Concept

Cooperativismo en Euskal Herria (2001 version)

El cooperativismo católico agrario con el franquismo. Aunque los rasgos que caracterizaron la vida cooperativa de la Federación Católico Social Navarra se mantuvieron sin grandes modificaciones durante décadas, ésta no quedó inmune a los cambios políticos que desde los primeros momentos introdujo el asentamiento del régimen franquista. La Federación siempre colaboró con Franco, a quien en todo momento reconoció como caudillo, de manera similar a como anteriormente había hecho durante la dictadura corporativa del general Primo de Rivera. Efectivamente, en julio de 1936, la Federación había contribuido al ejército insurrecto con la fuerza de voluntarios más importante, el requeté, movilizado por la Comunión Tradicionalista y el clero carlista. Pero eso no impidió que la Federación Agro Social Navarra (la F.A.S.N., nueva denominación de la F.C.S.N. desde 1932), tuviera que plegarse a las directrices impuestas por el nuevo régimen. En realidad, desde 1939 hasta 1946, se estableció una pugna sorda pero incesante por el control de la obra cooperativa entre la Federación y la Falange, trasunto local del conflicto más general entre la Confederación Nacional Católico Agraria (C.N.C.A.) y el sindicalismo vertical. Es altamente significativo e ilustrativo de todo ello el hecho de que hasta 1944 se atrasara la transformación de la Federación en la Uteco, Unión Territorial de Cooperativas, de la que quedaba desgajada la Caja Central de Ahorros y Préstamos de Navarra, y que hasta marzo de 1945 no quedaran aprobados los estatutos de ambas entidades.

El importante patrimonio acumulado por la F.A.S.N. se había convertido en apetitoso bocado a ojos de la nueva burocracia falangista que ansiaba gestionarlo e integrarlo en el sindicalismo vertical recién creado. Ni la importancia cuantitativa de la Federación (140 entidades cooperativas y más de 10.000 socios en 1935), ni los servicios prestados durante la guerra en el ejército de Franco, en la que habían fallecido 1.167 socios de las cooperativas católicas navarras, impidieron que su antigua función de representación de los intereses campesinos quedara a partir de ahora en manos de las recién formadas Hermandades de Labradores y Ganaderos. Finalmente se llegó a un acuerdo por el que el servicio de suministros y la financiación de los servicios cooperativos siguió en manos de los antiguos dirigentes de la desaparecida Federación, que reaparecieron como directivos de la Unión Territorial de Cooperativas y de la Caja Central de Ahorros y Préstamos. Por otro lado, la labor que insistentemente había desarrollado la F.C.S.N. contra las ideologías críticas con el capitalismo quedó obsoleta tras la victoria militar franquista. Con todo, hubo líneas de continuidad entre el cooperativismo anterior e inmediatamente posterior a 1939. De hecho, la influencia de la iglesia siguió estando muy presente en la obra cooperativa durante la inmediata posguerra mientras que las actividades socioeconómicas desarrolladas por la Uteco fueron muy similar a la desarrollada por la antigua Federación.

Desde los años cuarenta la obra cooperativa se difundió por nuevas zonas hasta ahora poco proclives a su influencia, de manera que fue creciente su presencia en la zona meridional del territorio navarro vinculada a los sectores vitivinícola, olivarero y conservero. El cooperativismo en su conjunto se encontró con un reto de primer orden desde mediados de la década de los cincuenta, el de demostrar su operatividad y eficacia económica en el momento del cambio irreversible de las antiguas estructuras socioeconómicas del mundo rural. De esa época data el establecimiento de los que, pocos años después, fueron los soportes del impetuoso crecimiento industrial de los sesenta. La desaparición de la agricultura tradicional, el despoblamiento de áreas rurales de la zona media y de montaña, la inmigración campesina a la capital y a otros centros urbanos e industriales, y la formación de nuevos mercados fueron, entre otros, algunos de los nuevos factores que plantearon el dilema de la profesionalización de las explotaciones agrarias o su decadencia y, en última instancia, su posterior desaparición. El cooperativismo tuvo que modificar sus perspectivas, de corto alcance en muchos casos, para poder enganchar con la nueva onda de expansión del capitalismo agrario. Y lo hizo con el handicap de ver cómo parte de sus bases sociales se deshacía al compás que ese proceso se hacía más fuerte. Las enormes pérdidas de población activa agraria en la zona media, el envejecimiento de aquella que permaneció al pie de sus explotaciones, la ineficacia de muchas cooperativas de reducido tamaño y la imposibilidad de competir en el mercado, hablaban a las claras de la necesidad de una transformación radical del conjunto del cooperativismo forzada por las circunstancias. Sus soportes históricos, el clero rural y el movimiento carlista, declinaron de manera incesante en estos años y perdieron importancia real en la práctica socioeconómica cotidiana.

Todavía en 1960, cincuentenario del surgimiento de la primigenia Federación, podía la Uteco hacer un recuento plácido de su potencial. Pero la fuerza de la dinámica económica impulsada por la actividad industrial dejó ver la endeblez de muchas cooperativas, el obsoleto papel del clero en su tradicional labor de tutela moral en un mundo rural en transformación y la incapacidad de la agricultura tradicional para afrontar los nuevos retos impuestos por la expansión del mercado. Los jornaleros comenzaron a afluir a los centros industriales, lo que produjo la subida de los salarios y la mecanización de las labores agrícolas; desaparecieron miles de parcelas de cultivo, por efecto tanto de la concentración parcelaria como por venta de sus titulares, y se redujo la población agraria (16,2 puntos entre 1960 y 1970); el incremento de la producción, la mejora de la rentabilidad y la exigencia de una mayor especialización exigían inversiones que no estaban al alcance de muchas economías familiares y, en consecuencia, la ruina amenazó a muchas pequeñas explotaciones agrícolas. La necesidad de introducir en la agricultura nueva maquinaria y medios técnicos fue subrayada una y otra vez por los dirigentes cooperativos como vía de la salvación económica del agro, pero esto resultó ser poco realista para el conjunto del sector y, en concreto, para aquellas cooperativas que contaban con pocos recursos.

Emilio MAJUELO GIL