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Periodismo y Medios de Comunicación en Euskal Herria (version de )

El nacimiento de la prensa política en el primer tercio del siglo XIX. Después de varios proyectos fallidos (dos de ellos en la Vitoria finisecular setecentista, debidos, respectivamente, a la iniciativa de Foronda y de Narros: La Humanidad y Poligrafía Científica) y de alguna realización ilustrada como los Extractos de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (que constituyen un interesante exponente del periodismo científico y económico de las luces), la Revolución francesa va a transformar súbitamente el panorama. La propaganda que se lanza entonces desde Bayona al interior de la península incluye periódicos, como la Gazeta de la Libertad y de la Igualdad, de Marchena y Rubín de Celis.

Al comienzo del nuevo siglo, el periodismo va a girar, a uno y otro lado de la muga, en torno a Napoleón y sus proyectos políticos o militares. Tanto la Gazeta de Comercio, Literatura y Política de Bayona de Francia (1802-1816) como la Gazeta de Vitoria (1808) y las Gazetas de Oficio de Vizcaya (1810-1813) y de Navarra (1810), obedecen a los planes y designios bonapartistas en España. Del lado contrario, tan sólo un enigmático folleto semiperiódico titulado El Pensador Cántabro o Yrurac Bat: Ynsurgentes da fe de la existencia de un cierto periodismo patriótico clandestino.

Con la retirada francesa, y la consiguiente proclamación de la Constitución de Cádiz, asistimos al verdadero nacimiento del periodismo político, en el nuevo marco de libertad de imprenta (decreto del 10-XI-1810) que ha consagrado el incipiente Estado liberal. Más noticieros que políticos son los guipuzcoanos Periódico de San Sebastián y de Pasages (del que sólo salió un número) y, sobre todo, la Papeleta de Oyarzun, del joven impresor Ignacio Ramón Baroja. Justo lo contrario que El Bascongado (Bilbao, 1813-1824) y el Correo de Vitoria, cuyos fundadores y directores (Toribio Gutiérrez de Caviedes y Manuel González del Campo, respectivamente), de idelogía netamente liberal, no cesan de ensalzar a las nuevas instituciones, dando por bueno el arrumbamiento del viejo sistema foral que venía rigiendo en las provincias exentas. Desde el doble punto de vista cultural y nacionalitario, estas primeras realizaciones del moderno periodismo -el abanico de acontecimientos noticiables se ha ampliado considerablemente respecto a las viejas gacetas- conllevan un fuerte impulso a la castellanización lingüística y a la expansión de la civilización urbana, a costa de la rural; en sintonía con el nacionalismo liberal (español) en auge, tienden a relegar los asuntos locales y a dar prioridad en sus informaciones y artículos de fondo a un entorno intelectual y emocional de referencia que no es otro que la emergente España liberal.

Reducidos al silencio con el retorno de El Deseado, los liberales vascos volverán a la carga tan pronto como el éxito del pronunciamiento de Riego les permita dar de nuevo a la imprenta sus inquietudes políticas. En el trienio liberal se publican un puñado de periódicos bilbaínos (El Despertador, de Zamácola y Astigarraga, El Patriota Luminoso, El Verdadero Patriota, La Atalaya de la Libertad...), pamploneses (El Imparcial de Navarra, El Navarro Constitucional, El Patriota del Pirineo) y, sobre todo, el donostiarra El Liberal Guipuzcoano (1820-1823), redactado por Mendíbil, Legarda, Labayen y Rodriguez Mutiozábal, que fue una de las empresas periodísticas más interesantes de la España de la época (no sólo contaba con abonados en toda la monarquía, sino que destinaban 400 ejemplares de cada número, editados en parte en francés, para su venta en el país vecino). También los absolutistas sublevados recurren al periodismo: La Verdad contra el error (luego retitulado Gaceta Real de Navarra), escrito enteramente por los clérigos navarros Andrés Martín y Diego García, señalan la irrupción del tradicionalismo más extremo en las nuevas lides periodísticas.

Al final del trienio se reabre un periodo de proscripción para la prensa. En toda la década ominosa, tan sólo ven la luz en el País un boletín comercial en Bilbao y un periódico médico en Pamplona, además de la Gaceta de Bayona (1828-1830) inspirada directamente por el sector moderado del gobierno fernandino y redactada por Alberto Lista y Sebastián Miñano. Tras la revolución francesa de julio, esta gaceta continuó en la capital donostiarra bajo el nuevo título de Estafeta de San Sebastián; teniendo en cuenta la penuria del periodismo interior y la categoría intelectual de sus redactores, no hay hipérbole alguna en calificar a la Estafeta como el mejor periódico español del momento.

Javier FERNÁNDEZ SEBASTIÁN