Sailkatu gabe

GIPUZKOA (SOCIEDAD TRADICIONAL)

Arquetipos (II).

Retrato de Zumalacárregui por J. Augustín Chaho. "El Independiente", sobrenombre que se da el mismo Chaho, fue guiado en su marcha por una aparición que chocó con sus miradas:

Un hombre envuelto en capa negra acababa de escalar la cumbre de una altura vecina y se hallaba de pie con inmovilidad de estatua sobre el pedestal, exagerada su estatura por el resplandor de la luna, que proporcionaba a su actitud algo de broncíneo y dejaba ver claramente la punta de su espada sobresaliendo a lo largo de la capa. El Independiente, sofocado pero jovial, llegó pronto hasta él para saludarle respetuosamente con donaire que equivalía a decir "héme aquí" y, tomando la mano que el guerrero le tendió silenciosamente, descendieron juntos la colina del lado este para detenerse en una meseta. El Hombre de la Gran Espada -Zumalacárregui- fumando gravemente su cigarro, arrojó su capa sobre un banco de peña y se sentó fijándose con expresión indefinible en el joven que se hallaba de pie frente a él. Ambos guardaron silencio durante algunos instantes. El joven se complacía en examinar la amplia boina del guerrero, su pantalón encarnado y su zamarra agujereada por las balas, pero el examen alcanzó poderoso interés cuando descansaba la vista sobre el semblante viril y severo del Hombre de la Gran Espada. "Si -me decía-, esos bigotes bravíos esos labios móviles, esa nariz pronunciada, esos ojos grises, brillantes bajo cejas espesas, como las de un tigre, le hacen parecerse a Cromwell; pero la barbilla breve y seca, los pómulos óseos, la frente alta y descubierta acusan con más energía y resolución el valor caballeresco y la franqueza del soldado que caracterizan al libertador de Navarra. Su fisonomía no presenta ningún indicio de sombrío misticismo ni del fondo astuto del inglés, ofreciendo hasta alguna semejanza con la cabeza sajona de Blucher" . Y abandonando de lado el trabuco con que se presentó armado, ante la invitación del Hombre de la Gran Espada, tomó asiento el Independiente, a su lado y sobre la misma peña".

Esta entrevista se realizaba -según propio relato- en los montes de Lecumberri, en el valle de Larraun, de Navarra.

El bardo José M.ª Iparraguirre. El escritor pasaitarra Y. Ruiz Añíbarro se ha ocupado galanamente de su paisano:

Afrontaba su última hora J. M.ª Iparraguirre en su habitación del caserío Zozobarro en el pequeño pueblo de Gabiria, en la verde Guipúzcoa, adonde se había retirado después de sus últimas andanzas, a los pocos años de regresar a su país del Uruguay. La muerte tenia prisa y se lo llevaba rápidamente. El célebre cantor trotamundos apenas si tuvo tiempo de apercibirse ante la acometida. Corrieron varios vecinos ante su lecho al enterarse de que se moría por momentos. Se hizo comparecer ante él a un escribano y a varios testigos requeridos en las mismas huertas y plantaciones de maíz, donde estaban trabajando, bien ajenos a que el gran "arlote" -bohemio- había llegado al limite de su existencia, pues todavía no había cumplido los sesenta años. Era necesario dejar constancia formal de la última voluntad de aquel hombre. En el País Vasco estas cosas se llevan muy seriamente. Era necesario disponer de sus bienes materiales con todas las formalidades establecidas. Pero Joxe Mari no les oía ya. Jadeaba angustiosamente, desasido de las cosas del mundo, en el umbral de la otra vida. ¡Pobre Iparraguirre! Se moría y no podía decir una sola palabra. El escribano trataba de rescatar de entre las garras impacientes de la muerte el testimonio último de aquella voluntad desfallecida. No había hecho testamento. Ni siquiera tenía al corriente su cuenta con la dueña del caserío donde descansó en sus últimos días, donde se proponía escribir sus mejores poemas. No pagó Iparraguirre su última cuenta. Fue esta su última arlotada, su última manifestación de hombre que vivió siempre al margen o por encima de la realidad prosaica que le circundaba. Iparraguirre, que fue un poco fantástico, un poco pintoresco, un mucho vasco y un mucho del mundo, al cantar a la libertad se acuerda de todas las criaturas que ha visto en sus andanzas de trotamundos, de todo lo que vive y alienta bajo el sol. Es el mundo entero el que tiene en su cabeza y en su corazón en el momento de componer el himno. Y su imaginación esparce los frutos de su árbol sobre todo el haz de la tierra. ¿No es su canción el primer himno de carácter universal que se ha escrito?

