Concepto

Historia del Arte. Pintura (versión de 1994)

Un paisaje pintoresco. Al imponerse la moda romántica, el País Vasco de Francia, replegado sobre sí mismo, era poco conocido. Fueron necesarios Rostand en Arnaga y Claude Farrére en San Juan de Luz para crear, desde 1890 y 1900, toda una moda vasquizante y tipista. No bastó que el país contara con bellos rincones como el monte Larrún, a 921 metros de altura, la ermita de la Magdalena en Tardets (795 m.) o la espléndida subida del collado de Izpegi desde Saint-Etienne de Baigorry. Al original encanto de Bayona se unió siempre su interés como capital comercial y el hecho de ser una ciudad «encrucijada». Ocurrió con los humildes castilletes vascos algo semejante ya que no podían compararse, a ojos de los artistas, a castillos tales como el de Pau, por ejemplo. Sin embargo, nunca dejó de interesar un lugar como el Pas de Roland en Itxassou, tan romántico en sí. La costa vasca retuvo la atención de los viajeros por su pintoresquismo, a lo largo del trayecto de San Juan de Luz, Hendaya e Irún. Antes del segundo Imperio, y de la llegada de la emperatriz Eugenia de Montijo, Biarritz no era más que una aldehuela, pero tan bonita, con un océano soberbio, que asombró a diversos viajeros, por ejemplo, al mismísimo Victor Hugo, en 1843. Un caso menor fue el de Cambo, distanciada de las grandes rutas, pese a ser, por lo menos desde el s. XVI, una estación termal reputada (F. Michel, 1857). Lo cual no quita para que tuviera una gran variedad de paisajes. Grabados y litografías dominaron la era romántica y sus últimos vestigios en el segundo Imperio, pese a la renovación esencial procedente de la fotografía. De esta forma muchos grabados y litografías ensalzaron nuestros Pirineos vascos, deformándolos en muchas ocasiones. Esta era romántica, en el sentido amplio del término, estuvo dominada por el paisaje en tanto que paisaje en sí mismo y por la búsqueda simultánea de lo pintoresco, por ejemplo, el contrabando. El Contrabandista del rosellonés Llante se halla en el Museo Vasco de Bayona. Poco caso se hizo sin embargo, de los pastores del Pirineo vasco pese a que los pastores del Pirineo central fueran hechos célebres por Despourrins. Ferogio se inspiró en los mantequilleros de Ossun pero poca cosa parecida inspiró a los románticos vascos o enclavados en Iparralde. Lo mismo ocurrió con las iglesias célebres. Las curiosas iglesias trinitarias de Zuberoa, perdidas en sus rincones montañosos, no sirvieron apenas de fuente de inspiración, y lo mismo ocurrió con las abundantes capillas y ermitas vascas, mientras que las de Héas o Garaison fueron objeto de arte. Las costumbres locales sí retuvieron la visión artística de la época. No demasiado la boina vasca, a diferencia de la boina gascona o bearnesa. Las sardineras cascarotas de Ziburu y San Juan de Luz, que iban a pie con sus mercancías en la cabeza hasta Bayona, gustaron mucho sin embargo. Otro rasgo importante de la era romántica fue la importancia otorgada a la historia; en Iparralde eso apenas acaeció.