Concepto

Historia del Arte. Pintura (versión de 1994)

La pintura vasca moderna: la gran renovación. Los inicios del movimiento moderno de la pintura vasca hay que situarlos en el s. XIX y fundamentalmente en Vizcaya, donde en relación con la industrialización, surgirá un activo grupo de intelectuales y artistas. En este sentido Juan de la Encina (La Trama del Arte Vasco, 1919) realizó una primera estructuración de la pintura vasca (que para él surgía en la modernidad, sin tradición y en relación con el «industrialismo») que de algún modo sigue estando vigente. Hasta 1876 no hay una producción artística importante en Vizcaya. De los escasos pintores que existen en el XIX queda poca obra de cierta relevancia. Entre éstos debe ser recordado Pancho Bringas (1827-1855), que utiliza indistintamente la pluma, el óleo y la aguada, pinta sobre todo escenas costumbristas, tanto vascas como de otros lugares del Estado, y numerosos carteles de toros. Se instaló como pintor en Bilbao tras dejar inacabados sus estudios en la Academia de San Fernando. Eduardo Zamacois (1847-1878) comenzó a pintar con Madrazo en San Fernando y marchó luego a Paris, donde trabajó con Jean Luis Meissonier. Participó en diferentes Concursos de Bellas Artes, tanto en España como en Francia, donde obtuvo la medalla de oro del Salón parisino de 1870. Su pintura sigue el costumbrismo galante y el historicismo propios de la época. Antonio de Lecuona (1831-1907), también estudió en la Academia de San Fernando. Antes de volver a Bilbao en 1872 obtuvo la plaza de dibujante técnico del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, al tiempo que presentaba a diversas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes cuadros de temas costumbristas. Una vez en Bilbao fue profesor de futuros artistas como Guinea, Guiard, Durrio, etc.; además de obras de tema histórico pintó estampas y escenas de la vida del País Vasco (Mercado de San Antón). Fue pintor de cámara del pretendiente carlista Carlos VII. Juan de Barroeta (1835-1906), además de trabajar temas históricos y bíblicos se especializó en retratos de miembros de la burguesía bilbaína. También resultan interesantes sus paisajes, influidos por Carlos Haes. De la misma época son otros pintores como José Echenagusia, Eugenio de Azcue, Alejandrino Irureta, Eugenio Arruti o Ricardo Ugarte. Los profundos cambios políticos, económicos y sociales que se viven en el País Vasco en el último cuarto del s. XIX dan lugar a nuevos planteamientos artísticos. La ruptura con los viejos temas y modos la marca Adolfo Guiard (1860-1916), introductor en Bilbao de una pintura de «aire libre» muy próxima al impresionismo y de las nuevas orientaciones estéticas señaladas por Baudelaire: tratamiento de temas actuales, reflejo del bullicio de la vida moderna, etc. También pinta escenas de aldeanos con un realismo próximo a Courbet. Su técnica, que da mucha importancia a la línea de contorno, funde las influencias de Ingres y Degás, al segundo de los cuales conoció en París. Entre sus obras más bellas están las que reflejan aspectos de la ría de Bilbao, como El txo, también llamado El grumete. La confrontación directa con lo real, credo impresionista del que Guiard participa, es en ocasiones idealizada por la presencia de contenidos simbolistas, como en su proyecto de vidriera de la Casa de Juntas de Gernika. Algo posterior a él, aunque de menor relevancia para la renovación de la pintura vasca, es Anselmo Guinea (1854-1906). Su obra, claramente historicista hasta antes de la implantación de Guiard, adoptará luego una orientación más moderna. La apertura a nuevos lenguajes artísticos se afirma con Darío de Regoyos (1857-1913). Su visión claramente impresionista y en ocasiones cercana al puntillismo, se adecúa a una selección de motivos vascos tratados con la ingenuidad y sencillez, o el primitivismo que su medio le sugiere: Vg. Aurresku con lluvia en Mondragón. Francisco Iturrino (1864-1924), prototipo como Maeztu del artista «bohemio», es el más independiente de estos pintores. Conoció a Matisse en París, ciudad en la que llegó a exponer con Picasso en 1901. Su obra es valientemente atrevida, no sólo por su paleta fauve, o por el no acabado' de muchas de sus obras, que se evidencia en las planchas de grabado; sino por los motivos representados, que de algún modo sugieren una naturaleza vital y exultante (grupos de mujeres desnudas, parques, andaluzas, caballos). Pese a no residir en Bilbao sus obras aparecerán frecuentemente en las exposiciones organizadas por la Asociación de Artistas Vascos, con la que mantuvo contacto a partir de su marcha. La pintura de Juan de Echevarria (1875-1931) se halla también próxima al postimpresionismo y al fauvismo. Perteneciente a la élite del momento tanto por su preparación cultural como por su posición económica, la obra tiene fundamentalmente tres centros de interés temético: retratos de personalidades (intelectuales del 98, Baroja, Unamuno...), bodegones, de carácter más experimental, donde se alude a las relaciones entre pintura y poesía, y lo que podríamos denominar pintura de género, mezcla de exotismo y problemática social. El crítico Juan de la Encina (seudónimo de Ricardo Gutiérrez Abascal) afirmaba que los pintores vascos habían descubierto en París la tradición perdida de la gran pintura española. Ejemplo de esto