Lexique

MEDICINA

Médicos reales y profesionales urbanos. La condición de Reino de Navarra y la existencia en ella de Corte atrajo, para servir a los monarcas, a buen número de profesionales, médicos y cirujanos, casi los únicos de los que queda referencia documental en la Edad Media. Particularmente puntuales son las relaciones de quienes sirvieron a Carlos II y Carlos III en el tránsito del siglo XIV a la siguiente centuria.

Fue importante la proporción de médicos de origen judío cuyos servicios se aceptaron y fueron generosamente recompensados; testimonios de la época hacen referencia al médico judío Juce Orabuena, reiteradamente aludido en documentos fechados entre 1385 y 1424; también son mencionados los profesionales Jacob Aboacar, que llega de Castilla para servir a Carlos III, maestre Isaac y Johan de Monreal, este último judío converso. En 1396 llegó a la Corte navarra Bernart de Cauallería, ciudadano de Gerona, «licenciado en artes y maestro de medicina», dice un texto de aquella fecha; de Castilla viene a Pamplona el «físico» Jacob (1387) y a comienzos del siglo XV está al servicio de la reina doña Leonor el «alfaquí» Gento; también perteneció al séquito de aquella reina el médico Abraham y el profesional, de probable origen judío, Johan de San Johan, citado en documentos fechados entre 1434 y 1437. En alguna ocasión los monarcas navarros se sirvieron de médicos sarracenos, como Mahoma Sarrazin, «físico» de Zaragoza, que se sabe estuvo en la Corte de Carlos II en 1362; en época bastate posterior un documento de 1436 nombra como médico real al maestre Muza. Fueron también profesionales contratados por la Corte navarra, en la época a que se alude, Pere Yvannes de Ympenza o Ipenza, incorporado al servicio de Carlos II, y los médicos Peru Ezquer y Francisco Conil, que atendieron al mismo monarca. Abundantes son las referencias documentales, fechadas de 1380 1400, del «físico» Juan Moliner y asimismo de Pedro de Torrellas; maestre Angel o Dangel de Cistafort es enviado por Carlos II en 1362 a «graduarse en artes y medicina» en Salamanca; en 1374 el «físico» del arzobispo de Zaragoza Pelegrín de Pont se halla prestando auxilio profesional al rey Carlos II. Otro médico real del siglo XIV fue Sancho Sanchiz de Isaba y en la siguiente centuria se encuentran vinculados a la Corte los cirujanos Mosen Viveras y Pedro de Ávila y el «físico» Lorenz o Lorenzo Nicolau. Esta relación de profesionales cortesanos se completa con la referencia -que es obligada- a los que a la Corte navarra llegaron de otras naciones de Europa, como Dimenche de Chenaix, que sirve en 1357 a Carlos II; Ferry de Padua, «físico» del cardenal de Bolonia, que es recompensado en 1361 por una cura realizada al infante Luis; el cirujano Branquileón de Cores y Pierre de Nadilles, que atendieron a Carlos II; de maestre Frances Tronchoy hay una referencia documental de 1404. Todos los médicos reales cumplían su cometido sometidos ajuramento que en su fórmula de 1396 les obligaba al secreto profesional y a ejercer «fielmente sus oficios de fisiquia, et en todas las otras vias, e maneras, que podrían procurar la conservación y guarda de la persona del rey».

