Udalak

Bilbao 1900-1931

En 1900, al menos desde el punto de vista demográfico y económico, Bilbao se había convertido ya en una ciudad moderna. Sus 93.250 habitantes ocultan una realidad aún más significativa, pues, si se tiene en cuenta su "hinterland" más inmediato (la margen izquierda de la Ría y la zona minera) esa cifra sube hasta los 166.220 habitantes.

También desde el punto de vista productivo su imagen de ciudad moderna (esto es, en aquellos momentos, industrial) no dejaba lugar a dudas. De hecho, esa imagen era frecuentemente evocada -evocada y admirada- por escritores de la generación del 98 como Ramiro de Maeztu o del 14 como José María Salaverría. De modo más general, esa imagen de Bilbao, ciudad industrial -similar a las del centro y el oeste de Inglaterra (Birmingham, Manchester, Liverpool), a las del nordeste de Francia o a las de la Bélgica valona (Charleroi)-, cala en el conjunto de la sociedad española: no hay cosa igual en toda la Península (ni siquiera Barcelona, cuya fragmentada industrial textil no ocupa lugar en esa "poesía del humo y de las chimeneas" -que interesa también, desde luego, a los pintores- de la que Bilbao es sede emblemática).

Tampoco deja de estar presente, en el Bilbao de 1900, un comienzo de modernización política, representada por la aparición -muy pocos años antes- del socialismo y del nacionalismo vasco. "Bilbao es -ha escrito Joseba Zulaika (1999, 263)- el lugar de nacimiento de los dos principales sistemas ideológicos del País Vasco, el Partido Nacionalista Vasco y el Partido Socialista español".

El origen madrileño del socialismo marxista es indudable, pero es al crearse en 1886 la Agrupación Socialista de Bilbao y, sobre todo, con el estallido y el éxito de la huelga general de 1890, cuando se identifica con ese proceso de industrialización que estaba teniendo lugar en toda Europa y que poco tiene que ver con el mundo de "trabajadores -casi artesanos- distinguidos" que es propio del socialismo madrileño (tipógrafos como Pablo Iglesias o trabajadores de los gremios de la construcción como el estuquista Largo Caballero, por no hablar de intelectuales como Jaime Vera o Julián Besteiro). En 1900 existen en España, como ha puesto de manifiesto Michel Ralle, al menos dos culturas socialistas, las representadas precisamente por Bilbao y por Madrid.

El segundo factor de movilización política de Bilbao lo constituye el nacimiento en 1896 -en lo que fuera territorio de la antibilbaína anteiglesia de Abando, anexionada en 1870 a la Villa- del Partido Nacionalista Vasco, que entró con fuerza en el Ayuntamiento de Bilbao ya en las elecciones municipales de 1897 y obtuvo 5 concejales en 1899. Sin embargo -y aunque éste podría considerarse el "canto del cisne" del poder absoluto de los monárquicos alfonsinos en Bilbao-, en las elecciones municipales de 1899, la caciquil "Piña" obtenía 21 concejales, fortaleciendo aún más la mayoría absoluta que había conseguido en la Corporación bilbaína después de las municipales de 1897.

Aunque la imagen que da la Villa no corresponde a la realidad -aún más volcada hacia la industria y con clases sociales más distanciadas por su posición y enfrentadas por sus ideas y por sus intereses -de una aglomeración urbana (la de Bilbao, las dos márgenes de la Ría y la zona minera), en la que dos terceras partes de la población activa trabajaban en el sector secundario y unos reales pero delgados grupos medios apenas servían de "colchón" entre la alta burguesía y las clases trabajadoras, la distribución de la población activa por sectores de actividad, sólo en el municipio bilbaíno en 1900 (González Portilla, et al., 1995, 171), refleja bien el intenso proceso de industrialización iniciado treinta años antes. En el último año del siglo XIX, un 2,57% de los habitantes de la Villa trabajaba en el sector primario, el 60,12% lo hacía en el secundario y un significativo 37,31% se adscribía ya al de los servicios.

En 1900, la distribución de la población activa de la Villa reflejaba bien los cambios sociales producidos por el proceso de industrialización iniciados un cuarto de siglo antes. Si ni el peso del sector secundario ni la división en clases socioprofesionales eran tan fuertes en Bilbao como en la zona minera o en Sestao y Baracaldo, aún así, de acuerdo con los datos que nos ofrecen Manuel González Portilla et al. (2001), los jornaleros suponían, en el último año del siglo XIX, el 50,12% de la población activa de la Villa. Si el porcentaje de los trabajadores era -lo había sido siempre- muy pequeño (el 2,57), no dejaban de ser inquietantes el peso de los artesanos (9,93%) y un grupo muy específico de mujeres trabajadoras, las costureras (4,31%). A su vez, los servicios (6,2%), los profesionales liberales (6,3%) y las elites (4,8%) sumaban el 17,3% de la población activa, mientras los sirvientes, ligados a ese relativamente numeroso grupo de clases medias y altas, representaban el 15,84% de esa población activa Grosso modo, las clases bajas (jornaleros y sirvientes) supondrían un 65,9% de la población activa de la Villa; las medias (labradores, artesanos y costureras profesionales liberales y servicios), el 29,31%, mientras las clases altas, las elites, representaban el 4,7% de la población activa bilbaína, lo que parece algo exagerado, por cierto.

