Concept

Periodismo y Medios de Comunicación en Euskal Herria (version de )

El gran salto al periodismo moderno. Periodismo informativo, periodismo asalariado, periodismo industrial (1876-1900). La entronización de Alfonso XII, seguida pronto de la derrota carlista y de la consiguiente expulsión del país del pretendiente Carlos VII, da paso a una nueva época también para la prensa, que conoce entonces su verdadero y definitivo despegue.

En defensa de la foralidad, frente a los propósitos nivelatorios del gobierno, un grupo de vasconavarros de distintas opiniones políticas (Miguel de Loredo, Fidel de Sagarmínaga, Juan E. Delmas, Gregorio de Balparda, Camilo Villavaso, Antonio de Trueba, Arturo Campión, etc.), unidos por su común espíritu fuerista, editan en Madrid el periódico La Paz (este curioso género de periodismo vasco- madrileño, que ya tenía algún precedente El País Vasco-Navarro y La Correspondencia Vascongada, de 1870-, sería años después continuado por títulos como Aurrerá, El Centinela Foral o El Pelotari).

El estado de excepción subsiguiente a la guerra carlista pone en dificultades a la prensa vasca, que conoce varias sanciones y suspensiones por defender los fueros (especialmente los periódicos bilbaínos Irurac-bat, Laurac-bat y El Noticiero Bilbaíno). Tras la ley abolitoria de 1876, un conjunto de revistas literarias inciden particularmente en los temas culturales euskaldunes: las donostiarras Cancionero Vasco (1877-1880) y Euskal-Erria (1880-1918), de José Manterola; la pamplonesa Revista Euskara (1878-1883), de A. Campión y J. Iturralde y Suit; la vitoriana Revista de las Provincias Euskaras (1878-1880), de F. Herrán; en fin, la bilbaína Revista de Vizcaya (1885- 1889), de O. Lois y V. Arana (en el País Vasco francés nace también por entonces, aunque en circunstancias completamente diferentes, el hebdomadario católico Eskualduna, fundado en 1886 por Louis Etcheverry para contrarrestar las ideas anticlericales de Réveil basque, y al que se adherirá en 1891 como redactor Jean Hiriart-Urruty).

La ley de prensa liberal de 1883 hace posible la proliferación de publicaciones periódicas de todas las tendencias. Una sucinta enumeración de algunos de los más destacados incluiría títulos como los siguientes, clasificados por su adscripción político-ideológica: tradicionalistas, carlistas o integristas fueron los guipuzcoanos La Constancia y El Correo de Guipúzcoa (luego Correo del Norte), los vizcaínos El Lauburu, La Voz de Vizcaya, Laurac-bat, El Vasco (luego El Basco), El Euskaro, etc., el alavés El Gorbea y los navarros Lau-Buru y El Arga (a los que seguirían otros como La Tradición Navarra y El Pensamiento Navarro). Entre los monárquicos y liberales, destacan El Guipuzcoano, el Diario y el Eco de San Sebastián, La Unión Vascongada, El Porvenir Vascongado, El Diario de Bilbao (de Víctor Chávarri), La Concordia, El Demócrata Navarro y El Diario de Navarra; y entre los republicanos, El Pueblo Vasco (en su primera época, 1883-1892), La Voz de Guipúzcoa (1884-1936), El Norte, Euskaldún Leguía, La República, El Porvenir Navarro, etc.); fueristas intransigentes (La Unión Vasco-Navarra, Euskalduna); socialistas y obreros fueron El Obrero Vasco-Navarro (de inspiración católica), La Unión Productora, El Obrero Republicano, el Eco de Bilbao, y, sobre todo, La Lucha de Clases (semanario entre 1891-1901, para hacerse diario a partir de esa fecha), que llegaría a ser, después del madrileño El Socialista (órgano oficial del PSOE), «el periódico [socialista] más antiguo, continuo, serio y batallador que ha habido en España». Nacen también entonces los primeros órganos nacionalistas, de Sabino Arana: Bizkaitarra (1893-1895), Baserritarra, El Correo Vasco, La Patria. Poco después, El Fuerista, de San Sebastián, sufría una inflexión hacia el nacionalismo (en Navarra, el primer semanario nacionalista fue Napartarra, que vio la luz en 1911, y en Álava lo sería el también semanario Arabarra, aparecido intermitentemente entre 1913 y 1923). Junto a la prensa de partido, proliferan asimismo los periódicos y revistas especializadas en intereses profesionales y en áreas informativas concretas (publicaciones satíricas, literarias, religiosas, económicas, taurinas, médicas, de enseñanza, infantiles, etc. etc.).

