Udalak

Bilbao 1900-1931

Entre 1900 y 1930 población y producción siguen creciendo en Bilbao, al tiempo que disminuyen las diferencias sociales y las confrontaciones religiosas y crece el nivel educativo y cultural de los habitantes de la Villa. No todo ello, empero, se produce al mismo ritmo a lo largo del primer tercio del siglo XX: si se tienen en cuenta tanto factores económicos y sociales como políticos e intelectuales, se pueden distinguir, en la vida de Bilbao entre 1900 y 1931, tres etapas, divididas por los años 1914 y 1923.

Los 93.250 habitantes de Bilbao en 1900 pasaron a ser 106.592 en 1910: una tasa de crecimiento demográfico de sólo el 1,35%, mientras la tasa del decenio intercensal 1877-1887 había sido del 4,29% y la de 1887-1900 del 3,39%. A su vez, el ritmo de crecimiento poblacional de la Villa volvió a incrementarse entre 1910 y 1920 (2,15%) y -con un ligero descenso- entre 1920 y 1930 (2,08%), año éste, el de 1930, en el que la población de Bilbao alcanzó los 161.987 habitantes.

A este crecimiento real contribuyen, en medida y por razones distintas, tanto el comportamiento de la natalidad y la mortalidad como la aportación de los inmigrantes. La tasa bruta de natalidad, que era del 35,68% en 1860, ascendió al 38,38% en 1887, para descender al 37,54% de 1900, al 32,99% de 1910 y al 29,06% de 1930. La evolución de la tasa de mortalidad fue muy diferente. La mortalidad había ido disminuyendo progresivamente desde comienzos del siglo XIX hasta los inicios del proceso de industrialización, pero las condiciones en que dicho proceso tuvo lugar en su primera fase, entre 1875 y 1900, contribuyeron a que ascendiera del 21,91% de 1860 al 27,41% de 1877, hasta llegar al 33,61% de 1900. A partir de entonces el descenso fue brusco: en 1910 era ya sólo del 21,33%, y del 18,61% en 1930.

Aunque con notables diferencias, tanto antes como después de 1900 el crecimiento real de la población de Bilbao fue superior al natural debido al aporte de los inmigrantes. El saldo migratorio había llegado a ser favorable en la etapa intercensal 1877-1887 en un 3,79%, y en un 2,75% entre 1887 y 1900. Sigue siendo positivo, pero decrece -como decrece la producción- entre 1900 y 1910 (0,69%), para volver a ascender entre 1910 y 1920 y 1920 y 1930: un 1,35% en cada una de estas dos décadas.

No siempre el comportamiento demográfico siguió de cerca la pauta del crecimiento económico. La acción de diversas personalidades y grupos, debida a causas tanto intelectuales como sociales y políticas, comenzó a surtir efectos sobre los grandes problemas que habían aquejado a las clases trabajadoras durante el último cuarto del siglo XIX, y en particular a los inmigrantes: el influjo de los higienistas, las reformas sanitarias emprendidas por la Diputación y el Ayuntamiento, las reivindicaciones sociales y las medidas de unos Ayuntamientos que estaban decididos a modificar la situación explican que, como hemos visto, a partir de 1900 la tasa de mortalidad y, en particular, la de mortalidad infantil, descendiera, con fuerza. La tasa bruta de natalidad, en cambio, experimentó una evolución inversa: del 35,68% de 1860 ascendió al 38,38 en 1887, para descender al 37,54% de 1900, al 32,99% de 1910 y al 29,06% de 1930.

Aunque también por diversas causas, las que determinan el descenso de las tasas de natalidad en Bilbao durante el primer tercio del siglo XX son distintas: si, como se ha escrito recientemente, durante la etapa histórica de la revolución industrial (1876-1900), el crecimiento de la natalidad fue exponencial, debido entre otros factores al propio y fuerte aumento demográfico y a la gran inmigración de personas de entre 15 y 44 años, durante el primer tercio del siglo XX, si bien la población siguió creciendo, se produjo -más intensamente entre 1900 y 1920- un cierto estancamiento en los nacimientos, como consecuencia del control de natalidad. "El aumento de los hijos sobrevivientes tras el descenso de la mortalidad infantil y juvenil obligó a los matrimonios a reducir su fertilidad para evitar encontrarse con una creciente prole (.) La alfabetización de la población, la extensión del modelo familiar de los hogares burgueses (.), la propaganda y el feminismo contribuyeron a extender la necesidad del control de los nacimientos" (cf. M. González Portilla, dir., 2001, 155).

Como hemos visto, el saldo migratorio fue positivo para Bilbao durante todo el primer tercio del siglo XX, más intenso entre 1910 y 1930. En los años noventa, la "personalización" de nuestro conocimiento de los movimientos migratorios, sólo posible gracias a los estudios de escala "micro", se hizo a través de trabajos que se centraron en la inmigración del último cuarto del siglo XIX y posteriormente en la del primer tercio del siglo XX, pero, para el conjunto de Bilbao y su comarca, por lo que no disponemos de todos los datos deseables para explicar las causas, vías y efectos de la inmigración a la Villa. De todos modos, no puedo dejar de apuntar las principales novedades de unos estudios que se pusieron en marcha hace sólo diez años: el papel decisivo de la familia, no sólo como fuente de apoyo a los emigrantes sino también como protagonista de los propios flujos migratorios (como ha escrito Arantza Pareja, 1996, el viaje de los inmigrantes a Bilbao y su comarca era "un viaje en familia") o las diferentes formas de emigración: la propia de los trabajadores especializados, que se trasladaban con sus familias y encontraban estabilidad laboral en las grandes y medianas fábricas de la comarca (algunas de ellas, como Euskalduna o Talleres de Deusto, situadas en el término municipal de Bilbao), o la de los peones, que procedían de más lejos, se movían más que los trabajadores especializados y recurrían a la emigración temporal. En todos los casos, fueron necesarios varios viajes antes del establecimiento permanente de los inmigrantes en Bilbao.

Otras dos preguntas importantes han recibido respuestas sólidas en los últimos años. Sabemos mejor "desde dónde" venían a la Ría los inmigrantes: antes de 1875, de la propia Bizkaia; a finales del siglo XIX, de Bizkaia, Burgos, Álava y Santander -que, entre 1880 y 1890, supusieron el 68,6% de la emigración -y, en niveles inferiores, Gipuzkoa, La Rioja, Soria, Asturias, León, Palencia y Valladolid, un 21% entre las siete-. (El resto de España aportaba el 8,6% de los inmigrantes, completando el 100% un 1,71% de técnicos ingleses, franceses, belgas y germanos). Durante el primer tercio del siglo XX -los datos más fiables siguen siendo los aportados por la reciente investigación, 2001, dirigida por Manuel González Portilla y se refieren a la etapa 1920-1935 -disminuye la presencia de Bizkaia y las provincias próximas, mientras aumenta la de los territorios del occidente de Castilla y León, en particular Valladolid, y la de Galicia.

