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POESÍA

La poesía desde mediados del siglo XIX hasta el período de guerras. Como se afirmaba con anterioridad, a la hora de valorar la poesía de estos últimos ciento cincuenta años es necesario hacer un desglose, tomando como punto de referencia la posición ideológica asumida frente a los principios de paisaje y pueblo, entre escritores-poetas de corte costumbrista-fuerista- nacionalista y los de mentalidad centralista o universalista.

A) Poesía costumbrista-fuerista-nacionalista.
Este grupo, a diferencia de los poetas de épocas anteriores, toman la realidad social, histórica y cultural de Euskal Herria como tema y fundamento de sus escritos poéticos. En ocasiones no tienen reparo en falsear la realidad histórica y humana para dar una visión social idílica y armoniosa. Sus valores esenciales son la tierra-patria, el pueblo, la historia y la cultura autóctona. Refleja estados de vida y costumbres propias de una sociedad tradicional sin «contaminación» ideológica en contacto armónico con su medio natural: la tierra o el mar. Lo foráneo es siempre valorado como algo negativo, como agente contaminador de costumbres y elemento destructor de la vida natural. Sus temas claves se centran en la tradición y en la religión.

Aunque el campo de la poesía no fue un terreno abonado para este tipo de manifestaciones, podemos ofrecer ejemplos significativos de una poesía costumbrista-nacionalista.

El ejemplo más notorio lo conforma el vizcaíno Antonio Trueba (1819-1889). Influenciado por la lírica de Bécquer y por la canción popular se da a conocer como poeta con El libro de los cantares (1851), donde ensalza la vida simple y las creencias íntimas de su pueblo. Obra escrita con soltura y agilidad métrica. Más tarde escribe El libro de las montañas (1868) de tono moralizante y carácter laudatorio como todas sus obras poéticas.

Dentro de esta literatura fuerista-costumbrista entra igualmente el navarro de ideología carlista Francisco Navarro Villoslada (1818-1895), quien conocido por sus novelas históricas entre las que destaca Amaya o los vascos en el s. VIII (1879) y Doña Blanca de Navarra, crónica del s. XV (1847) desarrolló una actividad poética importante centrada preferentemente en su obra Luchana, quizás la menos fuerista de todas sus obras.

En esta breve nómina entra por derecho propio el navarro Hermilio Olóriz (1854-1919) autor del Romancero Navarro.

El guipuzcoano Juan Venancio de Araquistain (1828-1906) en su obra Tradiciones vasco-cántabras (1886) identifica espíritu nacional con tradición popular, proponiendo la razón de tradición como elemento fundamental de raza y pueblo.

El vitoriano Becerro de Bengoa (1845-1902) quien proclama las tesis fueristas en su Romancero alavés (1885).

En este mismo capítulo cabría introducir las figuras de Teodoro Legraver y Jules Surbie, quienes con sus obras Poesies en gascon (1865) y Rimes de Labourd et du Béarn (1902) enlazan con esta tradición costumbrista o pupulista.

La literatura del exilio continuó con la línea costumbrista-nacionalista. Sin embargo, en la parcela de la poesía no se dio ningún caso reseñable. La característica común de la poesía costumbrista es el sentido local de sus creaciones y la poca incidencia que tiene en otras esferas y lugares de la cultura. Es una especie de producto cerrado para cultivo de sentimientos que sintonizaban con estos planteamientos y que buscaban esta literatura para nutrir sus inquietudes y anhelos. El poeta más cualificado de este grupo, Antonio Trueba, es simplemente un escritor de segunda línea, olvidado en la actualidad y valorado como resto de la arqueología literaria. La poesía costumbrista careció de un escritor de talla suficiente que pudiera revalidarla y consagrarla culturalmente.

B) Poesía universalista-españolista.
La literatura-poesía de sentido universalista o españolista corrió una suerte muy distinta a la poesía fuerista. En la parcela de este grupo de poetas se alinean figuras de gran importancia literaria y de proyección internacional. Este grupo, a su vez, por razones de cronología histórica, puede subdividirse en dos generaciones distintas. Nos estamos refiriendo a las dos grandes generaciones de preguerra, la generación del 98 y la generación del 27.

a) Generación del 98. Entre los poetas vascos de la generación del 98 cabe mencionar por orden de importancia a Ramón de Basterra, Pío Baroja y Miguel de Unamuno.

Ramón de Basterra (1888-1928) fue uno de los más sólidos panegiristas del carácter español y defensor de lo católico-romano sobre lo protestante-anglosajón. Sus obras poéticas más importantes son Vírulo, Las ubres luminosas y Las mocedades. Poeta de corte tradicional presenta una obra de estilo barroco. Tanto por sus temas como por su estilo resulta pesada y carente de actualidad.

