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MISIÓN

En la Ilustración con el Sagrado Corazón. Según el gran especialista Domínguez Ortiz, los dos tipos de eclesiásticos más populares en la España del siglo XVIII fueron el obispo caritativo y el fraile misionero. El movimiento misionero, que había surgido con todo vigor, a fines del siglo anterior, llegaba a alcanzar un rotundo éxito entre nosotros en la centuria ilustrada. El influjo al parecer vino, como tantas otras veces, desde el extranjero. Marín Hernández, al estudiar la historia de los seminarios diocesanos, precisa la importancia de las instituciones creadas por San Vicente de Paúl, que estrechaban en su actividad junto a la formación sacerdotal ésta de las misiones populares.

El teatino elgoibarrés Gaspar de Oliden, envuelto un poco en las ideas de reforma moral del momento, predicaba incansable el Acto heroico o Voto de ánimas. Su obra, publicada en Alcalá (1732), «Diálogos del Purgatorio», le introduce entre los tópicos misioneros que hay que redimir y recuperar al menos desde el punto de vista histórico. Benedicto XIII, le distinguió con su amistad personal y por Carlos II, que le propuso para la mitra de Gerona, a la que él rehusó.

Pero el vasco que desarrolló de forma sin par el segundo tipo de eclesiástico apuntado más arriba sería el jesuita Pedro Catatayud (Tafalla 1689- +Bolonia 1773), que alcanzaría merecida fama en la mitad del siglo. Gozador de libros y de estudios, después de cursar retórica, filosofía, derecho civil en Tafalla, Pamplona y Alcalá, volvía a Pamplona para estudiar teología. Su vocación de misionero popular despertó aquí al contacto con dos de sus profesores, los jesuitas Juan de Compoverde (1658-1757) y Sancho Granado (1664- 1734), que después de sus clases recorrían las calles y plazas para enseñar la doctrina cristiana a niños y gente ruda.

Pero sería, sobre todo, el P. Juan de Abarizqueta, quien durante el trienio 1719-1721 por Salamanca y Zamora le introduciría en este tipo de misiones. Navarra, Castilla, Asturias, Valencia, Andalucía... quedaban sometidas ante su palabra, más épica que lírica, más tremendista que acogedora. Feijoó y sus contemporáneos le alabaron, pero no tanto los historiadores. Por ejemplo, Sauguieux, después de señalar su espíritu animoso y entregado, destaca su intransigencia. En efecto, Calatayud, propenso a la apologética y a la polémica, se nos presenta como paradigma de la escuela jesuítica adicta a una visión pesimista del hombre. Además su predicación, observaba los cánones más estrictos de la Compañía de entonces: denunciar la decadencia moral existente e intentar reformarla. Sus «Prácticas» no obstante fueron escritas como cauce y ejemplo de misiones del Setecientos. Durante cuarenta y siete años, hasta 1767, en que salía desterrado en unión de sus hermanos por Carlos III, todo el país había servido de teatro al celo de sus misiones y ejercicios espirituales. Introducida la devoción al Corazón de Jesús, sobre todo, a partir de 1733 con la promesa hecha al P. Hoyos de «Reinaré en España», Calatayud se entregaba con ardor a propagarla, fundando además las congregaciones del Sagrado Corazón de Jesús, muriendo meses antes de la supresión de la Compañía.

Unido al anterior, con lazos vascos y jesuíticos, Agustín de Cardaveraz (Hernani 1703- +Bolonia 1770), nos ofrece una inmejorable hoja de servicios a la causa de estas misiones populares y tantas veces en la lengua del país. Ya desde su noviciado y bajo la dirección de Juan de Loyola se adentró en la devoción al Corazón de Jesús. Al parecer recibió de éste especiales dones místicos en sus años de seminario, manteniendo asimismo copiosa correspondencia con Bernardo de Hoyos. Después de algunos años de docencia en Bilbao, Pamplona y Oñate, se consagraba de lleno a la predicación por toda Euskalerria. La mayor parte de sus escritos piadosos y lingüísticos los publicó en lengua vasca, ocupando un lugar distinguido en la filología euskalduna. Con Diego de Cádiz, aunque éste de muy distinto talante espiritual, y su maestro Pedro de Calatayud, Cardaveraz se convierte en uno de los misioneros más admirados del siglo XVIII por su cálida palabra y por su pasión religiosa.