El "por qué" salían los emigrantes de sus pueblos y ciudades era quizá más previsible: por factores económicos ligados tanto a las regiones de origen -crisis de la agricultura en el tercio norte peninsular- como de acogida -la propia atracción de Bilbao y su comarca-. Ahora bien, si al "por qué" se añade una tercera pregunta, el "cómo", nos encontramos con una realidad poco conocida hasta hace muy pocos años en nuestro país: las cadenas y estrategias migratorias, "esas invisibles redes de atracción entre amigos, paisanos y parientes" (R. García Abad, 1999, 202).

Durante el primer tercio del siglo continuó el intenso proceso de industrialización iniciado en Bilbao y su comarca una vez finalizada la última guerra carlista. No lo hizo, sin embargo, siempre al mismo ritmo: así, el ciclo corto explica la pequeña depresión de 1906, que, remontada en los años siguientes, dio lugar -por motivos bien distintos-, con el estallido de la Gran Guerra, a la paralización de la vida productiva de Bilbao desde mediados de 1914 a mediados de 1916. Comenzó entonces una intensísima aunque no muy larga (1916-1920) etapa de crecimiento, favorecida por las necesidades de productos de los países beligerantes que la minería y la industria de un país neutral como España podían proporcionar, seguida por la previsible -y prevista desde el armisticio de noviembre de 1918- depresión de 1921 a 1923. Entre 1923 y 1929, el crecimiento económico internacional y la situación política interna dieron lugar a años (1925-1929 en particular) de fuerte alza de la producción industrial y de los servicios, que se vio seguida -para desgracia de ese finalmente frustrado experimento democrático que fue la II República -por la depresión de 1930-1 (las consecuencias del "crack" del 29 en los Estados Unidos se notaron en Europa algo más tarde).

Por otra parte, la vida económica de la comarca de Bilbao no se basó ya casi exclusivamente en la banca comercial, el transporte y, en particular, las infraestructuras que lo soportan (el comercio, los ferrocarriles) y la minería del hierro y las grandes industrias siderometalúrgicas de la margen izquierda de la Ría. Desde 1900, además de fundarse algunas nuevas grandes empresas -como los Astilleros Euskalduna en Bilbao y los de la Sociedad Española de Construcción Naval en Sestao- y de seguir tirando con fuerza de la economía bilbaína el subsector de la construcción, se multiplicaron las pequeñas y medianas empresas del sector, mientras las minas daban muestras de agotamiento y se fundaban industrias en nuevos subsectores industriales (el papelero y el energético en particular), la banca se colocaba al servicio de la industria y el comercio mantenía su tradicional peso en la Villa.

Después de los trabajos pioneros de Maurice Agulhon, en los ochenta y noventa del siglo XX se ha multiplicado en todo el mundo -también en España- el estudio de las "formas de sociabilidad". Esta expresión nos remite a las distintas maneras a través de las cuales los hombres y las mujeres expresan su carácter social, y en particular, hacia aquellas manifestaciones asociativas fuera del campo de la política, de la economía y del trabajo profesional, y hacia -perdóneseme la aparente contradicción- las "formas informales" de sociabilidad. Las expresiones de sociabilidad -conviene recordarlo- no se pueden separar de la estructuración social en categorías, clases y grupos sociales, de la que algo diremos más abajo. Al menos en el mundo urbano contemporáneo, son pocas las expresiones formales de la sociabilidad humana que son comunes a todos los ciudadanos, por más que -y también en este caso la paradoja es sólo aparente- algunas de ellas sean de carácter interclasista.

Debemos el primer estudio específico de la multiforme sociabilidad bilbaína a Joseba Agirreazkuenaga, quien, en un largo artículo publicado entre 1997 y 1998, estudió, para el Bilbao de 1800 a 1876, las diversas manifestaciones de asociacionismo y las vías informales de sociabilidad en los distintos ámbitos de la vida de la Villa. Agirreazkuenaga incluye en su estudio el asociacionismo político, la sociabilidad en los centros de educación, las sociedades fundadas para el desarrollo de los espectáculos y manifestaciones de la cultura, el de fines económicos y sociales y el religioso (de todos los cuales tratamos en algún punto de nuestro trabajo), además de la sociabilidad informal y del asociacionismo recreativo.

Dos lugares clásicos para el desarrollo de la sociabilidad informal son las tabernas y los cafés. Agirreazkuenaga los estudia para la primera mitad del siglo XIX. Para los años 1851 a 1858, y a partir de un rico epistolario que está aún por publicar, Juan Carlos de Gortázar se interesó, además de por otros aspectos de la vida de Bilbao, por las diversas manifestaciones de la sociabilidad del bilbaíno del momento.

"Nuestras gentes bien, hoy recluidas en su espléndido aislamiento -escribía Gortázar en 1920-, no se imaginan la sociabilidad de los particulares de aquella época. Las tertulias estaban a la orden del día, y no pasaba uno sin que esta casa o la otra abriera hospitalariamente sus puertas" (1920, 26). Pero, junto a ellas, el autor trataba también de las sociedades de recreo (la Bilbaína y la Recreativa, que, entre otras iniciativas, organizaban bailes), de la Filarmónica, del teatro y de las corridas, del Café Suizo y de la "Pastelería". Para la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX son de una gran riqueza los tres tomos que Carlos Bacigalupe ha dedicado, a los "cafés parlantes" de Bilbao, entre ellos el Lion D'Or, el Café del Boulevard y La Concordia, que mantenían tertulias de altos vuelos. Bacigalupe estudia también la "materialidad" de esa forma de sociabilidad que es la tertulia, como lo había hecho antes con los "escenarios", desde el Teatro "Viejo" que se constituyó durante la primera guerra carlista, hasta el Arriaga, pasando por las reducidas "tablas" de los Centros regionales que proliferaron en Bilbao desde comienzos del siglo XX. Por su parte, Mª Jesús Cava ha estudiado las formas de sociabilidad -especialmente las formas culturales de sociabilidad-, desde 1917 hasta el fin del período dorado para la Villa, los felices años veinte.