son, entre otros, Manuel Losada (1865-1948), y, sobre todo, Ignacio Zuloaga (1870-1945). Este último, tras una toma de contacto con el impresionismo, se inspira en los grandes maestros de la escuela española como el Greco o Ribera, no sólo en su técnica y composición sino también en los temas: El Cristo de la Sangre, El Cardenal, etc. La relación entre la pintura de Zuloaga y la ideología regeneracionista del 98, explica también la admiración que suscitó en Unamuno, Azorín o aun el mismo Ortega. También se hace patente en los numerosos cuadros que tienen como tema el paisaje y los tipos castellanos. Faltos los artistas de la comprensión o el interés de un medio atrasado y conservador, como era el Bilbao de principios del s. XX, la necesidad de una plataforma de apoyo les lleva a organizarse en una serie de asociaciones y centros de reunión, de los que el más importante será la Asociación de Artistas Vascos. Entre 1911 y 1936 se crea y desarrolla en Bilbao la Asociación de Artistas Vascos, integrada mayoritariamente por pintores. Su fundación obedece a la necesidad de crear un espacio de aceptación de las corrientes artísticas modernas. Además de organizar exposiciones que supusieron la presencia en Bilbao de la obra de artistas adscritos a las vanguardias como De launay, Joaquín Torres García y González Bernal, o al «noucentisme» como Sunyer, diferentes conferencias y polémicas surgidas en torno a la Asociación sirvieron para reactivar el mundo cultural vasco, aglutinado en el Bilbao anterior a la Guerra Civil. Entre sus fundadores y participantes destacan los pintores Aurelio Arteta, Alberto Arrue, Julián de Tellaeche, Gustavo de Maeztu, Antonio de Guezala, Ignacio Zuloaga, Valentín Zubiaurre, Ascensio Martiarena y Pablo Uranga, el escultor Quintín de Torre, el arquitecto Pedro Guimón, los músicos Andrés Isasi y Jesús Guridi y el escritor Tomás Meabe. Entre las más importantes aportaciones de la Asociación como tal hay que citar su colaboración en la organización de la Exposición Internacional de Pintura y Escultura celebrada en Bilbao, en 1919, en la creación de un Museo de Arte Moderno en Bilbao, en 1924. La Asociación, que desapareció tras la conquista de la ciudad por las tropas franquistas, editó durante 1920 la revista Arte Vasco. Gustavo de Maeztu (1887-1947), aunque nacido en Alava, se incluye en este grupo de pintores cuyo centro de acción es el Bilbao de la Asociación de Artistas Vascos. Su pintura, un tanto literaria y enfatizadora «tiene rasgos en común con Zuloaga, y podría entenderse como el lado "cosmopolita" del Noventaiocho». La demanda de temas vascos por las instituciones, así como el renovado interés por los estudios de antropología y etnografía, o los debates políticos en tomo a la identidad vasca, dan lugar a una presencia casi excesiva de temas vascos en la pintura de esta época. Los hermanos Zubiaurre, Valentín (1879-1963) y Ramón (1882-1969), ejemplifican esta pintura etnicista, donde los tipos humanos, en actitudes rituales y simbólicas, protagonizan la representación ante un telón de fondo agrícola o marinero. En la misma onda etnicista se sitúa la obra, menos enfatizada, de los hermanos Arrue: José (1885-1977), Alberto (1878-1944) y Ramiro (1892-1971). La pintura del primero, crítica o jocosa, a veces tiende más a la ilustración. Alberto fue un buen retratista, mientras que Ramiro muestra un formalismo heredero de Cézanne que da un mayor interés y modernidad a su obra. Caso prototípico de artista diletante es Antonio de Guezala (1889-1956), cuyo activo papel en la organización de la Asociación limitó seguramente una dedicación más intensa a su propia obra. Guezala conecta temprano con las vanguardias (Puerta giratoria), pero su trabajo más coherente lo realiza como ilustrador, al tiempo que organizador de exposiciones de arte efímero (ex libris, etc.) y decorados para Ballet y teatro. Otro pintor independiente y a la vez muy próximo a este grupo es Julián de Tellaeche (1884-1960), nacido en Vergara e infatigable viajero. Sus temas vascos giran en torno al mundo costero: puertos, veleros, grumetes, hombres y mujeres de la mar. También le distingue el carácter casi matérico de su pintura, donde el soporte queda a la vista. Las composiciones se basan en encuadres fotográficos, desde un punto de vista alto muy cercano al objeto y muestran una mayor aproximación a la problemática social. Aurelio Arteta (1879-1940) marca una divisoria (así fue señalado por Eugenio D'Ors) en la trayectoria más etnicista de la pintura vasca. Su obra se orienta hacia las corrientes novecentistas que surgen a partir de la llamada «vuelta al orden», o primer rechazo de las vanguardias después de la Primera Guerra Mundial. En sus tipos vascos encontramos en un principio (E1 pórtico) un cierto etnicismo arquetípico, pero su pintura evoluciona hasta responder a sus propias aspiraciones de conseguir unos modelos más universales de hombre y mujer vascos, síntesis novecentista, a la vez clásica y local, tradicional y moderna. Alguna de sus más interesantes pinturas, como El Puente de Burceña muestran su sensibilidad, ajena a otros pintores, ante el trabajo industrial. Entre sus obras más destacadas merece señalarse el mural del Banco de Bilbao en Madrid, realizado en 1923, así como los tres lienzos sobre la guerra civil: El frente, El éxodo y La retaguardia.