Léxico

SOCIEDADES POPULARES

La cocina: el sancta sanctorum. La sociedad ha llegado a tener una actividad y un espacio reservado por excelencia: la gastronomía y la cocina. La instalación de esta última -y sus dependencias (despensa, bodega, frigoríficos, etc.)-se han convertido cada vez más en algo ostentoso, tanto por su coste como por la conciencia de que es «lo que hay que enseñar», el «sancta sanctorum» de la sociedad; de ahí que, incluso en las recientes sociedades abiertas a la mujer (casi siempre como esposa o hija de), o en los días de excepcional apertura a la calle e incluso ante los invitados varones, la cocina siga siendo el espacio reservado a los socios varones; el socio se ejercita y se acredita en la cocina, en gran parte. Esto no era así en su origen y ha venido a desarrollar el aspecto comensalístico: aunque se recurre todavía en algunas sociedades al restaurante próximo y al cocinero más o menos profesional, hay un especial énfasis en reducir los aspectos mercantiles del asunto; tratándose con el restaurante como si fuera de la casa, sentando al cocinero a la mesa, siendo fiel a un restaurante o cocinero perfectamente integrado, o limitando el carácter del servicio. El reunirse a comer o cenar en la sociedad da una dimensión especial a la celebración o al encuentro; bien sea por la simple participación del grupo de socios (o de los socios anfitriones) en la preparación de la comida y de la mesa, bien porque en el «txoko» se goza más claramente de una cierta informalidad que potencia el familismo. Los controles sociales representados por la presencia de la mujer, el local comercial, las relaciones ante el público, se distienden; tanto más, cuanto las representaciones sociales a que obliga el status en una sociedad industrial urbana se normalizan y organizan de manera disociada, especializada y el individuo difícilmente se proyecta de manera global -íntegramente- en cualquiera de ellas. Ayudados por la buena comida y bebida, por la propia confianza que da la sociedad (los posibles espectadores son conocidos, están en cuadrilla y asumen así mismo el espíritu de estar en la sociedad), los hombres se sienten «a gusto», las distancias sociales se reducen en el propio tono popular del trato. Las conversaciones -«tertulias»- encendidas, las canciones, los juegos de cartas -la «partida»- refuerzan la solidaridad grupal. No es raro que la cuadrilla cene (incluso con las «mujeres incluidas») todas las vísperas de fiesta en la sociedad (siempre abierta para los socios, que tienen lógicamente su llave). E incluso personas, con status profesional más liberalizado, hacen su «amarretako» (el almuerzo tradicional de las diez de la mañana) en la sociedad con frecuencia. El jubilado encuentra en ella a los compañeros o a socios solidarios; el mutil zarra «chico viejo» merienda o cena sin sensación de soledad; e incluso hombres casados mantienen el ritual de cenar en la sociedad todos los días del año o cuando la familia sale de «veraneo», afirmando su práctica diferenciada de varones y recreando su tiempo y espacio de solidaridad viril, claramente separado de lo doméstico.