En 1930, la población activa de la Villa se había modificado sensiblemente respecto a 1900, de modo acorde con el desarrollo económico de Bilbao y su comarca: los trabajadores del sector primario suponían sólo un 1,92% (frente al ya escaso 2,57% de 1900), los del secundario descendían desde el 60,12% de 1900 hasta el 48,80%, mientras, por primera vez en la historia, los servicios se constituían en el primer sector de actividad, pasando del 37,31% de 1900 al 49,28% del total de la población activa de la Villa a finales del primer tercio del siglo pasado (cf. González Portilla et. al., 1995, 171).

La división en grupos socioprofesionales en la Villa (cf. González Portilla, dir., 2001, 79-85) había cambiado sensiblemente en 1930 respecto a 1900, aunque de este estudio se desprende que, por ejemplo, los jornaleros aumentaron considerablemente su peso (del 50,12 al 58,57%). El porcentaje del grupo de sirvientes descendía del 15,84 al 12,93%; también descendían los de los labradores (2,57% en 1900, 1,14 en 1930), artesanos (9,93 y 4,78%, respectivamente) y costureras (4,31 y 2,13%); no era de esperar -quizá lo explique su progresiva ubicación en los municipios de la margen derecha de la Ría -el descenso, del 4,8 al 2,18%, del peso de las elites, mientras que, al contrario, se entiende muy bien que tanto el grupo de profesionales liberales (6,3% en 1900, 7,91 en 1930) como el de servicios (6,2 y 10,37%, respectivamente) crecieran de forma significativa a lo largo del primer tercio del siglo XX. Grosso-modo -utilizábamos también esta cautelosa expresión al referirnos a la división en clases del Bilbao de 1900-, las clases bajas suponían en 1930 un 71,5% de la población, más de un 5% por encima de los porcentajes de treinta años antes; las medias el 26,33% y, las elites, el restante 2,18%. De las cifras anteriores hay que concluir:

  1. 1.- El método seguido por el estudio citado no es el adecuado, porque tanto los datos censales -y los del padrón, muy parecidos a ellos- como las pruebas "cualitativas" (relacionadas tanto con la economía como con los movimientos sociales y la educación) se mueven precisamente en el sentido de un crecimiento de las clases medias, un mantenimiento de las altas y un descenso de las bajas.
  2. 2.- Es indudable que se ha producido una modernización de los grupos socioprofesionales de la Villa, pues los ligados a la economía tradicional (labradores, artesanos, costureras, sirvientes) pierden peso a favor de los propios de una economía moderna (servicios, profesionales liberales). Quizá la clave de esta confusión resida en que la clasificación socioprofesional adoptada por González Portilla y su equipo en 2001 no tenga cuenta a los modernos trabajadores especializados.

Uno de los grandes logros de la sociedad bilbaína en su conjunto durante el período 1914-1930 fue la clara mejora del bienestar de las clases trabajadoras, cuyos salarios reales aumentaron considerablemente y su situación se colocó a la cabeza de lo que se cobraba en el resto de la Península. Fruto de la política social del Estado y de los entes locales, dicha evolución la mereció, sobre todo, la "política de equilibrio social" que pusieron en marcha tanto los empresarios (y en particular, los del sector siderometalúrgico, liderados por Altos Hornos de Vizcaya), como los dirigentes del PSOE y de la UGT -una central sindical, por cierto, que contempló durante esta etapa el paso de las antiguas y pequeñas sociedades de oficio a los nuevos y potentes sindicatos de industria-. Ni siquiera durante los años en que el terrorismo anarquista asoló las calles españolas -principalmente las barcelonesas, pero también las de la Villa (en enero de 1921 fue asesinado Manuel Gómez Canales, director gerente de AHV)- se rompió dicha política, que las grandes empresas de Bilbao y su comarca mantuvieron, a pesar de las presiones de los pequeños y medianos patronos locales y de las de los empresarios catalanes y la Confederación Patronal Española liderada por ellos. La dictadura del general Primo de Rivera puso en marcha, como es sabido, la Organización Corporativa Nacional, en cuya base estaban unos llamados Comités paritarios que, como eran elegidos por sindicatos y patronales, fueron aceptados tanto por la UGT y ELA (no por anarquistas y comunistas, entonces en la clandestinidad) como por el Centro Industrial y el Centro Mercantil de Vizcaya, las dos grandes organizaciones empresariales de la provincia. Aunque el sistema entraría en crisis durante la II República -a pesar de que Francisco Largo Caballero, líder indiscutible de la UGT, siguió comprometido con la idea de fondo durante el bienio 1931-1933-, antes de 1931 esa política de equilibrio social inaugurada en vísperas de la Gran Guerra -y que no supuso, desde luego, la inexistencia de grandes y prolongadas huelgas, y algún "lock-out", a lo largo de todo el período- se mantuvo e incluso se consolidó entre 1925 y 1930.

Si las organizaciones empresariales fueron fortaleciéndose y coordinando su acción a lo largo del primer tercio del siglo pasado, los trabajadores organizados ya no estuvieron tan completamente liderados por el PSOE y la UGT, como había ocurrido hasta 1914. En 1911 nació la central sindical nacionalista vasca y cristiana ELA-SOV, que no dejó de tener importancia en las dos siguientes décadas, pero que sólo celebró su primer Congreso, en Eibar, en 1929. Es a partir de ese momento cuando Solidaridad de Trabajadores Vascos (el cambio de la denominación castellana, pensado para que pudieran integrarse en ella los trabajadores de cuello blanco, se decidió en 1933, en el segundo Congreso de la organización, celebrado en Vitoria/Gasteiz) se convierte realmente en una central sindical abiertamente reivindicativa, aunque no dejara de defender, además de su ideología nacionalista, el ideario católico-social que compartía con unos muy reducidos sindicatos obreros católicos organizados en el conjunto español y que nunca llegaron a cuajar, a pesar de que los primeros de ellos habían nacido a finales del siglo XIX. La escisión del PSOE en 1921, la subsiguiente creación del PCE, la presencia en el nuevo partido de dirigentes del PSOE y la UGT de la primera hora -el más importante de ellos, sin duda, Facundo Perezagua- y la acción sindical de una muy minoritaria CNT fueron factores que, sin que la UGT perdiera nunca, antes de 1936, su condición de central sindical más importante de la Villa y su comarca (y del entero País Vasco), contribuyeron a reducir su capacidad de acción.

Ya en las elecciones municipales de mayo de 1891 ("el primer éxito electoral en la historia del PSOE", comenta Fusi (1975, 115), los socialistas consiguieron 605 votos (acudieron a las urnas 4.354 bilbaínos de los 10.201 con derecho a voto) y cuatro concejales. En mayo de 1899 (seis meses antes Sabino Arana había sido elegido diputado provincial por Bizkaia, en los primeros comicios a los que se presentó el PNV) eran cinco los nacionalistas vascos elegidos concejales de la Villa. Pero, como ya hemos visto, en las elecciones de 1899 la caciquil "Piña", que reunía a los monárquicos alfonsinos, obtuvo 21 ediles, robusteciendo aún más la mayoría absoluta de que gozaba en el Ayuntamiento bilbaíno desde las municipales de 1897.

