena, o Dionisio Blanco, participaron seguidores del paisajismo local y etnográfico: Cañada, García Ergüin, Iñurria, Olaortúa, etc. Además había un grupo de jóvenes artistas identificados con un arte no objetivo: Larrea, Carrera, Urrutia, Urquijo. Por el contrario, el grupo Orain, integrado por los pintores Ortiz de Elguea, Fraile y Mieg, el fotógrafo Schommer y el escultor Echevarría, resultó ser más selectivo, pues no admitía más que las opciones plásticas del momento. Danok, en Navarra, fue más un proyecto que una realidad, pese al esfuerzo del escultor José Uribarren y la pintora Isabel Baquedano. A finales de los años 60 se crean distintos grupos, como «Nueva Abstracción» en 1969, interesados en la pintura abstracta americana, o los grupos que siguen una línea tendente al minimal, como Zue (Mirantes, Morquillas y Alberto López) e Indar, que sin definición concreta recoge artistas de las cuatro provincias vascas. El debate artístico abierto por los grupos de la llamada Escuela Vasca, con un marcado carácter político, continúa en los años 70 en torno a acontecimientos de amplia repercusión, tales como las exposiciones de Barakaldo (I Muestra de Artes Plásticas, Exposición de Arte Vasco...) y los Encuentros de Pamplona. También se producen exposiciones importantes fuera del territorio, como la de México, 1970; la conflictiva Bienal de Venecia de 1976 o la Erakusketa organizada por la Fundación Orbegozo en 1980 (País Vasco, Madrid, Barcelona). La I Muestra de Artes Plásticas de Barakaldo se celebró en 1971, patrocinada por el Ayuntamiento y organizada por los críticos Moreno Galván y Santiago Amón. La muestra creó un fuerte conflicto en torno a la selección, supuestamente elitista, de los artistas, por lo que al año siguiente se celebró otra exposición abierta a la participación de todos. En esta Exposición de Arte Vasco, de 1972, tomaron parte no sólo artistas de renombre como Oteiza, Basterrechea, Ibarrola o Mari Paz Jiménez, sino también otros más jóvenes como Rementería, Iñaki de la Fuente, etc., y pintores más tradicionales como García Barrena o Gracenea. Los Encuentros de Pamplona, también en 1972, patrocinados por la familia Huarte, se organizaron con un marcado carácter interdisciplinar y con la pretensión de sacar el arte a la calle y acercarlo a la gente. La participación de artistas vascos estuvo también aquí teñida de polémicas y hubo ausencias significativas: Oteiza y Chillida no participaron por diferentes motivos, e Ibarrola retiró sus cuadros al ser censurada una obra de Dionisio Blanco. Desde el punto de vista plástico, la pintura de los años 60 se acoge a diversas tendencias, siendo mayor la incidencia renovadora del informalismo. Pero dada la presión del tiempo, modas y mercado de arte, así como un rechazo al estancamiento, los artistas en muchos casos, pasarán de unas tendencias a otras por lo que es relativa la adscripción que aquí se hace. Como representativo del realismo social podemos citar además de Ibarrola, a Dionisio Blanco. Una figuración menos didáctica, entre simbólica y crítica, supone la obra de Mari Puri Herrero, que comienza a ser conocida en estos años. Esta artista ha sabido compaginar su interesante obra pictórica con una singular aportación en el campo del grabado. También Ricardo Toja, paisajista de gran sensibilidad, puede verse relacionado con una pintura en la que se implica una particular visión del espacio vivido. De ello es claro ejemplo la «relectura» de Ucelay hecha por este último. Dentro de la tendencia del arte no figurativo hay que recordar la obra de Mari Paz Jiménez, pionera de la abstracción en Guipúzcoa. La pintura de Ruiz Balerdi, tal vez el mayor pintor vasco de los años 60-70, se nutre de sus conexiones con el mundo artístico de Madrid y París. En su obra se advierte la influencia del expresionismo abstracto. José Luis Zumeta que cambió su trayectoria de pintor abstracto ya asimilada, introduciéndose en otras direcciones más subjetivas, donde términos como figuración o abstracción pierden sentido. La pintura de Bonifacio Alfonso García sigue una línea abierta por el automatismo surrealista y retomada por el procedimiento gestual y expresionista del grupo Cobra. La pintura de José Antonio Sistiaga, de un gestualismo más contenido, podemos relacionarla con la abstracción americana. El pintor ya fallecido Amable Arias, cuya obra experimental se basa en combinaciones sutiles de poesía y pintura, puede cerrar esta larga serie de artistas guipuzcoanos. Enlazando con estos pintores, pero ya en los años 70, conviene recordar la pintura del también fallecido Carlos Sanz, que fue influida por la nueva figuración de Bacon. Su obra contiene delicadas veladuras y sugerencias puramente pictóricas dentro de una atmósfera inquietante donde la presencia del artista se hace dolorosamente palpable. En Vizcaya no puede hablarse del informalismo como tendencia artística de grupo, ya que se reduce a individualidades aisladas, como el refinado Ramos Uranga (también importante grabador) relacionado como B. Alfonso con el grupo abstracto de Cuenca, o Ramón de Vargas.