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Periodismo y Medios de Comunicación en Euskal Herria (version de )

Impulso y primer desarrollo del periodismo de empresa (1833-1876). El estallido de la carlistada, coincidente con los primeros pasos para el establecimiento definitivo de un régimen constitucional, marca profundamente el periodismo vasco de esa década. De un lado, los órganos oficiales de la corte del pretendiente («Gaceta de Oñate», Boletín de Navarra y Provincias Vascongadas), difundidos ampliamente en las zonas bajo control carlista; de otro, en las ciudades, periódicos liberales, debidos a la iniciativa privada (como el donostiarra Correo del Norte o los bilbaínos Compilador Militar de Vizcaya y El Bilbaíno), sin excluir los de inspiración gubemamental (cual es el caso de los respectivos Boletines Oficiales de cada provincia).

En la inmediata posguerra, las luchas ideológicas entre moderados/fueristas y progresistas/antifueristas se desarrollan en gran medida a través de la prensa (El Vascongado contra El Liberal Guipuzcoano y El Vizcaíno Originario), mientras en la capital alavesa asistimos al nacimiento de varias revistas literarias (El Mosaico, El Lirio, Revista Vascongada) en las que velan sus armas algunos de los principales publicistas de la era isabelina. En Navarra se editan también varios periódicos políticos o «de intereses materiales» más o menos efímeros, como La Opinión Nacional, El Avisador, La Joven Navarra, La Voz de Navarra y El Anunciador de Navarra.

Paralelamente a las coyunturas políticas y al consiguiente predominio parlamentario de las derechas o de las izquierdas, la legislación de prensa e imprentas es más o menos permisiva -desde la restringida «libertad censitaria» de los moderados, basada en fuertes fianzas previas para abrir un periódico y en la figura del editor responsable (que, en caso de infracción, debe satisfacer cuantiosas multas), hasta el fomento de la prensa, su total liberalización y ausencia de censura durante el sexenio democrático (si exceptuamos la prohibición, a fines de 1874, de los periódicos republicanos y carlistas), pasando por el benigno sistema progresista de juicios por jurados para los presuntos delitos de imprenta-, pero desde la muerte de Fernando VII ya nunca se volverá a la total interdicción de la prensa, como ocurriera en las fases absolutistas anteriores.

Entre tanto, la industria papelera ha comenzado a desarrollarse en el País, especialmente en Tolosa (donde en 1842 se pone en marcha la primera fábrica de papel continuo de la Península), y los altos niveles de analfabetismo conocen una erosión lenta pero constante. Las comunicaciones y transportes experimentan a mediados de siglo un significativo salto adelante, en gran parte gracias al decidido apoyo de las corporaciones forales durante esa edad de oro de las Diputaciones que fue el reinado de Isabel II; a la masiva construcción y mejora de las carreteras se suman el tendido telegráfico y el trazado ferroviario que van a permitir conectar al País con las redes españolas y europeas. La frecuencia trisemanal de llegada de las postas suele marcarle a la prensa su pauta de periodicidad, de modo que sólo desde fines de los cincuenta, cuando el correo se hace cotidiano, empiezan a aparecer los primeros diarios (únicamente el periódico irunés de inspiración francesa El Faro de los Pirineos, que al parecer salió ya diariamente durante algún tiempo en 1841, supone un cierto precedente tan excepcional como efímero).

El primer diario estable es el tradicionalista Villa de Bilbao-Euscalduna (1858), seguido de cerca por su colega y rival, el liberal -luego democrático Irurac-bat. Por derecho propio, corresponde a este último diario -fundado y dirigido durante años por Juan E. Delmas- el papel estelar en el periodismo vasco del tercer cuarto del XIX. Su larga vida (1856-1885), magnífica factura y feliz combinación de literatura, economía, política y anuncios, gacetillas locales, información nacional e internacional, supo ganarle el favor no sólo de los bilbaínos, sino de muchos vascos (además de un amplio contingente de suscriptores residentes en otras partes de la Península, Cuba y Filipinas). En Navarra, el nacimiento del primer diario (El Progresista Navarro) fue aún más tardía: 1865.

En la decisiva década 1850-1860 el otrora pujante periodismo donostiarra -Crónica de Guipúzcoa, El Comercio, el Mercurio de San Sebastián, El Ferrocarril del Norte- es sobrepasado por el bilbaíno (así lo revela claramente una comparación de las cifras de difusión de la prensa de ambas capitales). Fuera de las capitales, Irún se destaca como un centro periodístico de segundo orden: en la localidad fronteriza se editan periódicos noticieros (El Imparcial Telegráfico, El Vidasoa -1ª época-) y revistas femeninas (La Elegancia, El Figurín), especializadas en difundir en España la moda de París.

Las innovaciones técnicas ahorran tiempo y permiten hacer frente con creciente eficacia a ese temible inconveniente que, para los periodistas, suponen las grandes distancias geográficas. La agilidad en la difusión y recepción de informaciones (telégrafo, agencias de prensa, teléfono) y en la distribución de los ejemplares (ferrocarril, implantación del sello de correos, progresiva reducción de tarifas postales) no se traduce sin embargo en rapidez para transformar las informaciones recibidas en noticias impresas (habrá que esperar al filo del s. XX para que la linotipia y la rotativa permitan reducir sustancialmente el tiempo empleado en esa transformación).

En el bienio progresista y, sobre todo, en vísperas de la Gloriosa y en el sexenio, asistimos a una gran floración de prensa satírica y política. Destacan, en el primer grupo, títulos como El Ganorabaco, El Tamboril, El Chisgarabís, El Mentirón o La Guindilla. Entre los diarios propiamente políticos observamos la presencia de una serie de periódicos que se van deslizando desde la izquierda del liberalismo hasta el partido democrático y el republicanismo federal (El Nervión, el Eco Bilbaíno, La Federación, Aurrerá, La Fraternidad, El Cantón Vasco, El Federal Alavés) e incluso al internacionalismo socialista (La Voz del Trabajador y el Eco de los Trabajadores, en Bilbao y San Sebastián, respectivamente). El Semanario Católico Vasco-Navarro (Vitoria, 1866-1873), del canónigo Vicente Manterola, es uno de los órganos ideológicos principales del clericalismo y la reacción carlista, que cuenta también con un importante diario bilbaíno: el Euscalduna.

Y de nuevo la guerra civil carga las plumas de los periodistas, que se enzarzan en una guerra de tinta paralela a los encuentros bélicos. El principal contendiente de este largo y enconado duelo es, desde la corte de Don Carlos, en Tolosa, El Cuartel Real (además del durangués Boletín del Señorío y del Boletín de Guerra de la Provincia de Álava), en tanto que en el lado liberal destacan el Diario de San Sebastián, el Irurac-bat y el curioso periódico La Guerra, editado en Bilbao mientras duró el último sitio de la villa por los carlistas.

Javier FERNÁNDEZ SEBASTIÁN