Udalak

Bilbao 1900-1931

En 1923 citaba Julio de Urquijo a Miguel de Unamuno, a propósito de un "sugestivo" artículo del segundo titulado "Los Caños de Bilbao en 1846", en el que afirmaba. "vale la pena que alguno de los eruditos estudiosos de estudios vascos, y más si es bilbaíno", "inquiera algo -resume Urquijo- respecto al impresor Depont, de cuyas prensas salió en la citada fecha cierta "Guía de Bilbao y conductor del viajero en Vizcaya" (A ella se refiere Josu Bilbao Fullaondo, 2000, 236.), en la que aparecen unas líneas "candorosamente románticas" acerca del celebrado paseo de nuestra niñez". Y sigue diciendo Urquijo. "Sobre éste y otros detalles del Bilbao de nuestros abuelos, bien poco sabemos; porque, al revés de lo que ocurre en otros pueblos, los estudios de erudición no están de moda entre nosotros. A falta de Memorias, género de literatura casi desconocida en Bizkaia, sólo recogiendo pacientemente los datos dispersos en archivos, guías, y relatos de viajeros, y en alguna que otra correspondencia particular, podría reconstituirse el modo de vivir de los chimbos de tiempos pretéritos".

Para reconstruir la imagen de Bilbao antes, durante y después de nuestro período de estudio, es necesario acceder a la memoria histórica de los bilbaínos, a sus "lugares de la memoria" y a sus "inventadas" y "reinventadas" tradiciones; podemos servirnos de los libros de viaje, de la literatura, de la pintura y de la evolución de los enfoques humanísticos y científico-sociales que se han interrogado sobre Bilbao. Y no perdamos de vista que en el estudio de la conciencia de sí y de la imagen del "Otro" de los bilbaínos se incluye el de la diversidad y el cambio de las autopercepciones cívicas y políticas.

En este orden de cosas se abre un territorio, prácticamente inexplotado, sobre el que se puede investigar recurriendo a cuatro tipos de fuentes ya clásicas: los libros de viaje y las guías urbanas -a las que se refería Julio de Urquijo en su artículo-, las obras literarias y la historiografía.

Una fuente a la que hasta ahora no se le ha sacado provecho la constituyen las guías de viaje, tanto las extranjeras (como el famoso Baedecker o las "Guides-Joanne" -la referida al País Vasco, de 1914, debida a Lucien Lheureux-, publicadas por Hachette) como las de factura bilbaína (Larrañaga, 1900, y, sobre todo, las más de veinticinco ediciones de Bizkaia en la mano, de V. Repáraz). Sólo testimonios tempranos, la Luminous Guide for the British Cooperative forces in Spain, publicada en 1836 por el liberal bilbaíno Sotero de Goicoechea, y la Guía de Bilbao y conductor del viajero de Vizcaya, de 1846, han sido objeto hasta hace muy poco de una breve nota -ya citada- publicada en 1923 por Julio de Urquijo. Hoy disponemos de atractivas propuestas de estudio tanto de los viajeros ("viajeros-exploradores", "viajeros-turistas" y "viajeros-ilusionistas", tal como los clasifica Enríquez, 2000) como de las guías de viaje, tan necesarias para los españoles que, acompañando a la Corte, se disponían a hacer un "viaje turístico a las Vascongadas" (loc. cit., 139-142). Aunque no se trata propiamente de guías, los cuatro cuadernos editados entre 1907 y 1913 por el alavés Fermín Herrán sobre el Bilbao contemporáneo son también una buena muestra de la imagen que los habitantes adinerados de la Villa querían dar de Bilbao y de sí mismos (Kintana, 2000).

