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POESÍA

La poesía vasca desde el período de guerras hasta nuestros días. Una vez terminada la guerra civil, rota esa línea de continuidad que se observa a lo largo del último siglo, se impone un silencio creativo, sólo roto con poemarios de tipo religioso y patriótico. Euskal Herria entra de lleno en el área de influencia de la cultura nacional-católica. Las muertes de Miguel de Unamuno (1936) y la de Ramón de Basterra (1928), el exilio de Juan Larrea, Ernestina de Champourcin y parcialmente el de Pío Baroja, el mutismo de otros poetas que optan por el exilio interior como respuesta de inconformismo ante la realidad socio-política que se impone, etc. , determina este vacío literario-poético que no se superará hasta casi iniciarse la década de los cincuenta. En este momento irrumpen con una fuerza extraordinaria tres poetas vascos que son los encargados de marcar las pautas poéticas de la poesía española de posguerra: los bilbaínos Blas de Otero y Angela Figuera y el guipuzcoano Gabriel Celaya.

Blas de Otero, uno de los grandes poetas del s. XX, desarrolla una honda preocupación social a partir de sus obsesiones existenciales. En obras como Ángel fieramente humano (1950), Redoble de conciencia (1951), Pido la paz y la palabra (1955), En castellano (1964), Que trata de España (1964), Historias fingidas y verdaderas (1970), etc., concreta su poesía de búsqueda y de amor con un estilo fuerte y crispado en consonancia con la dureza y acritud de sus contenidos.

Angela Figuera, más existencialista que social, escribe entre otras obras Mujer de barro (1948), Soria pura (1949), Belleza cruel (1958), etc. Poesía intimista y personalista, canta el amor en sus diferentes formas desde la perspectiva de su condición de mujer y de su naturaleza de persona. Pero en todo momento busca un diálogo salvador con el ser humano en las figuras del hijo, del marido o del hombre.

Gabriel Celaya, poeta desde el período anterior de la guerra, se sumerge en el silencio hasta que en 1947 publica su obra Tranquilamente hablando, primera obra poética escrita en España después de la guerra desde la postura de la disidencia política. Mas tarde publica Las cartas boca arriba (1951), Paz y concierto (1953), Cantos Iberos (1955), De claro en claro (1956), El corazón en su sitio (1959), Rapsodia Euskara (1961), Baladas y decires vascos (1965), etc. Sin lugar a dudas es el poeta vasco más prolífico en lengua castellana. La poesía de Gabriel Celaya es profundamente vitalista y comprometida. Canta en todos sus poemas, bien desde una tesitura individual o desde planteamientos colectivos, al hombre desde el propio hombre.

La poesía de estos tres grandes poetas propone la temática de un claro humanismo utópico en cuanto exigen la salvación integral del hombre en momentos de opresión y en circunstancias de desorientación social. Angela Figuera, Gabriel Celaya y Blas de Otero componen la llamada tríada de la poesía social.

La poesía actual de los escritores vascos ya sea en francés o en castellano es muy compleja en su definición por la pluralidad de las tendencias y por la heterogeneidad de sus posturas. Sin embargo, cabe afirmar el número y la calidad literaria de su representantes. Es difícil encontrar en toda la historia de la poesía un momento tan rico en nombres y obras poéticas. Escritores de la talla de Jorge G. Aranguren, Jon Juaristi, Teresa Arocena, Blanca Calparsoro, Estíbaliz Bedialauneta, Jesús Munárriz, Inmaculada Corcuera, Sabina de la Cruz, Amparo Gastón, Charo Fuentes, Ramón Irigoyen, Julia Guerra, Virginia Imaz, Carlos Aurteneche, Marifeli Maizcurrena, Laia Martínez, Pablo González de Langarica, Teresa Merino, Miguel Sánchez Ostiz, Maite Pérez Larumbe, Javier Aguirre Gandarias, Germán Yanke, Julia Otxoa, J. A. Blanco, M. A. Marrodan, Eduardo Apodaca, Pedro Ugarte, Fernández de la Sota, etc. son buena muestra de esta rica realidad poética. Los abundantes títulos avalan también esta tesis. Calidad y cantidad son las dos notas más representativas del momento actual. Caso aparte es el de Bernardo Estornés Lasa (1907) con una serie de títulos de temática nacional y roncalesa muy peculiar. Hay que citar también la revista «Río Arga», de poesía, fundada en Pamplona en 1976 bajo la dirección de Angel Urrutia Iturbe y regida por el Consejo de Redacción formado por José Luis Amadoz, Víctor Manuel Arbeloa, Jesús Garriz y Jesús Mauleón, en la que colabora un buen número de poetas en castellano.

Entre los poetas vasco-franceses podemos destacar a escritores como Jean Caubere, Maryse Choisy, Michel Haristoy, Maider d'Andurain, Pierre Espil, etc., que forman un bonito grupo de poetas con una obra importante y de calidad estimable, aunque sin alcanzar las cotas de calidad y cantidad que se dan en la parte sur de país.

Entre todos los poetas y las publicaciones más recientes dos obras y dos títulos merecen nuestra atención: Palabra perdida de Carlos Aurteneche (1990) y Existe Dios al noroeste (1991) de Jorge Oteiza. En el primer caso se condensan unos veinte poemarios, la gran mayoría inéditos, donde el autor va creando y recreando una inconfundible mitología personal, que revela un alma atormentada por las vivencias y un corazón solitario sólo acompañado por su silencio. El caso de Jorge Oteiza, Existe Dios al noroeste, a través de formas típicamente vanguardistas y creacionistas, testimonia desde el apasionamiento personal la búsqueda rabiosa de la autenticidad del ser y de los valores esenciales de las cosas y de los hombres.

Dentro de los límites reducidos de esta exposición, sin abarcar todos los nombres ni todas las obras, se ha intentado dar una visión, lo más certera posible, de la realidad poética de los escritores vascos en lengua castellana o francesa. La conclusión última que podemos sacar es la relevancia de la poesía vasca en castellano durante los ciento cincuenta últimos años de acuerdo con el protagonismo social y económico-político de este pequeño país en la esfera del estado español y el valor más bien medio de la literatura vasca en francés en consonancia con la mayor pequeñez y marginalidad de este territorio dentro de las esferas de poder de la política francesa. Sea de una forma o de otra, por estas o aquellas razones, se comprueba la vitalidad de la sociedad vasca en las esferas de la cultura, concretada, como su propia experiencia socio-histórica, en las tres lenguas y en las tres literaturas que forman el acervo intelectual de este país.

José Ángel ASCUNCE ARRIETA