Las cosas cambiaron considerablemente entre 1899 y 1923. A lo largo de ese camino tres hitos parecen especialmente significativos: el primero, el nombramiento en 1907 como alcalde de Real Orden -era entonces Presidente del Consejo de Ministros el líder del partido conservador, Antonio Maura- de Gregorio Ibarreche, de tendencia nacionalista vasca. Tras su éxito en las elecciones municipales de noviembre de 1917, el 1 de enero de 1918 -segundo de esos hitos-, los 14 concejales nacionalistas, con los que votaron los ediles jaimistas, eligieron alcalde de Bilbao al nacionalista vasco Mario de Arana.

Dos años después la política española y la vasca habían cambiado mucho: se trataba de parar el avance de los monárquicos de la Liga, que pretendían -y parecía que iban a conseguir- eliminar al nacionalismo vasco del panorama político y, para ello -en concreto, para evitar el nombramiento como alcalde de un monárquico liberal-, los 14 concejales nacionalistas, los 4 jaimistas y, como es lógico, los 8 socialistas eligieron alcalde de la Villa -tercer hito- al socialista Rufino Laiseca. En abril de 1922 recuperaban la alcaldía los monárquicos alfonsinos: el nuevo alcalde de Bilbao era el maurista Juan Arancibia y otro monárquico, Mariano Aróstegui, ocupaba el cargo cuando el general Primo de Rivera se "pronunció" el 13 de septiembre de 1923. Tanto durante la Dictadura como durante la "Dictablanda" del general Berenguer- el Ayuntamiento fue nombrado siempre por Real Orden: se sucedieron como alcaldes de Bilbao Justo Somonte (octubre de 1923 - febrero de 1924), Federico Moyúa (febrero de 1924 - febrero de 1930) y Adolfo González de Careaga (febrero de 1930 - abril de 1931); pero la caída de la Monarquía se produjo -como es bien sabido- después del clamoroso triunfo de las oposiciones al sistema en las municipales del 12 de abril de 1931.

Con todo carecemos de un estudio de fondo sobre la política municipal: una política elaborada por los grupos monárquicos y corregida por socialistas y nacionalistas en los momentos reseñados.

Los estudios dirigidos por y debidos a Pauli Dávila, Jean-François Botrel y Mercedes Vilanova permiten conocer la crecientemente alta tasa de alfabetización de Bilbao y Bizkaia en el conjunto de España y del País Vasco. Para la comparación entre Bizkaia y las demás provincias españolas es especialmente útil el cálculo, publicado por Vilanova y Moreno, de los porcentajes de población analfabeta (que no sabe ni leer ni escribir ni simplemente leer) calculados entre 1867 y 1981 a partir de los Censos de Población. Esa comparación es sumamente favorable para Bizkaia, la undécima provincia con un menor porcentaje de analfabetos en 1887, el 49% (los porcentajes eran inferiores en Álava y Gipuzkoa), la sexta en 1900 (las dos Provincias Hermanas estaban todavía por delante) y la cuarta en 1930 (por encima de Álava, Burgos y Santander y a la par que Gipuzkoa, Madrid y Segovia).

No menos importante es el esfuerzo de alfabetización en números absolutos, información que ofrece Botrel y que sirve para matizar la que ofrecen las tasas de alfabetización. Así, entre 1860 y 1920, entre las provincias que habían tenido menor número de habitantes alfabetizados por año que la media nacional (que era de 2.300 alfabetizados por provincia y año) estaban algunas de alta tasa de alfabetización -y emigración- como Álava, Segovia, Logroño y Soria, mientras que las cinco provincias que más crecieron fueron Bizkaia (3.689 alfabetizados por año), Oviedo (4.504), Valencia (5.821), Madrid (8.518) y Barcelona (12.246), todas las cuales atraían a un gran número de emigrantes. El esfuerzo educador que tuvo que hacer Bizkaia fue mucho mayor que los de Álava o las provincias rurales de Castilla la Vieja.

La comparación entre las cuatro capitales vasconavarras es menos favorable para Bilbao. Si, de acuerdo con los datos que ofrece Dávila, en 1900 sólo la tesis de alfabetización de San Sebastián (60,48%) era inferior a la de Bilbao (63,45%; Vitoria y Pamplona estaban en el 69,57 y el 65,74%, respectivamente), al final del trayecto, en 1930, la tasa de alfabetización bilbaína había crecido mucho (hasta el 77,89%), pero había quedado por debajo de las de las otras tres capitales (el 78,31%, el 80,17 y el 80,94% en Vitoria, San Sebastián y Pamplona, respectivamente).

Como ya apuntaba al comienzo de este trabajo, quizás el proceso más importante en el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la educación y de la cultura de la Villa durante el primer tercio del siglo XX lo constituyera el proceso de institucionalización del mundo cultural de la Villa iniciado con la creación de una asociación privada la Sociedad Filarmónica de Bilbao (1896) y de los Museos de Bellas Artes y Arqueológico y Etnográfico, cuya historia se inicia con la creación de los respectivos Patronatos, creados en 1908, en los que estaban representados tanto la Diputación de Vizcaya como el Ayuntamiento de Bilbao. La implantación de centros de enseñanza, sobre todo de enseñanza superior, fue menos rica, como veremos.

Ese proceso de institucionalización, iniciado con el cambio de siglo, se fortalece a lo largo del primer tercio del nuevo siglo. Así (tras la desaparición de la Capilla Musical de la Basílica de Santiago en 1878 y la inmediata creación de una Academia Municipal de Música que se cerraría cinco años después, mal sustituida por diversos centros privados y por el establecimiento en 1890 de la enseñanza musical gratuita), sólo la Banda de Música Municipal -desde la creación en 1895 por el Ayuntamiento de la correspondiente Academia-impartía enseñanza musical en la Villa.

