Lexique

OLIMPIADA

París 1924. Como decíamos al comienzo, es la segunda Olimpiada parisina de 1924 (la primera había sido en 1900), la que nos ofrece la mayor participación vasca de todos los tiempos, si bien 21 de los 35 deportistas correspondían a la pelota vasca y al rugby, disciplinas de exhibición. De ellos 23 actuaban bajo pabellón hispano y el resto bajo el galo, correspondiendo 18 a la pelota, ocho al atletismo, seis al fútbol y tres al rugby. La pelota, nuestro deporte más propio, daba así un gran salto hacia adelante, que, sin embargo, por lo reducido del ámbito en que se practica con cierta entidad, no le permitió ir más allá. México, 44 años después, sería nuevamente escenario de una competición pelotística más nutrida, pero otra vez sin las «bendiciones» olímpicas, que incluso en un futuro a medio plazo parecen inalcanzables, salvo en una exhibición como la prevista en Barcelona (1992). La pelota consiguió llegar a la Olimpiada francesa no sin antes haber pasado un cierto número de dificultades, que se soslayaron satisfactoriamente, culminando las gestiones con la construcción de un nuevo frontón de París, escenario de tres encuentros disputados. La cancha no tenía pared izquierda, tal y como se estila en los frontones del otro lado de la «muga». Ello no sería óbice para que los pelotaris de Euskadi Sur, representantes de España, se impusieran en las tres confrontaciones disputadas. La inauguración del frontón tuvo lugar el 22 de julio de 1922, y a ella, cargada de solemnidad, acudió la baronesa de Coubertin, esposa del primer impulsor de moderno movimiento olímpico, entre otras muchas personalidades de gran relieve. El primer encuentro fue una exhibición de «blé» entre dos equipos de estandarte galo. De un lado, Harizpe, Magescas e Hirigoyen, con el «gerriko» rojo. Y de otro, Stasloveny, Saint-Martin y A. de Soubly, con el azul. Vencieron estos últimos por 60-41. Entre los jueces figuraba Fernand Forgues, del Aviron Bayonnais, del que ya hemos hablado al referimos a los Juegos Espúreos de Atenas (1906). Las competiciones entre los equipos denominados de Francia y España, todos ellos compuestos por vascos, arrojaron los siguientes resultados: Mano: Iceta, Ledesma y Gastesi (E.), 45; Doyhénart, Tellaguina y Anchagno (F.), 26. (Este partido se jugó seguido al de inauguración). Pala: Adamaga Cantalla (E.), 40; Joseph y Battitta Etcheverry (F.), 46. (Celebrado el 23-VII-24). Cesta punta: Sagama, Gárate y Santamaría (E.), 60; Harizpe, Camino y Magescas (F.), 52. (El 24-VII-24). Sólo el tercer partido resultó algo competido, aunque siempre con dominio en el marcador de los pelotaris de Euskadi Sur. Los otros dos, sobre todo el de pala, fueron de neta superioridad de los de este lado del Bidasoa. Los comentarios laudatorios se sucedieron y aún se abrigaban esperanzas de una nueva presencia en Amsterdam en 1928. Pero lamentablemente hubo que esperar mucho más. El otro deporte de exhibición fue el rugby, de honda raigambre en Iparralde. André Béhoteguy, Adolphe Jaureguy y Jean Etcheberry formaron parte del equipo de Francia, que contra pronóstico cayó ante el de los Estados Unidos por 17-3, aunque con su victoria frente a Rumania (61-3) se hizo con la segunda plaza. Y pasamos a los deportes propiamente olímpicos, empezando a hablar, como es lógico, del atletismo, que en esta ocasión marca la más alta cota de participación de toda la historia a que nos estamos refiriendo, con un total de ocho atletas. Dos de ellos, Félix Mendizábal y Diego Ordóñez, ya habían estado en Amberes. Y junto a ellos José Andía, autor de una inacabada gesta que enseguida relataremos; José Mari Larrabeiti, Gabino Lizarza, Amador Palma, Miguel Peña y Fabián Velasco. El renteriano Mendizábal, que ya había tenido una lucida actuación como velocista en Amberes, donde había sido semifinalista, esta vez también se «portó», ganando una serie en la primera eliminatoria de los 100 metros lisos. En cuartos de final sería sexto y quedaría eliminado, teniendo entre sus rivales al luego campeón Abrahams. Diego Ordóñez volvió a ser tercero en la primera ronda de series, y se quedó otra vez a las puertas de poder subir al menos un peldaño más. Pero sin duda la página más emotiva de esta competición reina de las Olimpiadas la escribió para el deporte vasco el donostiarra José Andía, que en la durísima prueba de 10.000 metros cross-country, en medio de un asfixiante calor, que obligó a retirarse a la mayoría de los atletas, logró entrar en el Estadio de Colombes en quinta posición. Sin embargo, a tan sólo 300 metros de la meta Andía caía extenuado y no pudo culminar su hazaña, pese a la corta distancia a que se encontraba. Otros protagonistas de la que se dio en llamar el «infierno de Colombes», fueron Fabián Velasco (13.°) y Miguel Peña (14.°), éste ya en penúltima posición. Pero llegar ya era un mérito. El vencedor había sido el «finlandés volador» Paavo Nurmi, sin duda el atleta más destacado de las primeras épocas del olimpismo contemporáneo. En los relevos 4 x 300 metros, Fabián Velasco y Miguel Peña tomaron parte en la primera eliminatoria, sin poder pasar del cuarto lugar de su serie. José Mari Larrabeiti, por su parte, participó en los 100 metros lisos, siendo tercero en la sexta serie, lo que le cerró de inmediato las puertas. Y en el relevo 4 x 100, teniendo por compañeros a Félix Mendizábal, Diego Ordóñez y el catalán Junqueras, tampoco lograron superar la ronda inicial. Amador Palma no pudo terminar la prueba «infernal» de 10.000 metros cross, mientras Gabino Lizarza protagonizaba una curiosa anécdota, al negarse a actuar en calzón corto, llegando a amenazar con retirarse. Quizás este incidente influyera negativamente en su estado de ánimo, pues el «discóbolo» guipuzcoano sólo lanzó 34,20 metros, marca sumamente baja, muy inferior a sus registros habituales. Y por último, cerrando la reseña de la segunda Olimpiada disputada en tierras galas, hay que referirse al fútbol. Actuación en este caso muy fugaz: un solo partido ante Italia, con derrota por 0-1. Y también en este caso el protagonista, aunque desgraciado, es vasco. Perico Vallana, el gran defensa del Arenas, único superviviente del conjunto subcampeón de cuatro años atrás, era el autor, en propia meta, del fulminante gol transalpino. Junto a él estaban, además, Gamborena, Lamaza, José María Peña, Carmelo y Chirri I, por lo que la mitad más uno del equipo titular volvía a ser de origen euskaldún.