Kontzeptua

Biziraupena (1997ko bertsioa)

La precariedad de la vida obrera. A partir de 1840, año de la finalización de la I Guerra Carlista, miles de personas desplazadas de sus tierras por el enfrentamiento bélico o arrojadas de ellas por las desamortizaciones, comenzaron a instalarse en las comarcas industriales y mineras de Euskal Herria, en busca de trabajo y salario para poder subsistir. Las condiciones de estos obreros eran dramáticas y no se diferenciaban en nada de las que soportaban sus hermanos de clase en Inglaterra o Alemania. Obligados a vivir en casas que no reunían las mínimas condiciones de habitabilidad o en inmundos barracones, situados siempre en las inmediaciones de su centro de trabajo, sus jornadas de 12 horas no les permitían acceder a los mercados o tiendas normales y, se veían forzados a adquirir los alimentos de primera necesidad en las llamadas «tiendas obligatorias». Esto dio origen a un escandaloso negocio: los patronos, de acuerdo con los capataces, pagaban el salario de los obreros, no en dinero, sino en vales de compra, que sólo servían para ser utilizados en estos comercios, o en cantinas del mismo tenor, regentadas por socios o parientes de los capataces, que se llevaban su parte en el negocio. En las «tiendas obligatorias» los productos, además de ser de pésima calidad, llegaban a costar hasta un 40 % más que en los comercios normales. Habas, tocino rancio, patatas y pan componían la dieta habitual de esta clase explotada. En contadas ocasiones podían añadir algo de bacalao o abadejo en salazón, pero siempre se trataba de las porciones más despreciables o de inferior categoría, recortes, agallas y cola. A esto hay que añadir que los alimentos se encontraban casi siempre en malas condiciones o adulterados y que el fraude en el peso era lago habitual:1 kg. de la «tienda obligatoria» nunca sobrepasaba los 800 gr. El vino, de ínfima calidad, consumido en grandes cantidades, no contribuía a mejorar la dieta. Si tomamos los precios de los alimentos que regían en Bilbao en torno a 1900 y los comparamos con los de otras ciudades europeas, podremos concluir que en la capital de Bizkaia, la vida de las clases populares tenía que ser muy dura. Y todavía más dramática era la situación de los que vivían en las zonas mineras, como Gallarta, Somorrostro o la Arboleda, puesto que en ellas, como ya hemos dicho, los precios eran aún más altos. En Bilbao un kilo de ternera costaba 3,40 pts. Una gallina viva 4,50 pts. Un kilo de pan (mal pesado) 40 céntimos. Un kilo de arroz 80 céntimos. Estos mismos alimentos, en París, costaban: 1,80 pts. el kilo ternera, 2,50 pts. la gallina viva, 20 céntimos el kilo de pan y 30 céntimos el de arroz. En Londres los precios de los comestibles eran todavía más baratos. Algunos articulistas de la época mantenían que Bilbao era la ciudad más cara de Europa, posiblemente con razón. Hay que tener en cuenta que el sueldo medio diario de un obrero sin cualificar, a la altura de los primeros años del s. XX, oscilaba entre los 12 y 16 reales-3 ó 4 pesetas- que sólo cobraba cuando trabajaba. Domingos y otras fiestas de guardar no percibía ingreso alguno. Tampoco por causa de enfermedad o accidente recibía ningún subsidio. Estas contingencias o el quedarse sin trabajo -el paro era otro azote para la clase trabajadora- arrojaban a las familias obreras a la más terrible de las indigencias, debiendo en muchos casos recurrir a las «sopas gratuitas» confeccionadas con mendrugos, colas de bacalao y boniatos, que se repartían a horas convenidas en las puertas de algunas instituciones de caridad. Esta situación insostenible fue la causa de los tumultos que tuvieron lugar en Bilbao en agosto de 1903, para protestar, en principio, contra el sistema de vales de compra y «tiendas obligatorias». El Mercado Viejo y el del Ensanche fueron saqueados y los fielatos de consumo destruidos. Durante los desórdenes estuvo a punto de arder la iglesia de los jesuitas de la Alameda de Urquijo. La Guardia Civil se empleó con contundencia contra los manifestantes y las cosas siguieron como estaban. En 1905, durante el mes de septiembre, estalló en Bizkaia una huelga general para protestar contra la carestía de la vida. Una de las exigencias de los huelguistas consistió en recibir la paga íntegramente en dinero para poder abastecerse donde quisieran. Pero el sistema de las «tiendas obligatorias» beneficiaba a los más firmes aliados de los patronos, los capataces, y fueron necesarios muchos años de lucha y no poca sangre derramada hasta lograr su total desaparición. Sin embargo, las reivindicaciones obreras consiguieron una mejora paulatina de las condiciones de vida del trabajador y una elevación de su nivel de subsistencias, aunque al estallar la Guerra Civil, en 1936, la cantidad de proteínas presentes en la dieta de un obrero de la cuenca del Nervión no llegaba a la mitad de las que consumía un trabajador de la siderurgia francesa.