Así las cosas, la propia Sociedad Filarmónica creó, en septiembre de 1903, la Academia Vizcaína de Música, que pronto recibió apoyo económico de la Diputación; con todo, el paso decisivo lo supuso la fundación en 1920 del Conservatorio Vizcaíno de Música (institución pública financiada también por la Corporación vizcaína). También en los años veinte -en 1922, concretamente- se constituyó -financiada por el Ayuntamiento- la Orquesta Sinfónica de Bilbao, después de una larga y accidentada prehistoria de orquestas privadas y de la necesaria presencia en la Villa de formaciones de otras ciudades -las más asiduas, la Sinfónica de Madrid, dirigida por Enrique F. Arbós, y la de Barcelona, con Joan Lamote de Grignon al frente-, en la que siempre fueron los músicos profesionales los que llevaron la peor parte. Para la música religiosa de Bilbao la desaparición de la Capilla Musical de Santiago fue una verdadera tragedia, paliada en parte por las diversas iniciativas surgidas en torno al Congreso Internacional de Música Sacra celebrado en la Villa en 1896, un hito más en la reforma de la música religiosa que pretendían y consiguieron, no sin dificultades, los Papas León XIII y Pío X. En ellas tuvo un importante papel el jesuita guipuzcoano Padre Remigio Otaño, cofundador de la revista, nacida en 1907, Música Sacro Hispana. Antes, en 1904 había nacido -y fallecido- en la Villa La Evolución Musical, fundada por el francés Enrique Audrain, y en 1909 Juan Carlos Gortázar -"Ignacio de Zubialde"- creó la Revista Musical, cuya dirección y administración se trasladó a Madrid en 1913, por la mala salud de "Zubialde", donde siguió publicándose hasta 1917 bajo el título de Revista Musical Hispano-Americana. Si a ello se añade que, además de la casa editorial Lazcano y Mar, desde 1910 Mar y Compañía, en Bilbao nació la más importante editora musical española, Casa Dotesio, no puede dudarse del papel central de la Villa en este terreno.

Si la música de cámara (Sociedad de Cuartetos, 1884; Sociedad de Música Clásica, 1913) y sinfónica tenía su foco en la Sociedad Filarmónica y su primera institución pública en la Orquesta Sinfónica de Bilbao, la música coral había dado antes su primer paso importante con la creación en agosto de 1886 de la Sociedad Coral de Bilbao. Además de los grandes triunfos conquistados por su Orfeón -el Orfeón Bilbaíno- en los años siguientes, bajo la batuta de Cleto Zavala, su posterior transformación -de la mano de Aureliano Valle primero y Jesús Guridi después- la convirtió en la asociación -con un magnífico coro mixto desde 1906- que más hizo por el teatro lírico vasco (temporadas de 1909 a 1911, en Bilbao, estreno de Amaya, de Guridi, en Bilbao, en 1920, y, en Madrid, en 1923), y le permitió ofrecer conciertos -en solitario o junto a orquestas de prestigio- con unos programas en los que se ofrecía lo mejor de la música coral europea del XIX y comienzos del XX. Pronto surgieron en Bilbao otros orfeones, los más importantes de ellos el Euskeria (1896-1920) y la Masa Coral del Ensanche (1903).

Colocadas en un segundo plano las temporadas de ópera de las que siempre había disfrutado Bilbao a lo largo del siglo XIX, pero a las que cada vez acudía menos público -otra cosa era la zarzuela y el "género chico", odiado por los melómanos vascos- y después de los tímidos inicios en la misma Villa (las "zarzuelas vascas" de Resurrección María de Azkue) y en San Sebastián (Chanton Piperri y Anboto de Toribio Alzaga y Bonifacio Zapirain, Maitena de los vascofranceses Decrept y Colin y Lide ta Ixidor, de Santos de Inchausti), la Sociedad Coral de Bilbao -con el concurso de un escenógrafo de excepción, Eloy Garay, de un plutocrático mecenas, Ramón de la Sota y Llano, y de las orquestas locales y amigas-, ofreció, en las temporadas de 1909 a 1911, además de algunas de las obras citadas, los estrenos de las óperas vascas de los tres principales compositores de la región del primer tercio de aquel siglo: el guipuzcoano José María de Usandizaga (Mendi-Mendiyan, libreto del bilbaíno José Power), prematuramente fallecido, el vitoriano -bilbaíno de adopción- Jesús Guridi (Mirentxu, con libreto de Alfredo de Echave, otro de los promotores de la iniciativa) y el ya citado Azkue (Itsasora, primer cuadro de la ambiciosa Ortzuri, otra de cuyas óperas, Urlo, estrenarían en 1914 el Orfeón Euskeria y la Sinfónica de Barcelona). En 1920 estrenó la Sociedad Coral la que sería al mismo tiempo el máximo logro y el canto del cisne de la ópera vasca antes de 1936. Amaya, de Guridi, quien, en 1926, volvería a la zarzuela con la popularísima El Caserío y en 1937 se trasladaría a Madrid, donde su obra -pensó- podría -y así fue- alcanzar un mayor eco.

Tanto Usandizaga como Guridi y Azkue habían ampliado estudios -gracias al mecenazgo de "plutócratas" como Tomás Zubiría e Ybarra, primer conde de Zubiría, y Ramón de la Sota y Llano- en Francia, Bélgica y Alemania. A ellos se añadió a finales de la década de los veinte, un joven formado en el Conservatorio y director de la Sinfónica, Jesús Arámbarri. Todos ellos formaron parte de esa importante etapa de la historia de la música, que a tantos países alcanzó, que fue el "nacionalismo musical", no siempre ni necesariamente ligado al nacionalismo político vasco; un nacionalismo musical -el vasco, como el catalán, el español y el de otros muchos países de Europa- que era fruto de la alta consideración en que se tenía a la música popular -en el País Vasco recogieron y publicaron importantes colecciones de canciones populares en euskera tanto Azkue como el Padre Donostia- y de la aplicación a la misma de técnicas compositivas "savantes".

El "nacionalismo musical" vasco, tan centrado en Bilbao, no era sino una manifestación más -aunque de ningún modo secundaria- de un nacionalismo cultural que había arrancado en el País Vasco -y que pronto se centró también en la Villa- en las artes plásticas y, en particular, en la pintura (la escultura, en la que brillaron artistas de la tabla de Nemesio Mogrobejo, Paco Durrio y Quintín de Torre, no llegó a "vasquizarse" hasta que irrumpió en el escenario Jorge Oteiza, en la década de los treinta). La llamada por el crítico bilbaíno Ricardo Gutiérrez Abascal, "Juan de la Encina" -el mejor crítico de arte de la Península- "escuela vasca de pintura", tuvo sus primeros inspiradores en el asturiano Darío de Regoyos -que, a su vuelta de París, se afincó en diversos pueblos y ciudades guipuzcoanos y vizcaínos- y los bilbaínos Adolfo Guiard y Manuel Losada -que sería nombrado en 1914 primer director del Museo de Bellas Artes de Bilbao-, quienes "importaron" de París, junto a los catalanes, los primeros movimientos vanguardistas que reaccionaban frente a la pintura neoclásica italianizante, comenzando por el impresionismo. Una "escuela vasca" que consolidó con su segunda generación, la de los hermanos Arrúe, los Zubiaurre, Juan de Echevarría, Ángel Larroque y Aurelio Arteta- encargado en 1909 de los carteles de la primera temporada bilbaína de ópera vasca y primer director del Museo de Arte Moderno, nacido en 1923 y fusionado más tarde con el de Bellas Artes-, entre otros, y a la que no dejaba de pertenecer -aunque no pintara tipos ni paisajes vascos- el eibarrés Ignacio de Zuloaga, muy apreciado en Bilbao como en todas partes.

