Udalak

Bilbao 1900-1931

Los 93.250 habitantes de Bilbao en 1900 habían pasado a ser 161.987 en 1930. El tejido industrial extendido desde el corazón de la Villa desde el final de la última guerra carlista había crecido y se había diversificado geográfica y sectorialmente: la renta media de la provincia era la más alta de la Península. Las sucesivas oleadas de trabajadores inmigrantes encontraron en Bilbao y su comarca una mejor acogida y sus condiciones de vida y trabajo mejoraron sensiblemente: en 1930 también los salarios reales que se cobraban en Bizkaia eran los más altos del país. Los difíciles años 1917-1923 no habían conseguido romper la política de estabilidad social negociada entre los grandes empresarios y los dirigentes sindicales ugetistas desde 1914. La vida cultural se iba aproximando al fulgor de la económica. Los cambios religiosos apenas se habían hecho notar. Sólo un factor, pero un factor clave, el político, marcó un cambio de etapa, iniciado con el final de la Dictadura, después de la inesperada dimisión y el exilio del general Primo de Rivera, sustituido por el general Berenguer y que culminó con el triunfo de las candidaturas antimonárquicas en las elecciones municipales de 12 de abril de 1931 -los primeros comicios desde 1923-y la proclamación de la II República dos días después. Como decía más arriba, las municipales las ganó en Bilbao el Bloque antimonárquico (29 concejales), mientras el PNV obtuvo 14 escaños y sólo 3 los monárquicos. Ernesto Ercoreca fue el primer alcalde de Bilbao elegido por mayoría absoluta, con los votos de los 29 concejales de su grupo (11 republicanos, 11 socialistas y 7 pertenecientes a Acción Nacionalista Vasca, partido independentista y de izquierdas creado pocos meses antes).

Una de las consecuencias más esperanzadoras de un estudio como éste es la constatación, palpable, de que la ciencia histórica progresa. Sabemos hoy de Bilbao mucho más de lo que sabíamos hace un cuarto de siglo; y no sólo porque en este tiempo se han abordado asuntos nuevos y empleado nuevas fuentes. Este "progreso historiográfico" obliga a revisar las obras antiguas. La sobremortalidad de 1875-1910 es un buen ejemplo, tanto del incremento de nuestros conocimientos sobre la historia contemporánea de Bilbao y su comarca como de -y ésta es nuestra segunda reflexión final- la necesidad de tener en cuenta esos conocimientos desde una perspectiva que no puede ser la de la historiografía postmoderna.

Será necesario volver a leer, a la luz de nuestros conocimientos actuales, las fuentes y los discursos de la bibliografía de los años setenta (y, desde luego, de los anteriores). Parece que la realidad que vivieron (malvivieron) las familias de los trabajadores -de los inmigrantes en particular- fue aún más dura de la imagen que quedó en la memoria histórica de Bilbao. Incluso la novela socialista -un buen ejemplo lo constituye El asalto, de Julián Zugazagoitia- se queda corta a la hora de analizar las condiciones de la vida obrera en el último cuarto del siglo XIX.

Parece también necesario -a la luz de lo que sabemos sobre la suerte de los hombres, de las mujeres y de los niños que vivieron en el Bilbao de la primera industrialización- mantener, en nuestro trabajo, la actitud ética a la que se refiere Rafael Ruzafa en la introducción de su libro sobre los trabajadores de Bilbao y la margen izquierda del Nervión entre 1841 y 1891 (1998, 15-16), cuando afirma. "No nos duelen prendas en reconocer (.) que partimos de una sensibilidad social que nos lleva a centrar nuestra investigación en un segmento de la sociedad con antelación a otros. En nuestra cultura de fines de la década de 1990, cuando algunos intelectuales se han preguntado acerca de la muerte de la clase obrera, las modas y los valores sociales invitan a atender otros temas y otras clases sociales"; y, sin embargo, esa "sensibilidad social" (junto al afán de conocimiento) debe seguir siendo como el diapasón de la música del historiador profesional, sea cual sea el tema que estudie. La historiografía debe ser -debe seguir siendo- profundamente liberadora; debe ser -debe seguir siendo- portadora de una memoria que contribuya al vivir ciudadano en libertad, justicia y solidaridad.