Otros viajeros (El francés E. Gruner, 1889; el ingeniero alemán A. Kaysser, 1898, y otros colaboradores de la revista Stahl und Eisen, de Düsseldorf, o el geógrafo Henri Lorin, 1904) están casi únicamente interesados en cuestiones técnicas y económicas relativas a la construcción del puerto exterior, a los yacimientos mineros y a las técnicas de explotación de los mismos y a la industria sidero-metalúrgica. A todos estos aspectos -"no hay en el mundo cosa más grandiosa que estas minas", escribió el joven Max Weber-, así como al "contraste inaudito" que se daba entre la población local y la "ruindad de la Administración española"; al carácter "estrictamente democrático" de "toda la estructura social del país", en contraste con las realidades electorales impuestas desde Madrid, que eran, en la práctica, "un negocio de compraventa"; a la rígida disciplina de la Iglesia; a los servicios municipales y a las formas recreativas de sociabilidad, se refería en una carta magnífica -una admirable mixtura de la capacidad de observación y análisis de su autor y de su apego a la imagen que del País Vasco llegó al mundo germano a través de Wilhelm von Humboldt- el sociólogo alemán Max Weber, que escribía a su madre desde Las Arenas el 18 de septiembre de 1897 (Esta carta de Max Weber ha podido ser publicada y traducida al castellano gracias a José Miguel de Azaola (1997) y Juan José Linz; todavía no ha sido recogida en la edición en curso de sus obras completas (Gesamtausgabe), 1984, al cuidado de H. Baier, M. R. Lepsius, W. J. Mommsen, W. Schluchter y J. Winckelmann. En su momento se integrará en la segunda parte (Briefe), tomo 3 (años 1895-1900), de esta edición).

Uno de los factores que más contribuyeron a la cambiante conciencia de sí de los bilbaínos fue la proyección de la Villa en la literatura. Es el caso de Miguel de Unamuno, quien llevó a Bilbao consigo a lo largo de toda su vida y de buena parte de su obra. La "tensión entre un progreso que no terminaba de cuajar y la pérdida de la imagen de un pasado aparentemente más tranquilo y ordenado" es -para Joseba Juaristi (1997, 37)- una de las raíces de las distintas visiones de Bilbao. Es lo que plantea Jean Pierre Gaudin (1994) para el mundo urbano europeo de la primera mitad del siglo XX: la política urbanística busca reglamentar las relaciones entre historia y modernidad, es decir, entre la memoria cultural de la ciudad y los argumentos de utilidad. Pues bien, en Unamuno pareció pesar más la conciencia de pérdida que los proyectos de futuro ligados al "nuevo siglo XX" (Como escribe José Miguel Fernández Urbina (1998, 123), "en las ocasiones en que, por el motivo que fuese, asociaba la prensa con novedades tecnológicas (fotografía, rotativas.) o tecnologías afines (telégrafo, cinematógrafo, automóvil.), sus juicios [de Unamuno] solían ser negativos". Lo mismo ocurría con la fonografía en general o con la grabación de la voz humana en particular. Una lúcida exposición de la imagen que tenía Unamuno de Bilbao, en la introducción de Juan Pablo Fusi Aizpurúa a la novela de Unamuno Paz en la guerra (Madrid, Alianza, 1988)).

Junto a Unamuno, otros escritores de la generación de 1898 y de generaciones sucesivas deben ser tenidos en cuenta: entre ellos -y en abierta oposición a la perspectiva de Unamuno-, los cánticos al Bilbao moderno, al Bilbao de la industria y de la Ría, de Ramiro de Maeztu y de Ramón de Basterra, para quien -afirmaba en 1917- "somos los bilbaínos, encima de nuestra tierra centenaria y de nuestra raza, una urbe americana" y Bilbao, un mito civilizador (Basterra, 2000, 98). Contribuyeron también con fuerza a forjar la imagen de Bilbao el "novelista social" Julián Zugazagoitia, dos de cuyas novelas "bilbaínas", El asalto y El botín, han sido recientemente reeditadas; el Rafael Sánchez Mazas de la Apología de la historia civil de Bilbao y un Juan Antonio de Zunzunegui, tan poco leído en las últimas décadas, que dedicó su primera obra a la Vida y Paisaje de Bilbao (1926), en la que, como en sus primeras novelas y cuentos -Chiripi. Historia bufo-sentimental de un jugador de foot-ball (1913), Tres en una, o la dichosa honra (1935) y El chiplichandle (escrita en 1935-6 y publicada en 1940, más lograda que las anteriores)- y en algunas obras de madurez, pintó tipos y ambientes del Bilbao y de la Ría de los años "locos" de la Gran Guerra y de los más duros de los años treinta. No olvidemos las contribuciones de escritores "menores", como los folletines de Gustavo de Maeztu ni, para este primer tercio del siglo XX, la simpatía con que veían la Villa escritores de la talla de José Ortega y Gasset y Gerardo Diego, buenos conocedores de Bilbao.