Desde finales del siglo XIX, los artistas vascos presentaban sus cuadros -que compraban algunos mecenas de la localidad- en Exposiciones temporales (Exposiciones de Arte Moderno y Retrospectivas en las que se mostró la gran riqueza de obras de grandes pintores de la historia, desde los grandes italianos y flamencos del Renacimiento hasta Velázquez, Rembrandt, Zurbarán y Goya, que atesoraban las familias bilbaínas "pudientes" y que en buena parte pasaron después de 1908, por donación o compra, al Museo de Bellas Artes) celebradas en distintos locales, en las cuatro o cinco galerías particulares que existían ya en la Villa a las alturas de 1903.

Pero, para ellos, el paso decisivo lo constituyó la fundación en Bilbao, en octubre de 1911, de la Asociación de Artistas Vascos, que -después de la Exposición de Arte Moderno de 1910- inauguró sus propios locales en agosto de 1912 con una exposición colectiva, a la que -además de numerosas exposiciones individuales- siguieron otras, y su broche de oro, la Exposición Internacional de Pintura y Escultura del verano de 1919 que, si bien organizada por la Junta de Cultura Vasca creada en 1917 por la Diputación vizcaína, fue un muy importante escenario para los miembros de la AAV. Aunque la vanguardia artística vasca se "cerró" en la década de los veinte, incapaz de acoger el cubismo y movimientos posteriores -como le ocurrió a la vanguardia musical, que nunca entendió la música dodecafónica-, la Asociación siguió cumpliendo su papel de promotora de la obra de los pintores de la región hasta el estallido de la guerra civil.

Para los arquitectos la gran oportunidad la constituyó, desde finales de la segunda guerra carlista, el crecimiento de la Villa, con la expansión de la Villa a lo largo de la margen derecha de la Ría, desde la calle de la Estufa hasta la Universidad de Deusto (1886) y el Ayuntamiento (1892), pasando por los "hoteles" del Campo Volantín, en primer término, y la aprobación y edificación del Ensanche, después. Eclecticismo, modernismo, regionalismo y racionalismo (el movimiento del GATEPAC, a comienzos de los treinta, tuvo aquí algunas de sus grandes figuras) se sucedieron a lo largo de la historia de la arquitectura de la Villa entre 1876 y 1931, aunque, sin duda, desde comienzos de siglo las grandes residencias de las elites comenzaran a instalarse en la margen izquierda de la Ría (Portugalete y Santurce, más la excepcional "Munoa" del capitalista republicano Horacio Echevarrieta) y, sobre todo, en la margen derecha, en los municipios de Getxo y Leioa ("Artaza", palacio "Tudor" creado para el primer marqués de Triano por el arquitecto más popular y fecundo de la época entre las elites, Manuel María Smith).

Otras vías de fomento de la cultura las constituyeron los círculos y ateneos y las revistas culturales. Entre los primeros destacan la anticarlista Sociedad El Sitio, creada en 1876, el nacionalista Centro Vasco, nacido en 1899, los Círculos "Católico" y "Tradicionalista", el "Casino Republicano", y el liberal-monárquico Ateneo de Bilbao, de 1913-4), que organizaban exposiciones y ciclos de conferencias en los que participaron intelectuales de la talla de Miguel Unamuno, Eugenio d'Ors y José Ortega y Gasset. Entre las revistas culturales nacidas en Bilbao desde comienzos de siglo (porque no faltaron antes de 1900 fuera de la Villa otras de gran importancia como la Revista Euskara, la Revista de Vizcaya, Euzkadi, Euskalerriaren Alde o la Revista Internacional de los Estudios Vascos) hay que mencionar El Centenario (1900), El Coitao (1908) y, sobre todo, Hermes (1917-1922), la revista del nacionalismo liberal y abierto de Jesús de Sarría, que dejó de publicarse a la muerte de éste.

Unas revistas que no eran sino una manifestación de la era del gran periodismo bilbaíno posterior a 1876 (diarios liberales e informativos como El Noticiero Bilbaíno (1875), fueristas, tradicionalistas, diarios propiedad de grandes industriales como Juan Tomás de Gandarias -El Nervión- o Víctor Chávarri -Diario de Bilbao-. La era de los grandes rotativos la iniciaron El Liberal y la católica Gaceta del Norte, ambos fundados en 1901, que continuó el maurista El Pueblo Vasco -el único de los citados diarios hoy en circulación- y los diarios nacionalistas vascos creados por la Sociedad Tipográfica, Euzkadi (1913), La Tarde (1914) y Excelsior (1924). A ellos hay que añadir el efímero Las Noticias (1921), fruto del "conturbenio nacionalista vasco-comunista") y el aún más efímero diario, de notabilísima carga cultural, promovido por Pedro Mourlane Michelena y Joaquín de Zuazagoitia, La Noche (1924). Ello, por no hablar de revistas políticas como las fundadas por Sabino Arana (Bizkaitarra, Baserritarra, La Patria), de carácter fuerista como Euskalduna, independientes o socialistas -La Lucha de Clases (1894)-.

Las bibliotecas de la Universidad de Deusto (1886), de la Diputación (1894), del Ayuntamiento de la Villa (1897), las bibliotecas populares promovidas también por la Corporación bilbaína y las de entidades privadas como la de la Sociedad Bilbaína (instalada en un edificio de la Plaza Nueva desde su fundación, el 15 de octubre de 1839, hasta que en 1913 se inauguró su actual sede en un magnífico solar del Ensanche) y El Sitio y los hábitos de lectura de los bilbaínos constituyen parte de la "estructura" de la vida literaria de Bilbao, cuyo estudio -escribía Jon Juaristi en 1996- "ha dado sus primeros y más tímidos pasos en los últimos diez años, [.que] han bastado para privar de fundamento a la convicción (.) de que la Villa ha sido siempre hostil al cultivo de las bellas artes". Conocemos otro de los ejes de dicha estructura, las revistas culturales y sabemos hasta qué punto -aunque no en todos los casos- las formas de sociabilidad literaria estaban ligadas a los centros de sociabilidad políticos.

