Concepto

Vascos en la conquista y colonización de América (versión de 1978)

Rentería y Las Casas. En la primera tierra colonizada por los españoles, la isla de Haiti o Santo Domingo, se centraba todo el movimiento de idas y venidas de los que mandaban, negociaban o llegaban de la metrópoli. De ahí salían continuamente conquistadores, colonos, aventureros y misioneros, cada cual con fines distintos. La codicia del oro había vuelto a muchas gentes crueles y bárbaras. En medio de esa barahunda descollaba la figura de Francisco de Garay, persona equilibrada y pacífica y con sentido comercial, mandado por Colón a poblar la isla y que había de llegar a ocupar puestos importantes [Las Casas: Hist. de Indias, I, p. 299, ed. 1957]. Pero el territorio se había repartido en encomiendas que comprendían, no solamente a la tierra, sino también a los habitantes. De hecho los indios quedaron convertidos en verdaderos esclavos bajo un régimen cruel y despiadado, hasta tal punto, que la población se iba diezmando alarmantemente. Dice Las Casas: "Donosa fama los españoles por sus obras tan inhumanas tenían, para que la cacica ni hombre de todos los naturales desta isla los convidasen a venir a vivir a su tierra; antes se quisieran meter en las entrañas de la tierra por no vellos ni oíllos" (Hist. Indias, I, p. 299). De los 60.000 indios que había en 1508 en Santo Domingo, bajaron a 40.000 en 1509 y a trece o catorce mil en 1514. La intervención de los vascos en la colonización y en el anticolonialismo de América está íntimamente ligada a la de la Orden de los Dominicos, y a la del P. Bartolomé de Las Casas, y es por este motivo que ha de reseñarse en su contexto. Las repercusiones de esta gesta humanística encuentran eco poderoso en otros vascos de gran talla internacional, como el P. Vitoria, Fray Juan de Zumárraga y, mucho más tarde, en Simón Bolivar y hasta en los enciclopedistas franceses. Las Casas llega a la isla de Santo Domingo como un aventurero más, atraído por la fama de riquezas de las nuevas tierras (1502). Recibe en la isla la heredad La Concepción, con repartimiento de indios; una auténtica encomienda. Es ordenado sacerdote en 15l2. Comenta el historiador vasco Ispizua que el cambio de estado no alteró, sin embargo, sus inclinaciones respecto al desasimiento de los bienes terrenales. Pasó a la isla de Cuba en 1513 como capellán de Pánfilo Narváez. Allí obtiene del gobernador Diego Velázquez una nueva encomienda, cerca del puerto de Xaraguá. Las Casas recuerda que la encomienda de Indios la tenía en común con Pedro de Rentería y lo curioso es que hace este sabroso comentario: él (Las Casas) se entregaba a las granjerías con mayor codicia que Rentería, "que más se ocupaba de rezar". Presenta Las Casas a Rentería de esta forma: "Y en todo esto había entre los españoles más y menos, porque unos eran crudelísimos, sin piedad ni misericordia, solo teniendo respeto a hacerse ricos con la sangre de aquellos míseros; otros, menos crueles, y otros, es de creer que les debía doler la miseria y angustia dellos; pero todos, unos y otros, la salud y vida y salvación de los tristes, tácita o expresamente, a sus intereses solos, particulares y temporales, postponían. No me acuerdo cognoscer hombre piadoso para con los indios, que se sirviese dellos, sino solo uno, que se llamó Pedro de Rentería, del cual abajo, si place a Dios, habrá bien que decir" (Hist. Indias, ed. Madrid, 1961, II, p. 174). Tal es así, que no duda en darnos una valiosa semblanza del vasco amigo y socio suyo: "Tenía estrechísima amistad de muchos años atrás en esta isla Española (Haití) con un hombre llamado Pedro de la Rentería, varón de gran virtud, cristiano, prudente, caritativo, devoto y más dispuesto según su inclinación para vacar a las cosas de Dios y la religión, que hábil para las del mundo, las cuales él tenía en harto poco y se daba poco por ellas, y ni se sabía dar maña para las adquirir. Era franquísimo, tanto, que se le podía más atribuir a vicio y descuido dar, según lo poco que tenía, que a discreción y a virtud. Entre las otras sus buenas costumbres, resplandecían en él la humildad y castidad, porque era limpísimo y humildísimo y, para con una palabra notificar sus muchas virtudes, había sido criado y había seguido la doctrina del sancto primero arzobispo de Granada; era latinado y tenía sus libros de los Evangelios, con exposición de los sanctos en que leía; era muy buen escribano; siempre donde vivió, en esta isla Española (Santo Domingo) y en la de Cuba, tuvo cargo de justicia o alcalde ordinario o teniente de Diego Velázquez. Fue hijo de un vizcaíno de la provincia de Guipúzcoa, hombre virtuosísimo, y de una dueña que debía ser labradora, de la villa de Montanches, en Extremadura" (Hist. Indias, II, pp. 251-252). Luego sigue diciendo que más de la estrecha amistad, todo lo que poseían era de cada uno y antes todo se podía decir de Las Casas que de Rentería. Estas citas del propio autor nos dejan ver que la amistad estrecha de ambos personajes databa ya de largos años, desde la llegada de Las Casas, probablemente, pues habla de la isla La Española que es Santo Domingo. Ispizua resume el texto de Las Casas contando lo ocurrido después: "Era el entonces presbítero Las Casas de buen corazón, según declara él mismo, por lo que en más de una ocasión intervino para que otros colonos no cometiesen inútiles crueldades con los naturales. Pero creía conveniente y justo el sistema de repartimientos, aun cuando no dejaba de preocuparle del todo la condición de los indígenas. Cuenta, en efecto, que hallándose en Santo Domingo rebatió con argumentos frívolos las observaciones que le hizo un fraile que se negó a darle la absolución por tener repartimientos y que él confesaba a los que tenían. Lo que los historiadores llaman su conversión se operó hallándose en Cuba. Tenía que decir misa y predicar en Baracoa, y, preparando los sermones para la Pascua de Pentecostés, se "puso a considerar consigo mismo sobre algunas de las autoridades de la Sagrada Escritura, y si no he olvidado -dice- fue aquella la principal y primera, del "Eclesiastés", cap. XXXIV, "Inmolantes ex iniquis oblatio est maculata"; cuyos versículos son de una abrumadora persuasión. Quien tenga sensibilidad suficiente puede darse cuenta del poder de unos versículos escritos hace miles de años y actuando precisamante en el día de Pentecostés, de la venida del Espíritu Santo. Los versículos son:

- "Que es mancillada la ofrenda del que hace sacrificios de lo injusto que no recibe el Altísimo los dones de los impíos, ni mira a los sacrificios de los malos
- "Que el que ofrece sacrificios de la hacienda de los pobres, es como el que degüella a un hijo delante de su padre
- "Que la vida de los pobres es como el pan que necesitan, aquel que les defrauda es hombre sanguinario
- "Que quien quita el pan del sudor es como el que mata a su prójimo
- "Que quien derrama sangre y quien defrauda al jornalero, hermanos son". [Hist. Indias, II, p. 356-358, ed. Madrid, 1961].