Lexikoa

MISIÓN

Labor misionera vasca: Misionólogos y lingüístas.
Vocación y destino agustiniano. Los agustinos habían estado circundados secularmente por la cultura. Y, al adentrarse en China y Filipinas, iban a redescubrir, esgrimiendo el evangelio, las culturas indígenas, y en ellas su «alma mater»: la de Agustín de Hipona. Si ya recordamos a Fray Andrés de Urdaneta por sus méritos misioneros, interesa destacar aquí sus habilidades como piloto y cosmógrafo. Compuso la magnífica «Tabla geográfica del Mar del Sur», con todos los viajes y rumbos descubiertos hasta entonces; precioso tomo en cuarto manuscrito. Junto a él, al navarro Martín de Rada, «en todo grande», dicen los historiadores. Por lo que se refiere, a lo que nos ocupa, escribió también un tomo en cuarto «Sermones morales» en lengua otomita, amén de otros dos tomos titulados: «Arte y vocabulario de la lengua cebuana», «Descripción del imperio de la gran China», «Política y riquezas de la China» y, en fin, «Arte y Vocabulario de la lengua chinense». Sobre una difícil y depurada convivencia primero y solidaria después con los tagalos, dos nombres: Diego de Alday, bilbaíno, que salió tan diestro en su idioma, que tradujo con desenvoltura en él los «Gritos de las Animas del Purgatorio», compuesto por Boneta, y los tres tomos en cuarto de la obra «Gritos del Infierno» y «Gritos del cielo a los pecadores». Y Juan Bernaola, natural de Mañaria (Vizcaya), que compuso también en tagalo dos tomos de «Pláticas dominicales», además de obras teológicas en latín elegante como «Tractatus de dimittendis Parrochiis» y «Theologia Dogmatica», así como otros trabajos en castellano. Compositor, cantor y músico de órgano, arpa, rabel y flauta dulce, Juan Bolívar, de Lequeitio, después de aprender la lengua hiligaina trabajó durante muchos años en las Islas del Panay en el campo de la predicación. Su habilidad y rara tenacidad nos dejó escritos «Relaciones, manuscritos e informes». Incansable y tenaz, destaca también José Nerice, natural de Muer, en el obispado de Pamplona, por su composición de seis tomos en idioma ilocano, titulados «Sermones dominicales y santorales», de gran estimación y utilidad por aquellas tierras. Reclama atención de nuevo Vicente Ibarra, vizcaíno, por sus enormes progresos en la lengua pampanga, en la que compuso la «Tórtola Gemidora» y el libro «Conferencias Místicas». Metido hasta los dientes en la vida de los indígenas, sin duda por razones prácticas, tradujo muchos sermones de santos a este idioma. Instalado, en fin, en Manila como prior y definidor, daba censura al trabajo «Arte añadido» y en 1732 al famoso y utilísimo «Vocabulario Pampango». Y dentro de este mosaico de esfuerzos Manuel Gárriz, tan diestro en la lengua ilocana, que escribió cinco libros en este idioma, cuyos títulos pueden ilustrar los aciertos y miserias de la evangelización de toda una época. Estos son: «Ejercicios de San Ignacio», «Gritos de las ánimas del Purgatorio», la «Pasión del Señor», «Explicación de los Evangelios principales» y «Modo de confesar a los indios Ilocos rústicos y tontos».

Misionología. Así pues, el caudal de ilusión por las Misiones extranjeras no se había de agotar con los misioneros propiamente dichos, sino que el estudio de sus actividades habría de dar lugar a una ciencia denominada Misionología, en la cual numerosos vascos habrían de destacar también. Desconocido, quizás por su distancia en el tiempo, pero recuperado por el magnífico historiador jesuita Bayle, es el misionólogo, también jesuita, Manuel Uriarte (Zurbano 1720- +Zurbano 1801). Misionero en Quito y en las misiones de los Mainas, deportado después a Italia (Faenza y Bolonia en 1767), volvía al país en 1798, dejando un «Diario» hoy publicado en Madrid (1952) en dos volúmenes. Durante el siglo XIX destacan el capuchino Agustín de Ariñez (Ariñez 1858- +Carolinas 1899), figura de la primera expedición a las Islas Carolinas por parte de los capuchinos, llegando a publicar un «Diccionario hispano-kanaka» en Tamborong (1892) y un «Catecismo hispano-kanaka» en Manila (1893). Y el historiador dominico Hilario María Ocio (Loza 1841- +Hong-Kong 1903). Por lo que aquí nos interesa, después de ocupar cargos relevantes en su Orden, fruto de su infatigable trabajo como archivero, son las obras sobre las misiones dominicas en Filipinas, como en China, que dejó escritas, algunas de ellas todavía inéditas. Pero serían los hombres de la Compañía de Jesús y algunos de ellos vascos, quienes desde distintos frentes, iban a apalancar el estudio de las Misiones católicas como ciencia, ennobleciéndola y entroncándola al ambiente universitario. José Zameza (Munguía 1886- +Roma 1957), después de enseñar Patrología e Historia eclesiástica en Oña y de dirigir la revista «El siglo de las misiones», pasaría a ocupar el cargo de primer decano de la Facultad de Misionología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (1932-1957). Con espléndida trayectoria en los campos de la investigación y docencia en historia brilla con propia luz Pedro de Leturia (Zumárraga 1891- +Roma 1955). Doctorado en Munich (1924-26) con una tesis sobre el Real Patronato de España en América, en 1932 contribuía a la fundación de la excelente e internacionalmente reconocida Facultad de Historia eclesiástica de la Gregoriana, siendo su primer decano. Además de crear la revista «Archivum Historicum», dirigió de 1932 a 1947 los «Monumenta Historica S.I.» y bajo su dirección se fundó la serie «Monumenta Missionum», con su doble sección para las de Oriente y del Occidente (América). Entre sus muchas obras, densas y serias, conviene destacar «Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica», en tres volúmenes, y «La primera misión pontificia a Hispanoamérica» (1823-1825), publicada en el Vaticano (1963). Además de estos colosos, hay que añadir al fundador de la revista «El siglo de las Misiones», Hilarión Gil (Labastida 1873- +Oña 1928) y Víctor Elizondo (Pamplona 1886-+Veruela 1959), secretario en diversos congresos misionales, creador de las bases de la Unión Misional del Clero, secretario en la Asamblea de ciencias misiológicas de 1929 y organizador el mismo año del pabellón de misiones en la exposición universal de Barcelona. Destacan dos organismos de conocimientos y estudios. Uno, en 1928, en el seminario de Vitoria y otro en el convento de Bérriz. En Vitoria Angel Sagarmínaga creaba la cátedra de Misionología primero a su cargo e influía después en la adopción de una área misional por la diócesis vasca para la provisión de personal y fondos adecuados. En Bérriz, las Mercedarias Misioneras abrían en 1953 su Centro de Estudios Misionológicos para todo tipo de religiosas misioneras. Así, frente a otros tipos de hacer misión más primitivos y aislados, sus cursillos transmitían recados inmediatos, colectivos, encamados y personificados, que transportaban a sus participantes, ordinariamente testigos, a los paisajes, lenguas, actitudes vitales de tierras de misión. En 1955 la Congregación de Religiosos de la Santa Sede agregaba este Centro al Instituto Pontificio Romano de Ciencias Sagradas «Regina Mundi». También aquí el infatigable José Zameza colaboraría con ilusionado tesón y empeño.