Así ocurría con los círculos y ateneos más arriba citados, con agrupaciones socialistas y batzokis (sus romerías o "jiras", sus orfeones, sus grupos de teatro, sus fiestas, sus conferencias.) y tertulias como las del Café García, el Café del Boulevard, La Concordia o el Lion d'Or, pero no, por ejemplo, con la Sociedad Bilbaína, fundada por "villanos" de las elites y clases medias altas tradicionalistas, liberales monárquicos y republicanos y nacionalistas vascos (no socialistas, comunistas y anarquistas, claro, que reclutaban su personal entre las clases medias y, sobre todo, entre las trabajadoras).

De las editoriales fundadas en Bilbao en el primer tercio del siglo XX (Dotesio y otras casas de edición musical, de las que ya hemos hablado; Editorial Vasca; Editorial Vizcaína y otras ligadas a los principales diarios de Bilbao), apenas sabemos nada, como tampoco de las imprentas (para las que sólo disponemos de dos obras de síntesis, la más reciente de ellas, de 1995, dirigida por Zaldúa, Mur y Madariaga) ni de las librerías (las más importantes de las cuales, como la de Emeterio Verdes Achirica y Juan E. Delmas, fundaron sus propias imprentas).

Los literatos bilbainos fueron muy fértiles entre 1900 y 1931. El personaje clave fue, sin duda, Miguel de Unamuno que, desde su cátedra de Salamanca -y desde su destierro durante la Dictadura de Primo de Rivera-, buscó siempre mil formas de seguir ligado a la Villa y de alentar a sus discípulos y admiradores, a través, sobre todo, de sus estancias veraniegas en Bilbao, de su colaboración en la prensa y del nutridísimo carteo que se cruzó entre unos y otros. Unamuno aconsejó y ayudó a los poetas, novelistas y dramaturgos (y también músicos, pintores, escultores y arquitectos) afincados en Bilbao, ya fueran nacionalistas vascos, monárquicos, republicanos o socialistas. Aunque Luis de Eleizalde publicó una interesante novela, la mayor parte de los escritores nacionalistas (Emiliano de Arriaga, Manuel Aranaz Castellanos, Oscar Rochelt, Alfredo de Echave, Francisco de Ulacia) cultivaron, como ha estudiado Juaristi, el género costumbrista, cuya tradición continuó una generación más tarde, y desde otras perspectivas, Juan Antonio de Zunzunegui; entre los socialistas, Julián Zugazagoitia optó por la novela histórica, aunque también escribió biografías, ensayos sobre el pensamiento socialista, una gran cantidad de artículos de prensa y un conmovedor libro sobre la Colonia escolar que el Ayuntamiento de Bilbao mantenía en Pedernales, mientras que el prematuramente fallecido Tomás Meabe tocó todos los géneros, destacando quizá de modo especial como poeta.

Entre los monárquicos (algunos de ellos, como Ramón de Basterra, Pedro Mourlane Michelena o Joaquín de Zuazagoitia se iniciaron en ambientes republicanos o nacionalistas), se cuentan algunos poetas destacados (Basterra), novelistas (José María Salaverría, el entonces joven periodista Rafael Sánchez Mazas, Mourlane) y ensayistas (Zuazagoitia, Lequerica). Republicanos, socialistas y, sobre todo, periodistas, fueron Teodosio Mendive, Indalecio Prieto o Luis Bello. En cuanto al teatro, más que dramaturgos hubo en Bilbao libretistas que escribían zarzuelas y óperas vascas, que se representaban, junto con óperas italianas y zarzuelas españolas y las principales obras que tenían en su repertorio las compañías que, durante la Semana Grande, visitaban la Villa.

Tampoco se dejó de cultivar en Bilbao el ensayo político, educativo y social y el análisis económico, administrativo y empresarial. Así lo hicieron militantes monárquicos como José Félix de Lequerica o Joaquín Adán, católicos independientes como Ramón de Olascoaga, liberales como Luis de Olariaga, Luis Bello o Lorenzo Luzuriaga, nacionalistas vascos como Sabino Arana, Francisco Ulacia, Engracio de Aranzadi o Jesús de Sarría o juristas ligados a la Diputación vizcaína como José María de Estecha, Nicolás Vicario o Federico de Zabala. Muy influyentes en la Villa fueron historiadores tradicionalistas o nacionalistas como Estanislao J. de Labayru, Teófilo Guiard, Enrique de Eguren o Carmelo Echegaray; lingüistas de la misma procedencia, como Azkue y Julio de Urquijo, o etnólogos y arqueólogos del prestigio de Telesforo de Aranzadi -primo carnal de Unamuno- y el sacerdote guipuzcoano don José Miguel de Barandiarán. En el ámbito de las ciencias naturales, en cambio, sólo podemos destacar al citado Telesforo de Aranzadi, que trabajó basado en una sólida formación derivada de la lectura de expertos en antropología física como los franceses Broca y Quatrefages. Y es que, como en 1949 escribía en un fragmento de su diario Alejandro de la Sota y Aburto, un bilbaíno ilustrado, aficionado a la literatura "bilbainista", a las artes plásticas, a la música y al deporte. "(.) para bien de nuestro Bilbao querido no han salido de aquellas aulas [las del Instituto de la Villa] hombres que se pasan de sabios. Inventores, cero; astrónomos, cero; aviadores turistas (sic), cero. ¡Dios me libre de los sabihondos!".

Como se ve, no faltaron en la Villa durante nuestro período de estudio conocedores de las ciencias humanas y sociales: casi todos ellos procedían de la derecha católica. Lo mismo ocurría con la literatura en euskera. Ya en 1853 Antoine d'Abbadie había puesto en marcha certámenes anuales de poesía euskérica y nunca se perdió la práctica tradicional del "bertsolarismo" -del que Iparraguirre había sido figura emblemática-;sin embargo, los dos principales autores -antes de que diera sus primeros pasos la "generación de la República", representada por los poetas "Xabier Lizardi", "Orixe" y "Lauaxeta", seudónimos los tres- fueron dos escritores vizcaínos: el poeta Felipe Arrese Beitia y el novelista Domingo de Aguirre. Se trataba, sin duda, de una literatura ruralista, pero que, como ha explicado Javier Díaz Noci, no hubiese podido difundirse sin ciudades como Bilbao, en las que había lectores, librerías y bibliotecas.

