Concept

Artesano

Los s. XVII y XVIII constituyen un periodo decisivo para nuestra artesanía. La manufactura, basada en la división del trabajo y en la concentración de artesanos de diferentes oficios en un taller erigido por el capital mercantil, hace su irrupción y acabará con el antiguo modo de producción artesanal. A fines del s. XVIII el número de artesanos era en Gipuzkoa de 3.220, distribuidos de la siguiente forma en orden de importancia numérica: carpinteros, herreros, tejedores, sastres, zapateros, chocolateros, dulceros, curtidores. Recurramos una vez más a Larramendi para obtener una visión de conjunto de esta variada capa social:

"Los hombres además en grande número son artesanos y oficiales. Herreros, cerrajeros, claveteros, que trabajan en hierro, que compran de las herrerías grandes o de sus dueños. Herreros los hay insignes para balcones, balaustres y otras piezas grandes. En Eibar, Elgoibar, Vergara y otros lugares y en Plasencia para fusiles y sus chispas o llaves, y en cañones y barrenarlos con ingenio de agua allí mismo y en los lugares cercanos. En el Pasaje para tanta multitud de piezas y tan extrañas de hierro que necesitan los navíos. En San Sebastián y vecindades lo mismo. Cerrajeros pocos, y chapuceros, que no saben Claveteros muchos, y buenos para toda especie de clavos mayores y menores... Hay en Guipúzcoa además muy gran número de canteros y carpinteros. En los templos y otros edificios, no sólo antiguos, sino recientes, se conoce que han sido y son diestros e inteligentes unos y otros. Los carpinteros son en un mayor número, porque se ofrecen más obras de su especie, particularmente en la construcción de navíos y barcos... No sólo tiene Guipúzcoa canteros y carpinteros para su distrito, sino también para enviarlos fuera. Apenas hay obra en Castilla, Aragón, Navarra, donde no haya canteros guipuzcoanos. Lo mismo sucede con los carpinteros, que sin hacer falta dentro de casa, salen a miles a otras partes. Llenos han estado de guipuzcoanos todos los astilleros y departamentos de la marina de España, y aun lo están hoy en día... Y aun pasan a Francia, donde son estimados por su destreza. Lo mismo sucede con los oficiales de herrerías grandes y de carboneros: los tiene Guipúzcoa en tan gran número que puede enviarlos a otras provincias; ferrones van a las herrerías de Navarra y a las pocas que hay en Aragón. Salen muchísimos al señorío de Vizcaya, en cuyas herrerrías, que son tantas, no habrá ninguna que no tenga oficial guipuzcoano, y son más estimados que los naturales, especialmente los tiradores, porque son más diestros y tiran el hierro y lo labran mejor. Salen carboneros en grande número a Vizcaya y a la Montaña, y aquí es donde los naturales no tienen maña para hacer carbón ni para manejar herrerías, cuyos oficiales todos son guipuzcoanos"

(Modos de vivir en Guipúzcoa, "Corografía de Guipúzcoa").

Aun a finales del s. XVIII se sigue trabajando según el antiguo método premanufacturero de producción a domicilio y montaje en un taller. Jovellanos, en la visita que efectuó a Eibar, en el año 1791, pudo observar lo siguiente:

Lo que se llama fábrica de armas no significa lo que se cree de ordinario. Varios artistas establecidos en Ermua, Eibar, Placencia, Elgoibar y Mondragón trabajan las varias piezas de que se compone el fusil. Este arte se subdivide en tres partes principales, que se ejercen separadamente: cañones, llaveros, cajeros, y aún hay que saben hacer y aun hacen todo esto, aunque prohibido por la antigua ordenanza; mas, por lo común, cada artista trabaja en su ramo. Los cañoneros saben incrustar hábilmente las miras y puntos de plata y las piezas de adorno de oro en el hierro y empavonarle con la mayor perfección; los llaveros labran y esculpen el hierro en las formas que quieren y lo pulen con gran limpieza, y lo mismo los armadores; otro tanto hacen los cajeros con la labor de las cajas. El más célebre de estos artistas es D. Esteban de Bustindui: su fama estriba en la excelencia de sus cañones, aunque hace todas las piezas. Trabaja para varios grandes y señores de la Corte, para América, para Inglaterra, Francia, Rusia y otras partes, de donde le vienen encargos frecuentemente.

