Kontzeptua

Los toros en las fiestas (1998ko bertsioa)

El toro (y la vaca) como animal sagrado. ¿Culto al toro?. Sería difícil hallar algún animal al que el ser humano no haya rendido culto, máxime si éste es un gran mamífero, fecundo y poderoso. Es lo ocurrido con los grandes bóvidos en aquellas zonas donde se hallan presentes. Basta con echar una mirada a la vieja religión persa en la que el toro primitivo, símbolo de la vida creada, es una criatura de Ormuz. Muerto por Arimán, el primer ser humano habría salido de su hombro derecho y la vida del resto de los animales del izquierdo. Del toro de Mitra, símbolo de fecundidad, brotó el trigo. En la religión védica indoaria, el toro es símbolo de procreación e incluso de inmortalidad. Hallamos, pues, el toro en Oriente y Mesopotamia y también en el cercano Oriente, Egipto (dios Apis), la cuenca del Mediterráneo donde son célebres los frescos de Cnossos (Creta) en los que se ve al hombre ejercitarse gimnásticamente con el toro en un juego que semeja un rito iniciático. En Grecia existió la fiesta denominada tauría; el toro fue el animal de Zeus que raptó a Europa para llevársela a Creta. En Roma, las bacantes clásicas llevaban sobre sus cabezas los cuerpos del "noble toro" Dionisius. En Hispania, las leyendas tartésicas de los toros de Gerión hacen creer a Diodoro que existe un culto en torno a ellos, y las monedas ibéricas e iberoromanas exhiben su arrogante efigie. En nuestros días hombres disfrazados con una cabeza de buey acompañan a los cantadores de villancicos en Inglaterra y Escocia, encontrando Violet Alford el mismo personaje en Alemania. La bibliografía sobre la materia es muy vasta (T. R. Conrad, A. Alvarez de Miranda, J. M.ª Blázquez, A. Blanco, etc.). La tierra vasca ha resultado, sin embargo, parca en vestigios de un posible culto al toro. Casi ninguna de las deidades imperiales o locales -ninguna de estas últimas- [Juan Carlos Elorza (1972)], podría autorizarnos para rastrear tal veneración.

Escasos testimonios arqueológicos. Hubo un tiempo en el que la fiebre vasco-iberista quiso hallar un prodigioso antecedente taurino vasco en la llamada "Piedra de Clunia", que habría existido en un convento de Vizcaya. En ella se representaba (Labayru, 1895: 739) una figura humana con una espada en la mano apuntando a la cabeza de un toro y una inscripción ibérica en la que se leía: que se leería en euskara como NI BE(H)IARNARI, esto es, en castellano: YO LIDIADOR DE TOROS. De más está recordar que nadie ha demostrado que el ibero y el vasco fueran idénticos, que behi sea toro (sino "vaca") y ni siquiera que esa piedra llegara a existir. Hay autores, mucho más modernos, dispuestos también a encontrar toreros avant la lettre o a convertir en corrida española cualquier muestra de contacto de este animal con el ser humano. Por lo demás, son pocos los testimonios arqueológicos sobre un posible culto y los mismos se han hallado en una zona muy romanizada lindante con el actual Aragón. Uranga (1966) los analiza inclinándose por la hipótesis mitraica en relación con 9 lápidas con cabezas de toro (o vaca) encontradas en Sos del Rey Católico, Artajona, Sádaba, Eslava, Ujué y Gastiain, algunas de ellas acompañadas de símbolos solares y lunares. De más está decir que tales vestigios nada tienen que ver con la actual corrida española sino con antiguas religiones y con el "taurobolio" o bautizo con sangre de toro (Lacarra, J. M.ª, 1942: 316) y que cualquier interpretación en ese sentido es abusiva y patrañera. Por otra parte, en la iconografía medieval, tan abundante en animales, apenas hallamos (Malaxecheverría, 1982), salvo algunas escenas escultóricas de la catedral pamplonesa (Iribarren, 1948), representación significativa del bóvido, por lo que Luis del Campo, máximo estudioso del tema en Vasconia, concluye (1975a: 20) que "el legado que recibimos los navarros perteneciente a la herencia de los siglos apenas si inclina el ánimo a admitir noticias sobre la utilización de los toros como bestias alegóricas ideadas para el desarrollo de ciertos ritos".

Testimonios orales. Sin embargo, a falta de testimonios escritos, conviene referirse a los orales recogidos ya a comienzos de este siglo por J. Miguel de Barandiaran ("Eusko-Folklore" 2.ª serie, n.º 2 y 4, etc.) según los cuales un genio en figura de toro (aatxegorri, beigorri, zezengorri) era considerado como habitante o guardián de ciertas cuevas y simas y metamorfosis de la divinidad Mari. En Sara (Lab.) un toro o una vaca asustaba con sus mugidos y ruidos de cencerro a cuantos entraban en la cueva de Lezia. En Uhart-Mixe (Baja Nav.), una leyenda asegura que de noche afloran a la superficie de la tierra diversos genios subterráneos en figura de toros. En Gatika (Vizc.) uno de estos toros subterráneos persiguió a algunas personas que regresaban a Mungia. En Pipaón (Alava), unos mozos fueron castigados con un susto por un toro misterioso tras haber insultado a una anciana. El hallazgo de monedas romanas arrojadas al fondo de muchas cuevas habitáculo de este numen -Isturits, Goikolau, Santimamiñe, Solacueva, etc.- avalaría esta creencia de los vascos protohistóricos en los poderes benefactores del mismo. Ver AATXE.