Kontzeptua

Los toros en las fiestas (1998ko bertsioa)

El movimiento antitaurino. La corrida española ha tenido siempre detractores aunque las motivaciones de éstos hayan diferido a lo largo de los siglos. En general se han movido los mismos en torno a argumentaciones de tipo religioso, económico, de orden público y de moral ciudadana. Todas ellas han sido reseñadas por Cossío (1943-1960) aunque con el inevitable lastre de su personal predilección por el espectáculo.

La oposición religiosa. Es, junto con la limitación económica (dispendio). la argumentación más antigua que se conoce. Las fiestas de los toros semejarían a las de los gentiles del circo romano censuradas, a su vez, por Cicerón y Séneca. En ellas se arriesga la vida humana y la integridad física de las personas; también, debido a la promiscuidad de sexos y a la destemplanza de las pasiones desatadas, la integridad moral del rebaño cristiano. Como ya hemos visto, el mismo Papa Pío V las anatemizó pero el apego de las multitudes, la sorda oposición de parte del clero (Lecuona, 1978) y la tolerancia de los Austrias permitieron su subsistencia. En nuestro país son el P. Larramendi y el P. Mendiburu los máximos representantes de la oposición. Luis del Campo le ha dedicado un estudio monográfico (1975).

La oposición por causas económicas. Aflora a lo largo de toda la documentación y se encarna en pensadores y en responsables provinciales y municipales. Se trata de reconvenciones a un gasto considerado innecesario ante necesidades mucho más prioritarias como la alimentación, la salubridad pública, el cuidado de las vías y transportes, la recogida de huérfanos, etc. Un gran acopio de tales admoniciones puede hallarse en la imprescindible producción de Luis del Campo.

El orden público y moral amenazado por la corrida. Dadas las características de la corrida actual y las, aún mucho más turbulentas, de las celebradas en el pasado. ésta fue una preocupación fundamental de las autoridades que, como hemos visto, se aplicaron, en especial bajo el Despotismo Ilustrado, en reglamentar y limar el ejercicio sin freno de masas, diestros y espontáneos. Las prohibiciones emanadas de sus principales monarcas han hecho que algunos los consideren, no sin cierta razón, los adelantados en las dignificaciones de las diversiones y espectáculos. Hay quien atribuye al carácter incompleto de la Ilustración hispana la persistencia de un fenómeno que desapareció en otros países a lo largo de la segunda mitad del s. XVIII (Mosterin, 1991). Jovellanos. autor de una feroz diatriba contra la España de su tiempo (Pan y toros, 1796) ve en "estas fiestas que nos caracterizan y nos hacen singulares"... "cuantos objetos agradables e instructivos se pueden desear". Irónicamente enumera: "templan nuestra codicia fogosa, ilustran nuestros entendimientos delicados, dulcifican nuestra inclinación a la humanidad, divierten nuestra aplicación laboriosa y nos preparan a acciones generosas y magnánimas". Es esta preocupación por la dulcificación de las costumbres y el fortalecimiento de una moral ciudadana la que vertebrará el pensamiento antitaurino de las generaciones que alcanzan su madurez intelectual en las últimas décadas del s. XIX. De uno de sus representantes (Martínez Villergas, 1851: 21-22) es este esclarecedor párrafo:

"Acordándome estoy cuando estas líneas escribo de las horrendas funciones de toros, espectáculo por tantos conceptos repugnante y alimento ordinario de malas pasiones. ¿Cómo puede enseñarse a compadecer la desgracia en un país donde tanta gente goza en ver a un pobre caballo pisarse las tripas, a un toro martirizado por los aguijonazos de las banderillas y a un torero herido o expuesto a recibir la muerte, midiéndose siempre la bondad de la función en razón directa de la mayor o menor abundancia de la sangre que se derrama? ¿Cómo puede enseñarse el respeto a las leyes en un país que con tanta frecuencia asiste a espectáculos como las corridas de toros donde se concurre con el derecho de insultar a los toreros y a las autoridades mismas. faltando abiertamente y sin responsabilidad a todo lo que tratando de injurias y calumnias tiene una pena señalada en la legislación vigente? ¿Cómo puede imbuirse el amor a las ciencias y a la artes y aspirar por consiguiente a destruir los errores de la preocupación y los abusos del despotismo, en un país donde hasta los periodistas consagran el tiempo que debían emplear en discusiones científicas, a detallar los incidentes de una corrida o a escribir biografías de los toreros con mayor interés del que podrían inspirarles los más gloriosos campeones del saber y de la virtud?".