No podemos concluir este epígrafe sin una referencia a la práctica del deporte, cuyo estudio científico ha comenzado en los últimos años: de la gimnasia (que enseñó Felipe Serrate en el Colegio de Vizcaya, el "gimnasio higiénico" Zamacois y el Club Deportivo de Bilbao, respectivamente), de los deportes tradicionales vascos, la pelota en particular, de los nuevos deportes llamados a ser "de masas", como el fútbol (del "Athletic" comienzan a publicarse historias escritas por profesionales de nuestra disciplina), pero también el ciclismo y la montaña, todos ellos fomentados, entre otras asociaciones, por el Club Deportivo, y de deportes de elite como eran los deportes del mar: la natación (que se podía practicar también en el Deportivo), pero, sobre todo, la vela, el tenis y el golf, que se cultivaban en el seno de clubes como el Náutico de Bilbao, el Sporting, el Marítimo, Jolaseta o la Real Sociedad de Golf de Neguri.

En el segundo epígrafe de esta voz recordábamos algunos rasgos de la postura de los habitantes de la Villa ante la religión, la católica en particular. La Iglesia católica mantenía en 1900, y seguía manteniendo en 1931, una gran influencia sobre los vizcaínos, en general, y los bilbaínos en particular. Lamentablemente, apenas disponemos de estudios de sociología religiosa retrospectiva y, por ello, no contamos con datos sobre la evolución estadística de la práctica pascual o del número de seminaristas de una diócesis que, recordémoslo, abarcaba las tres provincias y que se abastecía de jóvenes procedentes en su mayor parte del mundo rural; sabemos, de todos modos, que, tanto en 1900 como en 1931, el porcentaje de seminaristas nacidos en Bilbao era claramente menor al de los matriculados en Vitoria procedentes del resto de Bizkaia.

Quizá el proceso de secularización avanzó algo, si bien lentamente, en el primer tercio del siglo XX. El florecimiento de las congregaciones religiosas, tanto las dedicadas a actividades educativas como las que trabajaban en el campo de la asistencia social, no parece, sin embargo, apoyar dicha hipótesis. Tanto a través de su Residencia, situada en pleno corazón del Ensanche, como de la Universidad de Deusto -en 1916 se implantó la prestigiosísima "Comercial"- los jesuitas siguieron estando muy presentes en la Villa, en todas las edades, los sexos y las capas sociales, si bien eran las mujeres las que más vivían la religión y los esfuerzos de hombres como el Padre Obeso por extender la predicación de la doctrina social de la Iglesia tuvieron muy poco éxito. Para las jóvenes de las clases alta y media alta era una referencia obligada la educación en el Sacre Coeur, que contaba con colegios en el propio Bilbao y en Algorta; para los trabajadores, significaron una verdadera muestra de independencia frente a los patronos y de aceptación del conflicto laboral los Sindicatos Católico-Libres (Libres, más tarde), impulsados por los dominicos. La proyección misionera de la Iglesia vasca en su conjunto seguía siendo proverbial; en todos los establecimientos asistenciales trabajaban religiosas como las "Hijas de la Caridad" (Santa Casa de Misericordia, Hospital de Basurto) y tanto el Instituto de los Santos Ángeles Custodios, fundado por Rafaela María de Ybarra y Arámbarri, como el reformatorio de menores "El Salvador" de Amurrio -el primero en España-, que puso en marcha su sobrino Gabriel María de Ybarra y de la Revilla, atendieron a dos grupos muy significativos de las minorías marginadas de la Villa y de toda Bizkaia. Seguía también muy viva la religiosidad popular y la presencia de los católicos en los medios de comunicación -con La Gaceta del Norte del "independiente" José María de Urquijo a la cabeza- y en la política (tradicionalistas en sus diversas ramas, monárquicos y nacionalistas vascos) fue muy influyente durante nuestro período de estudio.

No cabe duda, con todo -lo veíamos más arriba-, de que el papel de la Iglesia Católica en Bilbao y Bizkaia se veía crecientemente discutido, desde el ateísmo práctico de una gran parte de los trabajadores inmigrantes -de ello dan buena muestra El intruso (1903), la novela del anticlerical escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, y Electra, drama de don Benito Pérez Galdós, estrenado dos años antes, ambos ambientados en Bilbao y su comarca- como del teórico, presente en muchos intelectuales liberales, republicanos y socialistas. De estos últimos, quizá el caso más destacado sea el del fundador de las Juventudes Socialistas españolas, Tomás Meabe, un "converso" al ateísmo y al marxismo, que dejó las filas del catolicismo y del nacionalismo vasco, en las que siguió militando su hermano Santiago; porque, en Unamuno y en sus discípulos, lo que destaca es su cristianismo "agónico", de tintes existencialistas, muy influido tanto por el protestantismo como por el modernismo religioso. Incluso en los ambientes más contrarios al catolicismo del Bilbao de la época nos encontramos con acontecimientos que conmovieron a la Villa -o, al menos, a sus elites intelectuales- como la paulatina vuelta a la religión de sus padres y confesión "in articulo mortis" del Dr. Enrique Areilza o el ingreso en el monasterio benedictino de Silos de Ramiro Pinedo, uno de los jóvenes bilbaínos más cercanos a Unamuno, con quien siguió manteniendo una estrecha relación.

De la acción del protestantismo en la Villa da cuenta en sus memorias Indalecio Prieto, cuyo primer maestro, en el Bilbao de su niñez, fue un pastor evangélico; menor relieve tenía la presencia de la Iglesia anglicana, limitada al servicio de los técnicos británicos que trabajaban en las minas e industrias de la comarca, muchos de los cuales, por lo demás, casados con bilbaínas, se convirtieron al catolicismo. Por su parte, el anticlericalismo -en El Intruso se relata con vividez el conflicto entre mineros en huelga y bilbaínos en procesión a Begoña de octubre de 1903- fue extendido desde algunas instancias republicano-socialistas, como la Sociedad "El Sitio", el socialista Valentín Hernández Aldaeta, fundador de La Lucha de Clases y que, expulsado del partido en 1900, creó y dirigió el "explosivamente anticlerical" (Sáiz Valdivielso, 1977, 24) El Ruido, y, más aún, por su gran tirada, el diario del "Trust", El Liberal. Los otros, y poco influyentes, actores los constituyeron los miembros de las Logias masónicas, las más importantes de ellas, "La Caridad nº 200" y "La Emulación". Si se juzga por lo poco que sabemos de pastores protestantes, logias masónicas e intelectuales agnósticos o ateos, todo ello estaba muy interrelacionado y luchaba con no mucho éxito -mucho menor, desde luego, del que tuvieron en otras partes de España-contra una estable y mayoritaria presencia católica en Bilbao y la provincia.