En lugares con población importante ejercieron médicos titulados y cirujanos, en su mayoría obligados con contrato de los concejos y que en su mayor número debieron ser, como en el resto de los reinos cristianos peninsulares, de estirpe judía. Como ejemplo puede recordarse el contrato que el cirujano hebreo David firma en la ciudad de Vitoria en 1428. De la efectiva dependencia de la asistencia médica por profesionales judíos da testimonio el que en 1492, tras la orden de expulsión de la minoría judía, en la ciudad de Vitoria, y lo mismo debió acontecer en otras villas y ciudades, se suscita una carencia de médicos como lo atestigua un documento de 29 de octubre de aquel año en el que se reconoce la «nescesidad en que la cibdad [Vitoria] e su tierra e comarca . estava de fisicos [médicos] por la yda e absencia de los judíos»; en tal situación la ciudad alavesa consiguió contratar con diez mil maravedís al médico maestre Antonio de Tornay, quien con anterioridad de sólo unos años había cumplido su cometido profesional por sólo tres mil maravedís. Médicos judíos puede asegurarse ejercieron en Pamplona y Tudela, en Estella, Monreal y Viana y en localidades guipuzcoanas y vizcaínas; la aljama de Sangüesa llegó a contar con hospital propio y se supone por tanto con médicos de su raza, según testimonio documental de 1378. El «Ordenamiento» de Tafalla de 1482 exceptuaba de las medidas restrictivas que imponía a su población judía a los cirujanos y médicos, siempre que fuesen a hacer uso de su profesión en beneficio de enfermos cristianos. Hay datos de la actividad en Pamplona del cirujano o «alfaquí» Samuel y en Olite la del maestre Vidal; en Tudela, ciudad con importante judería, ejercieron, cuando finaliza el siglo XIV, los médicos Mayer Duerta o Huerta y maestre Salomón, y ya en la siguiente centuria los «físicos» maestre Martín y maestre Mosse. Profesionales navarros del siglo XIV, de los que no consta su condición de judíos, mencionados en documentos de la época, son Esteban Ramírez de Obanos, «físico» de Pamplona, Pedro de Iriberri, también médico en la capital del Reino, y los cirujanos Juan de Frías, de Tudela, y Juan Sanchiz, con residencia en Olite. La prohibición de ejercicio de médicos judíos, los llamados tras su conversión «cristianos nuevos», tuvo efectividad en las provincias vascas, dominio de Castilla, y en el Reino de Navarra, donde el decreto de expulsión fue dado por Juan de Albert; como testimonio de que esta medida represiva nunca llegó a ser totalmente efectiva puede citarse la providencia de las Cortes de Navarra de 1606 imponiendo que «en adelante la comadre sea cristiana vieja». El ejercicio profesional del quehacer curador por médicos y cirujanos quedó regulado en el territorio vasco dependiente de la corona de Castilla con la constitución del Tribunal del Protomedicato entre 1477 y 1498; en el Reino de Navarra se constituye Protomedicato propio por real cédula de Carlos I de 1526. Cofradías de médicos, cirujanos y boticarios las hubo, desde fines de la Edad Media, en algunas localidades navarras; la hubo en Pamplona y ya en el siglo XVI se crearon las de Tudela y Estella. La autoridad de las Cofradías, enfrentadas al poder de los protomédicos, se reservaba el derecho de ejercicio para los profesionales a ellas vinculados. En las Constituciones de la Cofradía de Pamplona figura la siguiente tajante disposición: «ninguno de la ciudad ni cuatro leguas al contorno pueda practicar la medicina, cirugía o farmacia a reserva de los cofrades, si no que sea graduado y examinado por los físicos y diputados o con licencia de ellos contribuyendo en este caso a la Cofradía»; el mismo texto establece las penas de multa en que incurrían quienes osaran ejercer sin licencia. Las Ordenanzas de la Cofradía de Estella establecían para sus médicos y cirujanos la obligación «de residir e praticar en la dicha ciudad»; que fuesen «letrados» y pudiesen probar tener «examen de universidad [...] e de otra manera que no sean admitidos a los nuestros officios». La autoridad de los protomédicos y de quienes actuaban con delegación suya, exigieron a médicos y cirujanos con el testimonio de los grados académicos el estatuto de «limpieza de sangre», medida impuesta para apartar del ejercicio del quehacer curador a los judíos conversos o «cristianos nuevos». La institución del Protomedicado sobrevive hasta promediar el primer tercio del siglo XIX. Según refiere Idoate en Rincones..., t. II, págs. 516 y 517, los enfermos del hospital de Estella, junto con los de Pamplona y otras ciudades del reino, elevaron en el año 1695 una fuerte protesta a las Cortes, por lo mucho que les hacían padecer los médicos, proponiendo que solamente pudieran ejercer la profesión quienes hubieran pasado un examen demostrativo de su competencia. Esto sucedía desde que las Cortes dictaminaron en 1688 que bastaba un examen ante el Protomédico para ejercer en Navarra. Atendiendo las quejas de los enfermos, las Cortes ordenaron en el año 1695 que para ejercer en Pamplona y Tudela fuera preciso sufrir examen ante las cofradías de San Cosme y San Damián, bastando el examen del Protomédico para ejercer en el resto del reino. En Bayona todo medge o médico, debía jurar ante el alcalde: «que será bueno en su oficio, diligente y favorable a los habitantes; que aconsejará de buena fe a las gentes que le consulten, según Dios y su propio entendimiento que tomara el salario suficiente, en conciencia, según su trabajo, sin ningún fraude ni trampa; que no administrara más que cosas buenas y frescas, tanto como lo puedan ser en esta tierra y condenara las cosas corrompidas por la vejez; que tasará y administrará lealmente, cuando sea requerido, entre los comerciantes de ultramarinos y sus clientes, respecto a objetos medicinales y que no tomará denario, ni medalla o equivalente de ningún tendero, para que el cliente pague las cosas más de lo que cuestan».