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Gipuzkoa. Historia (version de 1984)

1936: Sublevación militar, primeros meses.

Sublevación militar (17 y 18 julio). El día 17 de julio de 1936 corrieron rumores por Guipúzcoa de una sublevación militar. A D. Manuel de Irujo, diputado a Cortes, que se hallaba casualmente en Tolosa, le dieron la noticia unos ferroviarios. Los militares se habían sublevado en Africa. Inmediatamente se personó en el Gobierno Civil de San Sebastián requiriendo del gobernador qué se sabía al respecto. Este le dio una versión oficial según la cual nada había que temer por tratarse de un movimiento muy localizado que seria reducido inmediatamente. Al día siguiente, 18 de julio, la radio leyó repetidas veces una alocución de la minoría parlamentaria vasca en favor de la República. Esto hizo que la guarnición de los cuarteles de Loyola demorara la declaración del estado de guerra. Inmediatamente fueron desfilando por el Gobierno Civil los socialistas, republicanos, comunistas, CNT, UGT y STV haciendo otro llamamiento el Comité del Frente Popular. Militantes de CNT y comunistas se apoderaron inmediatamente de la calle surgiendo controles y banderas rojinegras por todas partes. Grupos de gallegos fugitivos, llegados al puerto de Pasajes, complicaban más la situación. Comenzaron los primeros asesinatos seguidos de la protesta más enérgica de las autoridades. Pasan la frontera Gil Robles y otros derechistas. Entre los militares juega un papel importante el coronel Carrasco Amilibia, comandante militar, indeciso y a la espera, como el resto del cuartel de Loyola: 400 artilleros y 280 ingenieros. El pueblo se va armando como puede. Se cuenta con la Guardia Civil (capitán Bengoa), unos 120 guardias de Asalto y 700 carabineros, más los miqueletes. El comandante donostiarra Pérez Garmendia, de paso por San Sebastián para Asturias, se queda, a requerimiento de Irujo, para organizar las milicias. Entretanto Bustinduy, jefe de los requetés guipuzcoanos, se presenta en Loyola ofreciendo al teniente coronel Vallespín el concurso de 2.000 requetés. Los guardias civiles niegan su ayuda al comandante militar, reiterando su adhesión a la República. El pueblo asedia los cuarteles para impedir la salida de los militares hacia San Sebastián, pero éstos esperan que llegue una columna de socorro procedente de Pamplona. Al anochecer del 18 hubo algunas alteraciones del orden y el domingo 19 saqueo de tiendas y otros atentados.

Carrasco incomunicado (19 y 20 julio). El ministro Alvarez del Vayo llega a San Sebastián para hacerse cargo de la situación y tomar las medidas pertinentes. Se entrevista con el coronel Carrasco que ya se hallaba incomunicado en la Comandancia Militar. Mientras tanto, llegaba a los cuarteles de Loyola el general Muslera enviado por el general Mola jefe de la sublevación en el norte. Se desconfía de él tanto por parte de los rebeldes como por la de los republicanos. Unos y otros se mueven febrilmente, los milicianos preparando barricadas en Amara y el comandante Pérez Garmendia preparando la defensa de Irún y una columna expedicionaria que vaya sobre Vitoria. La situación es muy confusa.