Existe sin embargo una abundante mano de obra, fruto del crecimiento demográfico, de la crisis de las ferrerías y de la lenta disgregación de las instituciones gremiales:

"En los pueblos la gente común, que no tiene algún oficio, se emplea en obras y labores ajenas, a jornal, y son los que viven con mayor miseria. Todos los vecinos concejantes han de tener siquiera los millares y su hacenducha que los valga. Pero no bastándoles para su manutención, se aplican a algún oficio, sea mecánico, sea liberal, con que ganan de comer para su familia, o se meten a tratantes en menudo y a revendedores de las cosas necesarias y comunes"

(Modos de vivir en Guipúzcoa, "Corografía de Modos de vivir en Guipúzcoa").

La crisis de las ferrerías se arrastra desde mediados del s. XVIII acrecentada por la falta de arbolado, el empleo habitual de métodos arcaicos y la despiadada competencia de Los nuevos procedimientos de fundición del metal. Baste recordar que en estas primitivas factorías las operaciones de fundición y transformación eran inseparables, fabricándose toda clase de objetos heterogéneos en cantidades no competitivas. Los intentos de modernización de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (horno de cimentación) no calaron en la mentalidad ferrona que, escasa de capital, volvió a los viejos métodos de producción. Como dato ilustrativo diremos que de 142 ferrerías que había en Bizkaia en 1796, 25 se habían arruinado 20 años después y muchas ya no trabajaban. Otro tanto ocurrió con los abundantísimos molinos del país. Por otra parte, la antigua organización gremial sufre múltiples resquebrajaduras. Entre los s. XIV y XV comienzan a experimentarse las primeras dolorosas grietas de este férreo andamiaje social. Ya hemos mencionado la reglamentación de los salarios efectuada por Carlos II el Malo en 1365. En Gipuzkoa la primera ingerencia externa, lesiva a los intereses de los artesanos gremiales, data de 1492: los precios usualmente estipulados son rebajados en una cuarta parte. Las Juntas Generales de 1535 y años sucesivos se ocupan de la tasación de los jornales de los oficios remitiendo su complimiento a cada ayuntamiento. Para mayor claridad sobre este punto transcribimos a continuación cuál era la legislación del fuero de Navarra vigente antes de la abolición del mismo y recopilada por Yanguas en lo tocante al artesanado:

"Los maestros examinados y aprobados en cualquier cabeza de Merindad o pueblo exento, pueden ejercer su oficio y arte, sin nuevo examen, en cualquier parte del Reino. Las obras o artefactos se vendan libremente en cualquiera parte del Reino, llevando certificado del gremio del pueblo donde se han hecho, de estar trabajados con arreglo a ordenanza, quedando reservado el derecho a los gremios de los pueblos donde se vendan de poderlos reconocer, y hallándolos defectuosos pedir que se sujeten a las penas impuestas por las leyes u ordenanzas. A las viudas de artesanos, que contrajesen matrimonio con quien no sea del oficio de sus primeros maridos, no se les puede impedir el ejercicio y conservación de sus tiendas talleres, y con retención de todos los derechos, y bajo la responsabilidad común a todos los individuos de los gremios; con tal que las tiendas hayan de regirse por maestro aprobado. Los gremios no embaracen la enseñanza a mujeres y niñas, de todas aquellas labores y artefactos que son propios de su sexo, ni que vendan por sí o de su cuenta libremente las maniobras que hicieren. Las mujeres pueden trabajar, tanto en la fábrica de hilos, como en todas las demás artes en que quieran ocuparse, y sean compatibles con el decoro, y fuerzas de su sexo. Las ordenanzas de los gremios y oficios han debido presentarse al Consejo dentro de cuatro meses de la publicación de la ley que se citará, para rectificarlas con audiencia de la Diputación del Reino: las que no se hubieran presentado quedan sin efecto. Los artesanos de conocida habilidad de cualesquiera profesión pueden ejercerla libremente, cerciorándose el Consejo de su idoneidad. Es libre la construcción y venta de pantalones de punto por los fabricantes de medias, valiéndose para su costura de las personas de ambos sexos que más les acomode a pesar de las ordenanzas gremiales, y de cualesquiera otras. Es también libre la fabricación con mayor o menor cuenta y marcas o ancho, y en los peines que sean más oportunos, de todas las especies de lienzos que los gremios, fabricantes o tejedores particulares de lino y cáñamo tengan por más conveniente para el consumo, sin distinción de hombres y mujeres; y sin otra sujeción gremial o municipal en punto a marca ni cuenta, de parte de los gremios y fabricantes, que la rigurosa de evitar la falta de ley y bondad intrínseca en los tejidos de cualquiera marca cuenta y calidad que fueren. El ejercicio de un oficio no debe impedir el de cualquiera otro, con tal que tenga para ello la suficiencia que se requiere, acreditada con la competente carta de examen que se le ha de despachar después de haber pasado por el que corresponde para calificar su habilidad. A estos exámenes sean admitidos todos los que lo pretendan, sin que les obste la falta de aprendizaje, oficialía, domicilio, otro alguno que prescriban las ordenanzas del oficio que intenten ejercer; y en estas habitaciones no haya más gasto ni propinas que las que basten para indemnizar a los examinadores del tiempo que ocupen en el examen. Para el ejercicio de cualesquiera artes u oficios no sirva de impedimento la ilegitimidad que previenen las leyes, subsistiendo para los empleos de jueces y escribanos lo dispuesto en ellas. Los oficios de curtidor, herrero, zapatero, sastre, carpintero, y otros a este modo, son honestos y honrados: el uso de ellos no envilece la familia, ni la persona del que lo ejerce, ni la inhabilita para obtener empleos municipales, ni para el goce de hidalguía. Las justicias deben celar que los artesanos usen bien y fielmente de sus oficios; y sobre todo cuidarán de que se cumplan con la mayor exactitud las escrituras de aprendizaje, así de parte de los maestros como de los padres de los aprendices o los que los tuvieren a su cargo; sin permitir que aquellos los despidan, ni estos los saquen del oficio antes de cumplir la contrata, sin justa causa examinada y aprobada por la Justicia; en cuyo caso harán que se ponga con otro maestro el aprendiz hasta cumplir su aprendizaje".

La fábrica de tejidos de lanas de Pamplona, empleaba, en 1802 a 200 operarios de ambos sexos. Las Cortes de Navarra de los años 1817-1818 estatuyeron que los fabricantes de manufacturas de tejidos, de cualquier especie o calidad que fueran, podían tener todos los telares que les conviniera a pesar de lo que sobre este particular dictaran sus respectivas ordenanzas. Los fabricantes podían ya innovar, imitar o variar libremente los tejidos, con la única condición de poner en ellos el nombre del fabricante y lugar de residencia. En las manufacturas fabricadas según ordenanzas gremiales debían de fijarse el sello acostumbrado de las mismas, para que "siendo visible la diferencia entre los tejidos no haya el menor abuso en perjuicio del comprador". Vemos pues, sucumbir el ordenamiento gremial ante la libre competencia de sello marcadamente liberal, y el empleo cada vez mayor de mano de obra femenina e infantil que ha de caracterizar el periodo subsiguiente. Al amparo de esta mano de obra abundante, procedente de ferrerías e instituciones gremiales desbordadas, comienzan a proliferar, sobre todo a partir de 1841, concentraciones manufactureras importantes que absorben a los artesanos desocupados. De los talleres de montaje que dieron trabajo a tantos hombres hábiles en los s. XVI y XVII se pasa a la concentración de los mismos especializándose cada uno en un sólo aspecto de su oficio, cuya fabricación será una fracción del total del producto fabricado. Llegamos así a una descomposición del oficio en aras de una mayor y más rápida productividad. A su vez se concentran los medios de producción que antes se hallaban dispersos en poder de cada artesano independiente. En las zonas rurales, el artesano es, sin embargo, un individuo que aun cultiva una huerta, mantienen un puñado de animales y toma parte, como asalariado, en las grandes faenas agrícolas de sus vecinos.

