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MISIÓN

Entre el ocaso isabelino y la Restauración. Si el magistral de Vitoria, entre otros, llama la atención por la fuerza de su palabra y dinamismo, también con carácter de misión popular él mismo fundaba además la «Sociedad de propagación de buenos libros» para el País Vasco, como para toda España, y las Conferencias de San Vicente de Paúl, con notables incidencias en la vida religiosa.

Por su parte el primer pontificado del obispo de Vitoria (1861-1876) arroja la cifra de treinta y dos misiones en la diócesis, dadas saltuariamente hasta 1872, inicios de la II.ª carlistada. El mayor índice de poblaciones «reevangelizadas» durante el período se da en la provincia de Vizcaya, con 13 en total, seguida de Guipúzcoa con 10 y de Alava con 9. La medida de la reevangelización consistía en la administración, tangible y medible de los sacramentos de la reconciliación y eucaristía. Las crónicas del Boletín Oficial de la Diócesis de Vitoria, fundado por el primer obispo, Alguacil y Rodríguez (1861- 1875), gustaban de subrayar los mínimos detalles de toda una cosmovisión religiosa: tropas de hombres rezando por la noche, oraciones de dos horas y media al toque de campanas, comuniones generales de 1.800 niños, otras sólo para hombres de 1.400, otras de mujeres, sin poder calcular. Junto a estos datos, el incremento poderoso, a veces espectacular, de las colectas para el Vaticano -«el óbolo o donativo de San Pedro»-, en las que la sede de Vitoria y de Pamplona, después Bilbao y San Sebastián, habrían de destacar siempre, en relación con las del resto de España por su generosidad.

Y como pioneros infatigables por estos caminos de la misión popular, aunque no únicos, los jesuitas en quienes los distintos prelados depositaban toda su confianza. Incuestionablemente la Compañía de Jesús respondía a los objetivos propuestos en tales misiones, dejando al descubierto con mayor intensidad que ningún otro grupo eclesiástico las amenazas de un protestantismo proselitista admitido con la introducción de la Constitución de 1869. Loyola, en el corazón geográfico de Guipúzcoa y de Euskal Herria, ya se había convertido a lo largo del ochocientos y después en nuestro siglo en condensador de gran parte de la religiosidad popular. A pesar de las vicisitudes de expulsiones y supresiones de la Compañía, la influencia en este sentido de las comunidades jesuíticas de estas provincias, que seguían siendo las más numerosas y densas de España, será muy fuerte.
Desde Azcoitia las predicaciones del P. Garciarena, rinden servicios eficaces a la política de Carlos VII y mantenían enfervorizados en la fe católica y en el carlismo a los baserritarras de estos valles, muy a pesar de su provincial Cumplido, quien en carta desde Madrid le decía, directo e imparable: «Prudencia con eso de predicaciones por ahí, y no se deje Ud. arrastrar del santo celo de nadie, quoniam dies mali sunt» (19-II-1872). Y dos meses más tarde su socio, Balbino Martín, en nombre del provincial también, volvía a insistir de nuevo: «Don Félix (Cumplido) me encarga decir a Ud. así: que no quiere ni ejercicios, ni versos, ni nada de nada» (20-IV-1872).

Por lo que se refiere a Vizcaya, la residencia de Bilbao contaba con dos magníficos oradores que predicaban de ordinario en la iglesia de Santiago. El P. Arcaya lo hacía en castellano y el P. Goicoechea en euskera. El primero, él mismo, nos habla de sus sermones en Portugalete, Orduña y Begoña, de las exaltadas conmemoraciones en honor de Pío IX y de la peregrinación a la Virgen de la Antigua, patrona de Orduña, que había acabado con vivas al Papa, a la Virgen, a la Compañía y al mismo predicador. Sus Memorias nos señalan que predicó con tanta vehemencia en Azcoitia que los caseros, que solían salirse de la Iglesia cuando se predicaba en castellano, se quedaban no obstante a oír todo el sermón de Arcaya.

De Durango salían tres jesuitas para dar tandas de ejercicios y misiones populares, en Zornoza, Bedia, Elorrio, Yurreta, Vergara, Eibar, Elgóibar, Lequeitio... Se trata de Garagarza, Olano y Goiriena, conocidos además por sus trabajos en el hospital y cárcel de Durango.

Con la Restauración alfonsina llegaba a esta diócesis como pontífice de las tres provincias, Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros (1877-1881), segundo obispo de Vitoria. Recorría los cuatro puntos cardinales de su diócesis, a fin de restañar las heridas producidas por la guerra civil (1872- 1876). Conforme a la mentalidad del momento su visita llevaba la preocupación de la administración de la confirmación, por largo tiempo abandonada, dadas las circunstancias bélicas, amén de las enfermedades del obispo anterior. Sorprenden sus maratonianos viajes del 1877 y 1878 y asombran las asambleas litúrgicas vascas de aquellos años por el alcance de las multitudes que asistían.