Pero lo más significativo de esta fase, periodísticamente hablando, no es el periodismo persuasivo y de opinión, que ha venido caracterizando las fases anteriores, sino precisamente su antítesis: el periodismo informativo, sujeto a una lógica más económica que ideológica y esencialmente preocupado por la conquista de un amplio mercado de lectores. Pues es en este período cuando, al amparo de la legislación más permisiva y de las importantes transformaciones estructurales, sociales y políticas que suelen sintetizarse en la expresión sociedad de masas (transformaciones entre las que se cuentan el crecimiento urbano y la consolidación del nuevo ciclo demográfico, el auge del parlamentarismo y el establecimiento del sufragio universal, la alfabetización, el despertar de los movimientos obreros y, en nuestro caso, también del nacionalismo vasco) se afianza verdaderamente la profesión periodística. Los nuevos aires de este periodismo profesionalizado y pretendidamente imparcial, realizado con mentalidad empresarial y que tanto éxito venía ya cosechando en otras latitudes -piénsese en La Correspondencia de España-, los encarnan en el País Vasco periódicos como El Noticiero Bilbaíno, La Voz de Guipúzcoa o El Anunciador Vitoriano. El Noticiero Bilbaíno es el indiscutible protagonista de esta etapa y encarna como ninguno este nuevo espíritu mercantil del periodismo de empresa. Su fundador, Manuel Echevarría, supo dejar a un lado su republicanismo a la hora de aplicar al diario ese renovado talante: la búsqueda de rentabilidad. El número uno vio la luz el 8 de enero de 1875 y muy pronto logró desbancar al veterano Irurac-bat, constituyéndose en el periódico vasco de mayor tirada. Incorpora con rapidez todas aquellas innovaciones técnicas que pueden convenirle (pionero en la instalación de teléfono propio, rotativa, etc.).

Con el tiempo, también en el aspecto formal y en los contenidos creciente utilización de titulares, aparición de nuevas secciones y géneros periodísticos- se apreciarán la diferencias, aunque, por el momento y hasta principios del s. XX, el formato predominante sigue siendo de cuatro páginas. Las tarifas de publicidad permiten que los cada vez más numerosos anunciantes financien indirectamente el abaratamiento del diario.

El sistema de venta ambulante, al número, desplaza en parte a las suscripciones a domicilio. La estructura empresarial de estos periódicos punteros se va ampliando, al tiempo que se hace más compleja.

Los diversos elementos y factores intervinientes, de producción y de distribución (capitales invertidos, ingresos por publicidad, maquinaria empleada en la impresión, número de compradores, zonas de difusión), se incrementan de manera constante y sostenida, al tiempo que la división del trabajo penetra en las distintas áreas (administración, redacción, talleres).

El equivalente al vizcaíno «El Noti» en la provincia vecina fue, salvadas las distancias, La Voz de Guipúzcoa; uno y otro comparten un sustrato ideológico republicano (mucho más acentuado en el caso del diario guipuzcoano, dirigido sucesivamente por Benito Jamar y por Angel María Castell) e idéntico prurito de renovación tecnológica: en 1920 instala La Voz en sus talleres la primera rotativa de la provincia (la aparición de La Voz fue precidida de otros apreciables intentos de periodismo de información, como El Urumea, 1879-1885, de Serafín y Ricardo Baroja).

El Anunciador Vitoriano representa en Alava, durante el último cuarto del ochocientos, los mismos supuestos (rentabilidad, «neutralismo», profesionalización), bien que desde unas dimensiones mucho más modestas. (Los derechistas El Alavés y El Gorbea, el liberal La Concordia y algunas publicaciones satíricas y humorísticas: El Periquito, El Danzarín...- completan el panorama del periodismo vitoriano de ese fin de siglo).

En el viejo reino es el Eco de Navarra el periódico de negocio por excelencia y el de mayor tirada hasta su desplazamiento, en los años de la primera guerra mundial, por el Diario de Navarra. Al final de siglo estalla el conflicto entre los obispos de Pamplona que ya habían lanzado anteriormente sus anatemas contra el anticlericalismo de la prensa liberal en otras ocasiones- y el periodista republicano Basilio Lacort, que finalmente fue excomulgado (tras la suspensión por la autoridad civil de su periódico, El Porvenir Navarro, que fue seguida al poco de la fundación de La Nueva Navarra).

También El Pueblo Vasco, refundado en 1903 por Rafael Picavea en San Sebastián, le sigue a La Voz -desde posiciones ideológicas conservadoras y próximas al nacionalismo- en ese periodismo de calidad, logrando reunir en sus columnas a un puñado de las mejores plumas locales.

Fuera de las capitales encontramos ya una cierta floración de periódicos locales de mayor o menor importancia y ámbito de difusión. En Guipúzcoa, sin contar la prensa bélica carlista, centrada en buena medida en Oñate, el fenómeno se observa en Tolosa (Eguía, El Libre Vasco-Navarro), en Eibar, y, sobre todo, en la villa fronteriza de Irún (El Imparcial Telegráfico, El Bidasoa, el Omnibus de Irún, el Heraldo de Irún, La Frontera...), que poseía ya una consolidada tradición periodística. En Navarra, fuera de Pamplona, destaca con mucho Tudela (El Voluntario, Diario de Avisos, El Semanario Tudelano, El Navarro, El Tudelano, La Voz del Pueblo, La Voz de Tudela, La Ribera, etc.), aunque no faltan ensayos periodísticos en localidades como Tafalla, Corella, Cascante o Lodosa. En Vizcaya, la villa de Durango, que ha servido de corte al pretendiente Carlos María de los Dolores, es escenario de experiencias como El Durangués (1881-1882); otros títulos de menos fuste ven la luz en localidades como Portugalete, Munguía, Orduña... Sólo en Álava la tradicional macrocefalia vitoriana explica la ausencia de ninguna clase de prensa extracapitalina.



Javier FERNÁNDEZ SEBASTIÁN