El movimiento antitaurino moderno. El regeneracionismo (Costa, Unamuno, Baroja) tenía que recoger esta vena moralista que veremos aflorar en personalidades vascas de entre los dos siglos. Al desagrado profundo de un Baroja o un Unamuno hay que añadir el desafecto ostentoso de un Antonio de Trueba (Corella, 1976: 456-458), la actitud beligerante de prensa como "El Noticiero Bilbaino" (Corella, 1977: 326) o el antitaurinismo patriótico de Arana Goiri (1897, 1899) reflejado, de facto, en los estatutos de Sabin Etxia de 1931 de Bilbao cuyo artículo 14 ordenaba la expulsión de "los que tomaren parte activa y directa en las fiestas taurinas". Pero este rechazo, como el de Tomás Meabe ("La lucha de clases", 12-IX- 1903), el de Telesforo Aranzadi ("la de los toros tiene todas las trazas de contagio, mucho más lamentable de barreras arriba que de barreras adentro, mucho más como escuela de mala educación, de crítica estúpida y de insubordinación irracional que como endiosamiento de un matarife", RIEV, 1907: 592) o el del ya citado G. Mújica, va a quedar rebasado por el de una nueva sensibilidad, la de las Sociedades Protectoras de Animales y Plantas, que, como la de Gipuzkoa, nacida en 1909 -trasunto del I Congreso Etico Internacional reunido en Zurich en 1896- recogían el llamamiento hacia la piedad y la protección efectuado por William Wilberforce, militante antiesclavista, creador de la primera de estas sociedades en la Inglaterra de 1824. Es esta sensibilidad a favor del animal la que va a experimentar un decisivo impulso merced al nacimiento del ecologismo en los 70 y la que va a dar lugar al desarrollo de múltiples pequeñas plataformas antitaurinas, coordinadas por el Comité Antitaurino de Zaragoza, durante las últimas décadas del siglo.

La Coordinadora Autitaurina de Gipuzkoa. Se constituyó en noviembre de 1985 para aglutinar a todos aquellos grupos y personas que se oponían en Guipúzcoa a la realización de festejos en los que los toros u otros animales fueran maltratados y malheridos y cuya muerte sirviera de espectáculo público. Concretamente esta CAG surgió ante los intentos del lobby de empresarios taurinos de hacer construir con dinero público una nueva plaza de toros en Donostia que sustituyera a la derribada en 1974. La CAG hizo su presentación en los locales de la Biblioteca Municipal a fines de noviembre de dicho año y solicitó del alcalde Ramón Labayen que el dinero destinado a elaborar un estudio sobre la hipotética plaza se destinara a fines públicos. Durante el siguiente mandato, siendo alcalde Xabier Albistur, se entrevistó también con el mismo. En aquella ocasión (verano de 1987), la CAG colocó mesas en el Boulevard donostiarra en las que recogió más de 13.000 firmas contra la erección de una plaza de toros. Durante el mandato de Odón Elorza los portavoces de la CAG le expusieron sus razones en contra de la construcción y en concreto en la zona de Illumbe (Anoeta). La CAG exhibió ante el alcalde un dossier en el que quedaban patentemente de manifiesto el enorme déficit que acumulan, debido a la decadencia de este espectáculo, las plazas de toros de España, déficit que indefectiblemente suelen enjugar las arcas públicas de ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas.