Lexique

MEDICINA

Empirismo curador. Sobre el modo como la enfermedad se vivió en la vida cotidiana de la sociedad vasca primitiva y los recursos curadores que fueron utilizados, deducidos de una interpretación casi siempre no racional de tal evento, sólo pueden elaborarse suposiciones no refrendables documentalmente, si bien cabe aceptar, con suficiente grado de certeza, que restos de aquella primaria explicación de enfermedad, aunque sometidos a cambios motivados por convicciones creenciales, han llegado a nuestro tiempo nutriendo comportamientos no profesionalizados que integran el conjunto de actos curadores componentes de la que denominamos medicina popular y cuyo estudio ha sido realizado fundamentalmente por etnólogos y folkloristas.

Disponemos de una ya suficiente información sobre costumbres y actividades relacionadas con la prevención de la enfermedad y sobre todo acerca de remedios curativos para las más comunes dolencias, actividad terapéutica que según queda apuntado debemos considerar reminiscencia de la ancestral forma de hacerse realidad la lucha contra la enfermedad en el seno de la sociedad vasca. Los que cabe designar como «ritos curadores» incluyen desde prácticas de medicina doméstica y uso de muy varios recursos naturales, a los que empíricamente se les atribuye virtud curadora, hasta prácticas y ceremonias, muy diversas, que incluyen las propiamente mágicas, integrantes de una medicina supersticiosa, brujeril o hechiceril, y las derivadas de una previa aceptación de una creencia religiosa con impetración a los santos sanadores.

Una posiblemente prometedora vía de penetración en la entraña de la reacción primaria del hombre vasco ante el evento de la enfermedad puede encontrarse en el análisis de los vocablos que en euskera designan genéricamente la situación vital en que la enfermedad coloca a quien la sufre; así el término «gaitz» hace referencia tanto a la enfermedad o dolencia como a todo mal que hace presa en el ser humano, y su derivado «gaitzondo» es equivalente de resto de enfermedad o convalecencia; algo similar permite deducir el análisis de los vocablos «eri», «eritsu» y «eritu», con su significado de enfermo y también de enfermedad o achaque, y sus derivados «eri-aldi» (tiempo de enfermedad) y «eriarazi» (hacer enfermedad).

En las manifestaciones en que se materializan las prácticas curadoras populares, a juicio de Satrústegui, «no es tanto el valor intrínseco del remedio que en algunos casos podría ser importante lo que interesa, sino la posibilidad que nos brinda de redescubrir el mundo interior y las convicciones subjetivas», lo que vale tanto que apuntar a la reacción vital del hombre con su existencia amenazada por la enfermedad. El idioma nos descubre la diferencia que se establece entre enfermedades de causa natural («berezko») y las provocadas por maleficio («airezko»). Barandiarán ha señalado cómo en el mundo mágico vasco existe una divinidad a la que se atribuyen las enfermedades causadas por maleficio («aideko») y Julio Caro Baroja ratifica esta pervivencia en la concepción de la enfermedad de una primaria tendencia a encontrar en su génesis motivación preternatural, aludiendo a elementos no bien definidos que se concretan en la usual alusión a un «aire malo» («aide» o «»).

Sobre las prácticas curadoras primitivas, mágicas y empíricas, actuó la influencia cultural del cristianismo, provocando en unos casos la desaparición de tales actuaciones pero en muchos otros llevando a cabo en ellas una acomodación de tales procederes a los principios religiosos ahora imperantes, lo que vino a suscitar la existencia, probada por la investigación etnológica en el campo médico, de actuaciones empíricas e incluso mágicas cristianizadas, basándose en la aceptación de un poder supremo con acción en la existencia humana y que se materializa en la participación de los ya nombrados «santos sanadores» y asimismo en la atribución de poder terapéutico a determinados lugares sagrados, como ermitas o imágenes objeto de particular devoción popular. Como ha escrito Barandiarán «en casi todas las ermitas e iglesias del País se conocen prácticas populares [curadoras, terapéuticas] que han tenido grande arraigo en las almas», y añade, relacionando esta realidad a la tradición creencial vasca: «muchas de ellas son residuos de antiguos cultos, generalmente cristianizados, pero que claramente dan a conocer su origen pagano».

El empirismo terapéutico tiene asimismo tradicional y sostenida presencia en la sociedad vasca con la actividad curadora de profesionales no titulados, expertos en concretos cometidos terapéuticos, y cuya aceptación, prácticamente hasta nuestros días, está fuera de toda duda. Son muchos los testimonios documentales de distintas épocas que lo confirman y asimismo atestiguan cómo resultaron ineficaces cuantas medidas se propusieron para prohibir o reglamentar su actuación; fueron sobre todo los médicos y cirujanos titulados, a quienes hacían dura competencia económica, quienes con mayor dureza juzgaron la actuación de los empíricos; Oyanarte, en 1770, los califica de «idiotas hipócritas, embusteros, oprobio de la cirugía y ruina del género humano, de su salud e intereses». Poco eficaz fue ésta como otras denuncias pues la actividad de los empíricos se mantiene en el siglo XIX y llega a nuestros días; la fama alcanzada por el empírico José Francisco de Tellería y Uribe, conocido con el sobrenombre de Petrequillo, fue suficiente para que tal apelativo, el de «petrequillos» pasara a nombrar, de modo generalizador, a los empíricos, particularmente expertos en elementales intervenciones que exigían habilidad manual.