En alguna ocasión manifestó Unamuno su interés por escribir una historia de Bilbao, pero no como las otras obras históricas más al uso en su tiempo; un relato -como el que, en definitiva, narró en Paz en la guerra- que mostrara en primer término la "intrahistoria" de la Villa. Pero incluso en la "positivista" Historia de Teófilo Guiard se transparenta una determinada visión de Bilbao. "su autor no oculta -ha escrito José Carlos Enríquez en un interesante artículo, en el que se echa en falta un análisis más minucioso y matizado- su simpatía por el estatus preponderante alcanzado por la mesocracia y la oligarquía urbanas". Ya se trate de los cronistas de la Edad Moderna "o de Estanislao Labayru, Antonio de Trueba, Pedro Novia de Salcedo o Camilo de Villabaso, historiadores y políticos del Ochocientos, unos y otros pergeñan en sus descripciones de la ciudad -sigue diciendo Enríquez (2000, 138-9)- un imaginario urbano bilbaíno muy efusivo a la hora de narrar las excelencias y grandezas de la ciudad historiada, manifiestamente adulador de todo aquello que complacía a su elite cívica, económica y política".

También "sintió" el pasado, el presente y el futuro de Bilbao Indalecio Prieto, que nos ha dejado numerosos testimonios de sus experiencias y de sus proyectos. Probablemente, ningún otro político pensó tanto sobre Bilbao y, por ello, es especialmente doloroso comprobar que en los estudios sobre la planificación comarcal del "Gran Bilbao" de los años del franquismo no se hiciera ninguna mención a sus iniciativas y proyectos, algunos tan atractivos y recordados como el túnel de Archanda. Otros proyectos de Bilbao que han merecido el interés de los investigadores son el pintoresco del gallego Pedreira, el de Julio de Lazúrtegui, el bilbaíno que quizás adelantó con mayor penetración lo que había de venir y, en el plano urbanístico, los que latían bajo los diversos proyectos parciales -el de Indalecio Prieto, entre ellos- que se plantearon desde la aprobación del Ensanche hasta la guerra civil.

Entre los recuerdos o memorias, además de los escritos por viajeros, están los de los bilbaínos que dejaron la Villa, los más importantes, sin duda, los Recuerdos de niñez y de mocedad, de Unamuno (1908), De mi vida (1968-1970), de Indalecio Prieto, y las Memorias de un bilbaíno, del "exiliado en San Sebastián" José de Orueta (1929), contagiadas por la misma nostalgia, que tiende a ver sólo lo positivo, de las obras de "bilbaínos de a pie" como Alejandro de la Sota y Aburto, Amelia Ruiz Álvarez, Jacinto Gómez Tejedor o José Manuel Sánchez Tirado.

