Sailkatu gabe

GIPUZKOA (SOCIEDAD TRADICIONAL)

Comportamiento social.

Delito. Son muy escasos los trabajos efectuados en este campo en el que, por lo general, el viajerismo del siglo XIX ha introducido tal cantidad de esterotipos y generalidades, que resulta muy difícil deslindar realidad y bucolismo romántico. Madoz también nos introduce por esta puerta en la sociedad guipuzcoana de 1843 pero dota a sus observaciones de un apéndice estadístico muy importante. Su descripción y sus cuadros son los que aquí reproducimos:

Muchos guipuzcoanos se verían reducidos á la miseria, si la Providencia que inutilizó el suelo con tantas montañas, no hubiera encerrado en estas multitud de minas y canteras de diferentes piedras que proporcionan ocupacion y medios de cubrir sus necesidades á miles de brazos, ya esplotando aquellas, ya elaborando art. que esportan con ventaja al interior de la Península y al estranjero; otro recurso encuentran los habitantes de esta provincia en la abundante pesca que el mar que la baña cria, con la cual se adquieren en permuta algunos de los art. de primera necesidad que les faltan. El comercio en otros tiempos tan floreciente que competia con las poblaciones mercantiles mas ricas, se halla en decadencia, pero aun se conserva en bastante buen estado para sostener la riqueza del pais. No puede atribuirse la diferencia comercial que se advierte, á descuido de los guipuzcoanos; la pérdida de las Américas la ocasionaron; y á su aplicacion se debe lo que aun existe, y á su aficion á (a mar, que los coloca entre los marinos mas intrépidos y entendidos. Los establecimientos de beneficencia que tiene la prov. estan bien montados y suficientes para la pobl., y casi no se encuentran mendigos. La instruccion pública cuenta con mas elementos que en la mayor parte de las prov., cuyos datos estadísticos se han publicado. El caracter, usos y costumbres de los guipuzcoanos son apreciables en todos conceptos: se distinguen por su sencillez, afabilidad y respeto á las leyes: rara vez se escita entre ellos una discordia, y casi nunca concluye con sangre; el estranjero halla alli la mejor acogida, y el indigente y desgraciado el consuelo mas eficaz en su acendrada caridad. Todas estas circunstancias reunidas, hacen aparecer á la prov. de Guipúzcoa, como una de las mas morigeradas de España, á pesar de referirse los datos estadísticos de que nos ocupamos, á una época en que todavia se hallaban recientes los recuerdos de la última guerra civil. Los estados que siguen, la colocan en el 45 lugar de la escala de la criminalidad, como resulta de su exámen y comparacion que fácilmente puede hacerse con los demás que en la presente obra han visto la luz pública en los correspondientes artículos de provincia.
El número 1.° trata de las personas, de sus circunstancias especiales y de la proporcion que estas mismas guardan entre sí, los acusados con la pobl., los absueltos y los penados con los acusados, los contumaces con los reos presentes, y los reincidentes con los penados. El número de procesados es 135, y subiendo la pobl. de Guipúzcoa á 108,569 alm., da la proporcion de 1 procesado por 804.115 hab. de que esceden solo las prov. de Barcelona. Tarragona, Gerona y Oviedo, á la que se aproximan la de Canarias y Mallorca, y de la cual distan mucho las restantes. Los absueltos guardan la relacion con los penados de 1 á 7, y han sido 1/5 absueltos de la instancia. y 1 /4 libremente; los contumaces estan con los penados presentes de 1 á 31: los reincidentes resultan 1 por cada 45 procesados, siendo 1/3 reincidentes en el mismo delito: los acusados de 10 á 40 años esceden en la mitad del total; los de 40 á 10 llegan á 1 /4, y pasan de 1/6 los de 40 en adelante; las mujeres estan en relacion con los hombres de 1 á 9: los casados pasan de la mitad del número de procesados. No cabe comparacion entre los que han recibido alguna educacion y los que carecen de ésta, porque el número de los últimos no consta; pero aparece por el estado de que se trata que el número de los que saben escribir escede en bastante á la mitad del de los acusados: los que ejercen profesion científica ó arte liberal, estan en relacion con los que ejercen artes mecánicas de 1 á 18: los penados con los acusados 0,851 á 1, y los contumaces con los presentes 0,036 á 1. Entre los part. jud. que componen la prov., el que resulta en proporcion mas desfavorable en la criminalidad, tomando por tipo el número de acusados, es el de Tolosa, que da 1 por 851,000 habitantes, y mas morigerado el de Azpeitia, en el cual la relacion de los acusados con la pobl. es 1 á 1810,643. El estado número 2.° trata de los delitos de homicidio y de heridas, y de las armas con que se perpetraron, y de la proporcion que entre si guardan estas, la poblacion, los acusados y los penados con los delitos. Inconcebible parece que en una prov., cuyos habitantes son tan laboriosos, de costumbres tan puras y sencillas, de caracter tan afable, tan religioso y que tal respeto tributan á las leyes, prevalezcan tanto los delitos contra las personas. Pero hallamos la esplicacion de esta diferencia en aquellas mismas circunstancias: las comodidades que el guipuzcoano se proporciona con su aficion al trabajo, le exime de la necesidad de apelar al despojo de sus semejantes, ni atentar contra la propiedad, y los mismos elementos no son siempre bastantes á contener los impulsos inmoderados de las pasiones. Mas circunscribiéndonos al número de delitos, hallamos que solo las 4 prov. de Cataluña y la de Canarias, presentan mas favorable proporción entre los delitos de homicidio y heridas, y la pobl.; sin embargo, en el corto número de delitos se advierte mayor encarnizamiento que en otras muchas prov., si se atiende al número de armas aprendidas, pues del total de 48 instrumentos de todo género, casi una mitad son de aquella especie, correspondiendo á las armas prohibidas 4 de fuego y 4 blancas. Asi como el partido judicial de Tolosa, resulta en mayor número proporcional de acusados, se encuentra en él mas propension á los delitos contra las personas, 1 por 1478,053 hab., y la menor en el de Azpeitia 1 por 3641,186 alm., que tambien da menor número de acusados
. [Cfr. Madoz, 1845, t. IX, p. 114].

