Lexikoa

MISIÓN

Misioneros,vascos de las grandes Órdenes I.Pioneros y colonizadores franciscanos. «Después del Cristianismo decía Renan- el movimiento franciscano es la mayor obra popular que recuerda la Historia». Por esta frase de Renan se podría atisbar la importancia social de esta Orden, prescindiendo de romances heroicos o de himnos exaltados. Desde el principio conviene destacar la magna obra realizada en Tierra Santa por esta Institución, no sólo conservando los Santos Lugares, sino que en varias ocasiones sus religiosos sirvieron de embajadores. Así, por medio de Fray Domingo de Lardizabal, España entablaba relaciones religiosas, diplomáticas y comerciales con Constantinopla. Por lo que se refiere a nuestro país, espigamos algunos nombres de primera magnitud. Entre el siglo XV y XVI, el sin par Juan de Zumárraga (Durango 1468-México 3-VI-1548). Obispo de México desde 1528 -su primer obispo- sería consagrado en 1533 después de su justificación en España contra las calumnias de la Primera Audiencia de México, alcanzando el arzobispado en 1548. Su imaginación, más fuerte que la realidad que le tocaba vivir, le hizo crear escuelas para indios, colegios para niños indígenas y para hijos de españoles. Pese a las trampas de sus compatriotas, llevó a cabo como inquisidor la realización de 183 causas y frente a dimes y diretes cofundaba el colegio de Santiago de Tlactelolco (1536), proyectaba la fundación de la Universidad (1537), establecía la primera imprenta de toda América (1539) y en su casa formaba la primera biblioteca del Nuevo Mundo. Al asa de Zumárraga y engarzándose con sus últimos años, destacan Jerónimo de Mendieta (Vitoria 1525-México 10-V-1604) y Martín Ignacio de Loyola (Eibar-Buenos Aires 9-VI-1606). El primero, además de una actividad arrolladora como simple misionero y superior después en Xochimilco (1575), Tlalmananco (1580), Santa Ana (1591), Tlaxcala, Tepeaca, Huexotzingo, siempre en México, influía como consejero ante Felipe II, el Consejo de Indias, los virreyes de Nueva España y los comisarios generales. El segundo, sobrino de San Ignacio de Loyola, podíamos denominarlo «el misionero de las contradicciones». Si éstas -en general más aparentes que reales- son la sal de la vida, para Martín iban a ser su propia historia. Aprisionado en China (1582) con otros siete franciscanos cuando se dirigían a Filipinas, tenían que regresar a Europa. En 1585 volviendo de nuevo a China con otros 20 franciscanos se le encarcelaba otra vez, para volver, vía México, en 1588. En 1601 se le nombraba obispo de Asunción en Paraguay. En 1606 convocaba su segundo sínodo rioplatense que no podría celebrar, como tampoco tomar posesión de su obispado de la Plata, para el que había sido designado en 1605. Dos son las figuras vascas que entre el siglo XVII y XVIII invadirían los anales misionales de San Francisco: Pedro Pérez de Mezquía (Vitoria 1688-México 1764) y Juan Antonio Joaquín de Barreneche (Lecároz 1749-Río Colorado 1781). Mezquía, colonizador, evangelizaba en Texas, fundaba en Puebla de los Angeles, iba y venía a España para reclutar franciscanos. Una vez en 1742 trayendo doce y otra en 1749, reclutando 13, entre ellos a Junípero de Serra. Además de su inmensa inquietud misionera, su originalidad radica en la confección de un reglamento para las misiones de Sierra Gorda, que fray Junípero aplicaría después a las de California. Barreneche a su vez si no tenía ya bastante con su vida misionera por México y Estados Unidos, sería martirizado en Arizona, mereciendo fama de santidad entre sus contemporáneos. Y, en fin, ya en el siglo XIX, uno de los misioneros más egregios de la Orden sería José María Lerchundi (Orio 1836-Tánger 1896). De su nombramiento por la «Congregación de Propaganda Fide.» como superior de todas las misiones de Marruecos, se siguieron complicaciones diplomáticas entre el Vaticano y el Gobierno español. Lerchundi, prudente siempre, se retiraba a Compostela hasta el feliz desenlace diplomático a su favor. Hasta su muerte gobernaría aquella misión, participando también en varias embajadas. Una de las más importantes sería la preparación y realización entre el sultán Muley Hassan, amigo suyo personal, y León XIII en 1888, que dio al Estado español gran prestigio político.

Fecundidad martirial dominica. La Orden dominicana desde sus orígenes ha presentado un carácter netamente misionero. Santo Domingo personalizaba el tono de tal actitud. Si de las primera glorias misioneras de esta Orden la página escrita por Montesinos y Bartolomé de las Casas en favor de los indios no puede pasar inadvertida, tampoco, aunque un poco más tarde, la del vasco Tomás de Zumárraga (Vitoria 1577- Socobata-Japón 1622). Destinado para fundar la misión de Japón, no es fácil describir los trabajos que reportó su ministerio. Apresado en Nagasaki en 1618 y conducido con vilipendio a la cárcel improvisada en Suzuta, los trabajos que allí padeció durante cinco años fueron inenarrables. Su muerte, a fuego lento en Socobata, a una legua de la ciudad de Omura, fue declarada heroica y santa por el Vaticano ya en 1867. Avanzando con propia originalidad sobresale el vizcaíno Valentín Berrio-Ochoa (Elorrio 1827-Hai-Duong- Vietnam 1861). Después de ordenarse de sacerdote en Calahorra (1851) se hacía dominico en 1845. Destinado al Extremo Oriente salía para Filipinas el 21-XII-1857, llegando a Manila el 21-VI-1858. Allí se le enviaba al Tonkin Central (1857), llegando el 30-III-1858 en plena persecución. Durante tres años ejercería de misionero y obispo en la clandestinidad. Decapitado junto a Almató y Hermosilla en 1861, Pío X le declaraba beato en 1906 y recientemente Juan Pablo II, santo y patrono de Vizcaya.