Invasión desde Pamplona (20 julio). La rebelión militar dio lugar a que el Estado español quedara dividido en dos zonas, la republicana y la afecta a la rebelión. La zona norte, republicana, comprendía a Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y Asturias, excepto el islote de Oviedo. Alava y Navarra, desde el primer momento, quedaron en poder de los carlistas y los militares. En Navarra comenzó inmediatamente la movilización de fuerzas armadas, requetés principalmente, a las órdenes del general Mola. Pronto los carlistas y falangistas navarros salieron hacia Madrid y Zaragoza y otro núcleo hacia Guipúzcoa con intención de cortar urgentemente las comunicaciones con Francia y auxiliar a los militares sublevados en el cuartel de Loyola, en las cercanías de San Sebastián. En días sucesivos tres grupos formados por requetés, falangistas, soldados y guardias avanzarían en otras tantas direcciones, una por Belate, hacia el río Oyarzun y la villa de su nombre, la segunda por Azpiroz y Berástegui, hacia Tolosa, y la tercera por Etxegarate y cercanías, hacia Beasáin y Villafranca. La cuenca del Bidasoa se halla en situación indecisa ya que los carabineros de Vera y Lesaca y los obreros de las fundiciones se suman a los milicianos de Irún. Estos a su vuelta a Guipúzcoa vuelan el puente de Endarlaza para que la columna de Beorlegui que viene de Pamplona no pueda seguir adelante hacia Irún con objeto de cerrar la frontera. Este contratiempo obliga a Beorlegui a cambiar de rumbo con vistas a rodear las Peñas de Aya, ocupar Oyarzun y poder avanzar hacia su primer objetivo.

Expedición a Vitoria (21 julio). La misión encomendada al comandante Pérez Garmendia fue la de formar una columna militar para dirigirse a Vitoria, ocuparla y hacerse con las armas allí existentes (unos 20.000 fusiles). A sus órdenes se puso el capitán de intendencia Cándido Saseta, afecto a los nacionalistas vascos. Irujo arrancó al coronel Carrasco una orden para que Vallespín entregara a la columna expedicionaria una batería de artillería y una compañía de ingenieros, que deberían unirse a ella en Lasarte. La columna, compuesta por unos sesenta camiones, desfiló por delante del Gobierno Civil (21 de julio). Ante la tardanza en unírsele la artillería del cuartel de Loyola, Pérez Garmendia dispuso que la expedición continuara su camino tomando la ruta de Tolosa y Mondragón, donde se le incorporarían las fuerzas salidas de Eibar completándose un total de 5.000 hombres. Cuando la columna alcanzaba quizá Beasáin se supo en San Sebastián que Vallespín se negaba a entregar tanto la batería de artillería como la compañía de ingenieros. Era la rebelión. En vista de ello se dio orden telefónica a Mondragón para que se detuviera la columna en dicha villa y se dirigiera y concentrara en Eibar. Era preciso volver a San Sebastián y tomar, como primera medida, los cuarteles de Loyola. El Gobernador y su séquito emprendieron viaje a Eibar y con ellos Irujo, el coronel Bengoa, el comandante García Ezcurra (ambos de la Guardia Civil) y un diputado a Cortes. Una vez concentrada la columna emprende la marcha hacia San Sebastián.

Rebelión de Loyola (21 de julio). Ante el abandono del Gobierno Civil, el coronel Carrasco reúne sus disponibilidades militares en el Hotel María Cristina y exige, a las 11,30 de la mañana, que Unión Radio transmita la declaración del estado de guerra. Unión Radio lo hace terminando con la Marcha Real. Un grupo de milicianos se apodera de la emisora y dice que todo había sido obra de fascistas. Carrasco toma las medidas para ocupar la ciudad y se presenta en los cuarteles de Loyola. A las once de la noche comenzaban a salir las tropas de los cuarteles para ocupar la capital. Fueron acogidas en Amara Viejo por grupos de milicianos que disparaban desde las barricadas, portales, ventanas y tejados.

La columna de Eibar entra en San Sebastián (21 y 22 julio). Las fuerzas de Eibar salen en la madrugada todavía del 21 de julio y recogen en su trayecto a las de Mondragón iniciando el recorrido por Zumárraga y Beasáin hacia Tolosa, camino de San Sebastián. Llegan a la capital en la madrugada del 22 un total de unos 4.000 hombres más algunos llegados de Bilbao. Las primeras escaramuzas y acciones tienen lugar en la zona de Aldapeta, Easo, Urbieta Larramendi y comienzo de Amara. También intervino la artillería desde Loyola. De pronto, y de modo episódico, apareció un carro blindado rebelde dejando su paso sembrado de balas y muerte. La lucha fue arrinconando a los rebeldes hasta obligarles a retirarse al Gran Casino, Comandancia Militar y Hotel María Cristina.