Rigorismo moral. Un factor importante del comportamiento social será el rigorismo moral derivado de la implantación de las normas trentinas y, si hemos de atender a J. de Arteche, de la impronta jansenista en la sociedad guipuzcoana. Dice Madoz:

"Es admirable el espíritu de religion y piedad que se observa en los guipuzcoanos, debiéndose atribuir en gran parte á que durante los divinos oficios no se permiten juegos públicos, siendo las justicias las que primero autorizan con su presencia las funciones de misa mayor y vísperas los días festivos. Entre las ordenanzas, aun de los mismos puertos de mar y comercio, hay algunas que prohiben con rigor cargar las embarcaciones y recuas en semejantes días. Si hay alguna negativa pública, debe asistir á ella una persona de cada casa, y mientras dura se cierran todas las tiendas. Sobresale la piedad de las mujeres en las ofrendas que hacen con motivo de entierros y aniversarios."

José de Arteche, en su citada "Saint-Cyran", nos introduce en la atmósfera religiosa popular desde el siglo XVIII a sus días de infancia y juventud, o sea hasta el primer tercio del siglo XX. El P. Francisco Antonio de Palacios, hijo de Oñate, en su Respuesta satisfactoria del Colegio de Misioneros de N. P. San Francisco de la N. Villa de Zarauz a la consulta y dictámenes impresos por la N. Villa de Balmaseda..., Pamplona, 1791, opina que el tamborilero, "si no deja para siempre su oficio, peligra su alma". Añade que el tamborilero, en el baile público "es el que peca más, y debe dejar el oficio si quiere la absolución". Este mismo P. Palacios, de Oñate, apoyándose en Lancelot, parece dar a entender que los tamborileros deben ser excluidos de la Sagrada Comunión por analogía con los cómicos excluidos por los cánones de la recepción del Santo Sacramento. El siglo XIX había avanzado cuatro lustros y, sin embargo, existían en el país confesores que compartiendo las opiniones del P. Palacios, consideraban como pecadores públicos a los tamborileros y sostenían la necesidad de negarles la absolución si antes no entregaban al párroco el silbo y tamboriles para que fuesen quemados. La piedad del tiempo de mi infancia -Arteche- y de mi juventud estribaba mucho en prohibiciones. Todo, casi todo, era malo. Los sermones, larguísimos, interminables, dirigidos a un auditorio que llenaba las naves en penumbra de las iglesias, porque antes de comenzar la predicación era de ritual correr las cortinas de las altas vidrieras del templo para crear o para aumentar la mística de la oscuridad. Aunque no ignoro que casi todo el decálogo está en forma de prohibiciones, en aquel sistema de predicación echo de menos alguna manera más frecuente de animoso estímulo. Algo así como una menor reiteración del Viejo Testamento, en beneficio de más abundantes alusiones al Nuevo Testamento. Muchas veces no parecía sino que toda la religión se centrara en el cumplimiento del sexto mandamiento, preocupación obsesionante de los predicadores. Las transgresiones colectivas o posibilidades de transgresión obtenían sin tardar desde el púlpito un violento correctivo. El noviazgo se consideraba con gran sospecha; los novios, aun las parejas más ejemplares, veían cerradas las puertas de los teatros o cines dependientes de la iglesia. Algún discreto pero inexorable aviso les constreñía a separarse dentro de estos lugares de esparcimiento. El jansenismo, el saint-cyranismo, contribuyó a hacer, sin término medio, bastantes rebeldes y bastantes fariseos. Hoy las cosas han cambiado mucho, probablemente demasiado, pero en mis tiempos juveniles el criterio jansenista sometía a un calvario a los novios de muchos pueblos vascos. No se olvide que el matrimonio era para el jansenismo una de las más bajas condiciones del cristianismo. Para el jansenismo tampoco había términos medios; todo lo que es naturaleza en el hombre lleva el sello de la impureza. El tema sexual era tabú, o no existía o se cerraba ante él una cortina espesa. La embriaguez era duramente fustigada en los sermones misionales, pero de las invectivas de los predicadores se salvaba la gula. También es verdad que es muy difícil un pecado mortal contra la gula, pues esta puerta de escape, inteligentemente entreabierta, abría un pasadizo a los campos de Rabelais, tan amados por el genio vasco. Porque, además, a fin de cuentas, un hombre y un pueblo que saben comer tienen categoría. El pasadizo rabelesiano tiene conexiones con el genio de la solemnidad religiosa, característica del vasco. La buena mesa tiene mucho que ver con las expansiones corales. Al final de los banquetes y de las cenas copiosas, gusta el vasco entonar las más severas melodías de su repertorio religioso. En mi pueblo natal -Azpeitia en parecidas ocasiones gastronómicas, oí muchas veces el canto a coro de un estremecedor Miserere que allí se acostumbra en la procesión de la cofradía de la Veracruz la tarde del Viernes Santo. José M.ª Salaverria, en su libro "Las sombras de Loyola", se hace eco de la profunda impresión en él producida por este Miserere.