Concepto

Carnaval

Las coincidencias entre el Carnaval del siglo XIV y el del XXI son más que innegables, tanto en los apartados de la diversión, la configuración de actos y la imagen personal, individual y colectiva, como en lo que se refiere a la organización, supervivencia y mantenimiento económico (en especie y en metálico).

La postulación por casas y caseríos continúa manteniéndose, pero en su mayor parte ha dado paso a otras formas de sufragio institucional. Al mismo tiempo, buscando la consolidación de la tradición y una aportación extra, las autoridades influenciadas por determinados colectivos y asociaciones han requerido por medio de la aprobación oficial de una denominación que incida en el futuro. Así tenemos, cómo el Gobierno de Navarra, otorgó en 2009 bajo la denominación de Bien de Interés Cultural del Patrimonio Inmaterial al Carnaval de Lantz, por un lado, y a los de Ituren y Zubieta, por otro.

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Pero la calidad de la representación no se encuentra directa y proporcionalmente ligada a su realización, sino que intervienen otros factores que la complementan y sirven, en la mayoría de los casos, a su mantenimiento, conservación e incluso salvación. De hecho, el componente material, el económico, es una de las normas establecidas en el compendio de las reglas que, de forma arbitraria y por inercia, marca la tradición.

Desde la década de los años setenta del siglo XX, momento en que se recuperaron, mayoritariamente, la realización de los Carnavales, el producto tiene un precio. Ese precio que estima cada uno al comprar uno o varios elementos del disfraz y toda una serie de actos que son sufragados por las instancias, generalmente, municipales. Costo que tiene su expresión, de forma curiosa, en algunos productos que no tienen un porqué para estar ligados directamente con los elementos propios del Carnaval: actuaciones de conjuntos musicales, concursos (concursos de disfraces en grupo o individuales, los de piñatas, etc.), pagos a bandas municipales por su oficio en cortejos tradicionales, a grupos de danzas vascas, a grupos musicales para bailables, etc.

No es una máxima la necesidad de que el ayuntamiento en cuestión tenga una serie de gastos presupuestados, pero en su mayor parte esto no sucedía en pueblos de pocos habitantes. El Carnaval era, ante todo, una fiesta de la juventud y, prioritariamente, del género masculino. La fórmula de autoabastecimiento era la recaudación popular. Los itinerarios, generalmente marcados como si de un ritual se tratara, cubrían un espacio comprendido entre un barrio, una zona de la localidad o el pueblo en su totalidad. Lo recogido podía ser en especie o en metálico. Todo ello servía para alimentarse uno o varios días de las fechas carnavalescas, pagar al músico o músicos y para otros gastos anexos.