Lurraldeak

Bizkaia. Antropología (1999ko bertsioa)

3/ La identidad de Bizkaia y sus símbolos.

Entre la intensa identificación suscitada por los ámbitos locales y las identidades étnica y/o nacional no existen apenas vínculos intermedios de referente territorial.

La comarca. Este ámbito tan solo parece dotado de una especial potencia identitaria en el caso de Las Encartaciones, a cuya connotación de periferia cultural y geográfica se superpone la memoria de su histórico particularismo jurídico-político. Reforzada por esa identificación diferencial desde el resto de Bizkaia de esta comarca, castellanófona y colindante con Burgos y Cantabria, a cuyos habitantes se estereotipa como montañeses o santanderinos. También la existencia de su mancomunidad intermunicipal y del periódico Enkartberriak resultan indéxicas de ese nosotros comarcal. En el Duranguesado, la asociación cultural Gerediaga constituye -desde hace más de 30 años- tanto una expresión de identidad comarcal como de construcción de la misma. Aunque en la Margen Izquierda/Ezkerraldea o en su aneja Zona Minera exista neta conciencia de particularismo social y cultural, éste se articula más en torno a expresiones ideológico-políticas que territoriales.

La Provincia. En cuanto a Bizkaia, este territorio es percibido más como circunscripción administrativa, o como espacio instrumental, que como inscripción en un pasado histórico o en una identidad sociocultural. Sus atributos históricos y étnicos han sido transferidos a una identidad vasca más inclusiva, y Bilbao asume su perfil social. Como vascos o como "de Bilbao" se identifican muchos vizcainos más allá de los límites de la Comunidad Autónoma, y como tal son identificados. La indudable identidad latente de Bizkaia carece, por otra parte, de símbolos y rituales capaces de ponerla de manifiesto con eficacia en cuanto comunidad Imaginada. San Ignacio de Loiola antes -compartido con Gipuzkoa- y Valentín de Berriotxoa ahora son advocaciones postridentinas y frías, incapaces de suscitar la efervescencia entre religiosa y festiva del San Prudencio alavés. Ni siquiera una cálida advocación mariana como la Amatxu de Begoña se revela capaz de catalizar la identidad de la Bizkaia de la industrialización, con amplios sectores indiferentes u hostiles a la definición eclesial de la religión. Ya su proclamación canónica como Patrona de Bizkaia, en 1903, suscitó fuertes controversias e incidentes entre católicos y anticlericales. Sus últimas exaltaciones multitudinarias se producen en el contexto de posguerra; como las peregrinaciones de 1948 o el recorrido que la Virgen de Begoña efectúa en 1949, visitando las 171 parroquias de Bizkaia y hermanándose simbólicamente con las advocaciones marianas locales. El ciclo festivo del santuario proporciona ocasión para que, especialmente el día de la Asunción, las Calzadas de Begoña se conviertan en ruta de masivo romeraje, mermando de año en año por la creciente secularización de la sociedad vizcaina. Resulta especialmente siginificativa la misa anual con la que el Athletic de Bilbao, símbolo de la sociedad civil, homenajea a este otro símbolo de referente religioso, además de alguna "peregrinación" esporádica de su hinchada (Mañaricúa, 1950: 464-483). Habiendo perdido la religión su capacidad de integración simbólica, las instancias políticas y deportivas se han beneficiado de una transferencia de sacralidad. En ausencia de un proyecto político exclusivamente vizcaino, el Arbol de Gernika, que se identificó sucesivamente con las libertades vizcainas, después con la causa religiosa y, por último con la foralidad vasca, trasciende su referente original vinculado a la historia del Señorío (Caro Baroja, 1974 b: 388-391; Aranzadi, 1981: 344-346). Será, en definitiva, un club de fútbol, el Athletic, el símbolo más eficaz para catalizar la identidad colectiva de Bizkaia. El equipo, integrado por jugadores de la cantera regional, transciende su adjetivación formal -de Bilbao- para constituirse en expresión metonímica de la propia sociedad vizcaina, en un símbolo emblemático que la representa y en paladín con el que identificarse. El torneo deportivo, la liga de fútbol, opera a modo de un calendario litúrgico que estructura el ciclo anual de modo frecuente y regular. Cada partido opera como un eficaz ritual festivo. Implica ruptura con lo cotidiano y efervescencia emocional, expresada mediante códigos gestuales y vocales. Su práctica requiere un lugar consagrado al culto: el estadio de San Mamés, significativamente apodado La Catedral. Unos oficiantes encargados de su ejecución: equipos y árbitro. Socios y peñas, a modo de cofradías que agrupan a los seguidores más fervientes, más un público fiel que participa activamente en el ritual, ataviado con distintivos atléticos. Todo ello magnificado mediáticamente y vivenciado por toda una red de agregados sociales primarios: amical, laboral, escolar e incluso familiar. La adhesión simbólica al territorio provincial y a su metrópoli, el nosotros vehiculado por el Athletic, se ve reforzado mediante la confrontación con otros. Particularmente contra el más próximo, la Real Sociedad donostiarra que aparece como una amenaza para el liderazgo en el ámbito vasco; y contra un Real Madrid, expresión de una capital percibida como sede y símbolo del poder estatal. Otra expresión de identidad diferencial es la dialéctica entablada con territorios vecinos mediante la mutua atribución de estereotipos. A nivel intracomunitario los irónicos chistes de giputzis, cuya réplica simétrica son los chistes de bilbainos. O los apodos despectivos para los santanderinos de la vecina autonomía. Unos y otros actúan como textos sociocéntricos, que tratan de optimizar la autoidentidad del nosotros a costa de los otros, estereotipados de forma desventajosa.