Concepto

Cinematografía vasca

En efecto, al iniciarse la década de los ochenta las inquietudes cinéfilas hierven como magma en ebullición en el ambiente cinematográfico vasco. En 1979 se había aprobado el Estatuto de Autonomía y con el traspaso de competencias en materia cinematográfica las instituciones vascas, con acierto y sensibilidad, responden a esa demanda iniciando una política de ayudas al cine.

La estrella de la función es La fuga de Segovia de Imanol Uribe, mezcla perfecta de cine político y género aventurero que coloca al recién nacido cine vasco en el centro de todas las miradas. En ese mismo año las subvenciones se extienden a Siete Calles de Juan Ortuoste y Javier Rebollo y a Agur Everest de Fernando Larruquert. Y en 1983 la apuesta continua con las ayudas otorgadas a los largometrajes La conquista de Albania-Albaniaren konkista de Alfonso Ungría, Akelarre de Pedro Olea y Euskadi hors d'etat de Arthur MacCaig.

Pero si hay un año decisivo en la historia del cine vasco ése es 1984. El Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, consciente de las dimensiones que está tomando el fenómeno cinematográfico, firma un convenio con los productores vascos que fija las reglas básicas que deberán respetarse para optar a una subvención. Por ejemplo se exigirá que la totalidad de los exteriores se rueden en Euskal Herria, que un 75% de personas en labores técnicas y artísticas sean del país o que si la película no se rueda en euskera se haga una versión doblada en esa lengua. Si a esto se le suman los beneficios proporcionados por la Ley Miró y el acuerdo alcanzado a principios de 1985 entre los productores vascos y la televisión pública vasca (ETB) el cine vasco se encuentra a mitad de los ochenta dotado de un marco infraestructural sin precedentes en su difícil historia.

Pero es que además en 1984 se estrenan las dos películas, junto a La fuga de Segovia, más decisivas del cine vasco de los ochenta; La muerte de Mikel y Tasio. La muerte de Mikel es un retrato desesperanzado sobre una sociedad, la vasca, enferma de intolerancia. Para ello Uribe utiliza la figura de un farmacéutico de un pequeño pueblo que al asumir su homosexualidad acaba convirtiéndose en víctima de todos los sectores que luchan descarnadamente dentro del conflicto vasco. Tasio de Montxo Armendáriz es también una película hambrienta de libertad aunque su temática es muy distinta pues se relata la historia de un carbonero decidido a vivir libre, lejos de la esclavitud que impone el sistema e integrado en armonía con la naturaleza que le rodea. Realizada con una factura técnica intachable Tasio logró, al igual que La muerte de Mikel, la complicidad de crítica y público.

Desgraciadamente las relaciones entre cineastas e instituciones empiezan a enfriarse a partir de 1985 para llegar a una crisis abierta al finalizar la década. Esa base para una infraestructura vasca del cine que tanto ha costado levantar presenta pues fisuras que cada vez se harán más grandes. Además no se van a repetir en esta segunda mitad de los ochenta éxitos de taquilla y crítica como los logrados con La muerte de Mikel y Tasio así que el cine de Euskadi entra en crisis entre 1985 y 1989.

No faltan de todos modos películas valiosas para la historia de la cinematografía vasca en estos años. Javier Rebollo estrena Golfo de Vizcaya-Bizkaiko Golkoa (1985), un thriller político masacrado por la crítica que a pesar de sus errores merece una revisión. Juanba Berasategi presenta Kalabaza tripontzia-La calabaza mágica (1985), primera película de largo metraje de dibujos animados en la historia del cine de Euskadi y deliciosa y sólida base sobre la que se asentará la exitosa producción de animación vasca del futuro.

La labor de adaptar el euskera al discurso cinematográfico logra en esta segunda mitad de la década de los ochenta varios hitos. Los tres mediometrajes de la productora Irati (1985) basados en novelas vascas y rodados en euskera -Hamaseigarrenean aidanez de Anjel Lertxundi, Ehun metro de Alfonso Ungría y Zergatik panpox de Xabier Elorriaga- son en este sentido un paso decisivo. Luego, trabajos posteriores como Oraingoz izen gabe (1986) de José Julián Bakedano o Kareletik-Por la borda (1987) de Anjel Lertxundi seguirán con acierto esta difícil senda.

Montxo Armendáriz rodará 27 horas (1986), hermosa crónica desesperanzada de una juventud vasca abocada a la autodestrucción. Enrique Urbizu, cineasta decisivo en los noventa, estrena Tu novia está loca (1987), primera comedia en la historia del cine de Euskadi. Otros títulos de interés son Ander eta Yul (1988) de Ana Díez, LLuvia de otoño (1989) de José Ángel Rebolledo y Ke arteko egunak-Días de humo (1989) de Antxon Ezeiza.

Hay también varias obras fallidas. Imanol Uribe y Pedro Olea, dos cineastas de indudable talento, no aciertan con Adiós, pequeña y Bandera negra, respectivamente. Javier Aguirre tampoco está inspirado con sus dos incursiones en el cine vasco (La monja alférez (1986) y El polizón del Ulises (1987)). Y tres directores noveles naufragan con sus primeras obras. Es el caso de Antonio Gómez Olea -El anillo de niebla (1985)-, Ernesto del Río -El amor de ahora-Gaurko maitasuna (1987)- o Ernesto Telleria -Eskorpion (1989)-.

El balance de la labor realizada en esta década es, en todo caso, alentador. Por primera vez en la historia desde Euskal Herria ha habido una producción estable de películas de largo metraje -se han producido más de treinta- susceptibles de llegar al espectador y con una calidad media más que digna. Han surgido además directores de la talla de Montxo Armendáriz o Imanol Uribe. Un productor como Ángel Amigo. Y actores como Imanol Arias, Patxi Bisquert, Xabier Elorriaga, Iñaki Miramón, Klara Badiola, Amaia Lasa, Ramón Barea o Mikel Garmendia, por citar unos pocos.

Pero es que además ha brotado una cantera de técnicos de importancia. Compositores de la talla de Alberto Iglesias o Ángel Illarramendi dan en este cine vasco de los ochenta sus primeros pasos. Directores de fotografía como Javier Aguirresarobe o Gonzalo Fernández Berridi se colocan tras su aprendizaje en el cine vasco en la cúspide dentro de su campo. Un caso especial es el de Juan Antonio Ruiz Anchía, director de fotografía bilbaíno que parte enseguida a Estados Unidos y se consolida en la meca del cine como uno de los mejores directores de fotografía de la poderosa industria americana. En 1984, sin ir más lejos, firma la fotografía de Los amantes de María (1984) de Andrej Konchalowsky, el genial director de Siberiada.

A pesar de los problemas con que inicia su andadura el cine vasco en los noventa ni el pionero más iluminado de los años veinte ni el cineasta más soñador de los setenta habría podido imaginar un panorama como el que se presenta al cerrarse la década de los ochenta.