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Tributo de las tres vacas

En 1628 surgen nuevas diferencias, y esta vez, la interrupción del Tributo es larga -hasta 1642-, con incidentes y represalias por ambas partes. Con igual criterio que la vez anterior, se apeló al parecer de los letrados, en esta ocasión Donguillén y Marichalar, y se barajaron, como antes, varias posibilidades de arreglo. Una de ellas fue dar cuenta de lo sucedido al gobernador de Bearne, Conde de Agramont, para que resolviese el conflicto. Se pensó también en que el alcalde de Isaba despachase ejecutoria para poder embargar ganados y cobrarse así la deuda, sin dar a la cosa carácter de represalia, y aun se trajo a colación el texto del legista francés Curacio, que aconsejaba esto mismo, pero con el permiso del rey (del virrey en el caso de Navarra). La cosa era peligrosa y los virreyes no se atrevían generalmente a autorizar tales iniciativas para evitar posibles complicaciones; sólo verbalmente lo hacían alguna vez.

No faltaban por otra parte dificultades de orden interno en lo que a unidad de acción se refiere, por desear inhibirse en la cuestión los de Roncal, Bidangoz y Burgi, arguyendo que ellos no debían correr con los gastos que se originasen, por no ser beneficiarios directos del Tributo. No obstante, prevaleció la tesis de los juristas consultados, que insistía en el carácter más bien honorífico del mismo, y la obligación por tanto, de llevar en común las cargas. Los de Uztarroz se decidieron a tomarse la justicia por su mano e hicieron una presa de 1.000 cabezas, pero el Consejo Real y el virrey don Luis Bravo de Acuña, desaprobaron su conducta y les obligaron a restituir el ganado. En 1635 se declaró la guerra entre España y Francia, complicándose con la de los Treinta Años. El virrey, Marqués de Valparaíso, creyó entonces llegada la ocasión oportuna para el desquite.

En el verano de este año convocó al alcalde de Isaba y a otros roncaleses (entre los cuales se encontraban el doctor Atocha y don Miguel Petroch, canónigos ambos de Roncesvalles), a los cuales manifestó que entonces le parecía coyuntura favorable, máxime teniendo en cuenta que los franceses habían hecho una expedición depredatoria por la parte de Baztán. Preparada la operación con todo sigilo, entraron un día de agosto en Baretous los roncaleses en número de 120, dirigidos por Vicente Ros, alcalde de Isaba, Miguel Marco de Uztarroz y otros jefes, cogiendo más de 4.000 cabezas de ganado menudo y unas 80 de ganado mayor, que se repartieron buenamente varios pueblos del Valle, Isaba, Urzainki, Uztarroz y Garde en la junta tenida en la Tejería de Isaba el 27 de agosto. De los ocho lotes que se hicieron, fueron dos para Isaba, que corría también con dos terceras partes en los gastos.

En la villa de Roncal se hizo el reparto el 28 de octubre, tocando 20 cabezas a Juan Gambra, 19 a Domingo Garjón y 15 a Catalina Iturri, como a ganaderos más importantes. No olvidaban naturalmente los baretoneses la rapiña de sus vecinos, y a su vez prepararon la revancha, si bien no tan sigilosamente que no se enterasen algunos de lo que se tramaba, entre ellos un viejo llamado Lanric, tipo curioso de pastor y vendedor de esquilas y trompas de música, a quien regalaron una oveja por el servicio prestado. Como medida preventiva, se había prohibido que los rebaños subiesen a los puertos de Arra y Hernaz para evitar represalias, pero no hicieron mayor caso los ganaderos. Así sucedió, que el día de San Lorenzo -10 de agosto- fueron sorprendidos varios pastores por una turba de baretoneses, que se llevaron hasta nueve rebaños, siendo la pérdida mayor para Miguel Bilioch, Domingo de Ederra, Pedro Salvo y otros de la villa de Roncal. Más de 5.000 ovejas y carneros, y unas 80 yeguas robaron los invasores.

A los pastores les despojaron de todo lo que tenían: monteras, capas, abarcas, medias de aguja (de las que ellos hacían), talegas, calderas, panes y quesos. Después, les obligaron a acompañarles hasta la frontera, tras de haber apaleado a algunos, llevándose presos a cuatro a Oloron, donde los tuvieron dos años, hasta ser rescatados. No hubo más remedio que pagar 21.000 reales para recobrar el ganado perdido, que volvió un tanto desmedrado. Aunque el Valle no quería tomar sobre sí este gasto, los tribunales sentenciaron en contra ante las reclamaciones de los interesados. De nuevo se volvió a pensar en el desquite, que evitó por entonces el gobernador de los puertos de Salazar, Roncal y Aezkoa, don Martín Argaiz y Antillón. Las cosas se habían puesto mal y parecía volverse a aquella época violenta que precedió al pacto de 1375.

Dos veces más repitieron los baretoneses sus razias en 1638, y los roncaleses, en justa correspondencia, devolvieron el golpe al año siguiente. Una última sorpresa tuvo lugar en 1642, perdiendo éstos varios millares de ovejas. La magnitud del mal hizo reaccionar favorablemente a los bandos. Con la intervención del rector de Santa Engracia -que en esta ocasión hizo de árbitro-, se celebraron varias vistas en este lugar, dando por resultado la concordia de 22 de agosto de 1642, que restablecía la de 1375, y dejaba libres a los baretoneses de toda obligación tocante a los años no pagados.

Los roncaleses se obligaban a pagar 11.000 francos por el rescate de la última presa, dejando como rehén a Domingo Ederra en casa del alcalde de Arette, Juan de Bearne. Acudieron a esta histórica entrevista Pedro Ros, alcalde de Isaba; Sancho Garde por Ronkal; Pedro Uztárroz y Pedro Glaría por Burgi; Domingo Mainz por Bidangoz; Miguel Garde por Uztarroz y Domingo Miguel por Urzainki. Por los baretoneses estuvieron presentes Tristán de Soubirou, Juan de Lagrave, Juan de Pausart, Pere Arnaud de Domice y Juan de Epatía, representantes de las comunidades de Aramits, Arette, Issor, Lanne y Ance. Autorizaron el convenio los escribanos Jorge y Gaur, el Juez de Sola, Conget, y el notario Archet. La sentencia de 1642 fue reproducida también por Idoate junto con la Concordia de 1375.