Lexikoa

HIERRO

El final de las ferrerías. Ya el año 1332 el rey castellano Alfonso XI prohibió el establecimiento de ferrerías nuevas en Alava, "para que los montes no se yermen ni se estraguen". El consumo de madera era tan enorme que en algunos casos aislados se llegó a favorecer, en regiones amenazadas por las alimañas, el establecimiento de ferrerías con el fin de hacer desaparecer los bosques en que se guarecían. En el siglo XVIII la situación se hace angustiosa: las ferrerías de Bidarray, Arneguy y Came dejaron de trabajar por falta de madera; en 1786 cesó de funcionar por la misma razón la de Baigorry y, más tarde, la de Larrau. Una larga disputa entre una fundición de cobre y otra de hierro en Banca, en el valle de Baigorry, a causa de que los bosques de las inmediaciones no podían abastecer a las dos forjas, no cesó hasta quedar cerrada la fundición de cobre en 1767. A comienzos del siglo XIX las cuatro ferrerías de Cegama, en Guipúzcoa, consumían anualmente de mil a dos mil toneladas de carbón vegetal. Teniendo en cuenta que por entonces trabajaban, sólo en Guipúzcoa, 94 ferrerías, se comprende que la superficie de bosques disminuyera peligrosamente. En el primer tercio del siglo XIX el costo del carbón vegetal suponía en Vizcaya más de la mitad del precio final del hierro, mientras que el de la vena oscilaba entre el 14 y el 27 %. Por tanto, el valor añadido (rentas de capital, salarios, beneficios) de las ferrerías no superaba el 20 % del valor de venta del metal, llegando a ser en algunos casos tan sólo el 8 %. Hay que suponer que en las ferrerías mas alejadas de Somorrostro, como las de Navarra, el coste del mineral -en esta época el empleo de vena vizcaína es generalizado- era muy superior; cabe suponer que quedaría compensado por una mayor baratura del carbón vegetal. A pesar de los tímidos esfuerzos de la Sociedad Bascongada, las técnicas de producción utilizadas en las ferrerías del País Vasco seguían siendo, en esencia, las mismas que en el Renacimiento, en una época en la que ya la siderurgia inglesa utilizaba hornos altos al carbón de cok y trenes de laminación movidos por máquinas de vapor. Así, en 1774 el quintal de hierro sueco se vendía en Cádiz a 60 reales, y el vasco a 80. Al año siguiente Carlos III instauró una política proteccionista que benefició a las ferrerías vascas, pero los ferrones fueron incapaces de mejorar sus instalaciones para hacerlas competitivas. En 1787, en el mismo Bilbao, costaba el hierro 100 reales el quintal, y mucho más caro en otros puntos alejados de la Península. Los datos de producción y número de ferrerías a lo largo de la Edad Moderna que citan diferentes autores son frecuentemente contradictorios. Reproducimos el cuadro elaborado por Sánchez Ramos para Vizcaya:

Año N.º de ferrerías Hierro producido
(miles de Tm.)
Mineral consumido
(miles de Tm.)
1550
1590
1615
1644
1658
1784
1796
1799
300
290
276
152
177
141
-
-
24
23
14
8
10
7
10
15
84
76
46
24
30
20
29
46