Se han añadido nuevas vías para el estudio icónico de la Villa: la de Viar (2000) -que ya estaba interesado por ellas en 1979- estudia las imágenes -en el sentido estricto de la palabra- que conservamos de Bilbao en las obras de arte, grabados y, sobre todo, pinturas; pinturas especialmente representativas de Bizkaia y de Bilbao, como los lienzos y techos y las vidrieras, obra de Anselmo Guinea, José Echena y Álvaro Alcalá-Galiano, que decoraron la nueva sede de la Diputación vizcaína, proyectada en 1870 por Luis Aladrén, pinturas que, en ocasiones, prefieren el Bilbao soñado al Bilbao real. A su lado, está ese documento imprescindible que es la fotografía que, como escribe Bilbao Fullaondo, autor de una tesis doctoral sobre la fotografía en la prensa diaria vizcaína entre 1900 y 1937 (1987), a finales del siglo XIX "resultaba una práctica muy generalizada en el País Vasco, no sólo por el importante número de fotógrafos existentes, sino también por la facilidad que tenían los aficionados al acceso de los diferentes materiales precisos para su elaboración" (1988, 248). Buena muestra de su interés para el historiador es el amplísimo número de libros de fotografías -y de tarjetas postales- publicados desde los años setenta hasta la actualidad para Bilbao y los municipios de su comarca.

Otros "lugares para la imagen" los constituyen los pabellones dedicados al País Vasco en las Exposiciones universales y similares, en particular la Iberoamericana de Sevilla de 1929, en la que se incluyó "una destacada muestra de la Industria vasca, preferentemente vizcaína" (B. Cava Mesa, 1992, 127); está por estudiar -como lo ha hecho Asunción Orbe Sivatte para Navarra- la imagen de Bizkaia y de Bilbao en las sucesivas Exposiciones universales de nuestro período, y no podemos olvidar que fue en la Exposición Universal de París de 1867 donde se "exportó" la imagen arcádica de la familia troncal vizcaína (Trueba, 1870). Por otra parte, Koldo Larrañaga y Enrique Calvo han estudiado -aunque los títulos anteriores a 1936 sean pocos y correspondan, básicamente, a documentales- la imagen de lo vasco y de lo bilbaíno que ofrece el cine. También las grandes obras de la arquitectura y de la ingeniería contribuyen, y de modo notable, a la configuración de la imagen de Bilbao y de su comarca: las estatuas y edificios emblemáticos -muy en particular los considerados como "monumentos nacionales" han sido estudiadas por la Dra. Paliza Monduate; no podemos dejar de señalar la importancia, en este sentido, del Puente de Vizcaya, que ha merecido, con motivo de su centenario, varias publicaciones. Otras obras emblemáticas de la ingeniería civil son los puentes que cruzan la Ría en Bilbao, a los que se ha referido Javier González de Durana en la introducción a la reimpresión reciente del proyecto de puente de hierro de la Ría de Bilbao, de 1881, del que era autor el ubicuo Pablo Alzola, constructor de otros puentes sobre la Ría. ¡Qué interesante sería poder contar con un estudio de los "lugares de la memoria" de los bilbaínos, a la manera de la obra ya clásica dirigida por Pierre Nora (1984-92) para Francia, o de los "signos de identidad histórica" analizados para Navarra en un libro más reciente, dirigido por los Dres. Martín Duque y Martínez de Aguirre! En algunos casos, sólo habría que ver de una manera nueva "lugares de la memoria" para los que ya existe abundante documentación publicada, como es el caso del "Athletic" y San Mamés. En otros es necesario comenzar desde el principio, como lo han hecho Jon Juaristi con ese "lugar de memoria" de los bilbaínos de la primera mitad de nuestro siglo, la tradición inventada que era el llamado "dialecto bilbaíno", y Carmen Rodríguez Suso con los orígenes y el desarrollo del "culto" a Juan Crisóstomo de Arriaga. La bandera, el calendario festivo, el patrimonio, las conmemoraciones, las estatuas, los monumentos públicos, los cementerios, santuarios como Begoña, lugares para la sociabilidad como El Arenal.: son solamente algunos de los "lugares de la memoria", siempre inestables, por otra parte, que han contribuido a forjar la cambiante identidad de Bilbao.