Este panorama es revolucionado por la aparición de la máquina. La revolución industrial consuma la concentración manufacturera y priva al artesano rural, al invadir el mercado de más productos y más baratos, de su razón de ser.

Restos del antiguo modo de producción se conservaban aún a comienzos del s. XX: chanclos de Irati, utensilios (cucharas, molinos de chocolate) de Santa Cruz de Campezu, cestas y muebles de Oñate, Zumarraga, Deba, Beasain, curtido de pieles de Mauleón, Durango, Bayona, Hasparren, tejedores de los valles alto-navarros, boinas de Tolosa, Azcoitia y Valmaseda, alpargatas de Azkoitia, Barakaldo, Mauleón, talleres de pequeña fabricación de clavos de Ataun, Cambo, Ochandiano, Huici... Artesanos rurales vasco-continentales -ceramistas, tejedores, chocolateros, laneros (duranguiers)- venían periódicamente de Ainhoa y Hasparren a este lado de los Pirineos. Afiladores, caldereros, albañiles, tejeros, sogueros, herradores, cesteros, botijeros, pelaires, queseros, costureras ambulantes, recorren el país como última supervivencia de un modo de vida tenazmente enraizado, aun a comienzos de nuestro siglo. [B. Estornes Lasa hace una atinada observación (Orígenes de los vascos) a este respecto. Refiriéndose a las mascaradas suletinas hace resaltar un significativo detalle: todos los danzantes representan una profesión y llevan los instrumentos de la misma en las manos: Txerrero (escoba), Gathuzain (tijeras), Kerestua (capador), Maritxala (herrero), Laboraria eta Etxeko anderea (el labrador y su mujer), Kauterak (calderero), Txorrotxak (afiladores)... Evidentemente el artesano ambulante medieval fue un personaje popular y figura enraizada con fuerza en el folklore (herrero de Ituren)].

La manufactura sentó la base técnica para la revolución industrial; las máquinas creadas por la primera motivaron el reemplazo de la misma por la gran industria. La concentración capitalista marca el final de la era artesanal; extensas capas artesanas son absorbidas por el capital ansioso de mano de obra. La especialización -aunque sea parcial- de los artesanos manufactureros cede el paso, con la introducción de la máquina, al igualitarismo de la labor manual que cada vez implica menos elementos personales e intelectuales, una mayor rutina y subordinación a los dictados de la máquina. Por otra parte la relativa facilidad del aprendizaje en el manejo de una máquina permite una gran movilidad en los puestos de trabajo, instancia en todo opuesta al modo de producción artesanal, eminentemente especialista. Esto es lo que distingue, en una última fase, al artesano del obrero especializado. El pequeño taller pasa a ser una dependencia de la fábrica -trabajo domiciliario- pero sin las ventajas de la misma, ya que el trabajo sigue siendo con preferencia manual. El artesano rural y el ambulante son, en nuestros días, los últimos representantes del modo de producción que diera nacimiento a nuestras ciudades. Reducidos a los límites de la economía de uso, agonizan lentamente, a la vez que, confinados a los museos, comienzan a repoblar en masa nuestros ficheros de etnología.