Lexikoa

TEJIDO

Pervivencia artesanal. De una u otra manera el artesanado del tejido ha persistido en Euskal Herria hasta nuestros mismos días. Los autores que, por lo general, sólo se preocupan de recopilar la producción efectuada por varones, olvidan que muchas mujeres de edad mayor y mediana -y alguna que otra joven- aún tejen. Ocurre así que un arte iniciado con toda probabilidad por mujeres -tejedoras, hilanderas, costureras, cultivadoras del lino, etc.- vuelve a estar en manos de mujeres tras haber atravesado la fase manufacturera de la revolución industrial e incluso la fase mecanizada. En cuanto a los tejedores varones, la crisis de la artesanía manual se prolonga a lo largo del s. XIX hasta la guerra civil. Juan Garmendia, incansable recopilador, recoge a lo largo de su producción los últimos vestigios de estos tejedores tales como León Ciarrusta, último eulea de Dima, su hermano José en Zeanuri, José Ignacio Azurmendi, en Errezil, José Joaquín Razquin en Arbizu (aquí se le llamó auntzalea). Lefebvre (1933) nos habla de dos tejedores de Leitza. Hilanderas todavía las había a tenor de una carta que reproduce Imbuluzqueta (1989: 41) y que recibió a propósito de un trabajo publicado en 1980. La artesana contaba así su experiencia personal: «A los catorce años (y ya ha llovido desde entonces) leí Amaya o los vascos en el s. VIII y pensando en Amagoya, se me puso en la cabeza aprender a hilar. Todavía lo hacían en las puertas de las casas las mujeres de Leiza, y a una de ellas le pedía que fuera mi maestra. Pero me dijo que la amona del caserío Garagartza era la mejor hilandera. Subí al caserío, bastante cerca del pueblo, y en unas cuantas lecciones, pude sacar el título de ardatzari fácilmente, ya que las oposiciones para obtenerlo no eran multitudinarias como ahora para llegar a ejercer cualquier oficio. Los pastores hacían las linaias pirograbándolas con alambre rusiente y les añadían anillos brillantes de hojalata. Así es la mía. Y las ardatzas se vendían en las tiendicas de la bajada de la Plaza y allí la compré. En cuanto al lino, en Tolosa se vendía amuko francés, muy bien cardado y trabajado, y apenas había que golpearlo para quitarle las pajitas. No era tan fino el que se cultivaba en la vega; tenía una flor azulada muy bonita pero al ponerlo a secar no era tan agradable pues despedía muy mal olor. Lujo especial en el "arreo de la novia" era contar en él las eun barak: cien varas de lienzo hilado en la casa y que se guardaba en la kucha que se regalaba a la novia. Cuando el arreo era llevado a su futura morada en carros y bueyes, no se engrasaban las ruedas para que al chirriar atrajeran las miradas de las gentes. Figuraba en el primero la kucha y enhiesta la rueca, lo cual quería significar que la nueva etxeko andre era hacendosa y trabajadora. Los componentes de la caravana, a su paso por casas y caseríos, eran obsequiados con vino, queso y galletas, y mientras las chicas bailaban, los bertsolaris les lanzaban sus trovas. Las eun barak eran el tapiz de gala que se extendía al paso del Santísimo en Corpus Christi y en los cortejos nupciales». En Aribe e Iriberri (Aezkoa) dice Imbuluzqueta conocer a dos tejedores que elaboran lienzo de bandas azules, al estilo antiguo. En Iparralde cita a hilanderas y tejedores anteriores a la I Guerra Mundial, dos de los cuales trabajaban aún en 1920 en Sauveterre-du-Béarn y Esquiule (Zub.). Julio Caro (1971) menciona también al valle navarro de Aezkoa y a las primorosas hilanderas de Villanueva, autoras de lienzos familiares fotografiados por Roldán de Pamplona y publicados en uno de sus álbumes de postales. Lapuente (1971: 135) nos refiere que siempre hubo en Amescoa (Nav.) algún tejedor varón que con su rudimentario telar tejía el hilo elaborado en el valle. A comienzos de este siglo poseía un telar en Ecala Casiano López. Hoy en día no puede decirse otro tanto pero sí de la persistencia de modos y estilos característicos en la producción labortana de tejidos vascos denominados «linge basque» que ofrece una bella gama de elementos, en especial mantelerías.