Concepto

Vascos en la conquista y colonización de América (versión de 1978)

México: Fray Juan de Zumárraga. La fuente para un mejor conocimiento de este vizcaíno insigne sigue siendo la obra Fray Juan de Zumárraga, del historiador mejicano de origen vasco, García Icazbalceta, primer Obispo de Méjico. El ilustre historiador nos lo presenta así: "Era (Zumárraga) humilde, sobrio, celoso, prudente, caritativo, benefactor de los pobres y del pueblo indio y eminentemente un hombre práctico en pro de la cultura y de la civilización". En 1528 aceptó, casi por la fuerza, el obispado de Méjico. Llegó al país como obispo electo y ya con el titulo de "protector de indios". El oidor de la Audiencia, Delgado, le dio serios disgustos, por el trato que daba a los nativos. Uno de los hechos más repugnantes fue matar a patadas al cacique Tacuba porque no le había entregado todos los indios que pedía para sus obras. Murió echando borbotones de sangre por la boca: le había hundido el pecho a patadas. Fray J. de Zumárraga le recogió pero no pudo evitar su muerte. Quiso hacer valer su cargo oficial de "protector de indios" conferido por el emperador Carlos, pero todo fue inútil. La Audiencia se puso frente a él intimándole a que no se metiera en su terreno. El vasco respondió: "El rey me confirió ese cargo confiando en mí y descargando así su conciencia real, por lo que no desistiré ni dejaré de amparar a pobres indios, aunque me cueste la vida". La Audiencia dio un pregón prohibiendo ir con quejas al Obispo so pena de confiscación de encomiendas y, en cuanto a los indios, amenazaba con ahorcarlos. Fray Juan de Zumárraga trató de buscar un arreglo razonable pero la contestación fue amenazarle con la horca, lo mismo que Ronquillo había hecho con el obispo comunero de Zamora. Los indios que se atrevieron a quejarse ante él pagaron con la muerte su osadía. El día de la Epifanía un fraile desde el púlpito predicó contra la tiranía de la Audiencia. Delgado le interrumpió en voz alta y ordenó a un alguacil que tirara del púlpito al predicador, como así lo hizo en medio de un escándalo inimaginable que dejaba al descubierto qué clase de cristianismo profesaban los oidores de la Audiencia. En otra ocasión sacaron del templo a dos personas, mataron a una y cortaron los brazos a otra. Fray Juan de Zumárraga escribía cartas y cartas a la Corte denunciando los hechos, pero las cartas eran retenidas ya antes de salir de Méjico, en la misma Corte, por la camarilla colonialista. A los religiosos que salían para España los registraban y les quitaban las misivas sospechosas. Por fin un vasco anónimo metió los documentos denunciadores que le diera Zumárraga en un pan de cera que introdujo en un barril de aceite. En alta mar sacó su preciado documento que llegó a manos de la emperatriz en ausencia de Carlos. Este documento dio lugar al establecimiento de un Virreinato en el que se separaba, por consejo de Zumárraga, las causas civiles de las políticas. Fueron removidos los oidores y sustituidos por personas respetables y de conciencia. Los removidos no pararon hasta lograr que el emperador le llamara a la Corte para responder de 34 acusaciones graves sostenidas por Delgado, que le esperaba personalmente. Salieron en defensa de Fray Juan el Superior de la orden franciscana y hasta el mismo Hernán Cortés, quien en carta al rey le llegaba a decir que "porque el electo ha defendido a los naturales, le han maltratado y levantado falsos testimonios, siendo uno de los mejores religiosos y de buena doctrina y ejemplo". Llegó a la Corte en 1532, en compañía del hijo del ex-emperador Moctezuma, un sobrino suyo y el hijo del gobernador de Méjico. Uno de los cargos era que hablaba en vascuence para que no le entendieran y que podía decir impunemente cosas contra las autoridades. Desmentidos todos los cargos, los oidores Delgado y Matienzo sufrieron la confiscación de bienes, suyos y de sus familiares. A la vuelta de Zumárraga a Méjico, ya anciano, tuvo un gran recibimiento. La nueva labor entonces fue agotadora ya que había que reformar y crear casi todo. En ella le ayudaba otro vasco de mayor confianza, Martín Aranguren, uno de esos segundones que llevan sobre sí el gran peso del trabajo y que luego la historia no se digna ni mencionarlos. Son los personajes que no meten ruido histórico. Esta feliz conjunción hizo posible que se instalara el primer impresor de Méjico, Juan de Cornberger. La defensa y seguridad de los indios quedó asegurada. Se levantaron colegios y escuelas para los indígenas sin ayuda económica oficial. Fundó la enseñanza civil y religiosa para las niñas indias por medio de una institución de seroras o beatas; un hospital-asilo para enfermedades contagiosas; otro hospital en la ciudad de peor clima, Veracruz; y un reparto permanente de lismosnas a los pobres. Gloria de ambos frailes será siempre la fundación del colegio de Santa Cruz de Tatelalco, que se sostenía con el dinero que encontraba su amigo Aranguren. La actividad de Zumárraga era inagotable, ora importando árboles frutales desconocidos en Méjico, sembrando lino y cáñamo, trayendo de Granada moriscos que fabricaran seda, tejedores que enseñaban su arte o cría de nuevos animales domésticos como los caballos, asnos y cerdos. Culminó esta labor con la fundación de una escuela de artes y oficios para los indios. Pobre y contento murió, ya nombrado arzobispo, en 1548. De Martín Aranguren dice Icazbalceta que "era un rico propietario, paisano del P. Juan, a quien profesaba un cordial afecto y le admiraba por su virtud". Fue el financiador de muchas de las obras de Zumárraga. Las obras de Fray Juan de Zumárraga, unas diez o doce, tratan siempre temas religiosos, algunas en relación con los indios.