Pío Baroja. A la pregunta que Miguel Pelai hace a Oteiza sobre el escritor donostiarra, contesta así:

"Me resulta lo opuesto a Unamuno. Baroja nos habla siempre a nuestro lado, escribe a nuestro lado. A mi me emociona por su sensibilidad visual, el equilibrio de la limpieza de su mirada y de su corazón. Es como el modelo en plenitud de sensibilidad y sencillez que yo siento como de hombre vasco y para el hombre vasco. Es el más profundo despertador de nuestra sensibilidad visual para nuestro paisaje, nuestra historia, para nuestra realidad mitológica o esta supuesta que vivimos. Baroja me parece que es más de aquí que nadie, y al mismo tiempo, como si nos hubiera venido de fuera. Tiene algo de artista griego, arquitecto o narrador, pero nacido aquí antes que todos, ya en el aziliense, cuando Unamuno era de los que se iban y Baroja de los que se quedaban."

Zuloaga visto por el irlandés Starkis:

"Poco después bebí unas copas del dorado moscatel con el anfitrión. Don Ignacio Zuloaga es un hombre alto, de complexión fuerte, con hombros musculosos y anchos como los de un atleta. Tiene más de sesenta años, pero su tez sanguínea y su negro bigote le dan la apariencia de un hombre joven. Tocaba su cabeza con la clásica boina vasca inclinada a un lado, cosa que a mi parecer le daba todo el aspecto de un jugador de pelota, sobre todo de uno que yo había conocido en San Juan de Luz..."

En plan de confidencias artísticas, prosigue Starkis:

"Toda mi vida -dijo- tuve pasión por "el Greco". Cuando estaba en París, en 1889, pobre como el Lazarillo de Tormes, viviendo en Montmartre con mi amigo el escultor Paco Durrio, solía privarme del poco dinero que tenia, aunque a veces me costase quedarme sin comer, con tal de ahorrar para adquirir un Greco. La gente se reía de mí entonces por el apostolado que yo hacia por "el Greco"; pero yo, sin hacer caso de sus burlas, a costa de muchos sacrificios iba aumentando mis ahorros para adquirir la obra maestra que me apasionaba." ..: "Venga Ud. conmigo y ahora verá usted una de las últimas obras del enigmático maestro. Diciendo esto me condujo desde la casa a un gran estudio, que se encontraba al otro lado del jardín. Me dijo que cerrara los ojos, sacó el cuadro de la habitación bien acondicionada para guardar el cuadro con seguridad, donde lo tiene, y lo colocó frente a mí. Ahora abra los ojos -me dijo- y contemple este `Apocalipsis' ".

"Orixe" visto por L. Michelena y el P. Justo Mocoroa. Nicolás de Ormaetxea, "Orixe", había nacido en el pueblo guipuzcoano de Orexa, llamado por los naturales Orixe, del que tomó su sobrenombre literario. Sus primeros años transcurren en el cercano pueblo navarro de Huici, ocupado principalmente en las labores del pastoreo en aquellas montañas de la Alta Navarra en que el euskera fluye puro y sin contradicción. Ya mozo ingresó en la Compañía de Jesús. Y allí, en el estudio de las lenguas y literaturas clásicas, como profesor de griego y latín y en sus clases de teología y filosofía, se forma el gran humanista que fue "Orixe", quien nunca dejó, por eso, de ser un hombre esencialmente popular, una de las muchas contradicciones de su carácter en las que, como muy bien dice Luis Michelena, se nos muestra como compendio del humor complejo de un pueblo que no es tosco y sencillo más que en la apariencia. Mocoroa enjuicia así su obra. Respecto a su estructura nos dice:

"En primer lugar, forma parte esencial de él la melodía, desechados una vez más los convencionalismos rutinarios. Es un canto épico de verdad, concebido cantando y destinado a cantar, al modo vasco, ya se sabe que entre nosotros poesía y música se complementaban."

Termina su juicio:

"Obra bella, honrada y fecunda; concebida en la presencia de Dios y oreada por su gracia; su aparición en nuestra tierra será como la del alba de un claro día, que inunda en luz los espacios e hinche de júbilo los corazones. Ella reparará las ruinas de una educación bastarda que venía descastando nuestra raza; y restituirá a los espíritus al culto apasionado de la tradición nacional. El pueblo vasco aún puede salvarse."

José Miguel de Barandiarán visto por Julio Caro Baroja:

"He aquí que ya en la última década del siglo XIX y en una casa rural del Goyerri, de Ataun, nace un niño. Es la familia del niño chapada a la antigua, de labradores guipuzcoanos. El niño queda dentro de ella destinado a la carrera sacerdotal. Todo esto resulta perfectamente común. Pero lo que ya no es común es que el niño se halle dotado de una inteligencia y -a mi juicio- de una sensibilidad aún más rara. El niño escucha a sus mayores; en la lengua vernácula le dan aquéllos cuenta de una serie de creencias, de leyendas, de mitos. Más tarde o más temprano hay que tomar posición ante estas tradiciones orales. EL niño deja de ser niño; llega a sacerdote, estudia ciencias diversas... y "a pesar de todo", encuentra que aquellas viejas tradiciones tienen un gran valor, un inquietante significado espiritual. Todo un mundo mítico y poético se levanta ante él más o menos ordenado, estructurado. La cuestión es ir captándolo bien, ir reflejándolo, en escritos, del mejor modo posible. Ya no está en la época en que fabricaban leyendas románticas a base de leves fragmentos cogidos de aquí y allá, leyendas adaptadas al gusto de la burguesía ciudadana. Hay que recoger las cosas de otra forma y presentarlas con el mayor rigor, sin subjetivismos ni retórica. Barandiarán recoge, en los altos de Urbia, en las chabolas de Aralar, de las sierras de Urbasa y Encia, en los caseríos de Guipúzcoa y Vizcaya, del Labourd y de la Basse-Navarre, en las aldeas alavesas, un cúmulo impresionante de lo que, modestamente, llama "materiales". Son bastante más de cuarenta años los que lleva metido en esta tarea de recogida, que alterna o combina con prospecciones arqueológicas y excavaciones de cuevas, dólmenes, etc. El mundo prehistórico fósil, seco, muerto, de una pobre materialidad, se ilumina y vivifica a su vista, gracias a lo que aún está en torno a él, es decir, en torno a la cueva sombría, el dolmen solitario, el círculo de piedras mal famado. Si: poéticamente habita el hombre..."

También es guipuzcoano el delicado y urbano poeta Xabier de Lizardi, José M.ª de Aguirre, nacido en Zarauz en 1896 y residente en Tolosa desde los diez años. Universitario y militante nacionalista, hombre de cultura sintonizando con los movimientos literarios de su época, muerto prematuramente en 1933. Respecto a cómo tomar la vida nos dice:

Biarr?... Gogapen txarrok
urrun! Egun banari
gau bat darraikio
egiñaz atsartzeko,
ez eginkizun arren,
orde kezkatzeko.¿Mañana? Aléjate mal pensamiento
a cada día le sigue una noche
para descansar de lo hecho.
No para que nos inquietemos
pensando en lo por hacer.