Pío Baroja (1873-1956) es celebrado como novelista pero desconocido como poeta. Su obra narrativa eclipsó su creación poética, aunque la lírica del poeta donostiarra encierra grandes valores literarios. La poesía barojiana es fruto de la vejez, escrita en un estado de profundo decaimiento emocional durante su estancia en París los años 39 y 40. Su obra poética se reduce a cinco obritas, todas ellas escritas en romance, Juventud, Recuerdos de vagabundo, Impresiones de París, Melancolías grotescas y Epílogos de la época. Las cinco obras son recopilación de diferentes cuadros o estampas, donde prevalecen los recuerdos del pasado y las visiones del presente. La voz poética, como vagabundo que recorre los interiores del alma y los recovecos del recuerdo, narra las múltiples evocaciones de una vida escindida entre un pasado que ha muerto y un presente que carece de futuro. Poesía intimista a pesar de la objetividad aparente del romance. Presenta la radiografía espiritual de un corazón solitario, acompañado sólo por sus recuerdos y emociones.

El gran poeta de esta generación es Miguel de Unamuno (1864-1936), escritor polémico por su estilo pero universalmente reconocido por su conjunto. Entre sus obras poéticas destacan Rosario de sonetos líricos (1911), El Cristo de Velázquez (1920), Rimas de dentro (1923), De Fuerteventura a París (1925) y Romancero del destierro (1928). En todas sus obras, ya sean de carácter familiar o religioso o bien de sentido amoroso o político, prevalecen las obsesiones profundas del escritor. De esta manera, predominan los temas de la inmortalidad, el problema de España, la tragedia de la fe, los expresados del amor humano o divino, la sacralidad de lo cotidiano, etc. Poeta de profundo humanismo acude a la poesía para expresar la angustia de su corazón y las contradicciones de su pensamiento, revelando la desnudez de un alma escindida entre sentimiento e idea.

b) Generación del 27. Con los poetas de la generación del 27 la poesía entra en las corrientes literarias europeas. Los nuevos poetas se agrupan en tomo al principio de poesía pura, razón que engloba manifestaciones diferentes, incluso aparentemente contradictorias, pero que presentan el denominador común de la pureza y de la precisión expresivas. Las corrientes vanguardistas coexisten con el popularismo y el conceptismo con el neopopularismo. Todo es válido en esta nueva concepción poética, si se salvaguardan los principios de lenguaje metafórico e intensidad expresiva. En este grupo de poetas una vez más se ubica una serie de escritores de origen vasco que representa la primera línea del nuevo ambiente literario. Juan Larrea, Ernestina de Champourcin y Cristina de Arteaga serían los más señalados. Sin embargo, es necesario iniciar este recuento por otro poeta proveniente de la generación anterior: Ramón de Basterra. Con Los labios del monte (1925) y Vírulo. Mediodía (1927) entroniza su poesía con los modelos del vanguardismo y de la experimentación.

Sin embargo, el poeta más importante del grupo es Juan Larrea (1895-1980), quien con su única obra Versión celeste (1970), escrita antes de la guerra, se erige en uno de los modelos literarios más sólidos para las nuevas y actuales generaciones poéticas. Su poesía sigue las huellas de Apollinaire y Vicente Huidobro, siendo con Gerardo Diego los dos poetas que dignificaron el creacionismo y demostraron la valía de los supuestos poéticos vanguardistas.

La alavesa Ernestina de Champourcin (1905) con sus obras Ahora (1928), La voz en el viento (1913), Canción inútil (1936), etc., representa la línea conceptista de la poesía pura. Con claras influencias juanramonianas escribe una poesía hondamente personal, donde el tema único es el amor, pero un amor universal que abarca todos las cosas y seres de su entorno físico y de su mundo espiritual.

Por último, se encuentra la poeta, nacida en Zarautz, Cristina de Arteaga. Su obra fundamental Sembrad (1926) representa la línea popular de la poesía de esta época, aunque no falten poemas de corte clásico y de conceptismo temático. Poesía intimista de tema amoroso, que hace que se relacione con la de Ernestina de Champourcin.

Si retomamos las breves notas que hemos expuesto en este último párrafo, es fácil colegir que estos tres poetas vascos representan las posturas o líneas más relevantes de la denominada «poesía pura»: poesía experimentalista-vanguardista, poesía conceptista y poesía popular.

Tanto en la generación del 98 como en la generación del 27 encontramos escritores vascos de talla universal que han dignificado las letras españolas gracias a su obra creativa y han reivindicado el País Vasco tanto a través de su propio origen como por la presencia de temas o sustratos lingüísticos en sus composiciones respectivas. Con estos escritores adquiere un protagonismo indiscutible la literatura castellana escrita por vascos. No sucede lo mismo con la literatura francesa que continúa la misma pauta de pobreza estilística y de penuria numérica, característica permanente de la literatura francesa escrita por vascos. Incluso Juan Larrea, escritor bilingüe, no alcanzó en Francia el reconocimiento que tuvo, y especialmente tiene, entre los jóvenes poetas españoles.

Antes de cerrar la nómina de poetas anteriores a la guerra civil, es pertinente dedicar unas breves líneas al bilbaíno Jaime Delclaux, muerto tempranamente (1936), cuando su obra poética era una de las más prometedoras. Sus poemas, publicados póstumamente, con el título de Poesía (Bilbao, 1977), representan la línea esteticista de la poesía vasca escrita en castellano. Muy influenciado por Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27 concreta una poesía en el marco más estricto del purismo estético.