La producción guipuzcoana fue siempre menor que la vizcaína, y mucho más pequeña aún la del resto de las provincias. A grandes rasgos, las ferrerías alcanzan su máximo esplendor con los primeros Austrias: abastecen a los ejércitos reales y exportan a Castilla y al resto de la Península, Flandes, Francia, Inglaterra, Irlanda y las incipientes colonias en otros continentes. Sigue esta época a la adopción de una serie de perfeccionamientos técnicos que, si bien no son originales, colocan a la industria ferrona vasca a la altura de las más avanzadas de Occidente; ya en el siglo XVII la industria ferrona vasca comienza, como la navegación y la pesca, a perder terreno ante la competencia creciente de los países del norte de Europa, más adelantados técnicamente; en el siglo XVIII diversos factores, como la apertura de nuevos mercados por la Compañía de Caracas, la actuación de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, el gran éxito obtenido por la fabricación de anclas en Guipúzcoa, las leyes proteccionistas de Carlos III (un siglo antes las de Luis XIV en el territorio a él sometido) mantienen floreciente la industria ferrona. Pero la aparición de los hornos altos, tímida y retrasada, acabará definitivamente, ya en la segunda mitad del siglo XIX, con los modos artesanos de obtención del hierro. Las leyes proteccionistas de Carlos III hicieron resurgir la siderurgia vasca; al finalizar el siglo XVIII trabajaban en la transformación de hierro, sólo en Vizcaya, cerca de 10.000 operarios. Las 16 principales factorías del Señorío produjeron, en 1803, más de 5.000 toneladas de hierro, mientras en Guipúzcoa 15 ferrerías elaboraron unas 3.200 toneladas. Ambas provincias eran, con amplia diferencia, las que mayor producción obtenían. También las ferrerías de Larrau y Baigorry conocieron un fuerte impulso, debido a las guerras napoleónicas. Durante la francesada, las ferrerías guipuzcoanas y vizcaínas tuvieron un buen cliente en el país vecino; sólo en Bayona y Burdeos vendían hierro por más de 200.000 duros al año. Derrotado Napoleón, Europa fue inundada por los hierros ingleses. La producción de las ferrerías, de uno y otro lado de la frontera, decayó; muchas de ellas fueron destruidas. De nuevo un arancel proteccionista, en el año 1825, favorece el auge de las actividades metalúrgicas. Proliferan en Guipúzcoa los talleres de quincalla, produciéndose sobre todo herraduras, armas de fuego, camas de hierro y cerraduras. En 1828 se estableció en Durango una fábrica privada de sables, fusiles y pistolas. Con todo, seguía siendo mínima la dimensión de las explotaciones. Y la producción total de hierro era -en 1830- inferior a la del siglo XVI. El año 1840 la Diputación de Vizcaya estableció una serie de medidas extremadamente proteccionistas en un intento de salvar la siderurgia artesana del Señorío. Al año siguiente se llevó a cabo la abolición de las aduanas del Ebro; pero los aranceles españoles seguían siendo proteccionistas. Así, por ejemplo, estaba prohibida la importación de armas de fuego, hierro labrado, hoja de lata en blanco, hojas sueltas para espadas y sables y otras varias partidas. Pascual Madoz, al filo del medio siglo, llama la atención acerca de la escasa rentabilidad de las ferrerías a la antigua, cuyos productos no podían competir con los del extranjero ni con los de los nacientes hornos altos del país: "No cabe duda que pudieran introducirse en la elaboración algunas mejoras; pero sobre ser poco entendidos en la metalurgia y mecánica los dueños de las ferrerías, encontraría cualquier mudanza una tenaz resistencia en los herreros que, no habiendo visto otra cosa, creen que no puede perfeccionarse lo existente: así se teme con fundamento que la menor innovación les haría abandonar las ferrerías y marchar a Guipúzcoa y Navarra, de donde son naturales todos los operarios". Madoz se está refiriendo a las ferrerías del partido vizcaíno de Valmaseda, lógicamente las que mejor desarrollo hubieran podido tener, por su proximidad a los criaderos de vena. Nos revela, por una parte, que los dueños, los pequeños capitalistas industriales del país, eran incompetentes; por otra, que la mano de obra era inmigrante y sin especializar, como un presagio del aluvión que, también debido al hierro, caería sobre Vizcaya pocos años más adelante. A pesar de lo entrado del siglo, había en Vizcaya 123 ferrerías en 1849, de ellas 33 en el partido de Valmaseda. Entre todas producían unas 5.000 toneladas de hierro al año. En Alava, trece o catorce ferrerías trabajaban 25.000 quintales. También en Navarra subsistían: un documento de 1843 afirma, sin duda con enorme exageración, que de las ferrerías se mantenían 10.000 familias navarras. En 1850 aún estaban veinte en funcionamiento. Un claro exponente de la crisis de las ferrerías en el siglo XIX lo constituye la fábrica de municiones de Orbaiceta. El Estado compró en 1784 una ferrería propiedad del conde de Hornano y vizconde de Echauz. Sobre sus instalaciones se construyó la fábrica de municiones, que fue quemada por los franceses apenas terminada, en 1794. Se reedificó en 1805 para volver a caer tres años más tarde en manos de los franceses, trabajando para ellos hasta su retirada definitiva de la Península. Quedó abandonada hasta 1828. Cinco años más tarde cae en manos de los carlistas. Tras la guerra civil vuelve a la inactividad, y en 1844 se pone de nuevo en funcionamiento. A mitad de siglo producía 15.000 quintales de hierro al año, siendo una de las fundiciones más importantes del País Vasco. El año 1864 quedaban en Guipúzcoa veinte ferrerías, con una producción de 1.200 toneladas de hierro dulce. Veinte años antes habían sido 62. Todavía en 1876 funcionaban cuatro ferrerías en Lesaca (Navarra), que ocupaban cada una a 29 hombres y consumían 15.000 pesetas de carbón y 6.000 de mineral de Somorrostro, produciendo al año 80 toneladas de hierro. En 1880 las cuatro últimas ferrerías guipuzcoanas produjeron 260 toneladas. En Vizcaya se cerró en 1885 la única fábrica de clavos y cadenas que utilizaba los métodos tradicionales. La última ferrería de Guipúzcoa, que se dedicaba ya sólo al batido de recipientes de cobre, dejó de trabajar al comienzo del presente siglo. Es la ferrería "Azkue", que se conserva como reliquia histórica en la villa de Ibarra. También existe la denominada "Mirandaola", en Legazpia, restaurada por D. Patricio Echeverría. En el Museo Etnográfico de Bilbao hay una reproducción de la ferrería de Lebario (Abadiano), a escala 1/5 del original. En el emplazamiento de las antiguas ferrerías es frecuente hallar hoy, sobre todo en Guipúzcoa, modernas industrias. Muchos de los saltos de agua aprovechados ya por los hombres del Renacimiento fueron convertidos a principios de nuestro siglo en centrales eléctricas, entre las primeras de la Península. Así contribuyeron las ferrerías, después de muertas, al auge económico del País Vasco.