Asalto del Casino y del Hotel María Cristina (22 julio). Era todavía el 22 de julio. Los acontecimientos se precipitaban. La operación del asalto fue encomendada al segundo jefe García Ezcurra, quien al frente de 35 guardias y algunos paisanos se lanzó al ataque de las verjas que defendía el edificio. Los milicianos hacían fuego desde las bocacalles de la Alameda (Boulevard). El asalto duró quince minutos. Franqueadas las verjas y muerto el individuo que manejaba una ametralladora, se introdujeron los atacantes por las ventanas entablándose la lucha en el interior, hasta la rendición. Igualmente se rindió la contigua Comandancia militar, y el Hotel de María Cristina después de abierta una brecha a cañonazos, distinguiéndose heroicamente el comandante García Ezcurra. Los milicianos disponían ahora de 280 fusiles procedentes del Gran Casino y del Hotel además de las fuerzas armadas venidas de Eibar. No obstante, la diferencia de armamento, miliciano y militar, era notable. En Loyola había 1.700 fusiles, 38 cañones y dos secciones de ametralladoras además de la munición correspondiente. El asedio a los cuarteles se imponía.

Caída de Oyarzun (23 al 27 de julio). Procedente de Endarlaza, la columna Beorlegui se abría paso por el puerto de Aritxulegi, pero Oyarzun se hallaba defendido por las milicias gubernamentales al mando de Pérez Garmendia. Las fuerzas de Beorlegui entraron el día 23 en el barrio de Alzibar en las afueras de la villa. Su situación, lejos de la retaguardia, era ciertamente difícil. Resistieron hasta el día 27 en que llegaron las columnas del coronel Ortiz de Zárate y una unidad de 500 hombres al mando del capitán Díaz Doñabeitia. Ante tal cúmulo de fuerzas, Pérez Garmendia se vio obligado a retirarse de Oyarzun dejando paso libre a los militares. Entraron y ocuparon la villa el día 27. Al día siguiente penetraban en el barrio de Ugaldetxo, en un intento de llegar a los cuarteles de Loyola. Era ya tarde. El comandante Pérez Garmendia cayó herido y fue hecho prisionero el día 28 en una emboscada preparada al efecto. Murió luego en Pamplona. Las detenciones en Oyarzun llegaron a 260 en los meses siguientes, de los cuales entre 18 y 20 fueron fusilados impunemente.

Pérdida de Beasáin (27 julio). Para la toma de Alsasua-Beasain parte, el 19 de julio mismo desde Estella, una columna rebelde al mando del coronel Cayuela. Alsasua es ocupada el día 20, y el mismo día se hallan los nacionales en las proximidades de Idiazabal (Guip.). Cayuela, mientras tanto, reforzado por los 400 voluntarios del comandante Albizu que iba por Cegama y por 300 requetés del comandante Malcampo que había de atravesar Lazcano, marcha sobre la importante villa fabril de Beasáin. El 23 toman los rebeldes Cegama; y el 25, Segura y Ataun. El 26, Cayuela ocupa Olaberria. El 27, las tres columnas de Cayuela, Albizu y Malcampo llegan a las primeras casas de Beasáin. La resistencia en la estación de esta villa se debió principalmente a la Guardia Civil que, encabezada por el capitán Beñarán, había acudido desde Eibar junto con algunos paisanos. El combate se prolongó bastantes horas. Malcampo cae herido. Acude Solchaga desde Pamplona que dirige las operaciones desde que Mola se ausentara por su viaje a Burgos. Beñarán cae prisionero y es fusilado con 32 personas más en represalía por la resistencia. El 28 es enviado el comandante Alegría para que se haga cargo de la columna que ha ocupado Beasáin y el comandante Moriones, con 110 falangistas, para tomar a su cargo la comandancia militar de la villa.

