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NIÑO, NIÑA (NIÑOS EN LA GUERRA)

La acción educativo-asistencial. Como se sabe, el Gobierno Vasco creó la Universidad Vasca en uno de sus primeros acuerdos, y se empezó a editar el Diario Oficial del País Vasco en vascuence y castellano, como una confirmación práctica del bilingüismo que se había instaurado. En cuanto a la enseñanza, el Estatuto contenía unas facultades bastante modestas, inferiores con respecto a los Estatutos de 1931 y 1932. Se le reconocía al país la facultad de crear y sostener centros docentes, pero, al mismo tiempo, el Estado mantenía sus derechos sobre los centros docentes ya existentes, con la posibilidad de crear otros nuevos en el País Vasco. «En la práctica esto supone la aceptación de una dualidad de centros estatales y autonómicos en una clara supeditación de los segundos a los primeros» (Sagüés, 1977).

a) Una escuela al servicio de la guerra y los refugiados. El desarrollo de la guerra actuó, de forma inexorable, a la hora de estructurar la enseñanza, imponiendo sus condiciones tanto en cuanto a su organización, como en su funcionamiento práctico. La situación de inseguridad de los primeros momentos y la ocupación de los locales escolares por diferentes grupos militares y sociales, sobre todo, por los refugiados, hicieron casi imposible el funcionamiento de las escuelas. En muchos casos, el profesorado había huido en busca de mejores condiciones de seguridad y autoprotección. No faltaron los buenos deseos, e incluso, intentos serios de regularizar la práctica docente en los locales ya existentes, y en este sentido se dio la orden del 16 de octubre de 1936, aunque sin grandes resultados. Vista la enorme aglomeración de gente en Bilbao, y nombrado el director general de Primera Enseñanza (cargo para el que fue designado el abogado y escritor Vicente Amézaga), la acción del Departamento de Cultura se orientó a la creación de nuevas escuelas, denominadas escuelas de Euzkadi, con el doble propósito de servir como centros de enseñanza y como refugios. El objetivo consistía en descongestionar el núcleo de Bilbao, y organizar permanencias infantiles en zonas periféricas de la provincia, contando para ello con la ayuda y asistencia de los alcaldes de los pueblos elegidos para instalar las escuelas de Euzkadi. La primera de estas escuelas se creó en Plencia, por orden del 4 de diciembre de 1936, y después de ella se crearon varias más en los pueblos de Mundaka, Barrica, Sopuerta, Orozco, Gordejuela, Sondica, etc. Jesús María de Leizaola, responsable del Departamento de Justicia y Cultura, señala que la creación y localización de las citadas escuelas se hizo de forma enteramente concienzuda y segura: «Amézaga, en el ejercicio de su cargo de director general de Primera Enseñanza, tuvo como yo mismo una primordial preocupación: que las escuelas y los niños en edad escolar no cayesen bajo las bombas de la aviación enemiga. Puedo asegurar que el autor de las páginas que seguirán, recorrió Vizcaya entera en busca de posibles lugares de asilo para la población infantil y para sus educadores. Como también estimuló y eligió lugares cuyos alcaldes vivieran con esta primera y fundamental preocupación. En ninguna de sus elecciones erró y si hubo, luego, niños víctimas de la aviación, nunca lo fueron en locales o grupos escolares. Amézaga, después de la caída de Bilbao, siguió al servicio de la población infantil y ocupó el cargo de director de la colonia de San Juan de Pie de Puerto, que agrupó en su castillo a 500 niños. Su amor al euskera hallaba en aquella institución y comarca tan euskaldunes el clima por él anhelado» (Leizaola, 1979). A pesar de todas estas precauciones, y a pesar de existir una voluntad real de no involucrar a la infancia en la lucha ideológica y la militarización, la guerra y sus circunstancias afectaron profundamente a la niñez y a su educación; el clima militarista estaba en la calle, estaba en el ambiente, estaba en todas partes, y no se podía disimular su presencia. Ello conllevaba, además, grandes dosis de sufrimiento y penuria. Por eso, los niños de la guerra y del exilio forman parte de una generación traumatizada por los problemas que «sus padres y abuelos no fueron capaces de solventar de manera racional» (Pamiés, 1977:9). Más tarde, ya en el extranjero, les tocaría a estos mismos niños desempeñar la función, que pudiéramos llamar, de resistencia cultural, como lo veremos en otro lugar.

b) Asistencia Social. La acción desarrollada por Asistencia Social fue enorme tanto en relación a la población que huía de Guipúzcoa, como en relación a las evacuaciones al extranjero y su posterior atención en el exilio. Los refugios y permanencias infantiles que se crearon en Vizcaya se pueden tomar como un verdadero antecedente y ensayo de las futuras colonias y refugios que se instalarán en el extranjero, y por ello, merece la pena dedicar un breve comentario a su organización, medios y labor realizada. El Departamento de Asistencia Social, dirigido por el socialista Juan Gracia, procedió, a una ingente búsqueda de albergues y locales, así como a la elaboración de censos a fin de obtener datos seguros y precisos acerca de su número real y de sus necesidades. Cualquier local era bueno para alojar a los refugiados y crear comedores para ellos. En este sentido, y a falta de otros medios disponibles, se dispuso la incautación de fincas y edificios, así como la ocupación de escuelas, Artes y Oficios y el Frontón Euskalduna. De paso, se llegaba a la regularización de incautaciones llevadas a cabo en la fase o etapa anterior. Asistencia Social necesitaba habitaciones y refugios para la instalación de permanencias infantiles y la Casa de Huérfanos de Milicianos. Las permanencias infantiles, creadas por decreto de 4 de noviembre de 1936, tenían la doble finalidad de proporcionar la adecuada atención y alimentación a los niños, y de otra, atender a sus necesidades educativas. Constituyeron, sin duda, una interesante iniciativa, llevada a cabo juntamente con el Departamento de Cultura. Como lo recordaría Aguirre, años más tarde, Asistencia Social no sólo ofrecía a los refugiados y necesitados el alojamiento y alimentación, sino también, y en la medida de sus posibilidades, atención médico-farmacéutica y el suministro de calzado y ropa (Aguirre, 1978; 949-950).