Es difícil dar más importancia en el Bilbao de 1900, como fruto de todo lo ocurrido desde al menos 1876, a las distancias entre unas delgadas élites opulentas (mineros, siderúrgicos, navieros y banqueros) y unas menesterosas y cada vez más amplias -la inmigración contribuía extraordinariamente a ello- clases trabajadoras, seguidas por el ligero "colchón" -lo acabamos de señalar- de unas clases medias que eran, sin duda, más importantes en Bilbao que en la zona minera y en la margen izquierda de la Ría. No es difícil tampoco -entre otras cosas, porque la historia de los movimientos sociales en Bizkaia cuenta ya con una relativamente larga tradición de estudios- saber de la "guerra sin cuartel" que sostuvieron entre 1890 y 1911 obreros (los movilizados por el PSOE y la UGT, sobre todo) y patronos mineros y, en menor medida, empresarios y trabajadores siderometalúrgicos (las primeras grandes huelgas en la siderurgia de la margen izquierda de la Ría no se produjeron hasta 1898-9). A través de los muchos y sólidos estudios llevados a cabo en la última década, conocemos mejor los costes sociales del proceso industrializador, muy fuertes al menos hasta 1900, como muestran los trabajos sobre los niveles de vida de los trabajadores mineros industriales vizcaínos entre 1875 y 1914 (Pérez Castroviejo, 1992; Pérez-Fuentes, 1993). Entre las hipótesis "pesimista" (sostenida entre otros por González Portilla, Pérez Fuentes y Gracia Cárcamo) y "optimista" (en la que, según este último autor, militan Emiliano Fernández de Pinedo, Pedro Pérez Castroviejo y -habría que añadir- Eugenia González Ugarte), parece cobrar fuerza, al menos para el sector minero, la "moderadamente pesimista" de Antonio Escudero, que tiene en cuenta, entre 1876 y 1913, los siguientes factores. "crecimiento marginal de unos salarios que fueron de subsistencia durante mucho tiempo; reparto poco equitativo de la renta y consiguiente empobrecimiento relativo de los trabajadores con respecto a la burguesía y clases medias y, también, largo lapso de tiempo para alcanzar mejoras en unas condiciones laborales y medioambientales que se deterioraron en los inicios de la industrialización" (Escudero, 1997, 97). Como veremos, las cosas cambiaron a mejor desde las vísperas del estallido de la Gran Guerra.

El esfuerzo de unos pocos -que recurren para obtener resultados al mecenazgo de los "nuevos ricos" crecidos en el último cuarto del siglo XIX -por que la riqueza cultural y artística de Bilbao no quedase muy a la zaga de la económica rinde sus primeros frutos en torno al cambio del siglo: son significativas, en este sentido, la creación de la segunda y definitiva Sociedad Filarmónica de Bilbao (1896) y de los Museos de Bellas Artes y Arqueológico y Etnográfico (1908): en la medida en que son los primeros pasos importantes en la creación de asociaciones privadas -como es el primer caso- o de instituciones públicas -caso segundo- de vida estable que comienzan a conformar una estructura que permita una vida artística de altura en la Villa. Pero no son sino primeros pasos y, a comienzos de siglo, puede decirse que, en este terreno, estaba casi todo por hacer.

En 1900 la importancia de la Iglesia Católica seguía siendo grande en la Villa, pero su posición no era ya hegemónica. El sistema de la Restauración garantizaba la confesionalidad del Estado, pero también la tolerancia religiosa. La diócesis de Vitoria era una de las más potentes del país -y hacía de la capital alavesa una ciudad "levítica"-, pero Bilbao no era sino la cabeza de uno de los arciprestazgos de la diócesis y a comienzos de siglo la Villa sólo contaba con cinco parroquias. Ciertamente, estaban muy presentes en ella las más diversas congregaciones religiosas, que dirigían o servían en establecimientos de enseñanza y formación profesional, hospitalarios y asistenciales; y de la imagen de la Villa también formaba parte el dominio de esas órdenes religiosas sobre la sociedad. Pero nadie discutía el derecho a practicar su religión de la influyente minoría inglesa, la predicación del protestantismo, y la instalación de logias masónicas, aunque su influencia fuera mínima. Estaba, por otra parte, la -para los católicos- lacerante realidad de que la mayor parte de las masas obreras inmigrantes habían roto todo contacto con la Iglesia y participaban del anticlericalismo y del ateísmo práctico de sus líderes políticos, sindicales e intelectuales. Ya no estábamos en los tiempos del liberalismo anticarlista de los bilbaínos, del liberalismo "sin color ni grito", perfectamente compatible con los sentimientos y las prácticas religiosas de la inmensa mayoría de los bilbaínos de 1874.