Rendición de los cuarteles de Loyola (28 de julio). Los cuarteles de Loyola continúan sujetos al asedio de los milicianos y fuerzas leales. Escaseaban en los mismos el agua, la comida y las medicinas. El 25 de julio un avión dejó caer alguna bomba sobre ellos causando bajas y destrozos. Irujo -desde San Sebastián- inició conversaciones telefónicas con el teniente coronel Vallespín. Una explosión cortó el teléfono. Entonces el jefe rebelde envió una áspera carta a los diputados exigiendo una peligrosa entrevista delante de los cuarteles. Se le dio la conformidad y se apresuraron los preparativos. No quedaba a los asediantes ni una caja de munición. Era preciso prolongar el alto el fuego por veinticuatro horas por lo menos. A la entrevista iban Irujo, Picabea, Lasarte, Irazusta y Amilibia. A poca distancia, en Oyarzun, se hallaban ya los requetés de Navarra. Costó trabajo ponerse de acuerdo con el comité del Frente Popular y miembros de las Juventudes Libertarias. Se envió a Vallespin una nota invitándole a salir a mitad de camino del cuartel y de donde se hallaban los diputados. No aceptó el lugar señalado por hallarse bajo el fuego del asilo donde se hallaban los milicianos y oculto a los cuarteles. Designó otro lugar al alcance del fuego de los mismos. La entrevista era peligrosa pero se aceptó con la condición de que se enarbolaran banderas blancas en los cuarteles. Frente a éstos, después de atravesar el puente, esperaban Carrasco, Vallespín y Erce. La situación era comprometida para los diputados. Allí fueron y se reunieron. La entrevista fue breve, Amilibia les pidió la rendición incondicional. Contestó Vallespín: "el ratón impone condiciones al gato". De todos modos, finalmente, se acordó y se dejó para el día siguiente el formular una propuesta definitiva. Se supo que los soldados se negaban a hacer fuego contra los milicianos. Continuaban las deserciones. Al día siguiente se reunían Amilibia, Lasarte e Irujo con el comandante Erce que traía una carta de Vallespín con las condiciones de rendición, pero él había desaparecido durante la noche de los cuarteles no se sabia si hacia Oyarzun, donde se hallaban las tropas de requetés de Beorlegui, o hacia Navarra. Era urgente la rendición de los cuarteles. Se acordó que a las nueve de la mañana seria la toma de posesión del material. Se dejó una guardia de miqueletes custodiando el puente y varios camiones blindados para impedir un asalto al cuartel por parte de los milicianos. Los diputados se trasladaron a la Diputación y volvieron con Larrañaga, Tacho Amilibia, Leizaola, secretario de la Diputación, el comandante García Larrea e Irujo más otras personas. Recibidos en uno de los cuartos de banderas -como dice Irujo- por los jefes, se tomó posesión de los cuarteles en nombre del Gobierno. Amilibia y Larrañaga dieron las órdenes oportunas para hacerse cargo del armamento. Leizaola se quedó para levantar un inventario de municiones, víveres y demás efectos. Los jefes y oficiales rendidos fueron introducidos en camiones excepto Carrasco que tomó asiento en el coche que abría la marcha. La caravana se dirigió a la Diputación Foral donde se había concentrado un inmenso gentío hostil a los militares rendidos. Hubo muchas dificultades para la salida de los camiones y coches. El comunista Jesús Larrañaga salió al balcón principal para prometer al pueblo que los Tribunales harían justicia. Entretanto corrían estas peripecias los prisioneros, los de la CNT, conocedores de todo lo tratado por haber tomado parte en las conversaciones de rendición, horadaban los muros traseros de los cuarteles y se apoderaban de todo el material de guerra, fusiles, ametralladoras, armas cortas, morteros y municiones. Unicamente dejaron la artillería. Guipúzcoa quedó a merced de la organización más extremista.